En las vacaciones leí a Burroughs, a
Carver y a Eco.
Empiezo con Burroughs. Me gustó la
idea que hay detrás del título de El almuerzo desnudo, título que
nunca entendí y nunca podría haber entendido si Burroughs no lo
explicara: es la imagen de un pedazo sangrante de carne pinchado en
la punta del tenedor, la idea de ver que eso no es logro de la
cultura o de la evolución sino que es lo que es, un pedazo de animal
muerto, con su textura y color característicos (hay que recordar
que, mientras acá en Argentina, nos gusta la carne bien hecha, en el
resto del mundo se la come roja, sangrante).
En el libro, que es un selección de
cuentos y no una novela, otro error en mi preconcepción antes de
leerlo (creo que debido sobre todo al hecho de que Cronemberg hizo
una película basada en el libro, y es más lógico que se adapte una
novela o un cuento y no una compilación de relatos más o menos
cortos), y tengo dos acotaciones para hacer:
Primero, hay dos clases de cuentos y es
muy fácil reconocerlos: están los que tratan acerca de las drogas y
los que tratan acerca de la homosexualidad; en ambos se hace mención
a la sociedad represiva y a un estado de perpetua vigilancia, y esa
atmósfera densa, cargada de simulación y sospecha, es la que le da
unidad al libro. Los relatos que tratan acerca de las drogas me
gustaron, me parecieron imaginativos y me hicieron ver por qué
motivo se dice por ahí que Grant Morrison es el digno heredero de
Burroughs. Los que tratan acerca de la homosexualidad... la verdad es
que me causaron bastante rechazo. No es lo mío. Me refiero a que los
temas están bastante mezclados: en los cuentos acerca de las drogas
los personajes son homosexuales y en los cuentos acerca de la
homosexualidad los personajes se drogan, pero hay dos relatos,
bastante largos, que giran exclusivamente alrededor de “el olor
rancio de anos siendo penetrados” (cita textual) y de efebos que
eyaculan en el exacto momento en que los penetran y demás, y no son
imágenes que me guste particularmente tener en la cabeza.
En segundo lugar, Burroughs habla de
manera irónica, ácida, triste y lastimera de los condicionamientos
culturales, de la sociedad policial, de los yonquis y los
homosexuales, o sea, del mundo que lo rodea y también de él mismo.
Si hay algo que tengo que rescatar de libro es eso, la sinceridad
bien entendida. Porque la sinceridad, como el humor, puede ser
verdadera, honesta, cuando empieza por ser aplicada a uno mismo, o
puede ser una excusa para enmascarar ataques.
En la secundaria me quedó muy claro
que el humor verdadero es el que cultivan las personas que, primero y
con mayor frecuencia, se ríen de sí mismos y después le hacen
algún chiste a los demás. Pero muchas personas tildadas de
graciosos son en realidad violentos cobardes que para evitar un
enfrentamiento real levantan a su alrededor una muralla de chistes
degradantes y bromas que apuntan a las debilidades, los secretos, los
traumas, los miedos o las miserias de los demás. Y hay gente que a
eso le llama humor.
Con la sinceridad ocurre lo mismo: si
no apunta en primer lugar a uno mismo, a la persona que enuncia un
discurso, no es sinceridad sino sólo ataque. Si el sujeto de la
enunciación reserva para sí las rosas y los golpecitos en la
espalda y dirige las armas de destrucción masiva verbales hacia los
que están en la vereda de enfrente, eso tampoco es honesto, es otra
pared detrás de la cual esconderse. Pero hay gente que a eso le
llama sinceridad.
En cuanto a Carver, a quien leí porque
amigos me han prestado y vendido libros suyos, simplemente porque
quería saber qué era eso llamado minimalismo, creo que su único
logro es haber logrado el nivel más absoluto de desapasionamiento a
la hora de narrar. A Carver no le importa un carajo lo que pueda
pasarle a sus personajes y eso, como procedimiento narrativo, es muy
rescatable. Lo malo es que a mí, como lector, tampoco me importa un
carajo lo que pueda pasarle a sus personajes porque no cuenta nada
interesante, y eso no puede ser bueno.
Carver te hace pensar en el por qué y
el para qué de la escritura, ta hace cuestionarte “¿este tipo
para qué escribe, para qué desperdicia tanto papel y tinta?”.
Toda escritura tiene un por qué y un
para qué, un aspecto interno y otro externo, un origen y una
dirección a la que se desea llegar o por lo menos a la que se
apunta, pero en Carver no veo claro nada de eso. Me deja no sólo
frío sino desconcertado. Como una persona a la que abandonaron
debajo de la nieve en un cruce de caminos y, en ese cruce, las
flechas con las direcciones no dan ninguna información, están en
blanco.
Pero puede ser un problema mío.
Eco, como teórico, me sigue pareciendo
un ladrón de una desfachatez flagrante. No pienso comprarme un
maldito libro suyo más. El mes pasado hablaba con un amigo, Daniel
Tucci, acerca de Auster, y él me decía que había leído la
Trilogía de Nueva York y que con eso daba a Auster por conocido, que
con eso se había presentado y despedido de Auster. Con Eco voy a
hacer lo mismo: después de muchas oportunidades que le he dado voy a
quedarme con el buen recuerdo de El nombre de la rosa y basta de Eco.
Creo que lo peor, lo más
molesto, es la forma en que desperdicia un montón de páginas
hilvanando elucubraciones que no requerirían más que una frase. Por
ejemplo, cuando hablan de los aforismos y los divide en tres clases y
después hace transitar al lector por diez o doce páginas en las que
no hace más que repetir lo mismo y dar ejemplo ociosos. Yo lo
dejaría ahí: los aforismos pueden ser de tres clases, tal, tal y
tal, con tal, tal y tal característica distintiva, y punto. Buscar
ejemplos para corroborar o refutar esa división es asunto de los
demás, si es que dudan de lo que el autor ha dicho. El autor no duda
porque, se supone, el hecho de haberlo publicado es señal de que lo
investigó hasta su propia satisfacción y tiene todos los ejemplos
necesarios en su cabeza o en sus apuntes.
En lo que estoy de
acuerdo con Eco es en la idea de que una de las diferencias entre el
texto histórico y el texto ficcional es que la historia está atada
a la opinión y a la interpretación mientras que en el texto
ficcional hay verdades de las que no se puede dudar, que no se pueden
discutir, como que Clark Kent es Superman o que Madame Bovary murió
al final de la novela.
Supongo que a primera
vista muchas personas podrían querer refutar esa afirmación, pero a
mí me convence. Tomo el ejemplo de Rayuela: al final de la primera
parte, después de la muerte de Rocamadour, Oliveira lee en el diario
que una mujer se ha suicidado tirándose al río, piensa que puede
tratarse de la Maga pero después lo desestima. El lector puede tener
su opinión y generar sus interpretaciones, pero la verdad textual es
que el personaje Oliveira lee una noticia acerca de un suicidio,
piensa que puede tratarse de la Maga y después lo desestima. Pasa lo
mismo con el final de la novela: en las últimas líneas, Oliveira
está encaramado en una ventana pensando en lo simple que sería
acabar con todo. El lector (incluso el mismo Cortázar) puede tener
sus opiniones y sus interpretaciones (se tiró, no se tiró, murió,
no murió), pero la única verdad textual es que Oliveira está
encaramado a una ventana pensando, y ninguna opinión ni
interpretación puede cambiar eso.
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