Mauro
Mantella: el arte de dejar todo en cada viñeta.
Oct 20, 2017 | Entre-vistas, Tapa, Viñetas
Por Cristian Carrasco.
Mauro Mantella es el último gran guionista de comics argentino,
en la inmensa tradición de escritores con una imaginación
desbordada (Robin Wood, Héctor Germán Oesterheld, Ricardo Barreiro,
Lucho Olivera, Eduardo Mazzitelli) que ubica permanentemente a la
historieta nacional como uno de los referentes a nivel mundial. Con
su estética ecléctica, desmesurada y generosa hacia el lector, lo
sumerge en mundos y temas que lo llevarán de la sorpresa al
cuestionamiento de su realidad, algo sumamente digno de elogio entre
tanto entretenimiento pasatista. Las obras de Mantella se leen, se
releen y se reflexionan, y eso no es poca cosa.
Lamás Médula: Empecemos con las definiciones. En la Comiqueando
Extra de mayo-junio del 2011, en una nota acerca de “Los nuevos
maestros de la historieta argentina”, te definen como “barroco,
imaginativo e ideologizado”. ¿Qué opinás de esa definición? ¿Se
ajusta a lo que creés de vos mismo? ¿Desde qué punto de vista
tomás la palabra “ideologizado” y qué consecuencias tendría
esa característica en tu escritura?
Mauro Mantella: Lo del barroquismo es acertado creo, en el sentido
de que suelo enfervorizarme bastante a la hora de incluir guiños,
easter eggs, simbolismos, ideas accesorias y demás recursos
cosméticos. Pero no lo vivo con culpa. Si bien uno de los escritores
que más admiro (Borges) sostenía la idea de que lo barroco es
característico de escritores principiantes y soberbios, en el
sentido de que el sobrecargar una obra no es solo en cierta manera un
alarde de erudición, sino también una forma de disimular un
contenido magro. Y razón no le falta. Pero percibo dos bemoles. Uno
sería que el argumento antes dicho le es muy útil y funcional al
escritor haragán y apurado, o al que se encuentra divorciado de sus
musas y a quien enterarse de que lo barroco está mal visto le
produce un gran alivio. Y la otra grieta que percibo es que sospecho
que Borges comete el error de proponer como preceptiva una opinión
subjetiva (del mismo modo que ya había hecho cuando sostuvo que la
poesía no debería tener rima y solo ser libre), así que prefiero
situarme en la idea que el artista tiene que hacer lo que le pida su
cobertura testicular, desoyendo simpáticamente opiniones y juicios.
Porque en el fondo solo se trata del rancio y cómodo lugar común
que reza “menos es más”, y mayormente menos es menos… y más
es más si se hace bien.
Lo de imaginativo obviamente no me corresponde a mí aseverarlo.
Ojalá.
Y sobre lo de “ideologizado” siempre me quedó la duda si se
refería a ‘ideología’ o a ‘demasiadas ideas’. Supongo que
lo segundo, porque creo que hasta ahora mi ideología solo se habrá
filtrado levemente en alguna que otra línea de texto que ni recuerdo
en este momento, no es hasta Monarch, mi próxima obra (con Martín
Túnica), que entro de lleno en la opinión/crítica social y
política del modo más descarnado y subversivo posible.
Así que intuyo (seguramente de modo errado) que Hernán se
refería a una evidente pasión por las ideas más que por las
historias. Cosa que me llevó varios años el darme cuenta y caer en
la realización que, generalizando burdamente, se puede decir que hay
dos clases de escritores: los que usan las ideas como pretexto para
contar historias y los que usan las historias como pretexto para
contar ideas. Desde ya que los primeros son mayoría, y los segundos
estamos como en un arrabal brumoso y mal iluminado, y seguramente
pagando un poco el precio de cierta frialdad en nuestras fábulas,
pero felices. De igual modo me tomó un par de años digerirlo y
estar en paz con ello. Mitad porque me aferré a la recalcitrante
idea de que desoír a la intuición artística siempre termina en
desastre, y mitad gracias a que me di cuenta de que muchos de los
artistas que más admiro también andan por esos derroteros, así que
al menos la compañía es excelsa.
LM: Sin ánimo de contradecirte, que es lo que se dice antes de
contradecir a alguien, creo que lo de ideologizado viene por el lado
de la crítica al statu-quo. En estos tiempos de hipercorrección
política, cualquier signo de desconfianza hacia los poderes
establecidos y la historia oficial es tomado como un panfleto de
izquierda, y vos tenés mucho de eso. En 78 km/h decís algo así
como que el fin del mundo era evidente porque era la primera vez que
el gobierno quería en serio hacer algo bueno por el mundo, en Rancat
hablas de una red de prostitución infantil que maneja el gobierno;
en El día de los plásticos rotos usás juguetes para hablar del
nazismo, o de la intervención yanki en el mundo, o para decir que
las dos cosas son lo mismo. Y en cuanto a la religión, es obvio que
no te comés ningún dogma, porque por lo menos el 50% de tu
producción publicada se dedica a tirar abajo ideas religiosas. ¿De
dónde viene eso?
