Sui Generis y la adolescencia revisitada
Jun 17, 2017 | Música
Por Cristian Carrasco.
Siempre identifiqué el germen de mi forma de actuar en dos frases: una a nivel actitudinal de mi padre que, como todo artista, veía el mérito en la perfección; y otra moral, que venía de mi madre religiosa. Pero la verdad es que mi personalidad se fue construyendo con ladrillos venidos de muchos lugares distintos y uno de ellos, me di cuenta manejando por rutas blancas de sol y caminos sinuosos entre montañas, fueron las letras de Nito Mestre y Charly García.
Durante mis últimas vacaciones bajé en un pen-drive la discografía de Sui Generis y fui escuchándola todo el camino. Recuperé las sensaciones que alguna vez me produjo esa música, tan distinta al pop, incluso al rock actual, con mucha flauta y teclados en lugar de la tríada guitarra-bajo-batería, y por las letras tan poco amenas comparadas con las continuas arengas a pasarla bien y levantar las manos. Recordé las épocas en las que el lanzamiento de un artista tomaba la forma de un álbum extenso y coherente en lugar de un solitario posteo en Youtube. Pero escuchar a Sui Generis me hizo sobre todo recordar mi adolescencia, reencontrarme con el origen de ciertos valores que determinaron mi personalidad de ahí en adelante. Las influencias son de dos tipos: unas personales, internas, y otras que se relacionan con mi visión del mundo, las que el día de hoy puedo rever en clave política. Y, creo, supongo, algo parecido debe pasar con gran parte de mi generación.
Desde la lírica, es palpable la diferencia entre las letras de Nito y Charly y lo que el típico adolescente consume hoy. Mientras preparaba esta reseña, mi hija preadolescente escuchó los temas y me dijo que no eran canciones sino “poesía con música”, cuando lo más profundo y significativo que pueden escuchar los chicos hoy es “checky-checky-checky” o “des-pa-ci-to”. Pero debería corregirme y decir que la música no es consumida por los adolescentes sino que los medios se la meten por los oídos. La supuesta posibilidad de escuchar lo que se quiera cuando se quiera naufraga cuando una página web va generando una lista de reproducción no a tu medida personal sino a la medida del target de consumo al que, según los datos robados a tus intervenciones online, pertenecés.
En mi adolescencia la música no estaba en todas partes, tenía que buscarse. Había que conocer a alguien que tuviera el disco que querías grabar, rastrear los temas en la radio, comprar un cassette cuando tenías algo de plata. Y las bandas del estilo de Sui Generis eran el equivalente musical al Kybalión: alguien te las acercaba cuando llegaba el momento, ni antes ni después.
Pero una de las razones más decisivas de mi cariño por Sui Generis es que trajeron a mi vida muchas primeras veces: el primer tema más largo de lo normal (la versión en vivo de Un hada, un cisne), el primer tema en estéreo, la sensación de escuchar los distintos instrumentos en solitario con uno de mis oídos (Bienvenidos al tren), la primera humanización de los arcanos de la vida (Canción para mi muerte), mis primeras ideas acerca de la pareja (Cuando comenzamos a nacer), la maldad social (Mariel y el capitán), la tristeza inherente a las ciudades y a las obligaciones laborales, sobre todo en el día que marca la línea de largada cíclica de la carrera capitalista siguiendo la zanahoria de billetes al final del piolín (Lunes otra vez), mi primer conceptualización del mundo militar (Botas locas) y del poder el pueblo frente a los gobernantes (Tribulaciones, lamento y ocaso…). En la revolución hormonal de esos años de crecimiento todo se siente importante, poderoso, vital, urgente, violento, decisivo, y las primeras experiencias se graban en la memoria con una intensidad imposible de recuperar en años subsiguientes.
A pesar de que los dos primeros discos, Vida y Confesiones de invierno, están densamente atravesados por mensajes éticos, políticos y emocionales, la verdad es que no se puede extraer de ellas ningún concepto novedoso o profundo a nivel filosófico: la base conceptual de las letras es una especie de pseudifilosofía naif equivalente a leerte todos los libros de Macanudo de una sentada. De nuevo, es un acierto, porque es análogo a la bruma nebulosa de conceptos a medio formar que caracterizan la lenta consolidación del sistema de valores y la cosmovisión de un adolescente.
