LAS RELIGIONES DEL LIBRO O LA RELIGIÓN DE LOS LIBROS
La lectura siempre ha estado relacionada con la irreligiosidad y la
herejía. Las llamadas “religiones del libro”, organizadas en
torno a escrituras canónicas, condicionan férreamente el sentido
autorizado que se desprende no sólo los textos sagrados. Pero
también de la vida y las acciones de las personas y de los designios
divinos, de otra forma siempre abiertos a interpretación. Esas
vidas, esos hechos y esos designios son también transformados en
relatos con el fin de transmitirse, propagarse, esparcir la palabra
santa. La fe se apoya en esos relatos y por ello deben ser
administrados racionalmente.
Leer ha sido siempre revolucionario y desestabilizador de los
órdenes establecidos porque la puesta en contacto del lector con el
texto genera un nuevo mundo que, al menos durante el tiempo que dure
la lectura, se acepta como real. Leer es interpretar, por ello lo
primero que prohíbe el dogmatismo es la libre interpretación: toda
interpretación que se aparta de los lineamientos establecidos
constituye una herejía.
Creer en una religión establecida y reglada no es otra cosa que
aceptar una versión del mundo de forma acrítica, sin pruebas
suficientes para sostener esa creencia. A esto puede llamársele
certeza o, en el plano religioso, fe. Pero al interpretar la realidad
también se espera que acatemos un dogma, un dogma laico que recibe
varios nombres: realidad consensuada, sentido común, etc.
Las obras de ficción configuran en la mente del lector un mundo
otro, o una versión diferente del mundo en que vivimos, ya sea a
través de un cambio en los hechos fácticos o en la cosmovisión que
los interpreta, reconfigura o resignifica. La lectura de obras de
ficción es una herejía laica contra la creencia en la realidad
consensuada. Interpretar la realidad según moldes ficcionales es tan
hereje frente la creencia en la realidad consensuada como la libre
interpretación de los textos sagrados es hereje frente al dogma.
En el caso de las religiones hay un texto sagrado frente al cual se
es hereje. Pero en la realidad no existe ningún texto escrito sino
una cosmovisión compartida, completamente invisible en la medida que
hablamos de la estructura que lo rodea y lo sostiene todo; no se
trata de que no lo veamos porque es pequeño o esté escondido, sino
porque rebasa cualquier campo de visión posible; es, casi
literalmente, todo el mundo en el que vivimos. La herejía contra esa
versión hegemónica del mundo, de la realidad, no tiene nombre,
salvo tal vez locura, excentricidad, y no se la toma como una
diferencia en la interpretación sino como un error en la
interpretación, como una forma equivocada de valorar lo que nos
rodea, el mundo humano conformado no sólo por hechos y objetos sino
también por ideas y valoraciones.
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Parte de una monografía que tuve que dejar afuera, pero me gustó la idea.
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