MM: Sospecho que de lecturas tempranas y prematuras de Mafalda,
Fierro y sobretodo de la revista Humor, la cual recuerdo ya había
caído en mis manos a la nada conveniente edad de 8 o 9 años. Luego
supongo que eso se reforzó con obras como El Eternauta, Ministerio,
V for Vendetta, Brazil; y terminó de enquistarse con Un Mundo Feliz,
Utopía, La Conquista del Pan y 1984. También el pensamiento
político y social de Ernesto Sábato fue una gran influencia. Y ni
hablar de lo tristemente aprendido de los gobiernos de facto y de
haber sobrevivido las políticas neoliberales de los ’90 (a las
cuales nuestra madurez como sociedad nunca nos hará regresar por
suerte). Pero de todos modos no es tan inusual, mayormente todo el
que se dedique hasta de un modo casual a la lectura y al pensamiento
termina inevitablemente decantando en cierta beligerancia hacia el
sistema que manipula y orquesta la vida humana en este planeta.
Realmente me asombra y preocupa que la humilde y dudosa crítica
social y política que a veces se me desliza en las historias te
parezca actualmente un caso aislado y anómalo.
En cuanto a lo teológico, la mirada crítica nació de
trasnochadas y recurrentes charlas con el gran amigo de mi vida y del
sentido común. Yo no me considero ateo, sino más bien me sitúo en
una predecible prudencia gnóstica. Y trato de evitar el concepto de
“creer” en pos de una visión más relativista que baraje
porcentajes de veracidad (por llamarlo de alguna manera), los cuales
van variando según llega nueva información, deducciones o ideas. Y
siento que eso propicia una visión más amplia, elástica y
contemporizadora sobre un asunto tan complejo. Resumiendo, intuyo que
hay 80% de probabilidades de que sí exista una inteligencia
creadora, cuya mano se puede percibir en la dialéctica de la
naturaleza. Pero si tal entidad existe hay algo que está funcionando
atrozmente mal. Y me lleva a cavilar que Dios se encuentra mucho
menos imbricado en los destinos humanos de lo que nos gustaría
creer, o que su papel divino no se centra en la compasión, en la
justicia ni en el bienestar de sus criaturas.
Igual comprendo que para mucha gente la idea de Dios sea esencial
y necesaria para la supervivencia. Nos encontramos en un estado tan
insignificante y frágil, y sumidos en una ignorancia casi completa
en lo referente a nuestro lugar y papel en el universo, que la única
manera de lidiar con todo ese caos y miedo cósmico es creer en algo
superior que vela por nosotros y da cierto sentido a nuestra
microscópica existencia en el cosmos.
Pero las religiones organizadas e institucionalizadas me parecen
un cáncer para la mente y el alma. Solo son una herramienta
efectivísima de manipulación social, cultural y espiritual, y un
recurso cada vez más burdo de programación neurolingüística
global. Al igual que lo es su hijo bobo: la psicología. Que si bien
se mira, en el fondo tiene la misma esencia que la religión, o sea,
ambas son un cúmulo de suposiciones y especulaciones vueltos dogma.
LM: No me parece que la crítica y la desconfianza sea un caso
anómalo dentro de las artes, pero sí de la sociedad en general.
Vivimos en un país donde la gente se queda tranquila con la versión
que le cuentan en la tele, donde “volver al mundo” les parece una
buena idea y donde cuando le decís que el verdadero poder son las
multinacionales y los multimedios, te miran como si te hubieras
fugado del neuropsiquiátrico. Estoy convencido de que los artistas
son como el canario en la mina, los que primero ven las cosas venir
porque tienen un ojo en lo que pasa y otro en lo que podría pasar en
miles de universos paralelos. Si uno inventa otros mundos es porque
no le alcanza éste o porque quiere mandar una sonda mental al
futuro, a lo que puede ser. Y esas sondas suelen venir en forma de
exageración o reducción al absurdo.
