Tuesday, September 28, 2021

Lamas Médula 28-Mariana Rosa

ENTREVISTA A MARIANA ROSA

May 8, 2021

Por Cristian Carrasco.



Mariana Rosa es una poeta profundamente patagónica quien, a pesar de vivir desde hace varios años literalmente a medio mundo de distancia, continúa eligiendo las editoriales de su región para publicar su obra. Obra de intensa belleza y capacidad evocadora, que fue buceando cada vez más hondo en su pasado, sus recuerdos, sus primeros años, con la intención de encontrar “lo universal de la vivencia” y compartirlo con el lector.



LAMÁS MÉDULA: En la biografía de tus libros aparecen como primeros hitos de tu vida literaria los Talleres organizados por la Fundación Antorchas y tu rol como participante de la Casa de la Poesía en Neuquén. ¿Qué nos podés contar de esas experiencias? ¿Cómo influyeron en el desarrollo de tus gustos, tu visión de la poesía y tu identidad como escritora?



MARIANA ROSA: En realidad, mi vida literaria comenzó mucho antes. Cuando era niña escuchaba a mi papá recitar poemas del lunfardo, la gauchesca, poemas propios y de autores de acá; creo que el amor por la poesía llegó así, por el oído. Pronto quise experimentar con las palabras que podían conmover de esa manera. Le dictaba cositas a mi mamá antes de saber escribir, y después, desde los ocho a los quince años, fue una dicha asistir a los talleres literarios para niños y adolescentes que dictaba María Cristina Ramos y organizaban la municipalidad y la provincia de Neuquén en los 80. Así me llegaron lecturas que la escuela no proponía aún y, sobre todo, quedó inaugurado en mi vida un espacio fundamental de intimidad, placer y exploración a través de la palabra poética que me acompaña desde entonces y, espero, hasta el fin de mis días. Después, vinieron las peñas literarias en mi época universitaria en Mendoza. La fundación de La Casa de la Poesía al volver a Neuquén es un hito, porque me puso en diálogo con poetas de acá de generaciones anteriores, con sus búsquedas y sus lecturas. Esa fue una época de enorme crecimiento para mí, particularmente de la mano de quienes se volvieron amigos entrañables y guías: Raúl Mansilla y Macky Corbalán. De la escritura de Raúl admiré esa sensibilidad tan profunda que dolía, la extrema lucidez para dar cuenta de los extravíos, y la libertad con la que se lanzaba a decir. Una libertad muchas veces irreverente, osada, que invitaba a soltar amarras y que, sin embargo, no dejaba de escribirse, aún en esos momentos, con precisión. La poesía de Macky ofrecía aquello que yo más amo en la poesía: hondura, contundencia, condensación. A través de Macky y de Raúl llegaron lecturas formadoras, como las de las poetas norteamericanas Denise Levertov y Muriel Rukeyser, como las de René Char y Ted Hughes. Los talleres organizados por la Fundación Antorchas que vinieron gracias a Cristian Aliaga fueron muy importantes también, porque me pusieron en contacto con pares y porque con ellos pude trabajar críticamente sobre los poemas que conformarían mi primer libro. Los poetas que dictaron los talleres ese año fueron Reynaldo Jiménez y Alicia Genovese. Fue sumamente valioso trabajar con los dos. Mi resonancia con la poesía de Genovese fue inmediata, y tuve la suerte de poder visitarla periódicamente cuando más tarde viví en Buenos Aires. Genovese es una poeta enorme, y ha sido una gran maestra para mí. Todos estos contactos y resonancias sin duda han dejado huella en mi identidad poética.



LM: Comenzando por la forma, es evidente, desde tu primer libro publicado, Crónica de un salto, que paulatinamente has pasado de poemas super breves a otros mucho más largos y con una cierta impronta narrativa. ¿Cómo se dio ese cambio? ¿Es una búsqueda deliberada o tiene que ver con un devenir natural, con tus lecturas o tu necesidad de expresar otro tipo de contenido en los poemas?



MR: Vivo la escritura poética como una experiencia orgánica, necesariamente en consonancia con el periodo vital que atravieso. Así, es la experiencia misma la que dicta qué y cómo. Es cierto que amo la intensidad en la escritura poética, y al comienzo esta solo se manifestaba en la contundencia de la brevedad, habiendo admirado mucho a Pizarnik, además. Luego, la propia escritura, lo que pujaba por ser dicho, fue pidiendo otras formas. Así descubrí que la ambigüedad, la suspensión de sentido, el misterio, no sólo podían suceder por medio de la omisión, sino que muchas veces bastaba con nombrar directamente, porque lo real en sí mismo ya es polisémico y misterioso. De todas manera, el intento fue siempre no perder tensión al ampliar.

No creo que lo poético pueda ni deba seguir un programa, una agenda de ningún tipo. Es el terreno de la libertad, no porque puedo hacer lo que quiero, sino porque me entrego para que lo poético se manifieste, para que diga lo que está sucediendo allí por debajo, eso de lo que yo sé muy poco a nivel consciente antes de que se manifieste en papel, y que va con el trabajo de escucha encontrando su forma.



LM: Otra evolución que puedo notar en tu poesía es que has pasado de un libro a otro del predominio de las segundas personas gramaticales, singulares y plurales, y de los infinitivos, a un libro como Primeros fríos, escrito casi en su totalidad en primera persona y con una impronta claramente autobiográfica. ¿Por qué el cambio? ¿Hubo un deslizamiento en, digamos, la necesidad de decir, que pasó de lo universal a lo personal? ¿Fue el hecho de estar viviendo en otro país, en otro continente, lo que te hizo voltear los ojos a tu infancia?



MR: Sin duda hubo un momento en que fue necesario voltear la mirada hacia la infancia, hacia esas escenas primarias que nos configuran, y que después necesitamos desgranar, alquimizar diría, para encontrar nuestro lugar como adultos, habiendo trasmutado con una vuelta de tuerca más nuestra experiencia como niños. Eso ocurrió en mi caso cuando aún vivía en Argentina, en Buenos Aires, entonces sí a cierta distancia, aunque no tanta, de mi escenario primero y fundamental: Neuquén, la Patagonia. La escritura poética asiste en esos momentos vitales de revisión arqueológica convirtiéndose en un maravillosa piqueta, sin la cual quizás no se llegaría a ciertas profundidades. A su vez, la poesía se nutre de la encarnadura que proporciona escribir desde la experiencia vivida en primera persona. De todas maneras, no toda escritura que pone el foco sobre la vivencia personal se convierte en poema. Para mí representó un riesgo y un desafío escribir Primeros Fríos, porque debía ir lo suficientemente hondo en lo personal hasta lograr que se universalizara. Es decir, lo particular de mi experiencia debía trasmitir, o dejar pasar más bien, lo universal de la vivencia. Esto es más riesgoso si no se está al amparo de las segundas personas, y los infinitivos que vos mencionas. Pero la poesía pide siempre tomar riesgos… Si sale bien, lo más íntimo excede lo personal, y propicia la comunión con otros, con los lectores. Pienso en poetas “confesionales” que admiro, como Sharon Olds; pero hay que estar muy alerta y tamizar mucho, porque no toda “confesión” se vuelve poema, hay muchas chances de perderse en lo anecdótico.



LM: Primeros fríos me parece un excelente libro. Más allá del trabajo textual, o precisamente gracias al trabajo textual, se genera una atmósfera de nostalgia muy ambigua, que está entre la emoción del momento de la vivencia y la tristeza porque la vivencia quedó en el pasado. Los poemas funcionan como fotos, pero fotos en plena acción y con el lente muy abierto, lo que permite no sólo captar a la persona en el centro del cuadro sino a todo lo que lo enmarca. Tiene mucho que ver con ese juego entre lo personal y lo individual que mencionás. ¿Esa es la sensación que pretendés que cause la lectura del libro? ¿Pensás en la recepción del lector cuando escribís o publicás una selección de poemas?



MR: Muchas gracias por tu apreciación, Cristian. No lo había pensado en esos términos, y me parece justa la forma en que describís el procedimiento: las fotos en acción y con el lente bien abierto. No hubo intencionalidad a priori. Las imágenes llegaron de esa manera. Los primeros poemas se fueron juntando, y después, cuando mostraron por donde venían, entonces sí hubo una apuesta a seguir por ahí.

La verdad es que no pienso en el lector en el momento de escritura, al menos no conscientemente. En el momento de corrección me deslizo a la posición del lector todo lo que puedo, para tratar de ver qué funciona en el poema y qué no. Generalmente, dejo a los textos descansar un tiempo, y luego vuelvo a ellos para tratar de leer lo más inocentemente posible, lo más desapegadamente posible, y a partir de lo que me pasa en esa lectura seguir corrigiendo. En el momento del armado de un libro y en la instancia de publicación es cuando pienso en el lector. Allí me pregunto qué está expresando toda la obra, qué podrá leerse en ella, y eso define muchas veces la configuración del libro, el orden de los poemas, por ejemplo. Ciertamente eso ocurrió en Primeros Fríos que en su conjunto parece narrar una historia.



LM: Primeros fríos fue publicado por Espacio Hudson, una editorial de Lago Puelo que hace pocas semanas ha sufrido una gran pérdida a causa de los incendios en la cordillera. ¿Tu idea es seguir publicando en editoriales de la Patagonia? Y teniendo en cuenta que has vivido y vivís en este momento en lugares lejanos, ¿hay alguna particularidad del circuito literario patagónico que puedas o quieras señalar?



MR: Sí, tuve la alegría de publicar Primeros Fríos con Espacio Hudson, la editorial que dirige el querido poeta Cristian Aliaga, a quien conozco desde hace años y quien siempre está gestando movidas interesantes desde la Patagonia. Antes había publicado Crónica de un Salto con Ediciones del Dock, y Vestal y Un abrigo errante con La cebolla de vidro ediciones, que dirige el poeta Gerardo Burton. Me parece invalorable la labor que realizan las editoriales patagónicas difundiendo lo que escribimos quienes hemos sido atravesados por este territorio, no solo porque ponen nuestras obras a circular en otras regiones (por ejemplo a través de La Coop, la distribuidora y librería con sede en Buenos Aires), sino porque fomentan también el intercambio y la visibilidad desde los distintos puntos de la Patagonia, contribuyendo al tejido de una red. Es terrible que Espacio Hudson haya sido arrasada por el fuego, ojalá podamos dar todos una mano comprando libros de su catálogo para que este emprendimiento pueda, literalmente, resurgir de las cenizas, y que tengamos la posibilidad de seguir editando con sellos así.

En cuanto al circuito literario patagónico, celebro la libertad que se respira y la camaradería.

