1.-Hace unas semanas fui a un cumpleaños de quince de la
nena de una familia conocida. Estuvo lindo, que sé yo. Se notó mucho que la
música nos excluía a los mayores de, ponele, 20 años. Yo ya tengo 34 y los
imperativos generacionales no se pueden soslayar. Uno trata de ponerle pilas
(porque al fin y al cabo te invitan para ser parte de la fiesta, para llevar la
fiesta adelante), participar, aplaudir, bailar. Y al principio pude. A mí, como
a todos los de mi edad, me ponen cuarteto, me ponen a Rodrigo, y bailo. Y sin
siquiera estar borracho. O me ponen los temas que bailaba a los 15 años en los
asaltos con mis amigos y bailo. Pero con la cumbia de ahora, no hay caso.
Detesto a los Wachiturros y a todos los que se les parecen. E incluso no son
los peores. Y no sólo porque la música es mala sino porque las letras son
nocivas. Se quejan cuando les llaman transmisores de apología (en el sentido
legal, no hablo de Platón), pero es la verdad. Y lo peor es que tampoco se diferencia
mucho del rock que se puede encontrar hoy en día. No sé cuál es realmente la
diferencia entre la letra de un tema de cumbia villera y un tema de, ponele,
Viejas Locas, Pier o La 25 (si es que siguen en activo, no sé, la verdad).
¿Dónde quedaron las buenas bandas de rock? ¿Cuál es el relevo de los Redondos,
de Soda Stereo, de los Cadillacs, de A77aque cuando estaba Pertussi, de Los
Violadores, de Sumo (y no digan en Las pelotas y Divididos porque me quedo seco
de un ataque de risa acá mismo), de tipos que te podían contar una historia o
poner en una letra sus lecturas, sus posturas filosóficas ante la vida, sus
reinterpretaciones de otros géneros y cantar eso sobre un buen riff? ¿Dónde
está le relevo de lo que eran y hacían Charly García, Andrés Calamaro y Fito
Páez antes de empezar a dar pena? No existe. Y es una porquería no tener esa
opción más que en el recuerdo. Siempre lo he dicho: me gusta el rock porque
tiene ética y estética. Cando Cristian Aldana gritó en Contagiándonos... “La
cumbia es una mierda” decía la verdad. Después el Inadi o algo por el estilo lo
hizo retractarse pero ¿por qué tenés que retractarte de la verdad? ¿Estamos en
la época de la inquisición? ¿O acaso la lógica de los diez mil millones de
moscas es ley divina? La cumbia es una mierda y me violenta ver a chicos de 15
años bailándola y tocándola (porque, de yapa, al final del cumpleaños, hubo
cumbia en vivo, porque decir música en vivo tratándose de cumbia sería ser
inexacto como mínimo).
2.-Un par de días después hablé con un familiar de una
paciente en el laburo. No suelo hacer eso porque suelo arrepentirme. Con en
este mismísimo caso. El hombre, muy orgulloso, me contaba cómo, cuando otros
nenes iban a buscar a sus hijos para jugar, los echaba y cómo enviaba a sus
hijos los sábados a la mañana a una escuela de gendarmería, algo parecido a los
boy-scouts pero militar. Yo debo estar mejorando mi cara de poker porque el
señor seguía y seguía hablando sin reparar en mi desagrado respecto a lo que me
contaba, a su idea de que ser padre es dejar a sus hijos en manos de milicos
que les enseñen a “tener las uñas y el pelo corto, ser puntuales, obedecer, no
andar tatuados o con aritos”, etc. Yo quiero que mis hijos sean felices, no que
me hagan caso en todo, y menos que se cuadren en frente mío como si estuvieran
en la colimba y mi papel como padre fuera hacerlos bailar. Y menos todavía me
cabe que le entregues tus hijos a otro, quien sea, que les enseñe moral o
normas de conducta: ¿cuál es tu puto papel como padre si le dejás eso a otro? Ser
padre es llevar un balance (muy jodido de alcanzar con precisión) entre dar
amor y enseñar conductas, entre dar confianza en la individualidad y enseñar a
vivir en sociedad, ambas cosas, no podés dejar la mitad en manos de otro.
3.-Peeeeeeeeeeeeeeero... por más que quiera que mis hijos
tomen sus propias decisiones, si el día de mañana uno de ellos se metiera en un
grupo de cumbia en lugar de armarse una banda de rock o de punk, me sentiría
muy mal. Conmigo. No me enojaría con ellos: me enojaría conmigo por haber
fallado en algo y haber fallado muy feo. Porque uno quiere que sus hijos sean
libres y felices peeeeeeeeeero eligiendo algo que nos gusta y que valoramos y
que nos parece importante y constructivo (y ninguna de esas características se
aplica a la cumbia desde mi punto de vista). Tampoco espero que todo el mundo
lo entienda, tampoco espero que a todo el mundo un género musical le dispare
ideas acerca de cómo criar a un hijo, pero yo, por lo general, parto del punto
a y es muy difícil que termine en el punto b, por lo general me voy al carajo,
mucho más lejos.
4.-Por ejemplo, tengo que decir que estoy de acuerdo con el
padre del punto 2 en que estoy en contra de los tatuajes y los piercings pero
no porque se vean mal o porque la gente decente no hace esas cosas, sino porque
son conductas que están vaciadas de sentido. Hay culturas en las cuales los
tatuajes y demás marcas corporales tienen, dicen o significan algo, acá, ahora,
no sucede eso, los tatuajes y piercings son, como mucho, un intento de inscribirse
dentro de un subgrupo social determinado, como tener tal peinado o tal ropa o
escuchar tal música, o, si intentan darle un sentido, suele ser desde el
desconocimiento casi absoluto (como cuando Sheldon de TBBT le pregunta a Penny
por qué se tatuó el kanji de “sopa” en la cola y ella le responde que no, que
esa letra -ese ideograma, en realidad- significa “valor”).
