Sabido es que incluso en
los pueblos civilizados constituyen las relaciones entre yerno y
suegra uno de los lados más espinosos de la organización familiar.
No existe ciertamente entre los pueblos blancos de Europa y de
América prohibición alguna relativa a estas relaciones; pero se
evitarían muchos conflictos y molestias si tales prohibiciones
existieran, aun a título de costumbres, sin que determinados
individuos se vieran obligados a establecerlas para su uso personal.
Más de un europeo se sentirá inclinado a ver un acto de alta
sabiduría en las prohibiciones opuestas por los pueblos salvajes a
la relación entre dichas dos personas de parentesco tan cercano. No
puede dudarse de que la situación psicológica del yerno y la suegra
entraña algo que favorece la hostilidad y hace muy difícil su vida
en común. La generalidad con la que se hace objeto preferente de
chistes y burlas a estas relaciones constituiría ya una prueba de
que entrañan elementos decididamente opuestos. A mi juicio, trátase
aquí de relaciones «ambivalentes», compuestas a la vez de
elementos afectuosos y elementos hostiles.
Algunos de estos afectos
resultan fácilmente explicables. Por parte de la suegra hay el
sentimiento de separarse de su hija, la desconfianza hacia el extraño
al que la misma se ha entregado y la tendencia a imponer, a pesar de
todo, su autoridad, como lo hace en su propia casa. Por parte del
yerno hay la decisión de no someterse más a ninguna voluntad ajena,
los celos de aquellas personas que gozaron antes que él de la
ternura de su mujer y -last but not least- el deseo de no dejarse turbar
en la ilusión que le hace conceder un valor exagerado a las
cualidades de su joven mujer. En la mayoría de los casos es la
suegra la que disipa esta ilusión, pues le recuerda a su mujer por
los numerosos rasgos que con ella tiene comunes, faltándole, en
cambio, la belleza, la juventud y la espontaneidad de alma que le
hace amar a la hija.
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