Una de esas exageraciones se encarna en el arquetipo del
superhéroe, que vos de alguna forma ya tocaste en El hombre
primordial y alguna de las historias de tu serie Lado-B, y de la que
ahora te ocupás en Monarch. Básicamente hay dos formas de acercarse
al superhéroe: desde la recuperación de sus cualidades más
inspiradoras (All-Star Superman de Morrison, Kingdom Come de Waid) o
desde la deconstrucción (El Maximortal de Veitch, Miracleman de
Moore, The Boys de Ennis). ¿A cuál de esas aproximaciones se
asemeja más tu concepción del superhéroe? ¿Para qué usás el
arquetipo? ¿Para contar qué tipo de historias te es útil? Porque
para nosotros, en Argentina, el superhéroe no es una necesidad como
en EEUU, sino una elección, así que si elegís utilizarlo supongo
que habrá alguna razón.
MM: Claro, la manipulación mediática de las masas prácticamente
desde el inicio de la radio cinceló un individuo no solo apático,
atontado y consumidor, sino también con una falta aterradora de
pensamiento propio y crítico, y sin la más leve sospecha de los
mecanismos elementales de razonamiento, discernimiento e intercambio
de argumentos; al cual se le puede generar una opinión ajena tan
solo por el mero procedimiento de la repetición y de los 11
principios de propaganda de Goebbels. Obviamente no estoy
descubriendo nada, pero viendo que casi todos los días te podés
topar con alguna semilla que está sembrando el camino hacia una
predecible distopía transhumanista y eugenésica, el no hacer obras
completamente ayunas de ideología o de al menos alguna reflexión
humanista o social tiene más valor que nunca. No es momento para
meros escapismos me parece.
Y respecto a la elección de los superhéroes, la explicación es
simple: porque los amo. Creo que conforman un 50% de lo que me
encanta de los comics. Así que nunca son una mera herramienta o
excusa para contar otra cosa. Mayormente todo nace de ellos, de
tratar de hacer una buena historia de superhéroes y de ver qué
elemento fresco o interesante se le puede poner como esqueleto para
que articule la historia de algún modo original o poco transitado. O
sea, con El Hombre Primordial no me urgía una crítica teológica y
se me ocurrió usar a un superhéroe para contarla, sino todo lo
contrario más bien.
Con el universo de los superhéroes todo se magnifica, todo es más
tremendo, ominoso y planetario. Y ni hablar de lo visual. Creo que no
se me ocurre una sola historia que transcurra en el mundo real y
mundano que no quede mucho mejor con superhéroes. Imaginate Pulp
Fiction con supervillanos; o American Beauty con superhéroes. Con un
Superman masturbándose en la ducha de rayos solares porque es el
mejor momento de su día, una Lois Lane engañándolo con Jimmy Olsen
para lidiar con su inevitable envejecimiento terrestre, un Robin
filmando bolsitas de plástico revolotear mientras Batman colecciona
suvenires de Apókolips mientras niega su bicuriosidad. Épico.
Y sobre lo de cómo encarar a los superhéroes -sea el ángulo
inspirador o el deconstructivista- creo que lo ideal (y lo que
siempre intento) es tratar de usar esos dos modos al unísono y
armónicamente. Creo que lograr eso eleva aún más la obra, y que
usarlos en porcentajes desequilibrados hace aumentar el riesgo de que
el modo en que se presentan los superhéroes resulte o muy pasado de
moda o demasiado cínico.
Un claro ejemplo de lo que propongo creo que lo logró en mismo
Moore en su Supreme.
Luego el The Boys de Ennis es otra cosa, es brillante y
maravilloso pero es puro odio a los superhéroes. Es una historia
cuyo fin último es mostrar que si existiesen superhéroes tendrían
todos los defectos, imbecilidades, y bajezas del hombre común, solo
que a una escala mucho mayor y peligrosa.
De todos modos hace rato que tengo ganas de hacer en un futuro
cercano una historia de superhéroes pura. Por el solo placer de
contar esa clase de historia y ver qué dramas humanos van
apareciendo por el camino. No sé, algo tipo Astro City o Top Ten,
pero mucho más enfermo y complejo.
LM: ¿A qué público apuntás cuando escribís? En dos sentidos:
primero, Grant Morrison decía que él escribe para él mismo cuando
tenía 14 años, es decir, un pibe inteligente e interesado por cosas
raras. La cantidad de referencias que no se explican (por ejemplo,
los escritores en el tranvía en Fantaciencia, casi todos los nombres
de cosas y lugares inventados, las frases en otros idiomas) dan
cuenta de que sos un escritor hipercultivado no sólo en el noveno
arte sino en general, pero también dan la pauta de que el lector al
que se dirige, si pretende captar todos los matices de la obra, tiene
que ser similar, o al menos parecido. En segundo lugar, releyendo tu
producción me di cuenta de que el color local que creí identificar
en una primera lectura no estaba ahí, era un constructo forzado de
mis propias ganas o costumbres: originalmente leí Fantaciencia, El
hombre primordial, muchos Lado-B, como si transcurrieran en
Argentina, pero ni los nombres de los personajes ni nada en la
ambientación apoya eso (salvo en Bizancio y la historia corta El
Futuro fue Ayer, donde utilizás un mundo futurista a lo
Transmetropolitan para hablar de la dictadura). Creo que me pegó
demasiado el cambio en “el domicilio de la aventura” de los 70s y
ahora me cuesta leer lo que se produce en el país como ambientado en
otra geografía. Vos ¿escribís para un público local, hacés lo
contrario conscientemente, o no es algo que te importe?
