La
idea del fuego es polisignificante. El fuego puede serlo todo, está
en el extremo más positivo y en el más negativo, en la chispa de
vida y en la más absoluta desaparición de todo lo que existe. El
Manifiesto de Ars Combustia, que se repite en cada número (¿hace
cuánto que nadie había escrito un manifiesto literario? ¿aunque
fuese en joda? ¿y estamos seguros de que el Manifiesto de Ars
Combustia fue escrito en joda?) utiliza muchos de esos significados
latentes y potentes: desde la
posibilidad de inflamar el corazón de los lectores hasta la
recomendación ¿irónica? de usar las hojas del fanzine para
encender el fuego del asado.
Me
críe entre fanzines. Fui adolescente a finales de los 80s-principios
de los 90s, y los fanzines estaban muy presentes en los círculos en
los que nos movíamos mis hermanos y yo.
En
esa época existían muchas formas de comunicación escrita en
formato papel que hoy languidecen a un paso de la extinción (modo
viejazo activado). Los flyers, por ejemplo. No se trataba de
volantes, que es en realidad la traducción literal: las propagandas
impresas entregadas por una rotisería, una distribuidora de ropa o
un parque de diversiones, para publicitarse y tentarte a comprar o
asistir con descuentos y promociones. Los flyers eran casi lo mismo
pero del palo del rock. Si tocaba alguna banda de la zona en un
sucucho medio escondido entre locales de tatuaje y bares, el papelito
que te lo comunicaba era el único con derecho a llamarse flyer. Como
un evento en facebook pero en papel.
También
había cuadernos en los que las chicas de secundaria le escribían
poemas, pensamientos, deseos, historias, a sus amigas o compañeras.
Como los estados de facebook o de whatsapp pero en papel.
Y
había fanzines.
Mis
hermanos menores tuvieron sus primeras bandas a los 13-14 años.
Bandas de punk. Resaca Crónica y Anda la Osa.
Obviamente, al menos una letra “A” de cada palabra eran una A
anarquista, con las líneas rectas extendidas hasta salir del círculo
que las contenía/realzaba. Y cada una de esas bandas vino acompañada
por un fanzine. En los recitales se podían conseguir fanzines de las
diferentes bandas, que hablaban de música, política, literatura.
Algunos con recortes de diarios, dibujos, poemas. En determinado
momento, uno de los cajones de ropa de la habitación que compartía
con mi hermano se llenó de fanzines provenientes de varias ciudades
del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, entregados en mano o
intercambiados. Creo recordar que también llegaron algunos por
correo.
Yo
estaba metido en las historietas, gracias al boom que generó la
aparición de varias series de DC en kioscos, publicadas por
editorial Perfil. Soy de la Generación Perfil, de eso no queda duda.
Estaba asociado al CDC - Club de Comiqueros de Rosario, quienes
publicaban su propio fanzine, que me llegaba a vuelta de correo.
También tenía amigos por carta. Como los mails o el messenger, pero
en papel.
Los
gustos musicales de mis hermanos evolucionaron a la par de su
capacidad musical, lo que les permitió tocar temas de más de tres
acordes. La casa se llenó de grunge y Kurt Cobain pasó a ser el
faro musical y vital. Pero los fanzines siguieron bastante tiempo
más. Hasta que un día desaparecieron.
Por
lo tanto, es mucho el cariño que le tengo a esas hojas fotocopiadas,
dobladas y engrapadas. No sólo por la nostalgia que despiertan y el
vínculo emocional que representan, sino también porque soy un
enfermo del papel y un enfermo de las cosas hechas a pulmón, así
que es lógico desde todo punto de vista.
Pasó
mucho tiempo sin que viera un fanzine, hasta que el año pasado
encontré en San Martín de los Andes un ejemplar de Ars
Combustia, que se autodefine como Fanzine de literatura breve
pero en realidad es un fanzine de humor y literatura. Lo de la
brevedad viene dado naturalmente por la escasa cantidad de hojas con
las que cuenta (lo que en las imprentas antiguas sería un pliego,
ocho carillas).
Ars
Combustia es una de las cosas más divertidas que he leído
últimamente. El fanzine está claramente dividido y organizado: las
páginas interiores contienen poemas y microrrelatos, algunos buenos,
otros no tanto, y las exteriores soportan (es decir, brindan soporte
a) todas las limaduras que se les ocurra incluir a Miguel Selser y
Matías Castro, pergeñadores y perpetradores de la criatura. A
través de la portada, los datos de edición, las propagandas, las
falsas cartas de lectores y los avisos clasificados apócrifos han
creado, como ellos mismos lo señalan en el número 3, un “pequeño
universo autorreferencial” que crece y se alimenta con el paso del
tiempo, y convierte a las secciones que deberían ser meramente
informativas, un empaque formal digno de ser pasado por alto en una
revista común, en la parte más atractiva, efectiva y casi diría
adictiva del fanzine.
El avance de las vías de comunicación, las quejas por las
propagandas del número anterior, la mención número a número de
Los que esperan el alba de Noemí Ulla, las puteadas a Rolo
Tomassi, los Retro-spoilers para millennials, todas las actividades
en las que dicen participar y en las que inexorablemente “se arma
quilombo”, la saga de Tengo miedo torero de Pedro Lemebel,
son chistes que funcionan por adición y se hacen cada vez más
efectivos. Me reí solo y a las carcajadas releyendo todos los
números para preparar esta reseña.
El
escritor y teórico del cyberpunk Douglas Rushkoff diferencia la
internet basada en el texto de la internet basada en la imagen (un
blog de instagram, hablando en plata). Lo que está apoyado en el
teclado de lo que está apoyado en el mouse. Lo que te lleva a leer y
sacar conclusiones propias de lo que te hace mirar imágenes que caen
dos segundo después en la intrascendencia. Para mí un fanzine,
mucho más un fanzine literario, con su superpoblación de letras en
relación a las imágenes, por otro lado grises sobre papel granualdo
y no de colores deslumbrantes en hojas satinadas que hieren los ojos
de brillo, son un blog pero en papel.
La
materialidad es en realidad lo que más me gusta de Ars Combustia,
y me da incluso un poco de pena que el fanzine se pueda leer en la
web e incluso descargar en pdf (en la página
https://arscombustia.wordpress.com/).
Preferiría que fuera algo irrepetible, anclado en un momento y un
lugar, algo que, si no se experimenta en su fugaz tiempo de
existencia, desaparece, se pierde. Algo bueno y efímero, que arde en
lugar de desvanecerse.
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