Pasé todo el día con cosas que pusieron en mi cabeza y que
no deberían estar ahí, al punto en que no pude dormir y tengo una sensación de
inquietud cercana a la desesperación. Precisamente por eso voy a cortar la
cadena acá y no seguir esparciendo esas imágenes. Tal vez las vean, pero no
será mi responsabilidad.
Hay una enseñanza detrás de esto, sacada a medias con mi
hermana Ariadna (o copiada de ella, en realidad): si de verdad hay un demonio,
una fuerza del mal absoluta, un grupo de vampiros alienígenas que se alimentan
de nuestras emociones negativas, como sea que lo nombres y cómo sea que lo
imagines, lo mejor que podemos hacer es no tener emociones negativas (tristeza,
rabia, envidia, codicia), eliminarlas en la medida de nuestras posibilidades.
Eso es hacer guerra de guerrillas: herirlos con nuestra bondad y nuestra
felicidad pequeñita, hacer todo lo posible para que nuestro círculo inmediato,
nuestros seres queridos, sean felices y, aunque así esas “cosas” no sean menos
poderosas, provocar al menos que la cuota de poder que podrían sacar de
nosotros les falte, negársela.
Nuestras única arma, o tal vez nuestro único escudo, es la
cantidad de bondad que podamos generar y de felicidad que podamos tener dentro.
Así de pelotudo como puede sonar.
No sé si eso es la verdad, pero es la verdad que yo elijo.
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