MM: Realmente no apunto a ningún público en particular. Y me veo
tristemente forzado a responderte el tópico de que “escribo para
mí”. Trato de hacer los comics que a mí me gustaría leer, como
supongo que hace todo el mundo. El encararlo de otro modo creo que
limita y corta las alas de lo que la obra debería ser. Y le agrega
un incómodo elemento artificioso al proceso creativo, al no estar
haciendo exactamente lo que te sale del pecho. Y como dice san Moore:
“No hay que darle al lector lo que el lector quiere, hay que darle
lo que el escritor cree que el lector necesita”. Por eso no hay
secuela de Watchmen hecha por sus creadores y sí del Dark Knight
Returns.
El tema de los guiños crípticos y pseudo eruditos es algo que
también uso mucho porque me encanta hacerlos y me encanta también
encontrarlos en obras ajenas. Amo los comics que te obligan a buscar
anotaciones, las cuales no solo te abren el espectro de lo que
verdaderamente hizo el autor sino que también aumentan el placer de
comprender, de asociar y de ampliar tu caudal de conocimientos. Me
gustan mucho las obras que impelen al lector a esforzarse, aunque más
no sea al hacerlo toparse con una palabra desconocida que lo lleve a
buscar su significado, para que emerja de esas obras mejorado. Creo
que las historias que nos cambian y nos hacen mejores van por esos
derroteros.
Aparte el creador siempre tiene que apuntar hacia arriba,
intentando tirar la flecha lo más alto y lejos posible. Por él y
por los demás. Y sobre todo en esta época donde el único contacto
que la gran mayoría del público tiene con la cultura es a través
de los medios de entretenimiento de la industria. Así que siento que
como creador tengo casi la obligación de tratar de que mis historias
sean lo más ricas posibles.
Volviendo al tema de los guiños puntuales, el que señalás de
Fantaciencia es un buen ejemplo de cosas que me gusta incluir
mientras no conspiren en contra de la compresión básica de la
historia. El tranvía es el Tranvía Ovárico del Trópico de Cáncer
de Henrry Miller. Y me simpatizaba mucho la idea de ese vehículo
transitando ese cielo de imaginación solo llevando escritores
“degenerados”. Así que a eso se debe la presencia de Miller
mismo, junto a Bukowski, Burroughs, Dalmiro Saenz y el Marqués de
Sade (en off). Cosas como esas para mí son como “pozos” en la
historia (no confundir con agujeros en el plot) donde el lector puede
detenerse, hurgar, excavar y descender a algún sótano oculto donde
encontrar alguna idea, estímulo o conocimiento extra, para luego
regresar a la superficie de la historia. Y con un poco de suerte, al
finalizarla, quedarse con una apreciación más jugosa y
tridimensional del todo.
Eso o solo oscurezco las aguas para que parezcan profundas.
Siempre la antítesis cerca por las dudas.
En lo referente a la locación de mis historias, mayormente
escribo para un público general y universal. Y trato que los lugares
por donde transitan mis personajes sean más bien genéricos, excepto
obviamente cuando un lugar determinado es necesario como elemento
esencial. Fantaciencia tenía que transcurrir en los Estados Unidos
de Norman Rockwell porque nadie piensa en la India o en la Guayana
Francesa cuando se trata el tema de la sci-fi de los ’50. Y Monarch
también sucede mayormente en la tierra de las oportunidades al ser
el centro neurálgico de todas las conspiraciones de este nuevo y
bravo mundo.
También tengo que confesar que me siento más cómodo ubicando
las historias lejos de acá. Siempre me causó mucha perplejidad que
se use la imaginación solo para hacer vuelos de cabotaje pudiendo ir
a sitios increíblemente diferentes y maravillosos, pero optando por
ir hasta la pizzería de la esquina para ponderar las manchas de
humedad, reflexionar sobre mozzarelas chorreantes e indignarse por
líneas de colectivos que vienen cuando uno no las espera.
Igualmente sostengo la idea de que debe haber de todo. Toda clase
de historia, pero no puedo con el costumbrismo. No puedo.
