UN TAL QUIJANO
Avanzando por los senderos de la Mancha,
sobre el rocín Rocinante,
la lanza enhiesta, la cabeza gacha,
divisé al infeliz viejo aspirante
a los honores que ganan en batallas
los heroicos caballeros andantes.
Paseándose por sus abolladuras
el astro rey arrancaba dorados
destellos a la opaca armadura
mientras el valiente anciano
recuperando iba la cordura.
El silencio explotó ensordecedor,
la luz erosionaba sus cuencas,
el pasado se amotinó en su razón
y, en el interior de alguna cueva
esculpida en su corazón,
la locura se refugió con pena.
Sobre el cuero de la montura
paseaba la luz del mediodía
cuando cayó sobre la tierra dura
la pendenciera algarabía
que –cimentada en la locura-
mentía un sentido a la vida
del desgarbado don Quijote.
Miró luego hacia el cielo
éste solitario hombre
sin hallar consuelo
que su sufrir conforte.
“Y soy sólo un tal Quijano”
se lamento con voz cansada
sin advertir que, a su lado,
descorazonado lo observaba.
“Los sueños vuelan como las alondras,
también huyen los ideales,
escapa la sed de grandes obras
y el ansia de heroicidades...
vuelvo yo a ser una sombra
de ese ser que contra mares,
tormentas, dioses o fabulosas
criaturas daba embate”.
“Sólo un humano insignificante,
soportando la travesía
por éste río rebosante
de necedad y fruslerías.
Sólo eso soy, como lo fui antes,
no un héroe de caballerías”.
Lo miré acongojado,
con el mentón tembloroso,
los ojos llorosos
y el rostro empapado.
“Se -dije- lo que se siente
ver morir las esperanzas
bajo el peso inclemente
de la realidad que las aplasta.
Sé lo que es vivir prisionero
de la razón y de las normas,
he conocido el derrotero
al que ahora tú te asomas
y no puedo –y no quiero-
permitir que lo recorras”.
Tomé toda mi insania,
mi falta de prudencia,
mi idealismo y mi alegría,
mi fe en toda potencia
cuya arcana existencia
subvirtiera las jerarquías
de mi humana inteligencia.
Tomé de mí la paciencia,
que se necesita sin medida
para enfrentar con diligencia
y tenacidad causas perdidas.
Formé con ello un escudo,
un yelmo y una lanza
y lo obsequié al maduro
caballero de la Mancha.
Con ello retomó su rumbo
hacia aventuras insensatas
contra los órdenes del mundo
y las jerarquías humanas.
En sus armas de metal
lleva parte de mi alma;
sé que ahora es menos genial,
pero al menos sigue en marcha.
Nunca volví a verlo,
pues se llevó lo que me falta
y necesito para hacerlo:
desde que le di mis sueños
imposibles y mis locuras
sólo tengo ojos en la cara,
no percibo con los sentimientos
porque los ciega la cordura.
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Recomencé la carrera de Profesorado en Letras por enésima vez. Estoy cursando Literatura Española y Lingüística.
Es bastante raro volver después de 4 o 5 años de no pisar la Universidad, y más todavía estar escuchando las mismas cosas, los mismos conceptos, que hace 11 o 12 años y ver lo poco que cambié frente a las materias. No me siento ni más seguro ni más experimentado en nada, pero al menos tengo una nueva perspectiva y la firme resolución de cumplir los 34 años ya recibido. Lo que haga de ahí en más es otra cosa.
Cursando me acordé cómo muchos de los relatos o poemas que escribía hace años tenían su raíz en las clases. Siempre algo enciende las ganas de escribir. Para mí por lo general es un libro, ideas que leo y no llegan a sus conclusiones lógicas (al menos lógicas para mí) y que, solas, generan un relato en mi cabeza. Pero las clases son una buena forma de hacer surgir tramas. Creo que eso es bueno porque te relaciona más con lo que intentás aprender, porque en cada relato que inventás hay algo tuyo, y si el relato surge de tu materia de estudio de alguna forma te acerca a ella.
El poema que está más arriba lo escribí hace como 10 años. En esa época cultivaba la rima. Como todos al comienzo, creo.
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