Agítese antes de usar: Ars Combustia
Jun 24, 2018 | Literaturas
Por Cristian Carrasco.
Desde San Martín de los Andes, un fanzine en formato papel resiste el peso de la virtualidad en tiempos de Instagram.
La idea del fuego es polisignificante. El fuego puede serlo todo, está en el extremo más positivo y en el más negativo, en la chispa de vida y en la más absoluta desaparición de todo lo que existe. El Manifiesto de Ars Combustia, que se repite en cada número (¿hace cuánto que nadie había escrito un manifiesto literario? ¿aunque fuese en joda? ¿y estamos seguros de que el Manifiesto de Ars Combustia fue escrito en joda?) utiliza muchos de esos significados latentes y potentes: desde la posibilidad de inflamar el corazón de los lectores hasta la recomendación ¿irónica? de usar las hojas del fanzine para encender el fuego del asado.
Me críe entre fanzines. Fui adolescente a finales de los 80s-principios de los 90s, y los fanzines estaban muy presentes en los círculos en los que nos movíamos mis hermanos y yo.
En esa época existían muchas formas de comunicación escrita en formato papel que hoy languidecen a un paso de la extinción (modo viejazo activado). Los flyers, por ejemplo. No se trataba de volantes, que es en realidad la traducción literal: las propagandas impresas entregadas por una rotisería, una distribuidora de ropa o un parque de diversiones, para publicitarse y tentarte a comprar o asistir con descuentos y promociones. Los flyers eran casi lo mismo pero del palo del rock. Si tocaba alguna banda de la zona en un sucucho medio escondido entre locales de tatuaje y bares, el papelito que te lo comunicaba era el único con derecho a llamarse flyer. Como un evento en facebook pero en papel.
También había cuadernos en los que las chicas de secundaria le escribían poemas, pensamientos, deseos, historias, a sus amigas o compañeras. Como los estados de facebook o de whatsapp pero en papel. Y había fanzines.
Mis hermanos menores tuvieron sus primeras bandas a los 13 años. De punk. Resaca Crónica y Anda la Osa. Obviamente, al menos una letra “A” de cada palabra eran una A anarquista, con las líneas rectas extendidas hasta salir del círculo que las contenía/realzaba. Y cada una de esas bandas vino acompañada por un fanzine. En los recitales se podían conseguir fanzines de las diferentes bandas, que hablaban de música, política, literatura. Algunos con recortes de diarios, dibujos, poemas. En determinado momento, uno de los cajones de ropa de la habitación que compartía con mi hermano se llenó de fanzines provenientes de varias ciudades del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, entregados en mano o intercambiados. Creo recordar que también llegaron algunos por correo.
Yo estaba metido en las historietas, gracias al boom que generó la aparición de varias series de DC en kioscos, publicadas por editorial Perfil. Estaba asociado al CDC – Club de Comiqueros de Rosario, quienes publicaban su propio fanzine, que me llegaba a vuelta de correo. También tenía amigos por carta. Como los mails o el messenger, pero en papel.
Los gustos musicales de mis hermanos evolucionaron a la par de su capacidad musical, lo que les permitió tocar temas de más de tres acordes. La casa se llenó de grunge y Kurt Cobain pasó a ser el faro musical y vital. Pero los fanzines siguieron bastante tiempo más. Hasta que un día desaparecieron.
Pasó mucho tiempo sin que viera un fanzine, hasta que el año pasado encontré en San Martín de los Andes un ejemplar de Ars Combustia, que se autodefine como Fanzine de literatura breve pero en realidad es de humor y literatura. Lo de la brevedad viene dado naturalmente por la escasa cantidad de hojas con las que cuenta (lo que en las imprentas antiguas sería un pliego, ocho carillas).
Ars Combustia está claramente dividido y organizado: las páginas interiores contienen poemas y microrrelatos, algunos buenos, otros no tanto, y las exteriores soportan todas las limaduras que se les ocurra incluir a Miguel Selser y Matías Castro, pergeñadores y perpetradores de la criatura. A través de la portada, los datos de edición, las propagandas, las falsas cartas de lectores y los avisos clasificados apócrifos han creado, como ellos mismos lo señalan en el número 3, un “pequeño universo autorreferencial” que crece y se alimenta con el paso del tiempo, y convierte a las secciones que deberían ser meramente informativas, un empaque formal digno de ser pasado por alto en una revista común, en la parte más atractiva, efectiva y casi diría adictiva del fanzine.
El avance de las vías de comunicación, las quejas por las propagandas del número anterior, la mención número a número de Los que esperan el alba de Noemí Ulla, las puteadas a Rolo Tomassi, los Retro-spoilers para millennials, todas las actividades en las que dicen participar y en las que inexorablemente “se arma quilombo”, la saga de Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, son chistes que funcionan por adición y se hacen cada vez más efectivos.
El escritor y teórico del cyberpunk Douglas Rushkoff diferencia la internet basada en el texto de la internet basada en la imagen (un blog de instagram, hablando en plata). Lo que está apoyado en el teclado de lo que está apoyado en el mouse. Lo que te lleva a leer y sacar conclusiones propias de lo que te hace mirar imágenes que caen dos segundo después en la intrascendencia. Un fanzine, mucho más un fanzine literario, con su superpoblación de letras en relación a las imágenes, por otro lado grises sobre papel granulado y no de colores deslumbrantes en hojas satinadas que hieren los ojos de brillo, son un blog pero en papel.
La materialidad es en realidad lo que más me gusta de Ars Combustia, y me da incluso un poco de pena que el fanzine se pueda leer en la web e incluso descargar en pdf (en la página https://arscombustia.wordpress.com/). Preferiría que fuera algo irrepetible, anclado en un momento y un lugar, algo que, si no se experimenta en su fugaz tiempo de existencia, desaparece, se pierde. Algo bueno y efímero, que arde en lugar de desvanecerse.
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