Hace
unos días leí las declaraciones del sofista Alejandro Rozitchner,
insultando a Luis Alberto Spinetta y a los artistas en general,
llamándonos ilusos, resentidos, demagogos, estúpidos (de muchas
formas elípticas y laterales, como corresponde a un cagón) y
presentándose a él mismo y a sus secuaces (en el sentido jurídico)
de Cambiemos como los capos que entienden qué es y cómo funciona la
política.
De
todas las aristas de este suceso tragicómico elijo tres:
Primero:
los artistas son la consciencia de una sociedad, le muestran lo que
está mal, lo incómodo, lo incomprensible, lo que excede las
posibilidades o las ganas de la sociedad de conocerse, de mirarse en
un espejo. Lo mismo sucede con los filósofos.
Pero
hay que darse cuenta de que, por un lado, hay artistas y, por otro,
hay personas que son buenos artesanos en su rubro (gente que escribe,
gente que pinta, gente que aparea notas con cierto ritmo, que hace
“pop para divertirse”, como diría Capusotto) que no son
escritores ni pintores ni músicos porque les falta la dimensión
personal, álmica, espiritual de la creación. Son artesanos pagos
que se venden al mejor postor. Recuerdo hace unos años el asco que
me dio leer una entrevista a Marcelo Birmajer donde el tipo declaraba
que él prefería que el editor le dijera acerca de qué temática
tenía que escribir sus libros porque eso le sacaba una preocupación
de encima. ¿Pero qué mierda? ¿Un escritor de verdad, con todo lo
que significa la palabra, puede estar de acuerdo con que otro le diga
acerca de qué escribir? ¡Ni a palos! Pero un simple escriba a
sueldo sí, y he ahí la diferencia. Por supuesto, Birmajer apoya al
Pro.
De
la misma manera, en filosofía nos enseñan que, por un lado, están
los filósofos (los “amantes de la sabiduría” según la
etimología de la palabra) y, por otro lado, los sofistas, que
vendían su capacidad para generar entimemas (silogismos impuros) y,
a sueldo de sus clientes en juicios públicos, doblaban la verdad
para hacerla decir lo que les pagaban para hacerla decir. Así que,
por favor, no vuelvan a arrastrar por el barro la palabra “filósofo”
aplicándola a Rozitchner: ROZITCHNER ES UN SOFISTA, un tipo que
dobla la verdad para beneficiar a sus clientes. Por favor, quedemos
de acuerdo en eso.
Segundo:
los artistas son los primeros en ponerse en la línea de choque
contra las dictaduras y las políticas que van en contra del pueblo.
En nuestra época moderna, la oposición a los gobiernos de derecha
ha estado siempre encabezada por actores, actrices y cantantes. Los
escritores son censurados y obligados a exiliarse todo el tiempo por
decirle al poder lo que no quiere oír pero, sobre todo, por desnudar
para el entendimiento del pueblo lo que el poder pretender mantener
cubierto, escondido.
Aún
más: en Argentina la relación de los artistas con el poder político
está siempre bajo la sombra de la dictadura. Cuando alguien me
pregunta por qué estoy visceralmente en contra de los militares
(como si alguien con sangre en las venas en este país pudiera no
estarlo) mi respuesta es clara: “Soy escritor. Si los milicos toman
el poder esta noche, mañana a la mañana yo y casi todos mis amigos
estamos desnudos, atados a una cama de metal, siendo picaneados”.
Macri
es la dictadura porque la dictadura fue cívico-militar y Macri es el
emergente político de esa pata cívica que probó suerte en las
urnas antes de salir con los tanques a la calle y, desgraciadamente,
gracias a la mitad de nuestros compatriotas, metió un pleno en la
ruleta de la democracia.
Así
que la relación de los artistas con la política, con el poder, con
los medios que se utilizan para cumplir fines económicos, no es
fantasiosa o simbólica como dice el sofista Rozitchner: es un
mecanismo de defensa. Estar contra el Pro es estar contra el verdugo.
Tercero:
no le demos más bola a Rozitchner. Sí, es un pelotudo. Sí, es un
cínico hijo de puta que se nos ríe en la cara porque cree que su
título universitario le da superioridad intelectual. Y es cierto que
los pelotudos te pueden dar rabia, vergüenza ajena, una
incomprensión que descoloca, pero, y acá está el quid: este
pelotudo en particular no puede hacer nada que nos perjudique
realmente. Los que toman las decisiones que nos arruinan la vida y
que hipotecan el futuro de nuestros hijos, son otros.
Las
palabras del sofista nos indignan porque ataca a personas y a ideas
que sabe son sensibles, se dedica a darle letra a otros para que la
cagada de risa general en nuestras caras siga y siga, pero el tipo no
tiene ningún puesto con posibilidad real de decisión desde el cual
pueda perjudicarnos de verdad. Puede influenciar a otros pelotudos
que le crean pero, ¿acaso eso cambia mucho las cosas? ¿Realmente
son recuperables a nivel intelectual las personas que se hacen eco de
las palabras de gente como Rozitchner? ¿Si no existiera este
pelotudo, acaso no hay otros pelotudos a los que estarían más que
dispuestos a escuchar y cuyas ideas estarían dispuestos a repetir
como loros amaestrados?
En
casi todas las comedias de acción hay una escena en la que algún
personaje quiere entrar sin ser visto en un lugar vigilado y, para
despistar, arroja una piedra lejos, para que los guardias vayan hacia
el ruido y le dejen el paso libre. Rozitchner es esa piedra. No
seamos boludos nosotros y prestemos atención al lugar donde está el
peligro real. Si una piedra cae en medio del asfalto pero nadie la
escucha, ¿realmente hace ruido?
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