La flamante editorial La
Letra Eme nos trae la tercera edición Los buscamuertes, novela de Pablo
Yoiris que fue publicada previamente por el FEN tras resultar
ganadora de la convocatoria 2008 (en una edición compartida, junto a Asuntos
corrientes, Sánchez de Mariano Villegas) y tuvo luego una segunda
edición a cargo de Tela de Rayón.
Los buscamuertes es la primera novela de
ciencia-ficción patagónica que he leído, lo cual no equivale a decir que sea la
primera que se ha escrito, pero sin lugar a dudas tal género no es el que cruza
de forma automática por la mente de quien piensa en la narrativa producida en
la Patagonia.
Para bien o para mal la literatura regional se asocia al
pintoresquismo, a lo rural, a lo histórico, como si nuestro tiempo se hubiese
detenido en la conquista del desierto, todos viviéramos en fortines, nos
desplazáramos de acá para allá a lomo de caballo y nos juntáramos los fines de
semana con los amigos en la pulpería para jugar a la taba. No condeno los
relatos de base histórica, son una opción de lo más válida a la hora de
escribir, pero si todo el espectro narrativo de la región se ve reducido a esa
única posibilidad, se transforma en un problema. Por tal motivo toda nueva obra
que ensanche el horizonte de la literatura regional debe ser celebrada, máxime
cuando se trata de una obra de calidad.
Hay en Los buscamuertes destellos del mejor Phillip
K. Dick, en la forma en que Yoiris normaliza los elementos
fantacientíficos: no se los destaca, no se carga las tintas en ellos sino que
forman parte de la vida diaria de los personajes involucrados en la trama, lo
cual es el curso de acción más razonable a la hora de escribir este tipo de
relatos, lo que más ayuda a la “momentánea suspensión de la incredulidad” de la
que hablaba Coleridge.
Como todo buen relato de ciencia-ficción, hay un equilibrio
entre lo conocido y lo nuevo, entre lo cotidiano para nosotros acá y ahora y
ese mundo alterno o futuro que bien podría ser el nuestro si la historia, como
diría Bugs Bunny, hubiese “girado a la izquierda en Albuquerque”. Yoiris
construye un mundo al que una mala decisión, una mala jugada del destino,
separa de éste en el que vivimos día a día. Los elementos conocidos son los
necesarios para generar identificación y los que desentonan tienen la fuerza
suficiente como para sorprender y la hondura filosófica como para levantar un
par de dudas y generar un par de preguntas. No se le puede pedir más al género,
pero todo eso no es poco para nada. La ciencia-ficción es polisignificante por
definición, en ella pueden compartir espacio la alegoría, la crítica social y
la moraleja sin molestarse ni opacarse sino, por el contrario, multiplicando
los niveles de complejidad de la historia.
Yoiris, con esta novela, se coloca de lleno dentro
del grupo de autores que más valoro, los que generan intranquilidad, los que
pasan de largo la salida fácil de dar respuestas que dejen a todos o a una
determinada parte del público contentos, los que saben que las respuestas son
materia de fe, el opio de las religiones, y no el contenido con el que un escritor
cabal rellena las hojas de sus libros.
La novela tiene momentos de intenso trip narrativo, con una
fluidez inmejorable. Puedo citar el inicio del Capítulo 3, cuando el
protagonista va en bicicleta bordeando la ruta 22 y la narración lleva el mismo
impulso que el personaje en su recorrido, va a toda velocidad con el viento en
la cara.
Y esa es otra razón por la que Los buscamuertes
destaca, por su ambientación. La novela está ambientada en Neuquén, pero no
como parte de un pintoresquismo forzado y direccionado a establecerla como un
producto made in Patagonia, sino siguiendo la máxima inmortal del
“escribe acerca de lo que conoces”. Y además porque ya es hora de empezar a
seguir en serio ese camino.
Citando a Sasturain cuando alaba a Oesterheld
y su decisión de ubicar la gesta del Eternauta en Buenos Aires y en el
presente del autor, ya es de nuevo hora de “cambiar el domicilio de la
aventura”. Del mismo modo en que Oesterheld no dudó en ir contra la
convención de que todo lo que pasaba pasaba en norteamérica, hoy depende de
nosotros impedir que todo lo que pasa pase en Buenos Aires. Los grandes temas,
las grandes decisiones, los grandes personajes, pueden existir en cualquier
ciudad o pueblo del país, y debemos centrarnos, vivamos en el punto de la Argentina
en el cual vivamos, en hacer que eso ocurra.
Una de las pocas cosas que admiro de Estados Unidos en lo
que se refiere al cine (también pasa en literatura, pero en las películas se lo
ve de manera más patente) es el rol que tienen las ciudades: no es lo mismo
ambientar un film en Nueva York que en Seattle que en Boston que en Washington,
cada ciudad tiene su microcosmos, su clima social, intelectual y artístico
determinado e identificable a primera vista. Y acá debería suceder lo mismo:
deberíamos conocer Tucumán, Rosario, Comodoro Rivadavia, Bariloche, por
películas que las tomen como un protagonista más de las historias que en ellas
transcurren y no sólo como un decorado exótico, tal y como recuerdo que
aparecían en esa racha de películas rodadas a fines de los 90s, donde los
directores porteños venían cámara en mano a la Patagonia con la pretensión de
explicarnos quiénes éramos y dónde vivíamos, lo cual es desde todo punto de
vista inaceptable. ¿Quién sino nosotros debería escribir sobre nuestro lugar (sea
cual sea ese lugar) y definirnos como la cruza entre vivencias y paisaje que
todo ser humano de hecho es?
Pero más allá de cualquier consideración programática que
lejos debe haber estado de la cabeza de Pablo Yoiris a la hora de
escribir su novela, lo único que puedo señalar como negativo es que la trama me
resulta inconclusa. No es culpa del texto: el final está ahí y es un buen
final. Tal vez sea culpa mía, o culpa del cine de fantasía y ciencia-ficción
que tan acostumbrado me tiene a las trilogías, pero creo que a esta historia le
faltan dos libros más. El mundo creado bien los sostendría y bien los merece. Y
tal vez en un futuro Pablo Yoiris los escriba.
Cristian Fernando Carrasco
Neuquén
Abril de 2014
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