True Detective no te engaña: desde las primeras escenas ya
sabés de qué se va a tratar, sabés que va a haber satanismo, sacrificios
humanos, niños y mujeres torturados, dos detectives investigando, la zona de
los pantanos de Louisiana como marco ideal. Lo que tal vez no te ves venir es
el segundo paso: que el demonio (o algo similar) sea real. A eso se refiere lo
de “true” tal vez, aunque la palabra despista porque para el sentido común lo
“verdadero”, lo “real”, excluye lo que llamamos sobrenatural. Lo que tampoco te
ves venir es la ingente cantidad de sexo, para nada gratuito, porque cada
revolcón que se ve en pantalla es importante, tiene consecuencias argumentales
y consecuencias internas para los personajes pero convierte a la serie en algo
claramente apuntado al público adulto, lo que no deja ser una señal de nuestra
pacatería porque para casi todos es bastante normal que un adolescente vea
cadáveres en televisión, que se entere de los detalles más sórdidos de cada
asesinato mediático mientras almuerza o cena, pero si Woody Harrelson le muerde
la nalga a una pelirroja que está tan bien que hay que verlo para creerlo, hay
que cambiar de canal.
Varias cosas me impactaron en el planteamiento y el desarrollo
de la serie, y no puedo explayarme porque a la hora de hacer una reseña o una
recomendación uno es consciente de que le está hablando a personas que no la
han visto y no puede arruinarle todas las sorpresas, pero puedo señalar que me
resulta muy extraña la existencia de seres humanos para quienes el infierno sea
algo deseable. Y no se trata del nihilismo, de creer que no hay nada del otro
lado, sino de tener la misma idea de infierno que compartimos las personas
criadas, a nuestro pesar tal vez, en la cultura occidental y cristiana, y creer
que en ese infierno van a sentirse como en casa. También me gustó el género del
“true detective” que inventa como excusa Woody Harrelson, una especie de
non-fiction detectivesca y que, supongo, va a ser el hilo conductor de las
distintas temporadas. Las relaciones familiares, la presencia o no de una
familia, la crianza de los hijos, la convivencia con una pareja, el sentido de
lo que hacemos todos los días aunque no sepamos por qué, o aun sabiéndolo,
sabiendo que no hay un por qué pero sin tener la fuerza o la maña para romper
nuestra programación, todo tiene su lugar en la serie, con un ritmo y un
balance que no tienen nada que envidiarle a una buena sinfonía.
Pero a pesar del buen hacer general, creo que ameritan una
mención especial Mathew McConaguey como actor y Nic Pizzolatto como escritor de
todos los capítulos, por los diálogos-monólogos del personaje de Rust Colhe: es
difícil generar esa mezcla entre filosofía y cosmovisión personal y ponerla en
palabras sin que suene a retórica vacía y sin alma, tanto que creo que desde
Matrix (la primera, la única que vale la pena) no se lograba. Además, está el
tema de la sinestesia: ¿qué tan bueno sería un detective si pudiera oler el
perfume característico, esencial, de una escena del crimen, si pudiera ver,
como una nube de color, la lujuria sobre una cama, si pudiera escuchar el
murmullo de la sangre derramada?
Algo que creo haber deducido es que el mundo de True
Detective es un mundo donde no existe Lovecraft, donde Lovecraft no escribió o
no publicó sus libros, porque si así fuera con un simple golpe de teclado las
dos pistas recurrentes que dan los distintos personajes (Carcosa y el Rey
Amarillo) serían descubiertas en tres nanosegundos de búsqueda en internet,
cosa que no ocurre. Parece una estupidez pero es como un seguro, como una
barrera infranqueable para la identificación: el mundo de True Detective, por
más parecido que sea al nuestro, no es el nuestro porque acá Lovecraft sí
escribió y publicó sus libros, podemos quedarnos tranquilos… o no.
Tal vez no le vean la relación, pero el año pasado un amigo
cineasta propuso hacer un mockumentary ambientado en las chacras de la zona, en
el que se investigaran asesinatos religiosos y donde, al final, los culpables
fueran una secta conformada por, entre otros, el intendente de una de las
ciudades cercanas, con entrevistas, filmaciones cámara en mano de los rastros
de las ceremonias de culto, etc. Podría haber aparecido como pista una banda
rock-popera llamada “Ella es tan Carcosa”. No iba a ser exactamente True
Detective por una obvia diferencia de producción y talento de los actores (es
difícil decidir si ejecutan mejor sus papeles Harrelson o McCounaghey), pero lo
que quiero decir es que la premisa de la serie está en el aire de la misma
forma en que los extraterrestres estaban en el aire en los noventas y Chris
Carter cristalizó ese zeigeist en X-Files. ¿O acaso no sabemos todos que los
líderes religiosos y políticos a quienes le profesa lealtad la mayoría de la
gente están del culo y son capaces de cualquier crimen por un poco más de poder
o, principalmente, fundamentalmente, porque pueden, porque el estado de
impunidad que ellos mismos generan se los permite?
Para terminar con una opinión aún más personal que la precedentes:
creo que no deberían seguir con True Detective, la primer temporada de 8
episodios fue casi perfecta (tal vez sea 8 episodios porque el 8 acostado es
infinito) y deberían dejarlo así. No veo la forma en que las continuaciones puedan
evadir la repetición, el hecho de empezar como algo más o menos normal para ir
enrareciéndose con el paso de los capítulos, o presentar los mismos hechos que
fueron el eje de esta temporada desde distintas aristas, desde nuevos
personajes. A no ser, claro, que se dediquen a aumentar la amplitud del
misterio, ya sea en el tiempo o en el espacio, salir de los pantanos de
Louisiana, descubrir crímenes más antiguos. Si siguen ese segundo camino es
obvio que, sin importar la cantidad de años que dure, el último cuadro del
último episodio de la última temporada debería ser un primerísimo plano de un
ojo despertando (y a buen entendedor...).
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