Tuesday, September 28, 2021

Lamas Médula 23-Milli Vanilli

MILLI VANILLI Y EL AUTOTUNE ANALÓGICO

Nov 22, 2019 | Opinión

Por Cristian Carrasco.



Creo que la anécdota de Milli Vanilli es interesante y significativa, que nos demuestra cómo la cultura de la imagen ha avanzado a la par de nuestras ganas de ser engañados y nuestro deleite en que nos mientan en la cara, pero no sé si criticar o no a la falsa banda por sus acciones, no sé si estoy del lado de la fiscalía o de la defensa, ni siquiera sé si alguien tiene derecho a juzgarlos. Y esa falta de norte hace que al texto le falte unidad, que sea una invitación a completar los espacios en blanco, una especie de “Elige tu propio artículo” escrito en colaboración con el lector.



Transcurría el año 1988 cuando salió al mercado el primer disco de Milli Vanilli, dúo pop conformado por un alemán y un francés que cantaban en perfecto inglés, eran altos, musculosos, bailaban bien (o eso dicen, a pesar de que ninguno de sus videos apoya tal afirmación), tenían pelo largo con rastas o trencitas o algo así, y usaban ropa ajustada, es decir, eran un perfecto producto de marketing cuya imagen estaba destinada a decorar las paredes de las adolescentes y jóvenes a lo largo del mundo.

Y , de hecho, no eran nada más que eso: la cara visible que hacía playback sobre las voces de otros cantantes, a quienes el productor a cargo consideró estéticamente incapaces.

La verdad es que casi no importan los nombres, las fechas, si los figurantes y la discográfica sabían del trato desde el inicio o si el productor engañó al dúo y les prometió que después del primer disco los dejaría grabar con sus propias e inadecuadas voces.

Lo que importa, creo yo, es la reacción que el público y la industria discográfica en general han tenido hacia los ¿cantantes? ¿actores? ¿artistas? involucrados en la maniobra.

Esa actitud de “mentime que me gusta… mientras no se destape la mentira” puede no estar acotada al circuito musical, puede aplicarse a toda la industria del entretenimiento y a cualquier actividad propagandística apuntada a las masas

No entiendo por qué tanto ensañamiento con Milli Vanilli, por qué se los señala como “el mayor fraude musical de la historia”, por qué fueron despojados de sus premios y empujados a autodestruirse como figuras públicas sin que nadie intentara darles una mano, interpretando que se lo merecían por su imperdonable crimen de falsedad, cuando precisamente “farándula”, el término utilizado para describir al conjunto de los artistas con presencia mediática, conocidos por el público mainstream, del género que sean, significa literalmente “grupo de farsantes”.

Probablemente porque hicieron lo que ningún farsante debe hacer para continuar con su oficio: dejar que la farsa se descubra.

Lejos de ser considerados una vergüenza para el pop, todos los involucrados en el proyecto Milli Vanilli deberían ser tomados como precursores. Sí, las voces sobre las que hacían playback no eran suyas, pero las supuestas voces de los “cantantes” populares de hoy en día tampoco son, estrictamente hablando, suyas.

Unos meses atrás (en mayo de 2019), Madonna cantó en la gala de Eurovisión, y hay pruebas grabadas de que desafinó como una principiante… o como una mujer de sesenta años que ha forzado la voz durante toda su vida adulta… o como alguien que canta mal desde hace mucho tiempo sin que lo sepamos porque su voz grabada se mejora electrónicamente y su voz real ni se escucha en vivo, entre los gritos de los fans enardecidos.

Ese mismo día, con horas de diferencia, su equipo de prensa subió a You Tube un video de la misma presentación con la voz perfectamente afinada.

Esto demuestra que hoy en día no importa que una sala llena escuche a un artista desafinar en vivo, lo que realmente importa es que las millones de personas que lo reproduzcan online experimenten la ilusión de estar escuchando a una cantante que cumple con lo mínimo que debe cumplir, que es pegarle a las notas. No se trata de oficio, de la búsqueda de la perfección, de talento, simplemente se trata de números: más es mejor.

En uno de mis tantos biblioratos con ideas anotadas esperando su eventual desarrollo, hay un cuento de ciencia-ficción que relata cómo, luego de que las primeras IAs contagien de conciencia a todos los programas informáticos del planeta, el Vocoder y el Autotune reclaman todos los premios Grammy que les corresponden.

