Bakuman: Amigos y rivales
Oct 10, 2016 | Reseña
Por Cristian Carrasco.
Bakuman cuenta la lucha del dúo Muto Ashirogi por convertirse en mangakas publicando en la Shonen Jump, una revista orientada específicamente a lectores varones adolescentes o en la primera juventud. Es un manga metatextual, que disecciona la industria del manga, pero además se centra en la amistad y la camaradería entre colegas que se respetan y admiran mutuamente a pesar de competir por el éxito.
Las dos personas que más admiro desde el punto de vista artístico son mis hermanos menores. Aprendí a ser un escritor de ellos que se dedican a la música, los títeres, el teatro. Me refiero por un lado a la garra, el compromiso, la capacidad de dirigir un proyecto: a los 14-15 años, ya eran líderes y cantantes de bandas, pasaban mañanas enteras en la Dirección de Cultura de la Municipalidad pidiendo fechas, buscando habilitaciones, llenando formularios; contactaban con otras bandas, diseñaban flyers, escribían fanzines, organizaban giras. Pero lo más importante para mí es la ética: la idea de que el arte no se vende, no es complaciente, no lleva sello oficial y se hace a pulmón. Y, sobre todo, la idea de la hermandad en el arte: la seguridad de que la única persona que puede entender cabalmente el nivel de importancia, el esfuerzo invertido, las horas de corrección/práctica/revisión de una obra, es alguien que valora esas cosas igual que vos porque tiene la misma ética de trabajo artístico.
Mi hermano, además de músico, es sonidista, y cuando toca y opera al mismo tiempo se esfuerza por mejorar la performance de su banda y también la de las demás. Sus compañeros de banda solían interpretar ese interés en ayudar a los otros como una manera de jugar en contra de su propio equipo. Y su reflexión siempre era “¿Por qué no podemos sonar bien todos?”
Esa frase es aplicable a cualquier tipo de arte: “¿Por qué no podemos escribir bien todos, cada uno desde su visión de la literatura?”. “¿Por qué no podemos pintar bien todos, cada uno desde su concepción de las formas y los colores?”. Esa es la actitud que he encontrado cada vez que formé parte de un grupo literario, y es un poco lo que se encuentra en el centro de la trama de Bakuman, manga guionado por Tsugumi Ohba y dibujado por Takeshi Obata. Esa colaboración artística representa un caso extraño en una industria en la que no se dan bien los equipos guionista/dibujante y donde un solo mankaga suele ser acreditado como autor integral de las obras. Bakuman y otra obra del mismo tándem, Death Note, son los mangas más sobresalientes que he leído en los últimos diez años y son, de hecho, los únicos que he coleccionado.
La premisa que da origen a Bakuman es ésta: dos compañeros de curso en los primeros años de la secundaria, Moritaka Mashiro (también conocido como Saiko, debido a las distintas interpretaciones de los kanjis o ideogramas de los que consta la representación escrita del idioma japonés, algo demasiado engorroso para explicarlo acá) y Akito Takagi (también llamado Shuujin), prometen trabajar hasta convertirse en mangakas profesionales bajo el nombre común de Muto Ashirogi (una contracción de sus nombres y la idea de cumplir su sueño).
En el caso de Saiko, su sueño tiene un componente personal, ya que su tío favorito fue mangaka y rozó la gloria, pero al fracasar en las series que siguieron a su fugaz éxito, se hundió en la depresión hasta morir de tristeza. Shuujin, por su parte, es uno de los mejores estudiantes de Japón según las encuestas y los ránkings que allí parecen significarlo todo, y su decisión responde sólo a sus gustos: sabe que en el futuro podrá anotarse en la carrera y la universidad que quiera, pero elige ser guionista.
Como eso no es lo suficientemente emocionante, y además deja afuera toda la dimensión romántica, entonces se suma algo que a los occidentales nos parece una estupidez pero a lo mejor en Japón tenga todo el sentido del mundo: Mashiro está enamorado de una compañera, Miho Azuki, y prometen casarse después de que el equipo creativo serialice un manga exitoso que sea adaptado a un animé, en el cual Miho doblará la voz del personaje femenino principal… pero también prometen no verse ni hablar hasta ese momento.
Saiko y Shuujin están obsesionados por crear un manga de peleas atípico, luchas psicológicas entre rivales poderosos; lo que es, en definitiva, una descripción de la propia serie, ya que Bakuman está organizado como un manga de peleas, mediante una serie de enfrentamientos en los cuales las armas son páginas y los golpes especiales las distintas estrategias que se utilizan para mejorar el recibimiento por parte del público al que se apunta -ya que en Japón el manga y el animé no son considerados (como en casi todo occidente) entretenimiento para niños sino que hay miles de series dirigidas a diferentes públicos.
Hay varias características que se pueden destacar en la serie: la descripción del proceso creativo, la labor de los editores en la producción de un manga, la importancia de los ayudantes en la elaboración de las páginas (fondos, tintas, tramas). Pero me impactan en especial dos cosas: el peso de las estadísticas y el marketing en las decisiones que se toman respecto al flujo creativo, y la dialéctica amigo/rival entre Muto Ashirogi y los demás mangakas que comparten las páginas del Shonen Jump con ellos.
Respecto al primer tema, choca un poco el peso que tienen en el proceso creativo las encuestas y la popularidad: da la impresión de que los autores dejan de lado la pretensión de crear algo que encarne sus intereses y sus gustos y se rigen exclusivamente por las encuestas, las que determinan que aquellos mangas que salen últimos sean descartados y se los fuerce a concluir. Supongo que no es demasiado diferente a lo que ocurre con los cómics norteamericanos y las cifras de ventas mensuales, pero lo enervante es la sujeción a una encuesta semanal que obliga a los autores a dar giros forzados a sus historias, a supeditar su visión artística a los votos de los lectores. Cada autor debería formar un público, no al revés.
Respecto al segundo tema, en los primeros tomos de los veinte que conforman la serie, los autores jóvenes que van logrando publicar en el Shonen Jump conforman un grupo cohesionado por la competencia bien entendida. Más allá de la excelente caracterización de personajes, la intriga que nunca decae, el retrato de la vida diaria de los creadores de manga, lo que más rescato de Bakuman es esa demostración, si bien ficcional, de que en el arte es posible la buena onda y la crítica constructiva, de que aquellos que comparten tu intereses artísticos son hermanos de armas, a la manera de los caballeros medievales.
En uno de los tomos Saiko, Shuujin, Shinta Fukuda (el punk, el revolucionario), Eiji Niizuma (el genio, que no sólo tiene una capacidad innata para crear mangas si no que también lo disfruta), Kazuya Hiramaru (otro tipo de genio al que las cosas le resultan tan fáciles que no quiere invertir el menor esfuerzo en ellas) y Koh Aoki (la escritora de estilo dulce y fantástico) se reúnen para criticar las obras de todos entre sí y ayudarse a mejorar a pesar de ser rivales. Esas ganas de ayudar al otro, esa competencia leal, es la respuesta, aunque apuntada a otro arte, a la pregunta que viene haciendo mi hermano desde hace años: “¿Por qué no podemos hacer un buen manga todos?”
Y la verdad es que no hay motivo.
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