Lo mismo me pasa con el idioma, del cual también me decanto
siempre por un neutro flexible que armonice con lo genérico del
lugar de la historia si es el caso. Pero eso te cobra un poco el
precio de no dejarte acercar a una completa fluidez en los diálogos.
Precio que pago sin quejarme, pero es evidente y lo comprobé en el
tomo de Bizancio Punta Baja, donde ahí si la gracia y el desafío
era situar la historia en Argentina aprovechando que un personaje
Constantinesco no desentonaría con el matiz de nuestra patria ni con
sus fantasmas. Y ante mi sorpresa resultaron los diálogos que más
orgulloso estoy hasta ahora en mi carrera. Cosa que me dio bastante
en qué pensar. Pero igual sostengo la decisión de solo hacer
diálogos en “argentino” cuando la historia transcurre acá.
Porque hacerlos cuando la historia se desarrolla en otros lares me
hace mucho ruido. Mucho estruendo. Es agua y aceite. Es como mojarse
el pie con agua caliente mientras tenes la media puesta. Muy cringe
over 9000.
LM: Tus obras suelen tocar temas desmesurados: dios (El Hombre
Primordial), el fin del universo (El Arca), el mundo de las ideas
(Fantaciencia), qué hay después de la muerte (Mundus), cómo
funciona el tiempo (Tiempo: 5). Nunca temas fáciles, que se puedan
acabar en una historia o abordar desde un solo punto de vista. Es
totalmente compresible porque las dicotomías vida/muerte y
dios/demonio son lo que más ha llevado a escribir a los seres
humanos a través de la historia. Pero ¿esos son los únicos temas
que te interesan? ¿Escribirías o tenés pensando escribir algo más
realista, mundano, alguna especie de slice of life?
MM: No suelo darme cuenta de esos puntos en común entre los temas
de mis historias hasta que alguien como vos me lo hace notar. Y sí,
esos asuntos son los que más placer me generan al tratar de
entenderlos y de encontrar al menos un metro cuadrado de terreno
virgen sobre el cual tratar de desenterrar alguna gema para
compartirla con el lector. Pero no creo que sea por elitismo, por
grandilocuencia o por ese mal disimulado alarde de complejidad que
Borges llama barroquismo… el tema es que para mí que alguien te
lea es algo sagrado. Es algo enorme. Es la mejor de las sensaciones.
Es un momento mágico donde el lector abre lo más precioso que tiene
a tus ideas, pensamientos y sentimientos, y siempre siento que es un
momento demasiado especial como para hablarle de idioteces, de temas
menores o contarle que el asesino era el mayordomo. Pero es un mambo
mío. De nuevo, no hay que proponer lo subjetivo como preceptivo.
De todos modos, hace rato que también tengo ganas de hacer una
historia completamente diseñada para mis falencias. Como desafío, y
para afilar lo que tengo poco pulido. Una completamente ausente de
locuras e ideas estrafalarias. Solo gente con sus vidas y poco más.
Algo como Friends meet Ambrose Bierce. O algo como el Stray Bullets
de Lapham. También porque mucha de la mierda que aún necesito
exorcizar a través de la ficción no logro hacerlo con mis historias
usuales. Lástima que ya existe un comic llamado Odio.
LM: Prefiero tus novelas gráficas, pero de tus historias cortas
me impresionó la perfección formal de Zombisbena. Primero parece
que utilizás el procedimiento de la ironía gráfica (es decir, que
los dibujos desmienten a los diálogos) pero al final resulta que la
historia está contada de otra forma (no quiero espoilear) y a falta
de una vuelta de tuerca hay dos. ¿En qué te centrás primero? ¿En
la historia, los personajes, el mensaje que querés transmitir con la
historia, o en la estructura?
MM: Cada caso es diferente (como decía el sátiro de los baños),
y trato de huir de los procedimientos a los que siento que me estoy
acostumbrando y que me salen relativamente fáciles. Creo que es un
esfuerzo que vale la pena. Porque en definitiva la verdadera
satisfacción siempre yace en el desafío y en la dificultad. En el
caso de Zombisbena todo nació de un concepto que me sugirió una
estructura la cual me dio la idea de una narrativa bifurcada y
paralela entre lo que pasa en el cielo con el alma del protagonista y
lo que pasa en la Tierra con su cuerpo zombificado. De ahí el juego
de palabras del título, ya que Anfisbena es un animal mitológico
sin cola, con una cabeza en cada extremo y que funciona como una
alegoría de algo que va en dos direcciones simultáneamente, sea
físicamente, sea hacia el pasado y al futuro, o, en este caso, hacia
la vida y la muerte.
