Saga, lo opuesto a la guerra
Jun 10, 2016 | Reseña
Por Cristian Carrasco.
Saga es el resultado del maridaje entre las fantasías infantiles del guionista Brian Vaughan, clichés manipulados con las herramientas técnicas de un guionista consagrado, y el arte digital de Fiona Staples, quien hace ingresar con toda naturalidad, sin estridencias, el comic al siglo XXI. Es la obra que le devuelve dignidad y profundidad al género conocido como pastiche.
Saga es la mejor serie regular que se publica hoy en Argentina. Ayudó a consolidar el ascenso de Image como la editorial que tiene los guionistas más experimentales y las mejores obras de autor, y es editada en el país por Utopía.
La serie llegó precedida por una cantidad flagrante de premios y por buenas críticas de las páginas web de fans. Eso último es lo que para mí representa una garantía real. Les explico por qué.
En primer lugar, hay algo respecto a los fans de los cómics que ha sido remarcado varias veces: casi todos los que leemos historietas queremos hacer historietas. No es un detalle menor si lo comparamos con otras artes masivas. No todos los que escuchan música, disfrutan del cine o miran televisión quieren aprender a tocar un instrumento, ser actores, directores, sonidistas o camarógrafos. Esa necesidad de colaborar, sumar una nota a la gran sinfonía, suele deberse a la pequeñez del círculo de pares. Es inversamente proporcional: mientras más reducido el grupo, mayor el sentimiento de pertenencia. Eso explica el despecho de los fans de bandas under que acceden a la masividad: para mantener la aceptación del gran público es mayor la cantidad de concesiones que deben hacerse; por eso, en cada lugar del mundo, los fieles de la religión en franca minoría son los depositarios de la ortodoxia.
El otro factor es éste: para un aficionado con aspiraciones a profesional, el artista no es un iluminado de genio incomprensible sino un colega adelantado, o simplemente un colega que la pegó. El guitarrista aficionado escucha un disco con oídos de productor, el historietista aficionado lee cómics con ojos de editor. Se parece mucho a la manera en que un artista se relaciona con su propia obra tras el primer impulso creativo: no hay lectura ingenua, se buscan los errores, las inconsistencias, aquello que modificar; también los aciertos, para repetirlos y sistematizar un estilo.
Leída con ojos de crítico, de fan o de colega, se llega a la misma conclusión: Saga no necesita casi ningún cambio y contiene varios aciertos que deberían ser imitados. El tratamiento realista de las relaciones humanas, la pareja y la paternidad, del sexo y la violencia (es un cómic para adultos), lo inesperado de los giros argumentales, la precisa naturalidad de los diálogos y el uso milimétrico de la prolepsis: el adelanto de información, lejos de arruinar el suspenso, deja en claro que queda mucho para contar, que en el futuro las cosas serán muy diferentes y seguro valdrá la pena presenciar el paso de una situación a otra. Como toda obra de arte que valga la pena, Saga aborda el tema de la muerte y el sentido de la vida (que tal vez sean el mismo tema) de muchas formas distintas, sumado a la paternidad y toda la basura que debés tragar para mantener a una familia unida.
La narradora de la historia es Hazel, hija de Alana y Marko, soldados de Landfall y Wreath, un planeta y su luna, enfrentados en una larga guerra. No sabemos nada de ella salvo su condición de hija. Gravita, por lo tanto, la pregunta acerca de la paternidad: ¿qué tiene en la cabeza alguien que trae un hijo a un mundo en guerra?, pregunta finalmente realizada por The Will, un cazarrecompensas humano enamorado de una asesina con cuerpo de araña.
Hay un fuerte relación de los personajes principales con la literatura: Alana y Marko descubren las mentiras de la guerra y la posibilidad de escapar de ella en un libro, un manifiesto pacifista disfrazado de novela de Corín Tellado. Hazel es nombrada en honor a la bibliotecaria que le recomendó ese libro a Alana. La presencia de un mensaje poderoso camuflado dentro de una novela rosa recuerda a algo que Alan Moore sostiene sobre los comics: un escritor inteligente y con algo para decir puede aprovechar el poder revolucionario de las formas de arte que están debajo del radar, que nadie toma en serio; es posible colar en ellas todo tipo de mensajes subversivos porque las autoridades nunca los buscarían ahí.
Tanto los personajes como el marco general parten de estereotipos: la mujer fuerte, viciosa e irresponsable; el pacifista lleno de secretos que puede convertirse en una máquina asesina; el político/militar que no puede dejar un cargo que le pesa por mandato familiar; el cazarrecompensas con buen corazón y límites morales propios; el escritor borracho; en cuanto a las situaciones, el enfrentamiento entre la magia y la tecnología; una guerra de la cual ya nadie recuerda el comienzo; dos amantes que pertenecen a bandos enfrentados. Pero desde esa base reconocible se proyectan y profundizan.
Marko, por ejemplo, parece el tipo más buena onda del universo, pero esconde violencia y furia producto de una vida de batallas: la guerra hace ver a las personas el lado más oscuro de la humanidad y las consecuencias de ese contacto nunca pueden borrarse.
Fiona Staples dibuja directamente en la computadora, tiene una gran noción de la narrativa y muy buen sentido del diseño, tanto en lo que se refiere a los personajes como a las naves y las locaciones. La idea es que ella sea la única dibujante de la serie: esto no sólo le da sentido de unidad a la obra sino que el dibujante se siente obligado a dar lo mejor, ya que mantener el nivel de calidad artística es su responsabilidad exclusiva. Lo bueno de las series de autor es que podés estar seguro de que la visión artística original se va a respetar, como ocurre en las que, básicamente, han sido las mejores series de estos últimos veinte años.
Lo que realmente hace de Saga algo especial es la mezcla, la ambientación bizarra que se da por sentada desde el principio, sin explicar ni justificar nada. La atmósfera se logra a la perfección y el efecto general es que Saga no se parece a nada que haya en el mercado: una historia de amor, guerra y relaciones familiares con niñeras fantasmas partidas al medio, androides de la realeza con cabeza de televisor, perros que arrojan dardos somníferos y gatos que detectan mentiras.
Existe un nombre para lo que hace Brian Vaughan: pastiche. Suena a algo endeble y tonto, a algo que se masca y se tira, pero eso se debe al uso vulgar del término (utilizado para referirse a cualquier cosa sin peso propio) y al hecho de que el pastiche, cuando no tiene en él nada más que valga la pena salvo las referencias a otras obras, sólo puede ser encuadrado como parodia: es una parodia múltiple, que no se ríe de uno sino de varios géneros u obras a la vez. Pero Saga no se ríe de la fantasía, ni de la space-ópera, ni de la road movie de fugitivos, ni de la historia de amor prohibido, ni de la saga familiar: los vigoriza y resignifica. Saga es una máquina hecha de palabras y dibujos que se alimenta de clichés para producir escenas emocionantes llenas de ideas que desafían nuestros preconceptos.
No comments:
Post a Comment