Tuesday, September 28, 2021

Lamas Médula 28-Mariana Rosa

ENTREVISTA A MARIANA ROSA

May 8, 2021

Por Cristian Carrasco.



Mariana Rosa es una poeta profundamente patagónica quien, a pesar de vivir desde hace varios años literalmente a medio mundo de distancia, continúa eligiendo las editoriales de su región para publicar su obra. Obra de intensa belleza y capacidad evocadora, que fue buceando cada vez más hondo en su pasado, sus recuerdos, sus primeros años, con la intención de encontrar “lo universal de la vivencia” y compartirlo con el lector.



LAMÁS MÉDULA: En la biografía de tus libros aparecen como primeros hitos de tu vida literaria los Talleres organizados por la Fundación Antorchas y tu rol como participante de la Casa de la Poesía en Neuquén. ¿Qué nos podés contar de esas experiencias? ¿Cómo influyeron en el desarrollo de tus gustos, tu visión de la poesía y tu identidad como escritora?



MARIANA ROSA: En realidad, mi vida literaria comenzó mucho antes. Cuando era niña escuchaba a mi papá recitar poemas del lunfardo, la gauchesca, poemas propios y de autores de acá; creo que el amor por la poesía llegó así, por el oído. Pronto quise experimentar con las palabras que podían conmover de esa manera. Le dictaba cositas a mi mamá antes de saber escribir, y después, desde los ocho a los quince años, fue una dicha asistir a los talleres literarios para niños y adolescentes que dictaba María Cristina Ramos y organizaban la municipalidad y la provincia de Neuquén en los 80. Así me llegaron lecturas que la escuela no proponía aún y, sobre todo, quedó inaugurado en mi vida un espacio fundamental de intimidad, placer y exploración a través de la palabra poética que me acompaña desde entonces y, espero, hasta el fin de mis días. Después, vinieron las peñas literarias en mi época universitaria en Mendoza. La fundación de La Casa de la Poesía al volver a Neuquén es un hito, porque me puso en diálogo con poetas de acá de generaciones anteriores, con sus búsquedas y sus lecturas. Esa fue una época de enorme crecimiento para mí, particularmente de la mano de quienes se volvieron amigos entrañables y guías: Raúl Mansilla y Macky Corbalán. De la escritura de Raúl admiré esa sensibilidad tan profunda que dolía, la extrema lucidez para dar cuenta de los extravíos, y la libertad con la que se lanzaba a decir. Una libertad muchas veces irreverente, osada, que invitaba a soltar amarras y que, sin embargo, no dejaba de escribirse, aún en esos momentos, con precisión. La poesía de Macky ofrecía aquello que yo más amo en la poesía: hondura, contundencia, condensación. A través de Macky y de Raúl llegaron lecturas formadoras, como las de las poetas norteamericanas Denise Levertov y Muriel Rukeyser, como las de René Char y Ted Hughes. Los talleres organizados por la Fundación Antorchas que vinieron gracias a Cristian Aliaga fueron muy importantes también, porque me pusieron en contacto con pares y porque con ellos pude trabajar críticamente sobre los poemas que conformarían mi primer libro. Los poetas que dictaron los talleres ese año fueron Reynaldo Jiménez y Alicia Genovese. Fue sumamente valioso trabajar con los dos. Mi resonancia con la poesía de Genovese fue inmediata, y tuve la suerte de poder visitarla periódicamente cuando más tarde viví en Buenos Aires. Genovese es una poeta enorme, y ha sido una gran maestra para mí. Todos estos contactos y resonancias sin duda han dejado huella en mi identidad poética.



LM: Comenzando por la forma, es evidente, desde tu primer libro publicado, Crónica de un salto, que paulatinamente has pasado de poemas super breves a otros mucho más largos y con una cierta impronta narrativa. ¿Cómo se dio ese cambio? ¿Es una búsqueda deliberada o tiene que ver con un devenir natural, con tus lecturas o tu necesidad de expresar otro tipo de contenido en los poemas?



MR: Vivo la escritura poética como una experiencia orgánica, necesariamente en consonancia con el periodo vital que atravieso. Así, es la experiencia misma la que dicta qué y cómo. Es cierto que amo la intensidad en la escritura poética, y al comienzo esta solo se manifestaba en la contundencia de la brevedad, habiendo admirado mucho a Pizarnik, además. Luego, la propia escritura, lo que pujaba por ser dicho, fue pidiendo otras formas. Así descubrí que la ambigüedad, la suspensión de sentido, el misterio, no sólo podían suceder por medio de la omisión, sino que muchas veces bastaba con nombrar directamente, porque lo real en sí mismo ya es polisémico y misterioso. De todas manera, el intento fue siempre no perder tensión al ampliar.

No creo que lo poético pueda ni deba seguir un programa, una agenda de ningún tipo. Es el terreno de la libertad, no porque puedo hacer lo que quiero, sino porque me entrego para que lo poético se manifieste, para que diga lo que está sucediendo allí por debajo, eso de lo que yo sé muy poco a nivel consciente antes de que se manifieste en papel, y que va con el trabajo de escucha encontrando su forma.



LM: Otra evolución que puedo notar en tu poesía es que has pasado de un libro a otro del predominio de las segundas personas gramaticales, singulares y plurales, y de los infinitivos, a un libro como Primeros fríos, escrito casi en su totalidad en primera persona y con una impronta claramente autobiográfica. ¿Por qué el cambio? ¿Hubo un deslizamiento en, digamos, la necesidad de decir, que pasó de lo universal a lo personal? ¿Fue el hecho de estar viviendo en otro país, en otro continente, lo que te hizo voltear los ojos a tu infancia?



