Tuesday, September 28, 2021

Lamas Médula 22-Cobra Kai

COBRA KAI Y EL REGRESO DE LOS OCHENTA

Sep 8, 2020 | Cultura, Escenarios y Teatro, Tapa

Por Cristian Carrasco.



En comics y en televisión, los 80s son actualmente un territorio fértil. Series de variadas temáticas demuestran de que las historias ambientadas en esa década pueden dar mucho más juego que la simple mención de los íconos de la cultura pop creados en los inicios de la globalización mediática, o la burla hacia la cultura abigarrada nacida de la MTV, cuando la MTV era chévere.



Los 80s volvieron… en forma de series. Y hoy, contrario a lo que cantan los Caballeros de la Quema, la nostalgia sí es negocio. Por eso los ejecutivos de You Tube aprobaron el presupuesto para producir Cobra Kai, serie basada en la historia y los personajes de la saga Karate Kid.

Karate Kid fue una película ochentera bastante genérica en su argumento. La historia del chico que se enamora de la novia del más malo de la ciudad y después lo derrota en algo (bailar break-dance, correr en bicicleta, remontar barriletes, lo que sea) se repite en la filmografía de la época, y no es un argumento que genere grandes preguntas ni reflexiones. Cobra Kai, por otro lado, con su formato de serie, es capaz de darle relevancia al conflicto original de una forma que le hubiera sido imposible a otro largometraje. Una película, aún con sus bifurcaciones y segundos planos, cuenta UNA historia (Magnolia, Amores perros, Babel y algunas más no lo hacen, pero claramente son excepciones). En el formato serial, el protagonismo puede dividirse entre varios personajes. Y en Cobra Kai cada uno de los personajes es, de alguna manera, el doble o la variante de Daniel LaRusso, de Johnny Lawrence o de uno de sus mentores, el sensei Miyagi o el sensei Kreese.

Si bien la serie se apoya de forma determinante en la nostalgia, y no podría existir sin la película que le dio origen y que ya ha cumplido 35 años, tiene una voz propia porque toca con mayor profundidad temas que en las películas originales están apenas perfilados, como la relación padre hijo o, con mayor exactitud, los modelos adultos que se tienen al crecer; el peso social de la violencia; la aplicabilidad de las reglas de un deporte en el mundo real; qué significa realmente ganar y perder fuera de una competencia deportiva; qué significan el honor, la debilidad, la piedad; el valor positivo y negativo de la agresividad, de tomar la iniciativa y actuar con decisión; las oportunidades vitales, la diferencia entre los que no tienen nada y los que nacieron con todo; qué es el merecimiento, si conseguir cosas con las propias manos vale la pena aunque sea a los golpes.

Cobra Kai le debe mucho a las películas de Karate Kid también en el tiempo de aire: los flashbacks con escenas de la trilogía original acaparan un metraje importante. Se rescatan escenas puntuales relevantes para el desarrollo de la trama y la reintroducción de los miembros del elenco original, que regresa al completo. Es decir que, aunque no hayas mirado las películas originales, no hay forma de ignorar el trasfondo y la magnitud de la vieja rivalidad entre los personajes principales: Daniel LaRusso y Johnny Lawrence.

Otro personaje principal es Miguel Díaz, quien repite la historia de Karate Kid: un chico recién llegado a la ciudad, pacífico y un poco irritante, que necesita aprender a defenderse de tipos más grandes y en mejor posición económica que le hacen la vida miserable. La diferencia es que su sensei no va a enseñare a meditar o a utilizar la violencia sólo como forma de defensa, sino a ser duro (badass) y vivir según las tres reglas de Cobra Kai: golpear primero, golpear fuerte, sin piedad.

Por otro lado, Johnny es el padre ausente de un hijo descarriado que, por giros de la trama demasiado convenientes, termina siendo el aprendiz de Daniel La Russo, por lo que los recorridos de los personajes originales quedan invertidos, cruzados: tenemos a un doble de Daniel entrenado por Cobra Kai y a un doble de Johnny entrenado por el Miyagi do.

Tal vez lo más interesante de la serie es que en la historia no hay buenos ni malos, sino gente segura de que su forma de hacer las cosas es la correcta y que comete un error tras otro, es decir, gente normal con defectos normales. Y, claro, como se trata de personas normales en un mundo normal, sus status vitales no son iguales: hay exitosos y fracasados, ganadores y perdedores. Y el movimiento de perspectiva genial que realiza la serie es mostrarnos el presente de los personajes desde el punto de vista de quien la pasa peor y tiene las menores chances de ganar, que en este caso, al contrario de lo que sucede en la trilogía original, es Johnny Lawrence.

Actualmente, Daniel LaRusso tiene lo que parece ser la vida perfecta desde el prisma norteamericano: conformó la típica familia tipo, tiene una mujer hermosa, se codea con la alta sociedad, su dinero proviene de venderle autos de lujo a los ricos californianos. Es una serie yanki, después de todo, y ya sabemos que para ellos culminar exitosamente “la búsqueda de la felicidad” es acabar siendo un broker en Wall Street. Daniel LaRusso es un emprendedor adinerado con empleados a cargo, que viste camisa y corbata todo el tiempo, mientas Johnny Lawrence, con sus remeras de bandas de metal y sus jeans gastados, es alguien con quien podés identificarte de forma mucho más directa.