Tengo la impresión que aquí estamos menos condicionados por cánones y modas que en otros lugares más “centrales”. Hay algo rebelde que no se ciñe a dictámenes y jerarquías, y que permite mayor soltura y una gran diversidad de registros. Creo que esto ocurre en parte porque quienes tienen una trayectoria importante deciden no subirse a un pedestal sino que, por el contrario, fomentan la horizontalidad, se interesan por lo que están haciendo los más jóvenes, y abren el juego a los que venimos detrás.


Lamas Médula 27-Matías Castro Sahilices

MATÍAS CASTRO SAHILICES, EL TARANTINO DE LAS CUMBRES

Feb 23, 2021 | Tapa

Por Cristian Carrasco.



Matías Castro Sahilices es un actor muy activo en la vida editorial de la zona cordillerana de Neuquén. Ha publicado el fanzine de humor literario Ars Combustia, algunos libros con la editorial Muscaria, ha realizado cuelga de literatura de cordel (“como en el siglo de Oro”, dice él) y últimamente se dedica a rescatar géneros desatendidos o abandonados en nuestras pampas, como el pulp y la literatura de cowboys.



LM: ¿Cómo fue tu primer acercamiento al mundo editorial y cuál es tu filosofía acerca de la edición, ya se trate de libros, revistas, fanzines u hojas sueltas?



El primer acercamiento que tuve al mundo editorial fue cuando me ofrecieron continuar con una revistita que se editaba en el colegio secundario al que asistía. Se llamaba “Panfleto Mallinista” y era la publicación de un grupo juvenil salesiano. Ahí tuve el primer quilombo, porque hacía poco habían matado a José Luis Cabezas y decidí publicar el conocido afiche en la primera página. A los dirigentes del grupo les pareció desacertado y ese número fue mi debut y despedida. La maquetación y el diseño se hacían con Word, y fue ahí que aprendí a putear en arameo. Sin embargo, toda esa experiencia me sirvió al momento de elegir ese mismo programa para darle forma a Ars Combustia, sólo que esta vez por motivos político/estéticos, ya que quisimos mantener el aire del fanzine casero.

Con respecto a la filosofía editorial, creo que, como en el resto de las cosas que emprendo, la honestidad es lo más importante. No sólo en cuanto a la propuesta, sino en cuanto al trabajo puesto sobre la publicación y, sobre todo, al laburo con la obra a editar. Me paro en ese lugar para decidir qué proyectos editoriales emprender y trato de ser honesto con lo que a mí me gustaría encontrar en una librería. De ahí la particularidad de las propuestas que encaro, como la idea de recuperar antiguos pliegos de cordel o, en este caso, lanzar una revista del género western. Si bien a simple vista podría tratarse de proyectos que comercialmente están destinados al fracaso —cosa que me importa un carajo—, entiendo que no queda más que encarar la cuestión como si tuviera el catálogo y la espalda de una editorial conocida.



LM: Como todo, en este mundo binario, la honestidad a la hora de editar tiene su contrapartida, el lado oscuro de la fuerza. ¿Cómo definirías esa actitud y por qué decidís evitarla? ¿A qué resultados lleva editar de forma “deshonesta”?



La contrapartida del editor honesto es el que se dedica a publicar a cualquier persona dispuesta a pagar la publicación de su libro. A estos editores, en los países anglosajones, les llaman “vanity Publisher”, esto es —en una traducción horrible—, algo así como “editores de la vanidad”. Creo que todos conocemos alguna casa editorial dedicada a este tipo de cuestiones. Y guarda, que si hicieran bien su laburo, yo no estaría en contra de pagarle a alguien para que revise, corrija y me guíe a través del proceso de edición, para luego, si realmente cree en que mi obra vale la pena, se dedique a editarla decorosamente —cosa que rara vez pasa con este tipo de editoriales—, publicitarla y distribuirla como los dioses mandan. El problema acá radica en que estas propuestas no siguen ningún tipo de criterio, porque se edita todo lo que llega. Si garpas, tenés tu libro, más allá de la calidad o de la posibilidad de mejora. Incluso hay casos de editores que hablan mal de los libros que publican. Otros, que no leen las obras. Y, por último, los que publican con errores y en ediciones que parecen pegadas con boligoma sobre papel higiénico. Parece un chiste, pero está sucediendo en este mismo momento y considero que es una falta de respeto para la persona que les está pagando. A esa gente le daba igual ponerse una editorial en vez de una rotisería y, por alguna razón cifrada en el vacío insondable del cosmos, terminaron publicando libros. Esa es la gente que edita de forma deshonesta.



LM: Hasta ahora he conocido trabajos tuyos en grupo, intentando crear equipos de laburo, pero Salvaje Sur, tu revista de westerns, es algo que llevaste adelante solo. ¿Qué diferencia, qué pros y contras hay en cada forma de encarar una publicación?



Me encanta laburar en equipo, pero la verdad es que hacía tiempo que la idea de encarar un proyecto en solitario me orbitaba la cabeza. Si bien la variedad de ideas y expectativas enriquece toda empresa colectiva, también reconozco que soy muy exigente a la hora de discutir las propuestas, lo que más de una vez me deja con un sabor amargo. Así que cuando decidí encarar Salvaje Sur, preferí hacerlo solo, haciéndome cargo de la edición, la maquetación y el diseño de toda la revista. Tenía muy claro lo que esperaba en el producto final y, esta vez, no estaba con ganas de “negociar” con nadie. Sin embargo, hay que aclarar que muchas manos me acompañaron durante el proceso de edición, porque hubo amigos que me enviaron sus textos, que me dieron buenos consejos, que bajaron su presupuesto para ilustrar la tapa o que corrigieron certeramente la totalidad de la publicación.



LM: ¿De dónde viene ese amor por los géneros en desuso y la forma en que encarás su rescate? Porque yo no noto que se trate de una mirada irónica, sino de un rescate sincero, de sacarle brillo a los detalles más característicos y hacerlos brillar, con respeto y admiración, sin vueltas de tuerca raras, que es la aproximación más común en estos tiempos posmodernos y deconstructivistas.



Creo que la respuesta más sincera que puedo darte es que ese rescate de géneros obedece, sin lugar a dudas, a una cuestión nostálgica. En el caso de Salvaje Sur, la idea fue recuperar las revistas sobre el far west o western que se publicaron desde fines de siglo XIX hasta fines de los años 60. Me refiero a las revistas que editaban cuentos y nouvelles, y que venían acompañadas de unas pocas ilustraciones, un formato que terminó replicándose en todas las publicaciones pulp. Hago esta aclaración para tomar distancia de los cómics del género que se publicaron en el país, como podría ser el caso de la revista Tabú o de tantas otras. De alguna manera, en nuestro país, el cómic terminó fagocitando este género y es muy difícil encontrar publicaciones con “más presencia literaria” que gráfica, por decirlo de alguna manera. En mi caso, la chispa la encendió un libro de la colección Robin Hood que tenía mi vieja, “Buffalo Bill”, con la ilustración de tapa de Pablo Pereyra. Esa misma obra fue originalmente publicada por entregas en la revista New York Weekly en 1869 y su editor fue Ned Buntline, un periodista que acompañó a Buffalo Bill en sus correrías mientras tomaba nota (en la inmensa Unforgiven, Clint Eastwood se inspira en este famoso editor para el personaje del cronista). La cosa es que entre ese libro de Buffalo Bill, las pelis de “convoy” que veía de pibe por influencia de mi viejo, los cuentos de Ambrose Bierce y algunos programas de la tele, me convertí en un amante del género. Finalmente, hace algún tiempo, algunas bibliotecas norteamericanas empezaron a digitalizar todas las revistas pulp dedicadas al género que tenían en la hemeroteca, y ahí fue que pude leer y chequear cómo habían sido publicadas originalmente, porque hasta el momento, sólo había tenido en mis manos los libritos del género que editaba Ediciones B, Zinco, Astri y Bruguera, entre otras, que si bien mantenían cierta estética en la portada, dejaban mucho que desear en el diseño editorial interior.

Por eso, en Salvaje Sur, no sólo se imita la cubierta, las tipografías, las voces de los autores (en algunos casos, incluso las voces de las traducciones que nos llegaban) y los dibujos que ilustran las portadas de los textos, sino que también se cuidó de mantener la estética de las publicidades que ocupaban la totalidad de la hoja. Como bien decís, esta revista intenta sacarle brillo a los detalles con respeto, admiración y, agregaría yo, mucha nostalgia.



LM: ¿Cuáles son los pros y los contras de buscar autores, publicar y distribuir en la Patagonia? ¿Ves alguna característica que unifique a la literatura de la zona, en sus temas y formas de encarar el texto? ¿Y en la forma de acercarse a estos géneros “extraños” que vos les proponés?



Tengo la suerte de contar entre mis amigos a los mejores autores de la región, gente honesta que aprecia el laburo editorial “a pulmón”, así que no me costó mucho convencer a quiénes podían inaugurar el primer número de Salvaje Sur. Si bien los relatos son escritos con seudónimos, en el índice se revela la identidad de los autores. Y aquí hay un doble guiño, porque mientras que muchos otros creen que están por encima de sus obras y se desviven para que sus nombres habiten toda antología que se digita desde los espacios estatales, hay autores que acordaron esconder sus gracias para mantener el verosímil de mi propuesta, eligiendo seudónimos anglosajones. Estoy orgulloso de los autores de Salvaje Sur, porque si bien algunos son célebres aquí y más allá de la zanja de Alsina, otros son desconocidos para la gente porque tienen perfil bajo. Y en esta región convertida en un festival de máscaras, a mí me re va la gente de perfil bajo.

Con respecto a la publicación y a la distribución, la verdad es que es un infierno. Se pudo pergeñar esta revista porque yo me ocupé del diseño, la maquetación y la puesta a punto. Si además de pagar la impresión y la ilustración de tapa (Diego Fiorucci me cobró un costo simbólico, porque de otra manera no hubiera podido contar con su presencia), hubiera tenido que garpar el diseño, la maquetación, la corrección y a los autores, estaríamos hablando de un costo imposible para un emprendimiento independiente. Por suerte, los autores se coparon y no sólo me cedieron sus textos, sino que se están encargando de la distribución y la promoción en sus respectivas zonas. Si quisiera hacer todo esto de la manera “correcta”, es decir, funcionando como una editorial tradicional, simplemente no podría costearlo.