MR: Sin duda hubo un momento en que fue necesario voltear la mirada hacia la infancia, hacia esas escenas primarias que nos configuran, y que después necesitamos desgranar, alquimizar diría, para encontrar nuestro lugar como adultos, habiendo trasmutado con una vuelta de tuerca más nuestra experiencia como niños. Eso ocurrió en mi caso cuando aún vivía en Argentina, en Buenos Aires, entonces sí a cierta distancia, aunque no tanta, de mi escenario primero y fundamental: Neuquén, la Patagonia. La escritura poética asiste en esos momentos vitales de revisión arqueológica convirtiéndose en un maravillosa piqueta, sin la cual quizás no se llegaría a ciertas profundidades. A su vez, la poesía se nutre de la encarnadura que proporciona escribir desde la experiencia vivida en primera persona. De todas maneras, no toda escritura que pone el foco sobre la vivencia personal se convierte en poema. Para mí representó un riesgo y un desafío escribir Primeros Fríos, porque debía ir lo suficientemente hondo en lo personal hasta lograr que se universalizara. Es decir, lo particular de mi experiencia debía trasmitir, o dejar pasar más bien, lo universal de la vivencia. Esto es más riesgoso si no se está al amparo de las segundas personas, y los infinitivos que vos mencionas. Pero la poesía pide siempre tomar riesgos… Si sale bien, lo más íntimo excede lo personal, y propicia la comunión con otros, con los lectores. Pienso en poetas “confesionales” que admiro, como Sharon Olds; pero hay que estar muy alerta y tamizar mucho, porque no toda “confesión” se vuelve poema, hay muchas chances de perderse en lo anecdótico.



LM: Primeros fríos me parece un excelente libro. Más allá del trabajo textual, o precisamente gracias al trabajo textual, se genera una atmósfera de nostalgia muy ambigua, que está entre la emoción del momento de la vivencia y la tristeza porque la vivencia quedó en el pasado. Los poemas funcionan como fotos, pero fotos en plena acción y con el lente muy abierto, lo que permite no sólo captar a la persona en el centro del cuadro sino a todo lo que lo enmarca. Tiene mucho que ver con ese juego entre lo personal y lo individual que mencionás. ¿Esa es la sensación que pretendés que cause la lectura del libro? ¿Pensás en la recepción del lector cuando escribís o publicás una selección de poemas?



MR: Muchas gracias por tu apreciación, Cristian. No lo había pensado en esos términos, y me parece justa la forma en que describís el procedimiento: las fotos en acción y con el lente bien abierto. No hubo intencionalidad a priori. Las imágenes llegaron de esa manera. Los primeros poemas se fueron juntando, y después, cuando mostraron por donde venían, entonces sí hubo una apuesta a seguir por ahí.

La verdad es que no pienso en el lector en el momento de escritura, al menos no conscientemente. En el momento de corrección me deslizo a la posición del lector todo lo que puedo, para tratar de ver qué funciona en el poema y qué no. Generalmente, dejo a los textos descansar un tiempo, y luego vuelvo a ellos para tratar de leer lo más inocentemente posible, lo más desapegadamente posible, y a partir de lo que me pasa en esa lectura seguir corrigiendo. En el momento del armado de un libro y en la instancia de publicación es cuando pienso en el lector. Allí me pregunto qué está expresando toda la obra, qué podrá leerse en ella, y eso define muchas veces la configuración del libro, el orden de los poemas, por ejemplo. Ciertamente eso ocurrió en Primeros Fríos que en su conjunto parece narrar una historia.



LM: Primeros fríos fue publicado por Espacio Hudson, una editorial de Lago Puelo que hace pocas semanas ha sufrido una gran pérdida a causa de los incendios en la cordillera. ¿Tu idea es seguir publicando en editoriales de la Patagonia? Y teniendo en cuenta que has vivido y vivís en este momento en lugares lejanos, ¿hay alguna particularidad del circuito literario patagónico que puedas o quieras señalar?



MR: Sí, tuve la alegría de publicar Primeros Fríos con Espacio Hudson, la editorial que dirige el querido poeta Cristian Aliaga, a quien conozco desde hace años y quien siempre está gestando movidas interesantes desde la Patagonia. Antes había publicado Crónica de un Salto con Ediciones del Dock, y Vestal y Un abrigo errante con La cebolla de vidro ediciones, que dirige el poeta Gerardo Burton. Me parece invalorable la labor que realizan las editoriales patagónicas difundiendo lo que escribimos quienes hemos sido atravesados por este territorio, no solo porque ponen nuestras obras a circular en otras regiones (por ejemplo a través de La Coop, la distribuidora y librería con sede en Buenos Aires), sino porque fomentan también el intercambio y la visibilidad desde los distintos puntos de la Patagonia, contribuyendo al tejido de una red. Es terrible que Espacio Hudson haya sido arrasada por el fuego, ojalá podamos dar todos una mano comprando libros de su catálogo para que este emprendimiento pueda, literalmente, resurgir de las cenizas, y que tengamos la posibilidad de seguir editando con sellos así.

En cuanto al circuito literario patagónico, celebro la libertad que se respira y la camaradería.

Tengo la impresión que aquí estamos menos condicionados por cánones y modas que en otros lugares más “centrales”. Hay algo rebelde que no se ciñe a dictámenes y jerarquías, y que permite mayor soltura y una gran diversidad de registros. Creo que esto ocurre en parte porque quienes tienen una trayectoria importante deciden no subirse a un pedestal sino que, por el contrario, fomentan la horizontalidad, se interesan por lo que están haciendo los más jóvenes, y abren el juego a los que venimos detrás.


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