El tercer disco, Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, es más directo y desesperanzado con respecto a la sociedad, a la vida en general y al valor de sus canciones como arma de cambio: la posibilidad de efectuar un cambio en las consciencias de los demás (“y si estoy cansado de gritarte / es que sólo quiero despertarte”) se convierte en una pregunta, con un dejo de desesperanza (“Para quién canto yo entonces”) y en la derrota de la solidaridad (“siempre el mismo terror a la soledad / me hizo esperar en vano / que me dieras tu mano”). La música es furiosa, con reminiscencias medievales, clavicordios de iglesias oscuras que transmiten melancolía, tristeza y rabia, es el disco más difícil de escuchar. Ya desde el arte de tapa es distinto: nada de colores, figuras grotescas en blanco y negro que representan a burgueses, muertos, calaveras, funcionarios inquietantes… todos seres de cuidado.
Es normal: sólo el pop descerebrado puede mantener durante varios discos el optimismo estúpido, la celebración del aquí y ahora más rabioso, la idea de que la vida es una fiesta permanente y de que todos los problemas desaparecen si te la pasás bailando sin detenerte.
Para las nuevas generaciones que pasan de niños a adultos, creo, la música de Sui Generis es ideal para comenzar a formar su sistema de valores: contiene la crítica de las instituciones y de la organización social (“había una vez / un país al revés / y todo era diferente / todo el dolor, el oro y el sol / pertenecían a la gente”), el descubrimiento de la carnalidad y el más allá del sexo (“ y descubrís que amor es más que una noche / y juntos ver amanecer”), la posibilidad de encontrar a una mujer que comparta tu visión del mundo (“y que no le importe mi ropa / si total me voy a desvestir / para amarla”), que esté con vos por todo lo que sos y todo lo que no sos (“quizás por qué no soy de la nobleza… soy un mal negociante… no soy un buen soldado”), la relación con la autoridad (“la fianza la pagó un amigo / las heridas son del oficial”), el valor de la amistad (“sabemos que pronto va a llover fuerte / mejor estemos justos esta vez”), los peligros de la socialización (“tenés una boca para hablar / y comenzás a preguntar / y conocés a la mentira / con tus piernas vas a caminar / pero te empiezan a encerrar / y ahí te quedás con tu rutina”), la música como parte del avance generacional (“se acercan las bandas de rocanrol / y sacuden un poco las paredes gastadas”), la crítica al sistema educativo (“y tuve muchos maestros de que aprender / sólo conocían su ciencia y el deber / nadie se animó a decir una verdad / siempre el miedo fue tonto”), la imagen de adulto que quise evitar desde entonces para mi futuro (“escondido atrás de su escritorio gris / un ser bajo, pequeño, correcto y gentil”), la crítica a los medios de comunicación (“y la radio nos confunde a todos”, “muchos desayunos y ningún Clarín”), el cuestionamiento de la cordura (“la mediocridad para algunos es normal / tu locura es poder ver más allá”) y del nacionalismo (“si ellos son la patria yo soy extranjero”), la fragilidad de todas las mentiras protectoras que nos cuentan en la niñez (“poco a poco fui creciendo / y mis fábulas de amor / se fueron desvaneciendo / como pompas de jabón”), la inevitabilidad de la muerte (“tomate del pasamanos / porque antes de llegar / se aferraron mil ancianos / pero se fueron igual”), los peligros de la rutina “poco a poco vos te conformás / si no es amor es tuya igual / y vos le das lo que te pida”).
La de Sui Generis será siempre música adolescente, no sólo por el target al que está apuntado sino por los temas que toca y el punto de vista desde el cual se los aborda. La mejor cualidad de su música es que te retrotrae a la adolescencia cuando la escuchás. Sobre todo las letras que hablan de amor, de una forma más bien inevitable, porque siempre que te enamorás, no importa cuál sea tu edad real, volvés a tener trece años.
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