Y en cuanto a esto de la unidad en la literatura que se produce en la región, pienso que se trata de una discusión sin demasiado sentido. Además, ¿Qué sería un autor regional? ¿Uno que nació en Neuquén? ¿Uno que nació en Mar del Plata, pero escribe en su casa de Bariloche desde hace veinte años? ¿O el uruguayo que vive en Nantucket y escribe una novela cuya acción ocurre en Santa Cruz? Como dice Patricio Pron sobre si existe o no “la literatura rosarina”: hay ejemplos que conforman la regla y otros que la desmienten. También se puede adherir al criterio de las librerías a la hora de acomodar los anaqueles: es regional lo que se publica en la región. La verdad es que no pensé en ningún momento en estas cuestiones cuando pedí las colaboraciones. Los y las autoras que habitan las páginas de la revista, son de lugares distintos, tienen lecturas diferentes y encaran los textos de maneras únicas. No hay nada en común entre ellos más que la afinidad con el editor y el gusto por probarse en este género. Sin embargo, les pedí que trataran de situar algunos textos de Salvaje Sur en estas geografías, ya que creo que se pueden trazar varías conexiones entre el lejano oeste y la el lejano sur, no sólo por las inmensidad y la similitud del territorio, sino por las historias que se cuentan y los personajes que habitaron estas regiones (como en el caso de la comunidad de bandoleros norteamericanos que se afincaron en la comarca andina, por ejemplo). Y eso no queda circunscripto sólo a la Patagonia, sino al resto del país, como bien cuentan las aventuras de Butch y Sundance en Rosario, San Luis y el norte, o la de nuestros famosos bandoleros como Hormiga Negra, Manuel Figueras, Santos Guayama y tantos otros. Ya se están acumulando textos para un nuevo número así que por ahí hacemos un “gauchos & cowboys”.


Lamas Médula 26-Planetary

PLANETARY – ES UN MUNDO EXTRAÑO

Ene 24, 2021 | En-sayos, Opinión

Por Cristian Carrasco.



Hay una manía en el mundo de la historieta, cuando se trata de escribir personajes de compañías con mucho rodaje a lo largo de los años: todos los guionistas mediocres parecen querer recontar el origen de los personajes, poniendo sus propias ideas en él, generando incoherencias de continuidad y pasados alternos.



Algunos de los guionistas sobresalientes también lo hacen, con la diferencia de que ellos les sale bien y su nuevo origen pasa a formar parte del canon… no porque las compañías lo digan, sino porque su versión de los hechos es tan impactante, potente y duradera, que queda grabada en la memoria de los lectores como el único origen válido. Es lo que pasó, por ejemplo, con Alan Moore en La cosa del pantano o Frank Miller en Batman: para quien los haya leído, los suyos son los únicos orígenes válidos de los personajes, y cualquiera que se haya escrito antes y después son un intento fallido o una copia barata.

Pero hay otra forma de hacer las cosas, que es tomar lo que se ha imaginado a lo largo de los años, hacerse cargo de todo eso, y crear historias interesantes, innovadoras y sorprendentes desde ese punto de partida, sin traicionar en nada a la historia anterior.

Si eso es complicado, imaginen entonces lo complicado que será hacerse cargo ya no sólo de la historia de un personaje sino de toda la historia de la industria cultural y del entretenimiento de oriente y occidente, y usarla como la columna vertebral de una historieta que mezcla héroes pulp, seres superpoderosos, aliens, espías, realidades paralelas o superpuestas, todo eso organizado temporalmente a partir de los años de auge de las distintas corrientes ficcionales de la literatura popular, el cine y la historieta. Y además, hacer que la historia que se cuenta sea tan divertida y emocionante como lo es Planetary. Solamente un genio como Warren Ellis podía hacerlo bien.

Haciéndose cargo de los dibujos está John Cassaday, quien comienza la serie bastante arriba en cuanto a calidad, pero va mejorando número a número hasta convertirse en un referente, una estrella y un artista multipremiado. A diferencia de Warren Ellis, cuya producción siempre fue constante, a veces incluso hasta excesiva, Cassaday es un artista con pocas obras en su haber, famoso por su lentitud. Pero el tiempo de espera siempre vale la pena.

La primera genialidad de Planetary es determinar que los personajes sean arqueólogos y rescatadores de los objetos e historias extrañas que puedan encontrarse a lo largo del planeta. No son personas que arreglen todo a los golpes o a los tiros, aunque pueden luchar, sino que su interés principal está en conservar las maravillas del mundo. De ahí viene la frase que se repite casi en cada número: “Es un mundo extraño. Mantengámoslo así”. Y esas maravillas los ponen en contacto con todo tipo de arquetipos culturales fácilmente reconocibles para los que tengan unos años, unas lecturas y unas películas encima.

En el primer número, por ejemplo, aparece un grupo de héroes pulp, que operaba en la década de los 40 (época del auge de la literatura pulp, precisamente), formado por émulos de Doc Savage, La Sombra, Fu Manchú, Tarzán, etc. En el número siete, en Inglaterra, vemos a personajes oscuros, mágicos y góticos, que pasan de a poco a la clandestinidad mientras los comics de Vértigo van perdiendo popularidad, hasta finalmente desaparecer… o hacernos creer eso. En el número ocho, en una base en medio del desierto norteamericano, se muestran experimentos que crearon insectos y personas de decenas de metros de altura en los años 50, cuando en el desierto de Hollywood se filmaban todo tipo de películas sobre amenazas gigantes mutadas por la radiación de las pruebas nucleares. Y así durante veintisiete maravillosos números.

Pero lo que la serie nos muestra en realidad, es un mundo dominado por los superhéroes, una alegoría de la industria del comic, casi totalmente dominada por el género superheroico en detrimento de todos los demás, cosa con la que Ellis está completamente en desacuerdo, como lo ha declarado en múltiples entrevistas. Pero, específicamente, se trata de un universo dominado por un grupo de superhéroes de Marvel, lo en cierta forma resultó ser profético, no sólo en el caso del comic, sino también del cine y el resto de la cultura en el futuro, en el que sería nuestro presente.

Dentro del arco total, cada episodio cuenta una historia completa y autocontenida, cosa que al parecer sólo los viejos guionistas de la invasión inglesa de finales de los 80 y principio de los 90 saben como hacer todavía: contar una historia en tres actos, con un significado claro, caracterización de personajes y grandes diálogos en una sola revista de 24 páginas. Es un arte casi desaparecido, como hacer ventanas de vitraux para decorar catedrales.

Y, sí, de todo esto se desprende que Planetary, como muchas otras obras maestras, es, en cierto sentido, una obra para iniciados. No es imposible leerla y disfrutarla sin saber nada de comics, películas y literatura, ya que en su esqueleto más básico es una historia de misterios que se van revelando uno detrás del otro hasta el final. Pero la cantidad de guiños, homenajes, reversiones de conceptos, subversión de clichés y arquetipos que son llevados a su extremo final posible, un centímetro antes de llegar a la reducción al absurdo, me hace cuestionarme si una lectura naive realmente le hace justicia a lo que los autores quisieron hacer con la serie. Sería como ver Los imperdonables sin haber visto nunca antes otro western, o mirar Bastardos sin gloria sin saber cómo terminó realmente la segunda guerra mundial. O como leer El Quijote sin saben nada del género de caballería que parodia.

Planetary es una obra definitoria de los 90 y principios del 2000. Se la puede conseguir en varios formatos, desde las revistas individuales hasta el ómnibus conteniendo toda la serie en un solo tomo, en ediciones yankis, mexicanas y españolas… argentina no, por el momento. Esperemos que alguien solucione pronto eso.


Lamas Médula 25-Religión y literatura

LAS RELIGIONES DEL LIBRO Y LA RELIGION DE LOS LIBROS

Oct 2, 2020 | Cultura, De-bates, Tapa

Por Cristian Carrasco.



El origen psicológico de la religión se justifica en la necesidad de explicación, justicia y equilibrio en un mundo que, como es obvio para la mayoría, no lo tiene. Así, se inventan dioses primigenios que expliquen el inicio de la existencia, y cielos e infiernos finales para quienes merecen premios y castigos que no recibieron en vida. La religión tranquiliza mientras la literatura inquieta, genera preguntas y hace patente el vacío de respuestas. Por eso quienes leen literatura, al no pretender encontrar verdades, pueden encontrar sabiduría.



1.-Los libros religiosos son libros que contienen sabiduría (como todo libro que tenga al menos una línea rescatable) pero no contienen bajo ningún punto de vista la verdad. Sí, se me dirá, son libros que contienen verdades en el sentido nietzscheano o foucaultiano, verdades en plural, lo que ya es lo suficientemente significativo y revelador: los hechos son unívocos y las verdades, construidas desde una cosmovisión y desde las posibilidades de decodificación que el tiempo histórico, lugar geográfico, nivel cultural y aspiraciones sociales permitan y, a veces, incluso, obliguen, son múltiples.

Pero aún concediendo que exista una sola verdad indiscutible, esa verdad nunca podría ser hallada en las páginas de ningún libro. Mucho menos de un libro escrito en conjunto, a lo largo de varios siglos, por personas que, incluso de haber tenido existencia real en nuestro plano físico, no se conocieron entre ellas y ni siquiera tuvieron un plan común de escritura, ni siquiera querían decir lo mismo sobre las mismas cosas. Menos aún si esa compilación caprichosa fue después reescrita por una jerarquía eclesiástica, traducida por los menos tres veces de idiomas desaparecidos siglos atrás, hasta lograr un texto más o menos homogeneizado del cual surgieron las versiones modernas que utilizan las iglesias de cada nación del mundo occidental y cristiano.



2.-Mientras de un lado tenemos ese libro, con una autoridad tan aplastante como incomprobable, del otro lado tenemos los libros escritos por simples personas, que, si bien comenzaron su devenir como el relato de las hazañas de reyes, dioses y reyes-dioses, con el tiempo fueron decantando en temas meramente humanos.

Walter Benjamin señala que la palabra cultura proviene de la palabra culto, y que todas las artes y costumbres definitorias de la identidad de un pueblo tuvieron en su origen una función ritual, religiosa. De allí el culto se dividió en religión y dogma por un lado, y en cultura y arte por el otro, y a pesar de que ambos extremos tienen sus intersecciones, han continuado como dos ramas separadas, siendo la religión el reino de la verdad y las respuestas mientras el arte, en especial la literatura, es el reino de las preguntas y los significados (por eso los libros de autoayuda no son literatura, porque ofrecen respuestas, algo que pertenece al dominio de la religión).



3.-Se puede argüir que los libros de filosofía, política, economía, generan dogmas al igual que los libros de religión, pero estoy convencido de que eso sucede sólo en el caso de las personas que no los leen y sólo rescatan comentarios fragmentarios que viajan en el sentido común, repetidos hasta perder su significado original. Como revela la anécdota de Einstein y su explicación de la relatividad en un encuentro callejero casual, toda teoría que se entienda en una frase ya se simplificó tanto que dejó de ser esa teoría.

Partimos de la premisa de que nadie tiene la verdad y de que todos los seres humanos somos falibles: aún para los más geniales y preclaros es imposible tener razón todo el tiempo, toda la vida, o tan siquiera durante todo un libro. Entonces, si leemos a los autores que crean dogmas en quienes sólo los conocen de oídas, podemos ver sus errores y excesos, identificar cuándo se equivocan y cuándo se sobrepasan y, por lo tanto, respetarlos y admirarlos sin idolatrarlos y sin tomar sus palabras como una verdad absoluta, religiosa, dogmática.

