ALL-STAR SUPERMAN: Arder, no desvanecerse
Abr 10, 2016 | Reseña
Por Cristian Carrasco.
Lo malo de escribir acerca de algo tan innegablemente bueno y tan popular como All-Star Superman es que lo han hecho cientos de personas antes. Pero lo importante del arte no es su popularidad, su factura técnica ni sus cifras de ventas, sino la manera en que afecta individualmente, a nivel intelectual y emocional, a los receptores.
Las formas de arte masivas basculan entre lo sublime y lo rastrero pasando por lo meramente entretenido, que forma el grueso de la producción de cualquier industria cultural. Las obras sobresalientes son escasas y, por ello, valiosas. La obras maestras, aún más.
Reconocer una obra maestra es sencillo: la trama y la representación artística son producto de una técnica depurada por los años y la práctica, pero además hay en ellas un mensaje, un planteamiento filosófico, una visión determinada acerca de lo que el ser humano es y debe ser; conforman un legado, sobreviven al tiempo, porque el sentido que generan no depende de su época y su contexto; hay algo de universal y eterno en una obra maestra. Por eso el arte es mi religión, supongo. Y en toda religión el iniciado pretende esparcir la palabra, contagiar su fe. Por eso quiero que mis hijos lean las obras maestras del cómic, porque va a colaborar con su formación como seres humanos.
All-Star Superman, miniserie de doce números guionada y dibujada por Grant Morrison y Frank Quitely, es una obra maestra.
Hay algo en los cómics de superhéroes que nos hace mejores. No son las peleas, la venganza, el fascismo implícito en la idea de que quien pega más fuerte tiene razón; sino la entrega a un ideal, la capacidad de renunciar a partes enteras de tu vida para cumplir con lo que tu propia consciencia considera un deber. En palabras que mis hijos entienden: hacer lo que está bien en tu cabeza y en tu corazón. Ese es el código del héroe.
En All-Star Superman, Kal-El está desahuciado, moribundo, víctima de una trampa de Lex Luthor. Es una historia definitiva en el sentido final y arquetípico; no sólo es un testamento sino también ese momento definitorio borgeano en el que una persona sabe realmente quién es. Superman no ocupa su tiempo buscando una cura, se fuerza al máximo para salvar a todos los que pueda en el corto tiempo que le resta.
Su costado ideal, los valores, las convicciones, la ética, es algo que siempre me ha acercado a los superhéroes. ¿Quién más estaría convencido de que un gran poder debe usarse para ayudar a los demás? ¿Y no por conveniencia ni por la gloria, sino porque se presenta como la única posibilidad lógica? Superman representa por entero esa convicción. No pretende ser un dictador ni un líder, sólo estar ahí para la humanidad, sin interferir con sus vidas salvo en el momento de crisis, para ayudarlos a levantarse cuando caen.
En el episodio 10 -una sola página elegantemente dibujada por Quitely- Superman evita el suicidio de una adolescente con un abrazo y una frase de aliento. ¿Acaso es necesario venir de otro plantea, volar y desviar meteoritos a golpes para hacer algo así?
El heroísmo es otro componente de los cómics que me fascina. Llegué a la historieta después de una niñez y preadolescencia solitarias leyendo mitos clásicos, y desde el principio consideré a los superhéroes la mitología de nuestro tiempo. Cada mito es una explicación pre-científica del funcionamiento del mundo. Los dioses son la forma en que una cultura desacostumbrada al reduccionismo conceptual podía representarse mentalmente los estados ideales del ser humano. Morrison toma la faceta mítica de Superman y estructura los doce episodios de la serie como un símil de los doce trabajos de Hércules. Para remarcar los tintes mitológicos, aparecen Atlas y Sansón, personajes habituales en los episodios de la Golden Age. El Superman de Morrison deja de ser un héroe, un semidiós, y se recibe de deidad: los dioses que han muerto por la humanidad o la han hecho avanzar han sido siempre dioses solares, relacionados con la luz y el fuego, elementos vitales. Superman se convierte en un dios solar, en Prometeo, en Helios, en Ra, en Jesús. Como siempre sucede con Morrison, las referencias son demasiadas y polisignificantes.
Como todo artista, Morrison se repite. Cuando la obsesión de un creador gira alrededor de un concepto infinitamente grande, puede pasar la vida acercándose a él, acechándolo desde distintos ángulos y perspectivas sin agotarlo nunca, profundizando ese tapiz fractal que es cada tema con honda resonancia humana. Se vislumbran todo el tiempo el espejo borgeano y la recursividad kafkiana: el reflejo repetido una y otra vez abre a modificaciones y a la existencia simultánea de los opuestos; Zibarro es un bizarro al cuadrado, el negativo de un negativo que no alcanza a ser la copia exacta del original; Bar-El y Lilo son kriptonianos sin los valores que Kal-El aprendió de sus padres terrícolas; Atlas y Sansón son el hombre más poderoso del panteón griego y judeocristiano; la kriptonita negra genera a un Superman maligno; el egoísmo de Luthor es lo contrario a las enseñanzas de los Kent; el juego de espejos articula toda la serie.
Morrison retoma temas y personajes de obras anteriores y nos habla del mundo como un todo, del universo sostenido por el poder del pensamiento, presenta a la maldad y a la destrucción como lógicamente estúpidas: todos somos lo mismo, estamos dibujados sobre el mismo papel, ¿por qué querríamos prenderle fuego a ese papel?
Pero al mismo tiempo, Morrison sabe que el Superman que conocemos está incompleto sin Clark Kent. Las relaciones familiares acercan al personaje, la presencia de padres apuntalan la identificación, necesaria para darle un efecto de realidad a cualquier historia de ficción. Lejos de los errores de las películas de Snyder, los Kent son personas generosas que alientan a su hijo adoptivo a ayudar a los demás sin importar las consecuencias.
Tal vez por eso All-Star Superman me hace pensar en mis hijos: ¿qué voy a enseñarles? ¿Qué clase de personas quiero que sean? ¿Los hombres y mujeres nobles son héroes a los que admirar o son las víctimas nietzcheanas, débiles presas de un superhombre para quien la moral es un ridículo impedimento rechazado?
La pregunta es retórica: ya conozco mi respuesta.
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