Sunday, October 30, 2011

Vanity press


Todos los días entro al blog de Andrés Accorsi, 360 comics x año, para leer la reseña que postea ese día. No lo recomiendo por un simple motivo: si no te gusta la historieta no te va a interesar el blog, y si te gusta la historieta ya lo conocés y debés entrar periódicamente a ver qué opinión le merecen los tomos que va leyendo... porque ese debe ser el único detalle en el que no estoy de acuerdo con Accorsi, en que a mí todavía me gustan más los comics de 22 páginas en grapas que los tpbs. Por varias razones, pero sobre todo porque los dibujantes no se cansan de hacer splash-pages dobles (para el lego: dibujos que ocupan dos páginas contiguas), cosa que es medio estúpido reproducir en un tomo grueso con lomo, porque si lo abrís para ver el dibujo en todo su esplendor por lo general despegás o rompés el tomo, y si cuidas la encuadernación te quedás sin disfrutar el dibujo tal y como el artista lo pensó y lo diseñó y lo dibujó para que tuviera el mayor impacto visual.
Hablando del blog de Accorsi, me da el pie para señalar algo que hace tiempo quiero poner sobre la mesa y es que el fandom de comics es el más informado y crítico en el buen sentido que se pueda encontrar. Leer las reseñas o recomendaciones de cualquier periodista especializado con algo de conocimiento y buen gusto (y que no esté a sueldo de las editoriales) es garantía casi absoluta de que no te vas a clavar comprando y leyendo algo que es malísimo. Los fans del cine y la música podrían decir lo mismo, pero no es así. La historieta es un medio más marginal y en ese sentido se mantiene más puro, más a salvo de las influencias del mercado y del hablar por hablar. Ahí está Catalina Dlugui o cualquiera de los giles que escriben crípticamente en los suplementos culturales, en revistas especializadas o en las reseñas de, digamos, la Rolling Stone, haciéndose los misteriosos y dejándote con la pregunta de qué carajo quisieron decir, de si la película o el disco les gustó o no, si les pareció bueno o malo, sin entender que una reseña debe ser simple, informativa y escrita desde el conocimiento de causa (de los distintos géneros y corrientes que venga al caso citar y relacionar con lo que se está reseñando), pero no un haiku alargado y snob.
En un aparte: la crítica snob es la que casi siempre alaba lo “alternativo” como si no supieran que esa etiqueta es simplemente el nombre bajo el cual el mercado cuela por la puerta de atrás sus sobras. Cuando algo tiene el sello de alternativo ya es mainstream. Lo que realmente se debe buscar es lo sui generis, lo que se representa y se basta a sí mismo, creado desde un lugar sincero, haciendo suyas todas las influencias que se quiera pero mezclándolas en algo nuevo, original, honesto. Lo alternativo es lo que el mismo mercado te señala como alternativa, ya el propio nombre debería hacerlo sospechoso. Es aquello a lo cual el mercado apunta con el dedo diciendo “Esa es la alternativa a lo que consumen todos”. Y si el mercado lo dice, por supuesto, es mentira, es otra estrategia de marketing.
Pero dentro del periodismo especializado en comics casi no hay crítica snob y casi no hay crítica tendenciosa; a no ser, claro, como lo dije antes, cuando es pagada por las editoriales para hacer publicidad encubierta en revistas o blogs o páginas webs. La crítica es confiable porque es crítica de fans, y a un fan le gusta la calidad y le alegra que la calidad exista y trata de recompensar esa calidad con ventas contagiando su entusiasmo y haciendo que otros compren muchos ejemplares de eso que, según su opinión comparativa, vale la pena comprar.
Listo.
Pero a lo que iba.
Hace un par de días me encontré con una reseña especialmente negativa de Accorsi acerca de una publicación nacional, amateur y autogestionada, pero no autogestionada desde lo artesanal sino en el sentido de que el autor pagó la publicación de su bolsillo, y Accorsi dice lo siguiente:
La pregunta, entonces, es: ¿Cómo se publica algo tan precario? Y, a través de la editorial mercenaria Dunken, que publica a cualquier autor que financie los costos de la edición. Eso se llama “vanity press”, y está claro que a Gochez le sobran la vanidad y la plata, porque si no, no se explica. Igual, los de Dunken son unos hijos de puta. ¿Qué les cuesta perder un cliente, pero decirle la verdad? ¿O me vas a decir que nadie en esa editorial se quiso pegar un corchazo cuando vio las páginas que entregaba el autor-cliente? Cualquiera más preocupado por el prestigio (o por la salud de los lectores) que por el billete, le decía “No, pibe, no seas boludo, no te quemes publicando esta bosta que de esto no se vuelve”.”
Yo siempre tuve esa impresión de la editorial Dunken, de hecho, si miran uno de los ensayos que están en el blog, que habla acerca de la autoedición y fue publicado por la revista Museo Salvaje en 2006, empieza más o menos así:
En el primer caso (la proliferación de concursos en editoriales pequeñas que ofrecen publicar a los finalistas en ediciones mancomunadas), la principal duda es si de verdad existe algún tipo de selección, de filtro entre los textos que se envían o si cada persona que pueda abonar el monto establecido por la editorial para la publicación de sus textos tiene lugar en la antología comunitaria. La lectura de varias de las citadas antologías presenta más de una duda.