En este sentido, hay una serie de ciencia ficción llamada Andrómeda, cuya reflexión sobre la lectura acrítica de las obras filosóficas descontextualizadas me parece muy ingeniosa: según la serie, después de un colpaso de la cultura interplanetaria se redescubren las obras de Nietzsche y se las toma como un dogma de fe, creando la religión y la cultura nietzscheana: los libros de Nietzsche son la palabra de dios y la moral de toda su civilización es la del superhombre.



4.-Hace cerca de un año vi por primera vez un meme en internet, un diagrama de Venn con la leyenda “Usted está aquí” en la intersección entre 1984, La naranja mecánica, Un mundo feliz y Farenheit 451. El sentido de la imagen era obvio pero, como sólo había leído La naranja mecánica hasta ese momento, me dediqué a conseguir y leer los demás libros. Y, sí, efectivamente, estamos ahí.

Más allá de reflexiones acerca de la uniformación del pensamiento, la tecnocratización de los gobiernos, la ausencia de privacidad, la ubicuidad de los medios de desinformación, el consumismo extremo, la destrucción del medioambiente, la entrega de libertades individuales a cambio de una ilusión de seguridad y todos los demás aciertos de sus respectivas tramas, lo importante es resaltar que esas obras literarias de alguna forma predijeron el futuro, dijeron “la verdad”. Por supuesto, desde el punto de vista de los hechos (por eso las narraciones de ciencia ficción se han llamado también ficción especulativa o relatos de anticipación científica), como por ejemplo los autos que transitan a 150 kilómetros por hora y televisores que ocupan paredes enteras de las casas, para impedir que las personas se detengan o tengan el silencio y la sensación de soledad necesarias para pensar, los entretenimientos impensables sin la intervención de una máquina, los experimentos mentales en la sociedad por parte de los estados. Pero, más importante y decisivo, desde el punto de vista del significado: aunque algunos hechos reales contemporáneos no coincidan un 100% con la realidad representada en los libros, sí coinciden los sentidos que se desprenden de su mensaje social, filosófico, sociológico y, en definitiva, humano.



5.-En Farenheit 451, Un mundo feliz y 1984 no existen la literatura, la historia ni la filosofía. La religión tampoco, porque el dogma se ha desplazado a la ingeniería social.



El problema, entonces, se puede pesar, no es la religión sino el dogma. Pero es una distinción tramposa, porque de la forma en que la religión existe en nuestro mundo, es indisociable del dogma. La religión sin dogma es simplemente espiritualidad (y el adverbio no está utilizado en su sentido peyorativo, para nada).

En el fondo, los dogmas no son más que mecanismos de control, y se utiliza en cada momento histórico y cada sociedad el dogma que mejor se adapte a la forma de dominio imperante. La religión es uno de los que determinan el funcionamiento de nuestra sociedad actual, pero eso podría cambiar si las condiciones cambian.

Como contrapartida, si en un momento dado la religión se alejara del dogma, tal vez podría volver a sus fuentes, a sus raíces, y ser pura espiritualidad, pero mientras su razón principal para existir sea el dominio de las subjetividades, religión y espiritualidad seguirán estando tan alejadas y desconectadas como legalidad y justicia.



6.-La relación entre las personas religiosas y la literatura es muy simple de comprender: las personas religiosas no leen porque no creen tener ninguna necesidad de leer: ¿para qué buscar preguntas y significados plurales en un libro cualquiera si ya tienen, y muchas veces saben de memoria, el libro que tiene las respuestas y la verdad unívoca y eterna?

La Docta ignorancia propiciada por la iglesia católica en sus primeros siglos sostenía que era un pecado saber cualquier cosa que dios no quisiera que sepamos, y todo lo que dios quiere que sepamos está escrito en la biblia, por lo que la biblia era el único libro que se debía conocer. De ahí nace la escolástica: el arte retórico de darle dosmil vueltas al mismo tema pretendiendo que repetir una misma cosa hasta la náusea equivale a generar nuevo conocimiento. De ahí viene también el gran logro de los Padres de la Iglesia: negar mediante falacias lógicas las evidentes incongruencias de las ideas opuestas de dios expresadas en el Viejo y el Nuevo Testamento para erigir sobre esas explicaciones una fe unificada y sin fisuras en su discurso. Así que, si alguna vez te preguntaste por qué un dios omnisciente comete tantos errores, por qué un dios omnipotente falla tantas veces en ayudar a su pueblo elegido o por qué un dios todo bondad hace tantas veces el mal, seguro que los Padres de la Iglesia tienen una respuesta para vos.



7.-Leer es obtener la posibilidad de pensar por sí mismo, buscando respuestas a las preguntas que plantean y las dudas que despiertan los libros. Es lo contrario a obedecer, a morir atado a un potro de tortura aceptando que 2+2=5 porque una fuerza externa nos obliga a traicionarnos a nosotros mismos aceptando un dogma falso pero poderoso.


Lamas Médula 24-Religión y política

RELIGIÓN Y POLÍTICA

Abr 30, 2020 | En-sayos

Por Cristian Carrasco.



El riesgo de las democracias populares, en especial de las democracias populares que le dan voz a las minorías, es que mientras más voces se escuchan y más se amplía el discurso, se hace más evidente que la sociedad es un caos extremadamente difícil de ordenar, que distintos grupos quieren cosas contrapuestas y nunca van a ponerse de acuerdo, y tampoco pretenden negociar ni llegar a soluciones de compromiso donde cada lado ceda algo para alcanzar un acuerdo mutuamente beneficioso pero también mutuamente limitante.

Entonces, prima el caos y la discusión.

Hay personas que se sienten realmente incómodas con el caos y la discusión.

Hay personas que se sienten todavía más incómodas cuando se requiere de ellas que, como personas libres y ciudadanos informados, formen sus propias conclusiones acerca de un tema complejo y sin salidas fáciles, a través de la expresión articulada de un criterio propio que no tienen ni tienen ganas de generar ni sostener. Lo más seguro es que sea así porque íntimamente saben que no tienen la capacidad de generarlo ni la constancia ni la disciplina intelectual para mantenerlo, a través de la búsqueda activa de información no sesgada y de la autoevaluación de sus seguridades, sus ideas precedentes y las modificaciones que todo ser humano vivo que no sea un maldito zombie debe necesariamente realizar a lo largo de su vida, cuando las pruebas le demuestran que estaba equivocado.

Y dado que no tienen un criterio y saben que no van a tenerlo, se dispara un efecto dominó. Esa ausencia de criterio devela un vacío. Para la psique humana no hay nada más inquietante que un vacío, por lo que esa falta de criterio propio y formado a conciencia provoca inquietud. La inquietud sostenida provoca miedo. El miedo obliga a buscar a alguien o algo que llene ese vacío.

En un tiempo pasado, cuando los estados totalitarios y fascistas eran la norma, le decían a las personas qué pensar y cómo comportarse, pero hoy en día los estados democráticos avanzados ya no lo hacen. Al contrario, le dan voz a las personas y les preguntan qué se debería hacer, qué derecho se está vulnerando, qué garantía aún falta darle a los ciudadanos. Entonces, al no ser el estado más una guía de comportamiento cerrada y direccional, el rebaño asustado retrocede de la política diciendo que ya no sirve y da un paso atrás hacia lo más retrógrado que puedan encontrar, a lo que dio una pauta de comportamiento lineal e indiscutible mucho antes que los estados nacionales o cualquier otra forma de gobierno. Y así llegan a la religión.

Detrás de la religión está y siempre va a estar el miedo: el miedo a la oscuridad, el miedo a los relámpagos, los truenos o cualquier otro fenómeno natural, el miedo a las enfermedades, el miedo a los animales, el miedo a otros pueblos, por supuesto, el miedo a la muerte y lo que sea que haya o no haya del otro lado.

La religión es el estado mental en el que la gente desesperada se refugia, cual si fuera un lugar físico, un lugar seguro, un santuario, cuando ya no queda otra opción: cuando piensan que van a morir o que nunca más volverán a ver a un ser querido o que van a perderlo todo. Entonces la gente reza y promete y asegura creer, porque ante el vacío de seguridades se aferran a cualquier cosa que aleje ese vacío. La fe es el último recurso contra el vacío. Y la religión es la utilización organizada de esa fe.

Mientras la relación moderna entre religión y política se reducía sólo a la moralina subyacente (la idea del bien común, la exigencia de que los presidentes estuvieran casados por la iglesia y tuviesen una familia constituida, etc.), no representaba una amenaza real a la sociedad. Pero una iglesia que abandona la producción de normas y pasa a la acción, es algo que ya se ha experimentado en la historia humana: en las cruzadas, la inquisición, el genocidio de los pueblos originarios en América.

El catolicismo era la base invisible de todo lo demás. Las iglesias evangélicas (luteranas o calvinistas) eran variantes del catolicismo, y el ateísmo era el no-catolicismo: el centro estaba claro y era inamovible. Hoy, al igual que son reconocidas otras realidades y opciones, sabemos que hay distintas fes, distintas cosmovisiones y símbolos que las representan: la wipala no es la no-cruz, es el símbolo de un sistema de creencias descentrado del dios católico, que no lo niega sino que se creó sin tenerlo en cuenta, que no responde a un movimiento en contra sino a un movimiento independiente de signo positivo.

Se considera que odiar al prójimo por motivos políticos o sociales es moralmente reprobable, pero la religión pasa por encima de la moral. Cuando se odia al prójimo por un motivo religioso, el otro es siempre un hereje o un infiel, contra quien es correcto incluso emprender una guerra santa porque no cree en tu dios, le escupe su falta de fe en la cara y con ello no sólo lo insulta y lo denigra, sino que, literalmente, lo reduce a la nada.

Las leyes humanas, que tienden a que la sociedad funcione sobre un contrato, implícito o explícito, de respeto mutuo básico y fundamental, están por debajo de la ley divina universal, infalible y eterna, del dios que lo sabe todo, lo predijo todo y lo normatizó todo literalmente de la mejor forma posible desde siempre y para siempre y en todo contexto imaginable.

El hecho de que ese odio esté adherido y corresponda punto por punto con las características de otra etnia o de otro grupo social, es una mera coincidencia.

El factor religioso es el único al que se le da importancia.

Se lo sobreimprime para disimular la lucha de razas o de clases y así se las disimula y se les da validez, al menos en la cabeza de algunas personas enfermas.

Los fieles de las iglesias que están en situación de inferioridad numérica demográfica en un territorio nacional, y que no tienen relación de identidad con el estado, son los más fanáticos en la forma en la que aplican sus creencias a su propia vida, lo que es algo que se nota claramente en el caso de la anticoncepción: en América del Sur, donde los evangélicos son menos, y viven en países de fe estatal católica, son ellos quienes rechazan cualquier método de control de natalidad y tienen todos los hijos que “dios les envíe”; mientras en América del Norte, siendo los católicos el grupo minoritario en un país de fe protestante, las familias numerosas son las católicas.