Y fue un lindo desafío el que solo fuese el punto de vista
subjetivo del protagonista y que en cada realidad sucediese
exactamente lo mismo pero antagónico.
Creo que es saludable para la creatividad embarcarse en obras que
uno no está completamente seguro de poder llevar a buen puerto, y
estar preparado para un esfuerzo extra y para tener que ir inventando
herramientas por el camino. De todos modos, esa historia de zombis no
la hubiese logrado sin el talento y voluptuosidad de su dibujante:
Facundo Percio.
De todos modos, cuando me topo con una idea que vale la pena (en
la cual ya suele estar la esencia del mensaje que quiero transmitir)
suelo concentrarme en la estructura del plot y en la narrativa que
sospecho la historia necesita, dibujando escaletas para la historia
en general y luego para cada capítulo, y sigo acercando la lupa
hasta las paginas, viñetas, y diálogos, según voy sintiendo que
cada etapa se agota. Aunque eso nunca suele ser claro y placentero y,
mayormente, cuando siento que me trabo o frustro, es señal de que
tengo que pasar a la siguiente etapa, dejar de romperme la cabeza con
el plot y pasar a pensar las escenas, por ejemplo.
De todos modos, mi manera de manejarme al contar historias cambió
un poco durante estos últimos años. Antes era demasiado tirano y
estricto conmigo mismo a la hora de escribir, en el sentido de que me
manejaba demasiado con el lado racional, solo dejando libre a lo
irracional la etapa de ideas puras y elementos que luego podría
usar, pero luego todo era articulado desde lo racional, y si bien no
es para nada un mal método de trabajo, también creo que se paga el
precio de cierta frialdad y de cierto artificio en el resultado
final, porque creo que se nota cuando el escritor hace todo
estrictamente tal cual lo planeó desde el plot y escaleta sin dejar
lugar para poder incluir alguna idea que aparezca espontáneamente
sobre la página. O al revés, el tratar de meter toda idea o escena
que se nos había ocurrido aunque sea a martillazos, porque así fue
planeado. Eso me pasaba mucho. Pero por suerte me di cuenta a tiempo
de ese desequilibrio (espero), y una de las cosas que me hizo dar
cuenta fue el notar que nunca lograba incluir en mis historias
elementos puros de mi bagaje interno, sean vivencias, recuerdos,
miedos, obsesiones, etc. Y también algunas reflexiones o
pensamientos que solía tener diariamente, y eso me hacía pensar
para mí mismo: “¿por qué nunca logro incluir cosas como éstas
que pienso constantemente, si me parecen más interesantes que lo que
logro plasmar? ¡Qué pelotudo que sos!”. Así que desde entonces
aflojé con la compulsión de inventar todo y dejo que lo irracional
me acompañe durante el proceso de creación y escritura prestando
atención a sus consejos, y creo que el resultado es más orgánico y
armónico. Tanto es así que mi siguiente historia llamada “Cast”
(con Sergio Monjes) es lo más autobiográfico que hice hasta ahora.
Y si bien lo autobiográfico me suele causar bastante rechazo, creo
que si se hace lo suficientemente simbólico y críptico puede
resultar algo interesante. Básicamente lo que los personajes de Cast
experimentan son mis principales traumas, sueños recurrentes,
temores infantiles, frustraciones y demás, pero propiamente
disfrazados de otras cosas. Así que estoy muy entusiasmado con esa
historia que comenzó como una simple y divertida idea y está
convirtiéndose en un gran sigilo biodecodificador que también viene
a complementar y a aceitar algunos procesos por los que estoy pasando
en mi vida privada. Y funciona. La ficción es vudú para la
realidad.
LM: Tu estilo propende a la saturación de ideas y nociones locas,
limadas, extrañas. Cosas con las que otros harían una saga, las
tirás en un diálogo o en un cuadro de texto. Creo que fue Grant
Morrison quien dijo que en los inicios del comic se podía encontrar
una idea por historia, cuando cada ejemplar traía dos o tres;
después fue una idea por revista, y después de los noventas fue una
idea por saga de seis números… pero que él prefería meter una
idea por cuadrito. ¿Esa es también tu ambición? ¿A veces no te
dan ganas de guardar algunas de esas ideas para después en lugar de
poner toda la carne al asador? ¿No es una especie de desperdicio?
MM: No, ¡mi ambición es una idea por globo! Chiste. Baja el
telón.
Hablando en serio, nunca me preocupó eso. Más vale que sobren a
que falten las ideas. Y si siento que alguna es lo bastante rica como
para ser explotada en otra historia me la guardo. Pero de todos modos
trato de no amarrocarlas, ya se me ocurrirán otras en su momento.
