“Cada vez somos menos raros los
bichos raros que elegimos Cunnington Cola”.
Propaganda que marca de alguna forma el
ascenso de los nerds y los freaks al poder, que ya se venía
perfilando a través de las remeras, de las referencias culturales,
del éxito de las películas de ciencia-ficción y superhéroes, de
las series como Freaks and Geeks o The Big Bang Theory, que retratan
la vida de los que antes, y cada vez menos, eran outsiders,
descastados, parias, motivo de burla y lástima. De mi gente.
Los bichos raros somos ahora una
porción importante de la sociedad de consumo, y no sólo eso sino
que además somos una meta a alcanzar, un ejemplo a seguir.
Pero no tanto.
Y de eso se trata la publicidad de
Cunnington Cola.
Está bien ser un bicho raro pero hasta
por ahí nomás.
La que va es ser un bicho raro que,
gracias a la magia de la normalización por masividad, es cada vez
menos raro.
Entonces esa propaganda, mediante un
giro poco evidente, no le habla a los bichos raros. A un bicho raro
la idea de normalización y masividad no puede sino revolverle el
estómago. Le habla a los otros: a los normalitos que quieren ser
freaks y nerds porque ahora está de moda. A los que se vieron las
seis películas de Star Wars en una noche y se las dan de fans
hardcore, con remera y sable láser y una alcancía de Dart Vader que
grita “Yo soy tu padre” cada vez que entra una moneda. A los que
aseguran que en el Sector 2814 hay un solo Green Lantern. A los que
creen que Who es el apellido del Doctor y que se recibió de médico
en Gallifrey. A los que se fijan en la MTV antes de decir qué bandas
escuchan pero usan mucho las palabras indie y under.
Los bichos raros nunca vamos a ser
menos raros, por configuración genética, por imposibilidad
ontológica, y por una irrevocable decisión consciente. Harían bien
en saber eso los publicistas.
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