Pero en estos momentos, los evangélicos radicalizados están entrando en acción en América Latina, infiltrándose en la política, amasando fortunas, haciendo lobby y formando sus ejércitos paramilitares.

Y eso nos lleva al lugar en el que estamos hoy.

Aceptar de nuevo la primacía de la religión destruye el pacto social porque desde el punto de vista de la religión no todos somos iguales: existen las personas buenas, los creyentes, y las personas malas, los infieles y herejes, que pueden llegar a cambiar de estado y volverse buenos al costo de perder sus señas de identidad más profundas o de pasar el resto de su vida fingiendo.

Pero lo importante es que ambos grupos no tienen los mismos derechos ni pueden aspirar a la misma realización personal. La sociedad se arma alrededor de unos y deja explícitamente adrede a los otros afuera, por diferencias que todos conocen.

La igualdad ante la ley fue una conquista del estado por sobre la religión, se le arrancó a la religión de las manos la posibilidad de decidir quiénes eran dignos y quiénes no.

Kurt Vonegut declaraba, acerca de Estados Unidos ganando la Segunda Guerra Mundial y liberando al mundo del nazismo, que no hay nada peor para un país que creer que se está completamente y de forma absoluta del lado del bien: esa certeza elimina la autocrítica y, con ella, la posibilidad de autocorregirse, de mejorar. ¿Para qué se plantearía mejorar alguien que ya se cree perfecto?

Y no hay nada que convenza de forma más definitiva a una persona (o a un gobierno, ya que estamos hablando de política) de ser perfecto, virtuoso e infalible, que el hecho de sentir que dios está de su lado. Por ello, la unión entre poder estatal y fanatismo religioso es tan peligrosa. Y por ello el fanatismo debe combatirse, entre otras cosas, leyendo obras como las de Vonegut.

Pero de eso hablaremos más en la siguiente nota.


Lamas Médula 23-Milli Vanilli

MILLI VANILLI Y EL AUTOTUNE ANALÓGICO

Nov 22, 2019 | Opinión

Por Cristian Carrasco.



Creo que la anécdota de Milli Vanilli es interesante y significativa, que nos demuestra cómo la cultura de la imagen ha avanzado a la par de nuestras ganas de ser engañados y nuestro deleite en que nos mientan en la cara, pero no sé si criticar o no a la falsa banda por sus acciones, no sé si estoy del lado de la fiscalía o de la defensa, ni siquiera sé si alguien tiene derecho a juzgarlos. Y esa falta de norte hace que al texto le falte unidad, que sea una invitación a completar los espacios en blanco, una especie de “Elige tu propio artículo” escrito en colaboración con el lector.



Transcurría el año 1988 cuando salió al mercado el primer disco de Milli Vanilli, dúo pop conformado por un alemán y un francés que cantaban en perfecto inglés, eran altos, musculosos, bailaban bien (o eso dicen, a pesar de que ninguno de sus videos apoya tal afirmación), tenían pelo largo con rastas o trencitas o algo así, y usaban ropa ajustada, es decir, eran un perfecto producto de marketing cuya imagen estaba destinada a decorar las paredes de las adolescentes y jóvenes a lo largo del mundo.

Y , de hecho, no eran nada más que eso: la cara visible que hacía playback sobre las voces de otros cantantes, a quienes el productor a cargo consideró estéticamente incapaces.

La verdad es que casi no importan los nombres, las fechas, si los figurantes y la discográfica sabían del trato desde el inicio o si el productor engañó al dúo y les prometió que después del primer disco los dejaría grabar con sus propias e inadecuadas voces.

Lo que importa, creo yo, es la reacción que el público y la industria discográfica en general han tenido hacia los ¿cantantes? ¿actores? ¿artistas? involucrados en la maniobra.

Esa actitud de “mentime que me gusta… mientras no se destape la mentira” puede no estar acotada al circuito musical, puede aplicarse a toda la industria del entretenimiento y a cualquier actividad propagandística apuntada a las masas

No entiendo por qué tanto ensañamiento con Milli Vanilli, por qué se los señala como “el mayor fraude musical de la historia”, por qué fueron despojados de sus premios y empujados a autodestruirse como figuras públicas sin que nadie intentara darles una mano, interpretando que se lo merecían por su imperdonable crimen de falsedad, cuando precisamente “farándula”, el término utilizado para describir al conjunto de los artistas con presencia mediática, conocidos por el público mainstream, del género que sean, significa literalmente “grupo de farsantes”.

Probablemente porque hicieron lo que ningún farsante debe hacer para continuar con su oficio: dejar que la farsa se descubra.

Lejos de ser considerados una vergüenza para el pop, todos los involucrados en el proyecto Milli Vanilli deberían ser tomados como precursores. Sí, las voces sobre las que hacían playback no eran suyas, pero las supuestas voces de los “cantantes” populares de hoy en día tampoco son, estrictamente hablando, suyas.

Unos meses atrás (en mayo de 2019), Madonna cantó en la gala de Eurovisión, y hay pruebas grabadas de que desafinó como una principiante… o como una mujer de sesenta años que ha forzado la voz durante toda su vida adulta… o como alguien que canta mal desde hace mucho tiempo sin que lo sepamos porque su voz grabada se mejora electrónicamente y su voz real ni se escucha en vivo, entre los gritos de los fans enardecidos.

Ese mismo día, con horas de diferencia, su equipo de prensa subió a You Tube un video de la misma presentación con la voz perfectamente afinada.

Esto demuestra que hoy en día no importa que una sala llena escuche a un artista desafinar en vivo, lo que realmente importa es que las millones de personas que lo reproduzcan online experimenten la ilusión de estar escuchando a una cantante que cumple con lo mínimo que debe cumplir, que es pegarle a las notas. No se trata de oficio, de la búsqueda de la perfección, de talento, simplemente se trata de números: más es mejor.

En uno de mis tantos biblioratos con ideas anotadas esperando su eventual desarrollo, hay un cuento de ciencia-ficción que relata cómo, luego de que las primeras IAs contagien de conciencia a todos los programas informáticos del planeta, el Vocoder y el Autotune reclaman todos los premios Grammy que les corresponden.

Creo que lo que hizo Milli Vanilli (los figurantes, el productor y los dueños de la voces reales detrás de las canciones) estuvo pobremente planeado, y que fallaron porque la suya fue la estafa inicial, cuyas implicaciones no habían sido testeadas, no había un registro de los posibles errores ni de la forma de corregirlos. Fueron como Homero Simpson comprando el primer auto volador que salió al mercado. Ese fue su principal error.

El segundo error fue hacerlo en serio, como una estrategia de marketing y ventas y no como una broma posmoderna acerca de la muerte del autor y el mundo de la simulación y el simulacro. Si, en lugar de ser descubiertos como vulgares falsificadores de billetes, hubieran sido ellos mismos quienes se desenmascararan para demostrar al público su credulidad, su tendencia a comprar mentiras, mitad engañados y mitad porque les gusta, entonces podrían haber pasado a la historia como genios, como Magritte y sus cuadros de pipas que no son pipas o Duchamp y sus urinales en salas de museos, o podrían haber sido la versión de carne y hueso, y adelantada en el tiempo, de Gorillaz.

Borges sostenía que las herramientas son extensiones del ser humano: la pala es una extensión de la mano, el libro es una extensión de la imaginación. Pero aunque aceptemos eso, las extensiones deberían servir para llegar a lugares donde el ser humano no puede llegar solo, no para hacer cosas que un ser humano con las condiciones y el entrenamiento adecuados debería poder hacer solo, ni para dar la impresión de que un ser humano tiene una capacidad artística de la que en realidad carece.

¿Un escritor debería confiar en el corrector de Windows o debería saber cómo se escriben correctamente las palabras, debería dominar la ortografía, las declinaciones verbales, la diferencia entre un monosílabo acentuado y otro sin acento?

¿Por qué es una estafa publicar libros escritos por un escritor fantasma pero está bien autotunear la voz de cantantes pop?

¿Son realmente dibujantes las personas que simplemente sacan fotos y las pasan por el filtro “dibujo a lápiz” o “historieta” o “stencil” de los programas de manipulación de imágenes más simples de cualquier sistema operativo?

Prefiero, y creo que siempre voy a preferir, los dibujos hechos con lápiz, las pinturas con pincel, la música con instrumentos y las canciones con voces reales. No sé por qué. Tal vez porque ya soy viejo y extraño las formas antiguas de hacer las cosas, tal vez porque le endilgo al arte un componente de honor sustentado en el dominio de una tekné.

Las trampas y los atajos en el arte me provocan indignación y lo hacen mucho menos disfrutable para mí, porque sólo experimento el engaño y no la posible satisfacción estética que podría/debería producir el resultado final.

Pero si me veo obligado a tomar partido, debo decir que me molesta mucho más la voz autotuneada de los cantantes pop y latinos que la escenificación y el lipsinc de Milli Vanilli. Por un lado, porque es más insidiosa, más solapada. Y por otro, porque está normalizada, aceptada: nadie parece considerar una estafa el hecho de que canten con una voz que no es la suya. Además, esa mentira les da éxito, premios, dinero, fama, mientras que a los miembros de Milli Vanilli, por hacer exactamente lo mismo pero de manera analógica, les quitaron incluso el valor y el respeto… incluso esas estatuillas con forma de fonógrafo dorado que nadie en el mundo real valora ni respeta.

¿Cuando se pierde la pureza del arte? ¿Alguna vez existió tal pureza? ¿Es una aspiración, existe en el mundo de las ideas? ¿Es, como todas las metas que vale la pena seguir, un infinito que nunca se alcanza pero al que siempre podemos acercarnos un poco más?

Tal vez el problema sea el mercado. En toda expresión artística hay tres niveles, o tres estadios a recorrer, en la relación entre el autor y el público: expresión, comunicación y venta. En los dos primeros pueden existir la idealización y los estándares inalcanzables de calidad. En el tercero no.

El caso de Milli Vanilli me hace pensar en la democracia capitalista, donde los que mueven los labios y hacen volteretas para las cámaras están ahí sólo para prestar su imagen, mientras los otros, los que realmente llevan la voz cantante, permanecen escondidos entre bastidores y nunca los veremos… a menos que se descubra la mentira.

¿Qué estoy queriendo decir? ¿Que el hecho de que hoy la mentira artística y la simulación del talento real sean la norma debería hacernos mirar con displicencia las mentiras chapuceras del pasado? ¿Que las reglas de la vida social, política, personal, no pueden aplicarse al arte? ¿Que todo arte es una mentira necesaria? ¿Que consumir una obra de arte es pedir que te mientan, en el peor de los casos, para entretenerte, o, en el mejor de los casos, para poder ver una realidad que normalmente no es evidente?


