Canción
de los poetas líricos
(Cuando,
en el primer tercio del siglo xx,
no
se pagaba ya nada por las poesías.)
Esto
que vais a leer está en verso.
Lo
digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta.
En
verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.
¿No
habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar?
¿No
observasteis que nadie publicaba ya versos?
¿Y
sabéis la razón? Os la voy a decir:
Antes,
los versos se leían y pagaban.
Nadie
paga ya nada por la poesía.
Por
eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan:
«¿Quién
la lee?» Mas también se preguntan:
«¿Quién
la paga?»
Si
no pagan, no escriben. A tal situación los habéis reducido.
Pero
¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido?
¿No
hice siempre lo que me exigían los que me pagaban?
¿Acaso
no he cumplido mis promesas?
Y
oigo decir a los que pintan cuadros
que
ya no se compra ninguno. Y los cuadros también
fueron
siempre aduladores; hoy yacen en el desván...
¿Qué
tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar?
Leemos
que os hacéis cada día más ricos...
¿Acaso
no os cantamos, cuando teníamos
el
estómago lleno, todo lo que disfrutabais en la tierra?
Así
lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres,
la
melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...
Y
el dulzor de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer.
Y
de nuevo la carne de vuestras mujeres. Y lo invisible
sobre
vosotros. Y hasta el recuerdo del polvo
en
que os habéis de transformar al final.
Pero
no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que
escribíamos
sobre
aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro,
también
nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas
enjugamos!
¡Cuántas
veces consolamos a quienes vosotros heríais!
Mucho
hemos trabajado para vosotros. jamás nos negamos.
Siempre
nos sometimos. Lo más que decíamos era « ¡Pagadlo! »
¡Cuántos
crímenes hemos cometido así por vosotros!
¡Cuántos
crímenes!
¡Y
siempre nos conformábamos con las sobras de
vuestra
comida!
Ay,
ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería
nosotros
siempre uncimos nuestras grandes palabras.
A
vuestro corral de matanzas le llamamos «campo
del
honor»,
y
«hermanos de labios largos» a vuestros cañones.
En
los papeles que pedían impuestos para vosotros
hemos
pintado los cuadros más maravillosos.
Y
declamando nuestros cantos ardientes
siempre
os volvieron a pagar los impuestos.
Hemos
estudiado y mezclado las palabras como drogas,
aplicando
tan sólo las mejores, las más fuertes.
Quienes
las tomaron de nosotros, se las tragaron,
y
se entregaron a vuestras manos como corderos.
A
vosotros os hemos comparado sólo con aquello que
os
placía.
En
general, con los que fueron también celebrados
injustamente
por
quienes les calificaban de mecenas sin tener nada
caliente
en el estómago.
Y
furiosamente perseguimos a vuestros enemigos con
poesías
como puñales.
¿Por
qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados?
¡No
tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras!
¿Por
qué no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro?
¿Ni
una loa siquiera?
¿Es
que os creéis agradables tal como sois?
¡Tened
cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros!
Ojalá
supiéramos cómo atraer
vuestra
mirada hacia nosotros!
Creednos,
señores: hoy seríamos más baratos.
Pero
no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.
Cuando
empecé a escribir esto que leéis -¿lo estáis
leyendo?
me
propuse que todos los versos rimaran.
Pero
el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto,
y
pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.
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