Tampoco tengo muchos pruritos en volver a utilizar una idea si
siento que le puedo sacar más jugo. Como seguramente alguna vez haré
con muchas de las que puse en la historia corta “El Beso Inmortal”,
donde sí siento que varias de las ideas que se me ocurrieron sobre
el vampirismo es medio un desperdicio dejarlas ahí. Por esa misma
razón no me suelen gustar las historias cortas en general. Cuando se
me ocurre algo interesante me da ganas de explotarlo con más
espacio, lentitud y comodidad. Y en última instancia, si una idea
solo da para desarrollarla en 4, 8 o 12 páginas, gran cosa no será.
Igualmente, ahora me siento un poco más equilibrado en ese
aspecto. De nuevo, el tomo de Bizancio fue como una especie de
bisagra en mi proceso. No solo por el idioma autóctono sino también
por ser la historia que menos ideas tiene, cosa que me permitió
enfocarme más en los personajes, y el resultado quedó mejor de lo
que me esperaba, así que tengo la esperanza de haber aprendido algo
con ese comic. Algo parecido también me pasó con Xira, pero como
aún está inédita no tiene sentido ahondar.
Redondeando, a pesar de que las “ideas” también pueden ser
meros recursos cosméticos, excusas cuando no se te ocurre otra forma
de resolver una escena, alarde barroquista o simplemente pajas
mentales… yo no puedo evitar el sacralizarlas en cierto modo. Lo
admito. Para mí toda idea interesante y original es un poco sagrada,
en tanto estimulo que se comparte a través del lenguaje, y sabiendo
la relación biunívoca entre consciencia y lenguaje, no es moco de
pavo (Por eso tanta insistencia en imponer emoticones, emojis y demás
mierda sucinta que castra al lenguaje en vez de enriquecerlo). Cada
idea es una unidad de información nueva que enciende -en el que la
concibe y en los que la leen- todo un cumulo de neuronas que nunca
habían sido estimuladas hasta ese instante. Y tal vez por eso sea
tan placentero el tenerlas y el leerlas. Y no cuesta mucho imaginar
que si la ya citada inteligencia creadora existe, imagino que le
deben emocionar más las ideas locas de sus creaciones que las
galaxias que él amasa.
Amén de que también sospecho que algo más profundo sucede cada
vez que imaginamos un concepto nuevo. Aunque sea una idea tonta o
estrafalaria, igual se siente como si ejerciéramos una potestad
humana, es difícil de explicar. Como si al crear, en cualquiera de
sus formas, cumpliésemos con una de las tres tareas fundamentales
que los humanos deberíamos de llevar a cabo en la tierra, junto con
evolucionar y empatizar.
LM: ¿Qué tanto te jode que siempre que hablan de vos empiecen
nombrado tus influencias? Es decir, Alan Moore reconoce que sacó el
final de Watchmen de una serie de televisión, Grant Morrison se
nombró a sí mismo el continuador de la obra de Burroughs y dio
decenas de entrevistas explicando detalladamente de dónde sacó sus
ideas para The Invisibles, Doom Patrol, New X-Men, y nadie se centra
en eso sino en lo que hicieron con esas ideas y con esas formas de
narrar. Me parece que es como si al hablar de un chef no dijeran nada
del plato terminado y se centraran sólo en los ingredientes. Y ya
que estamos, ¿qué tanto impacto tienen o creés que deberían tener
las opiniones de los demás en un creador?
MM: Lo de la citas a mis influencias es una sensación agridulce.
Por un lado no existe elogio mayor que a alguien le parezca que lo
que hacés tiene al menos un lejano aroma a las obras de los artistas
que más admirás en el multiverso. Pero por otro lado me da mucho
pudor y vergüenza, porque pareciera que uno aprueba y avala esas
comparaciones creyéndome realmente a la altura de esos monstruos,
aparte de que inevitablemente siempre voy a salir perdiendo en la
comparación. Pero en el fondo creo que es un mal menor esas citas, y
que al menos sirven para que algunos lectores ilusos y desprevenidos
se acerquen a mi obra con la vana esperanza de encontrar algo de ese
nivel, y luego terminen casi disfrutándola a pesar del terrible y
brutal desencanto inicial.
El tema de poner más énfasis en indagar el proceso que el
resultado de una obra de parte de la crítica realmente nunca me lo
puse a pesar. Pero creo que tenés razón. Supongo que se deberá a
que hay como un impulso a entender los procedimientos porque en el
mundo del comic hay más lectores aspirantes que “civiles”, más
que en ningún otro medio.