Lamas Médula 22-Cobra Kai

COBRA KAI Y EL REGRESO DE LOS OCHENTA

Sep 8, 2020 | Cultura, Escenarios y Teatro, Tapa

Por Cristian Carrasco.



En comics y en televisión, los 80s son actualmente un territorio fértil. Series de variadas temáticas demuestran de que las historias ambientadas en esa década pueden dar mucho más juego que la simple mención de los íconos de la cultura pop creados en los inicios de la globalización mediática, o la burla hacia la cultura abigarrada nacida de la MTV, cuando la MTV era chévere.



Los 80s volvieron… en forma de series. Y hoy, contrario a lo que cantan los Caballeros de la Quema, la nostalgia sí es negocio. Por eso los ejecutivos de You Tube aprobaron el presupuesto para producir Cobra Kai, serie basada en la historia y los personajes de la saga Karate Kid.

Karate Kid fue una película ochentera bastante genérica en su argumento. La historia del chico que se enamora de la novia del más malo de la ciudad y después lo derrota en algo (bailar break-dance, correr en bicicleta, remontar barriletes, lo que sea) se repite en la filmografía de la época, y no es un argumento que genere grandes preguntas ni reflexiones. Cobra Kai, por otro lado, con su formato de serie, es capaz de darle relevancia al conflicto original de una forma que le hubiera sido imposible a otro largometraje. Una película, aún con sus bifurcaciones y segundos planos, cuenta UNA historia (Magnolia, Amores perros, Babel y algunas más no lo hacen, pero claramente son excepciones). En el formato serial, el protagonismo puede dividirse entre varios personajes. Y en Cobra Kai cada uno de los personajes es, de alguna manera, el doble o la variante de Daniel LaRusso, de Johnny Lawrence o de uno de sus mentores, el sensei Miyagi o el sensei Kreese.

Si bien la serie se apoya de forma determinante en la nostalgia, y no podría existir sin la película que le dio origen y que ya ha cumplido 35 años, tiene una voz propia porque toca con mayor profundidad temas que en las películas originales están apenas perfilados, como la relación padre hijo o, con mayor exactitud, los modelos adultos que se tienen al crecer; el peso social de la violencia; la aplicabilidad de las reglas de un deporte en el mundo real; qué significa realmente ganar y perder fuera de una competencia deportiva; qué significan el honor, la debilidad, la piedad; el valor positivo y negativo de la agresividad, de tomar la iniciativa y actuar con decisión; las oportunidades vitales, la diferencia entre los que no tienen nada y los que nacieron con todo; qué es el merecimiento, si conseguir cosas con las propias manos vale la pena aunque sea a los golpes.

Cobra Kai le debe mucho a las películas de Karate Kid también en el tiempo de aire: los flashbacks con escenas de la trilogía original acaparan un metraje importante. Se rescatan escenas puntuales relevantes para el desarrollo de la trama y la reintroducción de los miembros del elenco original, que regresa al completo. Es decir que, aunque no hayas mirado las películas originales, no hay forma de ignorar el trasfondo y la magnitud de la vieja rivalidad entre los personajes principales: Daniel LaRusso y Johnny Lawrence.

Otro personaje principal es Miguel Díaz, quien repite la historia de Karate Kid: un chico recién llegado a la ciudad, pacífico y un poco irritante, que necesita aprender a defenderse de tipos más grandes y en mejor posición económica que le hacen la vida miserable. La diferencia es que su sensei no va a enseñare a meditar o a utilizar la violencia sólo como forma de defensa, sino a ser duro (badass) y vivir según las tres reglas de Cobra Kai: golpear primero, golpear fuerte, sin piedad.

Por otro lado, Johnny es el padre ausente de un hijo descarriado que, por giros de la trama demasiado convenientes, termina siendo el aprendiz de Daniel La Russo, por lo que los recorridos de los personajes originales quedan invertidos, cruzados: tenemos a un doble de Daniel entrenado por Cobra Kai y a un doble de Johnny entrenado por el Miyagi do.

Tal vez lo más interesante de la serie es que en la historia no hay buenos ni malos, sino gente segura de que su forma de hacer las cosas es la correcta y que comete un error tras otro, es decir, gente normal con defectos normales. Y, claro, como se trata de personas normales en un mundo normal, sus status vitales no son iguales: hay exitosos y fracasados, ganadores y perdedores. Y el movimiento de perspectiva genial que realiza la serie es mostrarnos el presente de los personajes desde el punto de vista de quien la pasa peor y tiene las menores chances de ganar, que en este caso, al contrario de lo que sucede en la trilogía original, es Johnny Lawrence.

Actualmente, Daniel LaRusso tiene lo que parece ser la vida perfecta desde el prisma norteamericano: conformó la típica familia tipo, tiene una mujer hermosa, se codea con la alta sociedad, su dinero proviene de venderle autos de lujo a los ricos californianos. Es una serie yanki, después de todo, y ya sabemos que para ellos culminar exitosamente “la búsqueda de la felicidad” es acabar siendo un broker en Wall Street. Daniel LaRusso es un emprendedor adinerado con empleados a cargo, que viste camisa y corbata todo el tiempo, mientas Johnny Lawrence, con sus remeras de bandas de metal y sus jeans gastados, es alguien con quien podés identificarte de forma mucho más directa.

Estamos acostumbrados a detestar a las personas patéticas que viven de sus viejas victorias, pero los que viven en sus viejas derrotas, atrapados ahí, en un momento del que no pueden escapar (como canta U2), tal vez no alcancen la categoría trágica, pero seguro no son personas con vidas divertidas. Al inicio de la serie vemos a Johnny Lawrence atravesar una existencia solitaria y monótona, perder su trabajo y ser tratado como un sintecho. Cuando chocan su Pontiac Firebird rojo con luces rebatibles, uno de los autos más copados de los 80s y el único vestigio que conserva de los buenos viejos tiempos, ya no le queda nada sin romper y no le queda otra opción que comenzar a reconstruir. Ese primer capítulo construye el protagonismo del personaje y la identificación con él, porque el espectador, de forma natural, se pone del lado del más débil, del que está en desventaja (a no ser que el espectador sea un psicópata, por supuesto).

De muchas maneras, Johnny Lawrence es un hombre fuera de su tiempo. Lo vemos comprar su primera notebook, su primer smarthphone, su primer smart-tv, a sus cuarenta y tantos, lo vemos no entender la publicidad vía internet (su idea de la publicidad es pegar afiches en los árboles, poner a una pordiosera a girar un cartel, hablar con desconocidos en la calle) ni las apps de citas. En cierta forma, al ser una persona acostumbrada al “camino del puño”, el guión lo muestra como un cavernícola. Es alguien políticamente incorrecto, para quien las normas sociales no han cambiado desde los 80s y, por contraste, nos hace ver todo lo que la sociedad ha evolucionado en estos treinta años. Aunque no se note en la traducción, el vocabulario de Johnny también es viejo, pasado de moda, lleno de palabras que tenían onda en los 80s, pero hoy suenan como arcaísmos.

Durante la serie aparecen los viejos amigos de Johnny y se nos muestra que ellos han superado la filosofía de Cobra Kai. Pero él no ha podido hacerlo. ¿Por qué? Creo que se puede responder a esa pregunta con la parábola de la cueva: los recuerdos sólo se reemplazan con nuevos recuerdos, no con el mero paso del tiempo. Si no pasa nada nuevo, el último recuerdo perdura. Se podría decir que desde la patada de la grulla en plena cara, al personaje no le ha pasado nada nuevo porque no le pasado nada lo suficientemente relevante como para opacar el recuerdo de su derrota. Hasta que encuentra una nueva misión en enseñarle a defenderse a los débiles e inadaptados.

La nostalgia por los 80s es la nostalgia por una época más simple: la última década sin interconexión, sin internet, cuando las noticias llegaban con el delay de una carta, de un avión, de un periodista; cuando la intimidad aún existía y se podían ignorar estupideces superficiales que hoy nos invaden el cerebro de manera violenta e inevitable. Esa diferencia cultural, la preeminencia actual de los medios de comunicación y las redes sociales, se refleja en la serie en los personajes adolescentes (que viven con el celular en la mano), en el cyberbulling, la publicidad vía youtube, la palabra “viral”.

Los 80s también fueron la última década con personalidad propia, con múltiples referentes que resuenan en la memoria, a los que el paso de los años no ha desdibujado sino que ha elevado a un status mítico, de culto.

De los 90s, lo único que queda es el grunge y Matrix. De hecho, en uno de los capítulos de la segunda temporada de Cobra Kai hay una fiesta con temática de los 80s, donde desfilan personas disfrazadas como personajes de películas de John Hughes, cantantes pop como Madonna o Michael Jackson, mientras que una fiesta de los 90s sería una sala llena de Neos y Kurts Cobain.

Y desde el 2001 en adelante, la cultura parece haber perdido todo rasgo de individualidad, es el reino de los refritos, las remakes, las segundas partes, las adaptaciones, tiene la personalidad de una galletita sin sal deshaciéndose en una taza de té tibio (remake de una magnífica frase que le robé a Roberto Petinatto).

En la serie, los alumnos de Cobra Kai pasan por el mismo proceso por el que pasaron los a los 80s. Comienzan siendo los bichos raros, de la misma forma en que los 80s eran la década rara, ridícula, colorinche, fluo, con la que nadie quería tener nada que ver, a la que no nombraban salvo para burlarse de ella. Pero si hay algo de lo que estoy seguro es de que las palabras “raro” y “especial” significan exactamente lo mismo y lo único que cambia es el punto de vista de la persona que las pronuncia según si aprecia o no lo que está valorando. Por eso lo raro, con el tiempo, se fue convirtiendo en lo especial, lo colorinche en lo colorido, lo fluo en lo brillante y lo ridículo en lo característico, lo inconfundible. Como los alumnos del dojo Cobra Kai de Johnny Lawrence, los años 80s fueron ganando fuerza hasta convertirse en un referente: la última década en la que lo nuevo, original y sin pudor de parecer raro fue posible.


Lamas Médula 21-Carnaval

POR QUÉ NO PUDE ESCRIBIR UN ARTÍCULO SOBRE EL CARNAVAL

Mar 3, 2019 | De-bates, Opinión

Por Cristian Carrasco.



No estoy acostumbrado a escribir nada (artículos, cuentos, poemas) sobre la base del pedido de un editor. De hecho, no me gusta que me digan acerca de qué tengo que escribir. Esa actitud me acompaña desde hace mucho tiempo y a veces no ayuda.



Recuerdo haber leído, hace varios años, un reportaje a Marcelo Birmajer, uno de los “intelectuales” o “artistas” de Cambiemos, donde declaraba que, a la hora de encarar un nuevo libro, prefería que el editor le indicara de qué tenía que tratarse, porque eso le evitaba la molestia de buscar un tema. Decidí en ese momento que Birmajer es un mercenario y un imbécil y que nunca leería un libro suyo.

