Anoche tuve la extraña experiencia de seguir la muerte de la primera amiga que tuve en Neuquén por el Google.
Me habían dicho hace unos meses que había muerto, pero la verdad que no lo creí demasiado porque la persona que me lo comunicó no es de mi entera confianza. De hecho fue una de las causas de que ella y yo dejarámos de ser amigos.
Pero anoche me acordé de eso y busqué su nombre en el Google y, de a pedazos, fui consiguiendo detalles de su enfermedad y muerte. Fue hace dos años y unos pocos días, a finales de junio del 2006.
Iba a colgar lo que encontré, pero me parece una morbosa falta de respeto.
Fue muy raro hacer una especie de luto virtual, digital, tanto tiempo después.
Leer la muerte de alguien de tu pasado en una pantalla es más impersonal incluso que escucharla por teléfono. No es siquiera una noticia: es un texto, es historia.
Hacía mucho había perdido el contacto con ella. Yo soy así: las personas que salen de mi rango de acción, que dejo de ver todos los días, caen muy rápido en el olvido, casi en la inexistencia. En la secundaria no me quedaban amigos de la primaria; en la universidad perdí todo rastro de mis compañeros de secundaria, y así sigue. Pero a todos nos pasa lo mismo, creo.
Definitivamente, la amistad requiere trabajo, un trabajo que al parecer no estoy dispuesto a tomarme.
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