Creo que lo que hizo Milli Vanilli (los figurantes, el productor y los dueños de la voces reales detrás de las canciones) estuvo pobremente planeado, y que fallaron porque la suya fue la estafa inicial, cuyas implicaciones no habían sido testeadas, no había un registro de los posibles errores ni de la forma de corregirlos. Fueron como Homero Simpson comprando el primer auto volador que salió al mercado. Ese fue su principal error.

El segundo error fue hacerlo en serio, como una estrategia de marketing y ventas y no como una broma posmoderna acerca de la muerte del autor y el mundo de la simulación y el simulacro. Si, en lugar de ser descubiertos como vulgares falsificadores de billetes, hubieran sido ellos mismos quienes se desenmascararan para demostrar al público su credulidad, su tendencia a comprar mentiras, mitad engañados y mitad porque les gusta, entonces podrían haber pasado a la historia como genios, como Magritte y sus cuadros de pipas que no son pipas o Duchamp y sus urinales en salas de museos, o podrían haber sido la versión de carne y hueso, y adelantada en el tiempo, de Gorillaz.

Borges sostenía que las herramientas son extensiones del ser humano: la pala es una extensión de la mano, el libro es una extensión de la imaginación. Pero aunque aceptemos eso, las extensiones deberían servir para llegar a lugares donde el ser humano no puede llegar solo, no para hacer cosas que un ser humano con las condiciones y el entrenamiento adecuados debería poder hacer solo, ni para dar la impresión de que un ser humano tiene una capacidad artística de la que en realidad carece.

¿Un escritor debería confiar en el corrector de Windows o debería saber cómo se escriben correctamente las palabras, debería dominar la ortografía, las declinaciones verbales, la diferencia entre un monosílabo acentuado y otro sin acento?

¿Por qué es una estafa publicar libros escritos por un escritor fantasma pero está bien autotunear la voz de cantantes pop?

¿Son realmente dibujantes las personas que simplemente sacan fotos y las pasan por el filtro “dibujo a lápiz” o “historieta” o “stencil” de los programas de manipulación de imágenes más simples de cualquier sistema operativo?

Prefiero, y creo que siempre voy a preferir, los dibujos hechos con lápiz, las pinturas con pincel, la música con instrumentos y las canciones con voces reales. No sé por qué. Tal vez porque ya soy viejo y extraño las formas antiguas de hacer las cosas, tal vez porque le endilgo al arte un componente de honor sustentado en el dominio de una tekné.

Las trampas y los atajos en el arte me provocan indignación y lo hacen mucho menos disfrutable para mí, porque sólo experimento el engaño y no la posible satisfacción estética que podría/debería producir el resultado final.

Pero si me veo obligado a tomar partido, debo decir que me molesta mucho más la voz autotuneada de los cantantes pop y latinos que la escenificación y el lipsinc de Milli Vanilli. Por un lado, porque es más insidiosa, más solapada. Y por otro, porque está normalizada, aceptada: nadie parece considerar una estafa el hecho de que canten con una voz que no es la suya. Además, esa mentira les da éxito, premios, dinero, fama, mientras que a los miembros de Milli Vanilli, por hacer exactamente lo mismo pero de manera analógica, les quitaron incluso el valor y el respeto… incluso esas estatuillas con forma de fonógrafo dorado que nadie en el mundo real valora ni respeta.

¿Cuando se pierde la pureza del arte? ¿Alguna vez existió tal pureza? ¿Es una aspiración, existe en el mundo de las ideas? ¿Es, como todas las metas que vale la pena seguir, un infinito que nunca se alcanza pero al que siempre podemos acercarnos un poco más?

Tal vez el problema sea el mercado. En toda expresión artística hay tres niveles, o tres estadios a recorrer, en la relación entre el autor y el público: expresión, comunicación y venta. En los dos primeros pueden existir la idealización y los estándares inalcanzables de calidad. En el tercero no.

El caso de Milli Vanilli me hace pensar en la democracia capitalista, donde los que mueven los labios y hacen volteretas para las cámaras están ahí sólo para prestar su imagen, mientras los otros, los que realmente llevan la voz cantante, permanecen escondidos entre bastidores y nunca los veremos… a menos que se descubra la mentira.

¿Qué estoy queriendo decir? ¿Que el hecho de que hoy la mentira artística y la simulación del talento real sean la norma debería hacernos mirar con displicencia las mentiras chapuceras del pasado? ¿Que las reglas de la vida social, política, personal, no pueden aplicarse al arte? ¿Que todo arte es una mentira necesaria? ¿Que consumir una obra de arte es pedir que te mientan, en el peor de los casos, para entretenerte, o, en el mejor de los casos, para poder ver una realidad que normalmente no es evidente?


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