Hoy a la tarde me tomé unas cervezas con el poeta Kalamicoy, y después de eso fui a cursar. O sea que fui a cursar entonado, como decía mi viejo, que también se entonaba de vez en cuando, sobre todo con una guitarra en las manos. Pero ese es otro tema.
No pasó mucho en la clase, pero cuando volvía a casa me ocurrió una de esas epifanías que nos caen encima a veces como si nos vistiéramos de certeza, como si la certeza nos arropara, y me di cuenta de que el hecho de poder ir a un lugar, sentarte, sacar un cuaderno y una birome y ponerte a aprender, sin necedidad de pagar cuotas ni nada por el estilo, la sola existencia de un lugar donde el conocimiento no sea un negocio, es maravilloso. Es realmente maravilloso.
Yo estoy muy lejos de la militancia y me rompen las pelotas los tipos que están en los centros de estudiantes para comerse el viaje de ser revolucionarios de barcito o, peor, para transformarse en cuadros políticos de partidos de izquierda, cosa muy simple porque sólo se necesita abrir la boca para gritar que estás en contra de lo que sea, pero tengo la seguridad de que la universidad pública es algo que vale la pena defender cuando alguien la ataca. Es algo que vale la pena vivir y legar.
Sería una verdadera mierda que nos recordaran como la generación que dejó destruir la universidad pública. Espero que no pase.
1 comment:
Se nota que estás en los 30...y percibes la boludez y egocentrismo de esos grupos en la universidad.
saludos
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