5.-Me pasa algo parecido con los nombres. Mis hijos se
llaman Lucía Camila y Santiago Emanuel, sin haches, sin i-griegas, sin ese-haches
o cualquier otra boludez. No son nombres yankis ni nombres inventados para
hacerme el original. Tampoco nombres mapuches o de alguna otra vertiente
autóctona. Odio todo eso. Odio que las personas de clase baja le pongan
orgullosos nombres yankis a sus hijos como si eso los acercara la país que
tiene tanta responsabilidad en el hecho de que ellos se caguen de hambre. Odio
que tipos que si se cruzan a un mapuche por la calle se pasan a la otra vereda
le pongan a sus hijos Nehuén o Ailín. Cuando creía que mi abuelo materno
descendía de araucanos me planteé ponerle un nombre indígena a alguno de mis
nenes, pero cuando me enteré que nada que ver lo descarté porque es otra forma
de impostación, de moda o de ponerse del lado de los “buenos”, de los “nobles”
(¿se nota que odio esas actitudes, no?), muy parecida a las frases del tipo
“uno de mis mejores amigos es judío/negro/homosexual” o lo que sea: “está todo
bien con los indígenas, de hecho, le puse un nombre mapuche a uno de mis
hijos”; me imagino a alguien diciendo eso mientras recibe un mail confirmando
su compra de un terrenito en la cordillera que antes era una reserva y ahora se
lotea “para los amigos”.
6.-¿Estoy orgulloso de ser descendiente de españoles? No.
Tampoco me avergüenzo. Es algo que no tiene nada que ver conmigo. Es algo que
simplemente pasó, o pasa. ¿Estoy orgulloso de ser argentino? No, la verdad.
Menos todavía en estas últimas semanas, cuando gracias a los Juegos Olímpicos
tengo que aguantar ver por televisión a un ser despreciable como Maradona
haciendo su negocio, llevando al rebaño de la nariz, vendiéndole cosas con la
excusa de defender la nacionalidad y demostrando que nunca ha existido el
patriotismo sino sólo el patrioterismo. ¿Qué siento acerca de Argentina? Una
gran felicidad de vivir acá, pero por cuestiones fácticas, no saco ninguna
conclusión moral o relacionada con mi propio valor como ser humano del lugar en
que nací. Soy feliz por vivir en un lugar cuyos mayores peligros (al menos del
'83 para acá) son la devaluación y la inseguridad, que, comparado con las
hambrunas de ciertos países de África o las guerras permanentes de ciertos
países de Medio Oriente, es un paraíso en la tierra. Nada más.
7.-Otra charla, con un médico, una persona mayor a la que le
tengo mucho respeto intelectual, pero que está vez creo que se equivocó. Cuando
le presenté mi teoría acerca de la argentinidad repitió esa famosa frase de que
lo único malo de Argentina son los argentinos, cosa con la que tampoco estoy de
acuerdo porque si tu lugar de nacimiento no te hace mejor que nadie, por simple
lógica, tampoco puede hacerte peor que nadie. Además, y esa fue mi respuesta y
con eso lo dejé sin réplica, tanto el hambre como las guerras son acciones
humanas, decisiones humanas, no es que se juntan las nubes y llueve hambre o
llueve guerra, hay seres humanos detrás de esas catástrofes y, si lo pensamos
un poco, personas que se dedican a hambrear a sus congéneres y a desatar
guerras por ego o codicia no deben ser mejores que nosotros y nuestros
coterráneos.
8.-Y juntando todo (la música, la argentinidad, el arte en
general, las ilusiones de pertenencia, etc.), hay muchas cosas que nos vemos
casi obligados a valorar, artísticamente hablando, porque son, por ejemplo, una
forma de expresión de las clases bajas, por intencionalidad moral o su
finalidad social (como la murga, ponele), y está muy mal visto por la ¿mayoría?
bienpensante que digas en voz alta que, en el arte lo malo es malo, que en el
arte la intención no cuenta. Solamente un idiota podría decir que, artísticamente
hablando, la murga es mejor o más bella que el ballet. Sus funciones sociales
son totalmente distintas y hasta antagónicas, de hecho el ballet puede no tener
función social alguna y puede ser usada como impostación, como ilusión de
pertenencia a clases socioeconómicas superiores, pero como arte en sí, como
actividad productora y comunicadora de belleza estética, no tienen comparación.
Me hace recordar a un documental que vi en I-Sat (ojo con los documentales de
I-Sat, que hay cosas buenísimas) que hablaba del ascenso y caída del brit-pop y
decía que en Inglaterra la gente prefiere a Oasis sobre Blur porque los
integrantes de Blur eran “nenes bien” y los de Oasis de clase trabajadora,
cuando estéticamente tampoco hay comparación: Blur hace música (en el sentido
en que los Beatles hacían música, sin ceñirse a un género específico), casi no
tienen dos canciones parecidas, mientras Oasis tiene un solo tema largo cortado
en cuatro discos. Es como si acá algún imbécil dijera que la Mancha de Rolando
y la Bersuit son mejores que Soda Stereo y los Redondos por el solo hecho de
alinearse en el palo de la argentinidad recalcitrante. Y de hecho debe haber
algún imbécil que lo diga. O varios.
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