Y sobre el impacto de las opiniones ajenas, soy de la idea que la
única que importa es la de nuestra propia intuición artística. Si
eso falla ya nada tiene sentido. Nada de lo que opinen o aconsejen
los demás nos ayudará si no desarrollamos un criterio interno y
somos un crítico despiadado, descarnado y honesto de nuestra propia
obra. Lo cual no significa que haya que desoír las opiniones y
criticas ajenas si están bien argumentadas, sobre todo las malas,
que pueden hacernos dar cuenta de defectos que ni sospechamos.
Pero insisto en el tema del criterio interno, el cual creo que es
más importante aún que los otros pilares más obvios (la
imaginación, la inteligencia, la cultura) para el buen hacer del
artista. Por eso me producen una gigantesca perplejidad los
escritores que ni bien terminan un escrito salen de gira buscando
hasta la opinión del almacenero. Detrás de ese pedido de opinión
huelo solo deseo de aprobación.
Tal vez yo sea demasiado talibán en ese aspecto. Cuando escribo
no puedo evitar que me acompañe la convicción de que lo que estoy
haciendo no le va a gustar a nadie pero de todos modos tengo que
seguir haciéndolo como lo hago porque se siente correcto, adecuado,
a la par de que me satisface a mí y estoy dispuesto a aceptar las
consecuencias de mi forma de trabajo. Con que le guste al editor ya
estoy hecho. Tal vez eso solo sea un mecanismo mío de “esperar lo
peor” para que después las aguas parezcan más tibias, no sé.
Todo intento de escritura no es solo un intento de mostrar cómo luce
la realidad desde nuestros ojos, sino también como un mensaje en una
botella, a la deriva y buscando llegar a manos de alguien destinado a
sus símbolos, para que nos haga sentir que tan solos no estamos en
este mundo donde siempre parece que estamos en el lugar equivocado
con las personas equivocadas.
Es una forma de encararlo que creo que vale la pena el esfuerzo,
aunque pasen diez años para que una obra encuentre finalmente a su
público, como está pasando con la compilación de El Hombre
Primordial por suerte.
LM: Yo conozco el momento exacto que me hizo fan de Mauro Matella:
el cuadro en el segundo episodio de El Hombre Primordial, donde el
protagonista pasa volando sobre comiqueros que, al verlo, se ponen a
llorar sin decir nada. “Su mente siempre les dijo que no podía
existir. Su corazón que debía”, dice el texto. Supongo que si
podés escribir algo así es porque sos un fan vos también. ¿Qué
te ha dado el comic a vos, como persona? Me refiero a que Mark Millar
decía que, si apareciera un enano azul del espacio con un anillo
todopoderoso, los únicos que lo usarían para hacer el bien serían
los lectores de historietas de superhéroes, y Alan Moore sostiene
que los comics son una forma evolucionada de comunicación porque
hace funcionar al mismo tiempo los dos lóbulos del cerebro al
decodificar arte y lenguaje. ¿Hay cosas que vos sepas que el comic
te dio, a nivel emocional, intelectual, espiritual, que no
encontraste en otros lados?
MM: Sí, amo a los superhéroes como ya confesé más arriba.
Llegaron definitivamente a mi vida tarde, allá cuando Perfil arrancó
con sus cuatro títulos, pero llegaron en el momento justo porque
estaba pasando por una etapa bastante anodina y los cuatro colores
fueron una oasis que no solo me ayudó para sobrevivir etapas de este
estilo sino también para arraigar cosas como una conciencia política
y humanista, con V for Vendetta por ejemplo; o que gracias al
Preacher de Garth Ennis terminé de comprender lo que verdaderamente
significa ser un hombre de verdad. Y ni hablar de los trabajos
horrendos e infernales que tuve, los cuales podía soportar gracias a
que en mi mente iba caminando por Gotham, Central City y OA.
Y nunca consideré a los superhéroes como un mero escapismo o
fantasía de poder (cuando estaban apuntados a niños) o fantasía de
juventud (ahora que están apuntados a treintañieros y cuarentones).
Siempre sentí que los superhéroes son lo que ya deberíamos ser si
no estuviésemos en esta granja humana corriendo a ciegas por
laberintos de confusión, horror, reencarnaciones amnésicas,
fragilidad y finitud. A veces pienso que una humanidad libre y feliz
no tendría la necesidad de imaginar historia alguna, que no les
sería menester crear mentalmente nada si todo lo esencial a nivel
físico y espiritual estuviese satisfecho. A veces sospecho que
creamos fábulas porque de algún modo sentimos que no estamos
viviendo en el mundo que deberíamos. A veces sospecho que la
fantasía es nuestra verdadera patria. Y que toda fantasía es
nostalgia por algo que no sucedió.