El problema se agrava dado que estos concursos rozan la publicidad engañosa. Para citar un caso basta leer las convocatorias de la editorial bonaerense De los Cuatro Vientos, en las cuales se especifica que “Se realizará una Selección (autores más destacados) y los mismos integrarán cooperativamente una Antología” mientras se ofrece para el ganador del primer premio “Edición y Publicación de su libro (64 páginas-500 ejemplares), medalla de Oro y diploma.” Pero una vez enviados los textos para participar del concurso nos encontramos con que el premio es una segunda instancia a la cual precede el pago del monto alcanzado por las páginas a publicar (en efectivo, con tarjeta de crédito, cheque, giro postal; están abiertas todas las opciones posibles). Lo negativo de este procedimiento es que entonces la publicación meritoria del primer premio se desvirtúa, ya que para acceder a ella (o siquiera a la posibilidad de alcanzarla) hay que desembolsar previamente un monto nada despreciable (actualmente 60 $ la hoja publicada, es decir cada poema, recibiéndose 4 libros por cada hoja pagada). Y se trata sólo de un caso representativo, podríamos hablar de maniobras similares en editoriales como Línea Abierta, Dunken, Nuevo Ser, etc.”
Pero lo que me mató fue lo conciso, lo ajustado, del término “vanity press”. A las antologías que publican esas editoriales las catalogué siempre como “Antologías para pibes de diecisiete años que no han leído nada y creen que son maravillosos porque son lo único que conocen; y para señores de setenta que creen que haber vivido mucho y escribir bien son la misma cosa”. Y si vanity press no resume eso en un sólo término, no sé qué otro término podría resumirlo.
Yo tengo una frase, una de tantas, que saco a relucir cada vez que me preguntan por qué no pago la edición de mis libros ya terminados y los saco a la calle y me dejo de joder. La frase es “Ya me van a publicar póstumo mis descendientes. O no”, y lo que significa en el fondo es, creo, que si mis nietos un día leen mis papeles amarillentos y dicen “¡Ché, mirá qué bueno lo que escribía el abuelo” y deciden publicarlo, eso ya es una clase de merecimiento, es el fruto de una lectura satisfactoria. Es una respuesta del tipo “Esto me gusta, vamos a compartirlo” que es la actitud del fan y la misma actitud que identifico detrás de las ediciones artesanales de autor, el “Vamos a compartir ésto a ver que les parece a los demás, por ahí a alguien le gusta”.
Porque el “lo publico porque se me ocurre” no suele ser eso en lo más mínimo; suele ser “lo publico porque es buenísimo, pero todavía nadie lo sabe y por eso no tengo un contrato millonario, pero después de que lean ésto lo voy a tener, más la admiración del público y opciones para películas protagonizadas por Darín o Sbaraglia”.
Ahí va otra cita, esta vez de Bukoswki, que parafraseé hace unos meses pero ahora la encontré tal cual es:
Hay un problema con los escritores. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía mucho, muchos ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía un número aceptable de ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito se publicaba y vendía poco, pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito nunca se publicaba y no tenía dinero suficiente para publicárselo él mismo, entonces pensaba que era, más que magnífico, genial. La verdad, sin embargo, es que había muy poca magnificencia. Era prácticamente inexistente, invisible. Pero podías estar seguro de que los peores escritores eran los que más confianza en sí mismos, los que menos dudas tenían.”
Lo malo de las ediciones mercenarias (más allá de que pongan en papel la vanidad que de otro modo quedaría enclaustrada en el interior de alguien como soberbia inútil, que de última no jode realmente a nadie porque de esa gente le alejás y listo) es que no hay filtro, no hay un editor responsable que sopese de forma objetiva la calidad de lo que se publica porque, como bien lo marca Accorsi, el autor ya no autor, es cliente, y como el cliente siempre tiene la razón lo que deben pensar quienes lo publican es “si él dice que lo suyo está bien escrito y vale la pena ser leído, pues así será”. Por eso prefiero la autoedición artesanal o responder, por ejemplo, a la propuesta de alguna editorial cartonera hasta que llegue el momento (o no) de publicar en una editorial de prestigio. No es que no tenga la guita. Podría, con algo de esfuerzo claro, pagarme la edición de 200 ejemplares de cualquiera de los cuatro libros de poesía que he terminado al día de hoy pero, ¿para qué? De todos modos lo leerían los mismos amigos y familiares que leen mis libritos artesanales, y en ellos van además como plus el cariño con el que doblo cada página, con el que laburo lo material. A lo mejor yo identifico el trabajo material con el cariño porque mi viejo era carpintero y de chico miraba el machimbre de los techos y las paredes, las mesas, las estanterías, el baúl que me acompaña desde que me fui de mi casa de la niñez, y en todas esas cosas siempre vi cariño, vi el amor de mi viejo encarnado en algo material, y no más allá del trabajo en sí sino junto a él, enredados, confundidos, siendo la misma cosa.
Creo que la publicación es algo que debe merecerse, que debe ganarse, si no es un un concurso al menos sí en el gusto o la identificación o la valoración de quien te proponga publicarte. Ganarse, no pagarse. Lo bueno, en ese sentido, de las editoriales cartoneras es que no hay dinero de por medio, que no te publican porque quieren tu plata sino porque ven algo en tu escritura que les parece bien poner en circulación: si te ofrecen publicar gratis a lo mejor no opinen que seas buenísimo, pero al menos no deben opinar que sos un asco. La gente que dirige esas editoriales le pone el lomo, lo hace con esfuerzo y ganas, con precariedad, y no suelen publicando nada que según su opinión no merezca la pena ser leído para no quemarse y así a lo mejor alejar a personas que podrían colaborar con su emprendimiento; porque cuando te tomás en serio lo tuyo no querés verlo mezclado bajo el mismo nombre o el mismo logo con el material de personas a las que sólo mueve la vanidad y la falta de perspectivas realistas.
Tendría más que decir acerca de esto, pero para la próxima.


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