Para empeorar mi síndrome de la página en blanco, nunca entendí la idea del carnaval. No me gusta la aglomeración de gente ni soy demasiado fanático de la risa. Crecí pensando que ser inteligente es ser triste (lo opuesto a “ignorance is bliss”, famoso refrán que cita Cypher en Matrix) y yo quería ser inteligente, por lo que me especialicé en producir y proyectar tristeza.

Con esa doble limitación, me dediqué a buscar un tema.

En un principio pensé: “Muy fácil: carnaval, enanos, payasos, el tonto del pueblo es rey, Macri, el tullido del pueblo es rey, Michetti, los tontos son las voz autorizada, Susana Giménez, Marley”. Pero después se me ocurrió documentarme. Y de nuevo pensé: “Muy fácil: Bajtín, carnavalización”.

Pero dentro de las características de la carnavalización hay muy pocas cosas que pueda utilizar en el sentido que quiero darles (la dualidad del mundo, dividido en un mundo común, cotidiano por un lado, y otro extraño y no oficial por el otro; los cultos cómicos ancestrales que convertían a las divinidades en objetos de burla o blasfemia; los sosías paródicos de los héroes consagrados por la tradición)… y desviar a tus fuentes de su sentido original para hacerlas decir lo que vos querés que digan a fin de apoyar tus propias ideas no es lo más intelectualmente honesto que pueda hacerse.

Por ejemplo, Bajtín dice que:

“El carnaval es la segunda vida del pueblo, basada en el principio de la risa. Es su vida festiva […] Para que lo sea hace falta un elemento más, proveniente del mundo del espíritu y de las ideas. Su sanción debe emanar no del mundo de los medios y condiciones indispensables, sino del mundo de los objetivos superiores de la existencia humana, es decir, el mundo de los ideales. Sin esto, no existe clima de fiesta […] La fiesta se convertía en esta circunstancia en la forma que adoptaba la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia”.

Pero Argentina bajo el signo macrista se parece mucho menos al carnaval que a la fiesta oficial, que Bajtín presenta como su opuesto:

“La fiesta oficial, incluso a pesar suyo a veces, tendía a consagrar la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo: jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y morales corrientes. La fiesta era el triunfo de la verdad prefabricada, victoriosa, dominante, que asumía la apariencia de una verdad eterna, inmutable y perentoria”.

La derecha, como ideología político-económica, se asegura de que todo siga tal como está, es decir, de que quienes tienen más continúen teniéndolo a costa de quienes tienen menos, y para eso refuerza el orden establecido a través de la acción de las fuerzas de seguridad… que por algo se llaman fuerzas del orden y no fuerzas de la justicia.

Por eso utilicé las comillas al principio del artículo para escribir “intelectuales” y “artistas”, porque no creo que existan intelectuales ni artistas de derecha. La derecha tiene ideólogos y propagandistas, tiene personas que pergeñan sus movimientos y golpes de efecto vacíos para la gilada, y tiene personas alfabetizadas o con un cierto dominio del pincel o de un instrumento, para que los ayuden a insertar en el espacio simbólico de una sociedad la idea de que el estado de cosas que se presentan aquí y ahora (el famoso e infame status quo) es no sólo deseable sino eterno e inamovible. Fukuyama y su fin de la historia, por ejemplo. En el ámbito nacional actual, debería hablar de Alejandro Rozitchner, pero el tiempo que tardé en escribir su nombre es mucho mayor al tiempo que amerita ser desperdiciado en él.

Un intelectual es, para mí, alguien que cuestiona de dónde venimos y piensa en cómo ir hacia un lugar mejor. Un artista es alguien que cuestiona la realidad ya sea desnudándola, mostrando lo que hay debajo de lo que se percibe a simple vista, el universo cognoscible, el sentido común; o es alguien que imagina futuros que, por lo general, llevan al absurdo tendencias nocivas del presente para vislumbrar las consecuencias de seguir tomando malas decisiones, desde ¿Sueñan las ovejas… de Phillip K. Dick hasta Ministerio de Barreiro y Solano López, desde El Lórax de Dr. Seuss hasta Terminator. Malas decisiones como, por ejemplo, votar a la derecha neoliberal.

¿Esa gente que ha tomado malas decisiones, entiende? ¿Esa gente quiere entender? ¿Vale la pena escribir para ellos, para despertarlos?

En el caso de algunos, sí. En otros, no.

Las personas que votaron al actual gobierno se dividen en tres clases: hijos de puta, imbéciles o ignorantes. Y por ignorantes me refiero a personas carentes de conocimiento, información o perspectiva. Dentro de ese universo total, sólo podemos intentar hacer algo con el último grupo: hablarles, darles nuestro punto de vista, ya sea desde la argumentación o desde la literatura, ya que con sólo con haber leído a lo largo de tu vida dos libros de historia, filosofía o sociología, o dos novelas de ciencia-ficción futurista o cyberpunk que valgan la pena, cualquiera podría entender las consecuencias de votar a un empresario neoliberal de derecha.

Les hablamos y escribimos para ellos porque es probable que entiendan. Y si no entienden, es nuestro error por haberlos ubicado en una categoría equivocada.

Pero, retomando el tema de la nota, lo único que vivimos hoy en día que puede estar extraído directamente del carnaval es el mundo al revés:

“Se caracteriza principalmente por la lógica original de las cosas ‘al revés’ y ‘contradictorias’, de las permutaciones constantes de lo alto y lo bajo (la ‘rueda’) del frente y el revés, y por las diversas formas de parodias, inversiones, degradaciones, profanaciones, coronamientos y derrocamientos bufonescos. La segunda vida, el segundo mundo de la cultura popular se construye en cierto modo como parodia de la vida ordinaria, como un ‘mundo al revés’”.

Crear un reino del revés es también una característica de los gobiernos de derecha, como bien lo atestigua la canción de María Elena Walsh. Las formas carnavalizadas parodian desde afuera, negando su referente y convirtiéndose así en su negativo. En la Edad Media parodiaban el culto religioso, de la misma forma que el gobierno de Cambiemos es una parodia de la democracia y sus dirigentes se vanaglorian de ser externos a la política. El mundo del revés es una creación que necesita un modelo al que denigrar, no es independiente, no tiene mérito propio, por eso mira todo el tiempo al pasado para invertir sus valores.

Pensándolo bien, si la Edad Media fue teocéntrica y el mundo estaba centrado en dios, el carnaval, como su revés, debería ser el mundo del diablo, quien libera al pueblo de las reglas y las prohibiciones divinas; por lo tanto, el diablo es librepensador y, por supuesto, cultor del libre cambio y el libre mercado.

En el fondo, se me dificulta escribir sobre estos temas porque no tengo casi nada en claro. Sé que no soy de derecha, que no estoy a favor del capitalismo y que el neoliberalismo es una tremenda y absoluta porquería. Pero todo el resto es una gran zona gris con algunos límites internos. Podría ser peronista, pero el peronismo se caracteriza por altos niveles de corrupción política y sindical. Podría ser de izquierda, pero la izquierda parece centrarse sólo en pintar consignas de una palabra, seguidas del monosílabo “ya” y signos de exclamación. Podría ser anarquista, pero soy un misántropo convencido y creo que dejar a la humanidad librada a su propio arbitrio es garantía de caos y de la tiranía del más fuerte… no sé bien que diferencia hay respecto a la tiranía del más rico, pero me imagino que debe haber alguna… no sé.

En definitiva, la democracia es la última mentira para validar a nuestros reyezuelos. Macri es un reyezuelo, nunca tuvo al vida de un ser humano normal, es parte del uno por ciento de los que tienen todo. De hecho, ese uno por ciento, más allá de cualquier teoría de conspiración, está relacionada familiarmente: se puede jugar a siete grados de separación entre los ricos, poderosos y políticos de cualquier lugar del mundo, y nos sobran grados. El feudalismo nunca se fue, está más vigente que nunca. Y no creo que los reyes participaran del carnaval ni dejaran que sus caballeros o consejeros lo hicieran. No necesitaban inventarse un mundo mejor porque ya vivían en el mejor de los mundos posibles para su época y lugar. El carnaval era un engaño de los campesinos, juegos de inversión que les daban la momentánea impresión de participar de una vida mejor; junto con los clérigos, que tenían la posibilidad de ceder a la lascivia y las obscenidades sin que nadie pudiera reprochárselos porque en el carnaval todo estaba permitido.

Para terminar, ¿saco algo en claro del símil que intenté generar? De todas las posibilidades de inversiones y burlas, en qué lugar quedaría hoy el poder si lo carnavalizamos. ¿Qué sería Macri? ¿El diablo? ¿El tonto del pueblo? ¿Un títere asesino y amoral como Punch, personaje inicial del gignol medieval?

Creo que es todas esas cosas juntas: un títere diabólico haciéndose pasar por el tonto del pueblo.

Probablemente, como lo dice Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres, la literatura no deba relacionarse con la política porque, al tocar un tema bajo, se degrada. Tal vez sólo deba escribir sobre temas filosóficos y artísticos, que propenden a lo sublime. Tal vez mi próxima nota no sea la crónica de un fracaso y una renuncia, ni una serie de opiniones políticas que se disfrazan barnizándose con algún interés cultural.

Ah, sí… y Macri Gato.


Lamas Médula 20-Silvia Mellado

Creo en la ficción de la poesía

Ene 7, 2019 | Entre-vistas, Poesía

Por Cristian Fernando Carrasco .



Silvia Mellado es una de las escritoras más interesantes del panorama poético neuquino. Sus textos escapan a la lírica y la metaliteratura para centrarse en la expresión precisa de momentos únicos que, aunque parezca una contradicción, pueden repetirse de vida en vida.



LM: Muchos de tus poemas utilizan la primera persona del plural, inclusiva, el “nosotros”, como forma de hacer extensivo el mensaje a otros que pueden pensar, creer, sufrir las mismas cosas. ¿Es adrede? ¿Buscás distanciarte de la autorreferencialidad?



SM: No pienso deliberadamente acerca de ‘quién habla’ en el poema o de ‘qué habla’. Tampoco creo que usar ‘yo’ sea necesariamente autorreferencial o dé espesor ‘individual’. Creo más bien en esas zonas de la ficción en la poesía o la poesía como ficción. En lo que escribo hay algo como ‘personajes’ (las madres, los padres) que, como vos decís, comparten ‘mis’ espacios pero no son necesariamente espacios reales, en el sentido buscar realismo, sino espacios que podemos reconocer como comunitarios. A mí me queda más cómodo el ‘nosotras/os’, creo en la ficción de la poesía. “La prosa poética ya fue / la novela lírica con evocaciones de infancia / ya fue ya fue ya fue / la poesía que se las da de narrativa / también ya fue salvo cuando cuenta”, dice Kamenszain. Y te acordás de los versos “Fuera, de todo quiero narrar / un adentro”, de macky…



LM: Respecto a lo social, identifico en tus textos imágenes que refieren a la mugre, la sociedad, como símbolo de relaciones sociales y familiares empobrecidas y degradadas, los piojos y las liendres como símbolo también, pero de esas cosas de las que nadie habla aunque todos experimentan. ¿Así es nuestra sociedad para vos, una masa de males sabidos y callados por todos?



