Hace unos meses, en el
no-grupo de narradores del que formo parte, se encendió una cierta
efervescencia por el malogrado escritor argentino Federico Pinedo,
autor de dos libros, ganador del Premio Casa de las Américas y
muerto en sus primeros cuarenta. Los libros son Plop y Frío/Subte
(más un relato no acabado que tiene por título Laberinto). He leído
ambos libros en estos meses (sobre todo porque había decidido leer
este año solo autores argentinos, cosa que cambió sobre la marcha),
y tengo sensaciones encontradas.
Pinedo es bueno,
empecemos concediendo eso. Tiene un manejo de los climas opresivos
envidiable y la capacidad de seguir una idea hasta sus últimas
consecuencias, cosas ambas que me gustan y me parecen no sólo
valiosas a nivel artístico sino intelectual.
Puede reprochársele a
Pinedo que domina bien los climas porque en realidad domina bien un
solo clima, que es el opresivo, desesperanzado, solitario. No existe
la esperanza en los textos de Pinedo, pero los personajes no la
extrañan, están tan acostumbrados a sus respectivos mundos que se
han olvidado de que alguna vez existió algo llamado esperanza.
Lo complicado de Pinedo,
a pesar de que yo sé perfectamente que las características
personales no tienen que afectar la valoración artística, es que
tiene unas inclinaciones a la pederastia francamente preocupantes.
Lo dicho: eso no le quita
ni le agrega nada como escritor, salvo tal vez el escozor incómodo
cuando leés las barbaridades que escribe acerca de los pendejitos
(barbaridades para nosotros, no dentro de los mundos literarios que
él crea), pero como persona, estoy seguro de que si fuera mi vecino
de al lado, no lo invitaría al cumpleaños de los nenes y les diría
casi todos los días “Si viene el señor Pinedo cuando no están
papá ni mamá, no le abren la puerta y nos llaman por teléfono en
seguida”.
Lo realmente bueno de
Pinedo, creo, es la forma en la que, narrando el comportamiento de
seres humanos en mundos donde las normas culturales y sociales son
otras (y no se cuestionan, del mismo modo en que nosotros raramente
cuestionamos las que dan forma a nuestro mundo), nos hace ver lo
arbitrarias y, en última instancia, carentes de fundamento real que
son todas las normas culturales y sociales; denuncia su carácter de
convención necesarias para lo que nosotros y sólo nosotros, aquí y
ahora y sólo aquí y ahora, consideramos vivir como deben vivir los
seres humanos. Y sólo por eso ya es un autor valioso.
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