Estamos acostumbrados a detestar a las personas patéticas que viven de sus viejas victorias, pero los que viven en sus viejas derrotas, atrapados ahí, en un momento del que no pueden escapar (como canta U2), tal vez no alcancen la categoría trágica, pero seguro no son personas con vidas divertidas. Al inicio de la serie vemos a Johnny Lawrence atravesar una existencia solitaria y monótona, perder su trabajo y ser tratado como un sintecho. Cuando chocan su Pontiac Firebird rojo con luces rebatibles, uno de los autos más copados de los 80s y el único vestigio que conserva de los buenos viejos tiempos, ya no le queda nada sin romper y no le queda otra opción que comenzar a reconstruir. Ese primer capítulo construye el protagonismo del personaje y la identificación con él, porque el espectador, de forma natural, se pone del lado del más débil, del que está en desventaja (a no ser que el espectador sea un psicópata, por supuesto).

De muchas maneras, Johnny Lawrence es un hombre fuera de su tiempo. Lo vemos comprar su primera notebook, su primer smarthphone, su primer smart-tv, a sus cuarenta y tantos, lo vemos no entender la publicidad vía internet (su idea de la publicidad es pegar afiches en los árboles, poner a una pordiosera a girar un cartel, hablar con desconocidos en la calle) ni las apps de citas. En cierta forma, al ser una persona acostumbrada al “camino del puño”, el guión lo muestra como un cavernícola. Es alguien políticamente incorrecto, para quien las normas sociales no han cambiado desde los 80s y, por contraste, nos hace ver todo lo que la sociedad ha evolucionado en estos treinta años. Aunque no se note en la traducción, el vocabulario de Johnny también es viejo, pasado de moda, lleno de palabras que tenían onda en los 80s, pero hoy suenan como arcaísmos.

Durante la serie aparecen los viejos amigos de Johnny y se nos muestra que ellos han superado la filosofía de Cobra Kai. Pero él no ha podido hacerlo. ¿Por qué? Creo que se puede responder a esa pregunta con la parábola de la cueva: los recuerdos sólo se reemplazan con nuevos recuerdos, no con el mero paso del tiempo. Si no pasa nada nuevo, el último recuerdo perdura. Se podría decir que desde la patada de la grulla en plena cara, al personaje no le ha pasado nada nuevo porque no le pasado nada lo suficientemente relevante como para opacar el recuerdo de su derrota. Hasta que encuentra una nueva misión en enseñarle a defenderse a los débiles e inadaptados.

La nostalgia por los 80s es la nostalgia por una época más simple: la última década sin interconexión, sin internet, cuando las noticias llegaban con el delay de una carta, de un avión, de un periodista; cuando la intimidad aún existía y se podían ignorar estupideces superficiales que hoy nos invaden el cerebro de manera violenta e inevitable. Esa diferencia cultural, la preeminencia actual de los medios de comunicación y las redes sociales, se refleja en la serie en los personajes adolescentes (que viven con el celular en la mano), en el cyberbulling, la publicidad vía youtube, la palabra “viral”.

Los 80s también fueron la última década con personalidad propia, con múltiples referentes que resuenan en la memoria, a los que el paso de los años no ha desdibujado sino que ha elevado a un status mítico, de culto.

De los 90s, lo único que queda es el grunge y Matrix. De hecho, en uno de los capítulos de la segunda temporada de Cobra Kai hay una fiesta con temática de los 80s, donde desfilan personas disfrazadas como personajes de películas de John Hughes, cantantes pop como Madonna o Michael Jackson, mientras que una fiesta de los 90s sería una sala llena de Neos y Kurts Cobain.

Y desde el 2001 en adelante, la cultura parece haber perdido todo rasgo de individualidad, es el reino de los refritos, las remakes, las segundas partes, las adaptaciones, tiene la personalidad de una galletita sin sal deshaciéndose en una taza de té tibio (remake de una magnífica frase que le robé a Roberto Petinatto).

En la serie, los alumnos de Cobra Kai pasan por el mismo proceso por el que pasaron los a los 80s. Comienzan siendo los bichos raros, de la misma forma en que los 80s eran la década rara, ridícula, colorinche, fluo, con la que nadie quería tener nada que ver, a la que no nombraban salvo para burlarse de ella. Pero si hay algo de lo que estoy seguro es de que las palabras “raro” y “especial” significan exactamente lo mismo y lo único que cambia es el punto de vista de la persona que las pronuncia según si aprecia o no lo que está valorando. Por eso lo raro, con el tiempo, se fue convirtiendo en lo especial, lo colorinche en lo colorido, lo fluo en lo brillante y lo ridículo en lo característico, lo inconfundible. Como los alumnos del dojo Cobra Kai de Johnny Lawrence, los años 80s fueron ganando fuerza hasta convertirse en un referente: la última década en la que lo nuevo, original y sin pudor de parecer raro fue posible.


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