SM: Tratando de pensar mis textos a partir de esta pregunta creo que roña, mugre, mocos son imágenes degradadas en el sentido de que hay un punto de vista de alguien que les está poniendo un signo negativo. Quien habla en el poema toma eso y marca distancia. Hay en los poemas piojos, pulgas porque ‘alguien’ ha sancionado algo sobre ellas. El poema se apropia de esa sanción y resignifica, devuelve el golpe. Tal vez, más que calladas y ocultas, esas cuestiones ‘mugrientas’ forman parte también de los prejuicios y los binarismos aplastantes que ejercemos: ‘el pobre pero limpia’ que heredamos y en ese ‘pero’ va toda la carga aplastante.



LM: En cuanto al uso de la palabra, ¿qué relación hay entre tu actividad académica y tu actividad poética? ¿La teoría y la crítica afectan a la hora de escribir o son dos esferas separadas?



SM: Nos son esferas separadas. Creo que sí se afectan. A veces, van de la mano. Al fin y al cabo salen las dos por la misma boca. No me queda cómodo ese divorcio entre poeta y ‘profesor’ (entendido un poco como actividad académica) del que hablaba Yves Bonnefoy en esa conferencia titulada “Poesía y universidad” en los ochenta -cuando el poeta, dice, deja de pensar y sentir con las mismas imágenes de la gente. Por otro lado, no creo que sea cierto que las poetas no sepan de ‘teoría’ y no la conozcan o lean o no hagan, en algún sentido, crítica de otras obras (o de las propias: Denise Levertov, por ejemplo). Las/los poetas que admiro profundamente son lectoras voraces de poesía y de teoría y, en esas charlas, he anotado y me han llevado a leer y discutir textos que no necesariamente había ‘oído’ en las aulas universitarias. Hace unos meses escuché a Gabby de Cicco (en un potentísimo encuentro que armó Eugenia Straccali) y resumió, a partir de su recorrido, la ‘historia’ de la poesía argentina de los ochenta para acá con una claridad impresionante. Y a veces ¿100 páginas de filosofía no se condensan en dos versos? Y cierta crítica y teoría, ¿no tiene la potencia de una obra literaria?



LM: Sos una persona que busca publicar, sos reticente o simplemente aprovechás las oportunidades cuando se presentan?



SM: Mi primer libro forma parte de una colección de la editorial de la UNLP a partir de una convocatoria. La edición del segundo, la pagué con mi primer salario como ayudante en la UNCo (una cuestión de la superstición) y no pasó ni por referato ni nada; cuando pagás, publicás y listo. Moneda nacional, impreso sobre papeles de perfil del petróleo, es artesanal; lo hice con una impresora común y lo más importante es el electrocardiograma de la extracción que se lee detrás. La publicación de Pantano Seco fue un ofrecimiento de Bertuzzi. Las antologías son otra historia, a algunas suelo decir que sí y a otras suelo decir que no. De todos modos, estoy apostando más a la oralidad –a decir los poemas, no a leerlos, lo que podríamos denominar ‘recitado’– entonces me siento satisfecha si quedo ahí, en lo dicho. Desde ya que he ido a muchos encuentros sin ‘libro que respalde mi oralidad’ y no me genera ningún conflicto.



LM: Las tres imágenes que más dominan tus textos son lo seco, lo húmedo y lo inflamable. ¿Qué significa y a qué remite cada una de ellas para vos?



SM: Lo seco, si lo decís por pantano seco, fue el modo que encontré para nombrar el pueblo en el que nací que deriva de una voz mapuche chapazla (según lo que indagué hasta ahora) y que se suele traducir como pantano muerto o muerto en el pantano, y otras lucubraciones que me han hecho pensar en lo yermo que conlleva; no por infértil y su valor supuestamente ‘improductivo’, sino por el color. Pienso que Zapala es ese marrón claro para mí y que convoca variados y contrapuestos sentimientos.



Lo húmedo, tal vez aparece en relación con los fluidos, y acá entra por supuesto el deseo y el cuerpo erótico y, también, eso mensurable, medible, contable, capitalizable devenido –y esto lo digo de la mano de Octavio paz– en sangre invisible para una sociedad ajena al mundo que habitamos. Mientras lo seco se condena y se pone en el lugar de lo que resta y queda fuera, por aparentemente inservible, lo húmedo, lo acuático, parece ser lo más valorado; y explotado en el caso de los cuerpos de mujeres y niñxs. Desde ya que ‘agua’ ofrece más vida que ‘tierra yerma’, pero estoy hablando de lugares simbólicos. A mí, el lugar que me ha dado más, más poesía, es eso que para el común de la gente es lo no medible, marrón seco; marrón claro, el pueblo que –dicen, lo dicen porque no saben—‘no tiene nada’.


Lamas Médula 19-Ars combustia

Agítese antes de usar: Ars Combustia

Jun 24, 2018 | Literaturas

Por Cristian Carrasco.



Desde San Martín de los Andes, un fanzine en formato papel resiste el peso de la virtualidad en tiempos de Instagram.



La idea del fuego es polisignificante. El fuego puede serlo todo, está en el extremo más positivo y en el más negativo, en la chispa de vida y en la más absoluta desaparición de todo lo que existe. El Manifiesto de Ars Combustia, que se repite en cada número (¿hace cuánto que nadie había escrito un manifiesto literario? ¿aunque fuese en joda? ¿y estamos seguros de que el Manifiesto de Ars Combustia fue escrito en joda?) utiliza muchos de esos significados latentes y potentes: desde la posibilidad de inflamar el corazón de los lectores hasta la recomendación ¿irónica? de usar las hojas del fanzine para encender el fuego del asado.

Me críe entre fanzines. Fui adolescente a finales de los 80s-principios de los 90s, y los fanzines estaban muy presentes en los círculos en los que nos movíamos mis hermanos y yo.

En esa época existían muchas formas de comunicación escrita en formato papel que hoy languidecen a un paso de la extinción (modo viejazo activado). Los flyers, por ejemplo. No se trataba de volantes, que es en realidad la traducción literal: las propagandas impresas entregadas por una rotisería, una distribuidora de ropa o un parque de diversiones, para publicitarse y tentarte a comprar o asistir con descuentos y promociones. Los flyers eran casi lo mismo pero del palo del rock. Si tocaba alguna banda de la zona en un sucucho medio escondido entre locales de tatuaje y bares, el papelito que te lo comunicaba era el único con derecho a llamarse flyer. Como un evento en facebook pero en papel.

También había cuadernos en los que las chicas de secundaria le escribían poemas, pensamientos, deseos, historias, a sus amigas o compañeras. Como los estados de facebook o de whatsapp pero en papel. Y había fanzines.

Mis hermanos menores tuvieron sus primeras bandas a los 13 años. De punk. Resaca Crónica y Anda la Osa. Obviamente, al menos una letra “A” de cada palabra eran una A anarquista, con las líneas rectas extendidas hasta salir del círculo que las contenía/realzaba. Y cada una de esas bandas vino acompañada por un fanzine. En los recitales se podían conseguir fanzines de las diferentes bandas, que hablaban de música, política, literatura. Algunos con recortes de diarios, dibujos, poemas. En determinado momento, uno de los cajones de ropa de la habitación que compartía con mi hermano se llenó de fanzines provenientes de varias ciudades del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, entregados en mano o intercambiados. Creo recordar que también llegaron algunos por correo.

Yo estaba metido en las historietas, gracias al boom que generó la aparición de varias series de DC en kioscos, publicadas por editorial Perfil. Estaba asociado al CDC – Club de Comiqueros de Rosario, quienes publicaban su propio fanzine, que me llegaba a vuelta de correo. También tenía amigos por carta. Como los mails o el messenger, pero en papel.

Los gustos musicales de mis hermanos evolucionaron a la par de su capacidad musical, lo que les permitió tocar temas de más de tres acordes. La casa se llenó de grunge y Kurt Cobain pasó a ser el faro musical y vital. Pero los fanzines siguieron bastante tiempo más. Hasta que un día desaparecieron.

Pasó mucho tiempo sin que viera un fanzine, hasta que el año pasado encontré en San Martín de los Andes un ejemplar de Ars Combustia, que se autodefine como Fanzine de literatura breve pero en realidad es de humor y literatura. Lo de la brevedad viene dado naturalmente por la escasa cantidad de hojas con las que cuenta (lo que en las imprentas antiguas sería un pliego, ocho carillas).

Ars Combustia está claramente dividido y organizado: las páginas interiores contienen poemas y microrrelatos, algunos buenos, otros no tanto, y las exteriores soportan todas las limaduras que se les ocurra incluir a Miguel Selser y Matías Castro, pergeñadores y perpetradores de la criatura. A través de la portada, los datos de edición, las propagandas, las falsas cartas de lectores y los avisos clasificados apócrifos han creado, como ellos mismos lo señalan en el número 3, un “pequeño universo autorreferencial” que crece y se alimenta con el paso del tiempo, y convierte a las secciones que deberían ser meramente informativas, un empaque formal digno de ser pasado por alto en una revista común, en la parte más atractiva, efectiva y casi diría adictiva del fanzine.

El avance de las vías de comunicación, las quejas por las propagandas del número anterior, la mención número a número de Los que esperan el alba de Noemí Ulla, las puteadas a Rolo Tomassi, los Retro-spoilers para millennials, todas las actividades en las que dicen participar y en las que inexorablemente “se arma quilombo”, la saga de Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, son chistes que funcionan por adición y se hacen cada vez más efectivos.

El escritor y teórico del cyberpunk Douglas Rushkoff diferencia la internet basada en el texto de la internet basada en la imagen (un blog de instagram, hablando en plata). Lo que está apoyado en el teclado de lo que está apoyado en el mouse. Lo que te lleva a leer y sacar conclusiones propias de lo que te hace mirar imágenes que caen dos segundo después en la intrascendencia. Un fanzine, mucho más un fanzine literario, con su superpoblación de letras en relación a las imágenes, por otro lado grises sobre papel granulado y no de colores deslumbrantes en hojas satinadas que hieren los ojos de brillo, son un blog pero en papel.

La materialidad es en realidad lo que más me gusta de Ars Combustia, y me da incluso un poco de pena que el fanzine se pueda leer en la web e incluso descargar en pdf (en la página https://arscombustia.wordpress.com/). Preferiría que fuera algo irrepetible, anclado en un momento y un lugar, algo que, si no se experimenta en su fugaz tiempo de existencia, desaparece, se pierde. Algo bueno y efímero, que arde en lugar de desvanecerse.