Sunday, January 27, 2013

Lecturas de verano

En las vacaciones leí a Burroughs, a Carver y a Eco.

Empiezo con Burroughs. Me gustó la idea que hay detrás del título de El almuerzo desnudo, título que nunca entendí y nunca podría haber entendido si Burroughs no lo explicara: es la imagen de un pedazo sangrante de carne pinchado en la punta del tenedor, la idea de ver que eso no es logro de la cultura o de la evolución sino que es lo que es, un pedazo de animal muerto, con su textura y color característicos (hay que recordar que, mientras acá en Argentina, nos gusta la carne bien hecha, en el resto del mundo se la come roja, sangrante).
En el libro, que es un selección de cuentos y no una novela, otro error en mi preconcepción antes de leerlo (creo que debido sobre todo al hecho de que Cronemberg hizo una película basada en el libro, y es más lógico que se adapte una novela o un cuento y no una compilación de relatos más o menos cortos), y tengo dos acotaciones para hacer:
Primero, hay dos clases de cuentos y es muy fácil reconocerlos: están los que tratan acerca de las drogas y los que tratan acerca de la homosexualidad; en ambos se hace mención a la sociedad represiva y a un estado de perpetua vigilancia, y esa atmósfera densa, cargada de simulación y sospecha, es la que le da unidad al libro. Los relatos que tratan acerca de las drogas me gustaron, me parecieron imaginativos y me hicieron ver por qué motivo se dice por ahí que Grant Morrison es el digno heredero de Burroughs. Los que tratan acerca de la homosexualidad... la verdad es que me causaron bastante rechazo. No es lo mío. Me refiero a que los temas están bastante mezclados: en los cuentos acerca de las drogas los personajes son homosexuales y en los cuentos acerca de la homosexualidad los personajes se drogan, pero hay dos relatos, bastante largos, que giran exclusivamente alrededor de “el olor rancio de anos siendo penetrados” (cita textual) y de efebos que eyaculan en el exacto momento en que los penetran y demás, y no son imágenes que me guste particularmente tener en la cabeza.
En segundo lugar, Burroughs habla de manera irónica, ácida, triste y lastimera de los condicionamientos culturales, de la sociedad policial, de los yonquis y los homosexuales, o sea, del mundo que lo rodea y también de él mismo. Si hay algo que tengo que rescatar de libro es eso, la sinceridad bien entendida. Porque la sinceridad, como el humor, puede ser verdadera, honesta, cuando empieza por ser aplicada a uno mismo, o puede ser una excusa para enmascarar ataques.
En la secundaria me quedó muy claro que el humor verdadero es el que cultivan las personas que, primero y con mayor frecuencia, se ríen de sí mismos y después le hacen algún chiste a los demás. Pero muchas personas tildadas de graciosos son en realidad violentos cobardes que para evitar un enfrentamiento real levantan a su alrededor una muralla de chistes degradantes y bromas que apuntan a las debilidades, los secretos, los traumas, los miedos o las miserias de los demás. Y hay gente que a eso le llama humor.
Con la sinceridad ocurre lo mismo: si no apunta en primer lugar a uno mismo, a la persona que enuncia un discurso, no es sinceridad sino sólo ataque. Si el sujeto de la enunciación reserva para sí las rosas y los golpecitos en la espalda y dirige las armas de destrucción masiva verbales hacia los que están en la vereda de enfrente, eso tampoco es honesto, es otra pared detrás de la cual esconderse. Pero hay gente que a eso le llama sinceridad.

En cuanto a Carver, a quien leí porque amigos me han prestado y vendido libros suyos, simplemente porque quería saber qué era eso llamado minimalismo, creo que su único logro es haber logrado el nivel más absoluto de desapasionamiento a la hora de narrar. A Carver no le importa un carajo lo que pueda pasarle a sus personajes y eso, como procedimiento narrativo, es muy rescatable. Lo malo es que a mí, como lector, tampoco me importa un carajo lo que pueda pasarle a sus personajes porque no cuenta nada interesante, y eso no puede ser bueno.
Carver te hace pensar en el por qué y el para qué de la escritura, ta hace cuestionarte “¿este tipo para qué escribe, para qué desperdicia tanto papel y tinta?”.
Toda escritura tiene un por qué y un para qué, un aspecto interno y otro externo, un origen y una dirección a la que se desea llegar o por lo menos a la que se apunta, pero en Carver no veo claro nada de eso. Me deja no sólo frío sino desconcertado. Como una persona a la que abandonaron debajo de la nieve en un cruce de caminos y, en ese cruce, las flechas con las direcciones no dan ninguna información, están en blanco.
Pero puede ser un problema mío.

Eco, como teórico, me sigue pareciendo un ladrón de una desfachatez flagrante. No pienso comprarme un maldito libro suyo más. El mes pasado hablaba con un amigo, Daniel Tucci, acerca de Auster, y él me decía que había leído la Trilogía de Nueva York y que con eso daba a Auster por conocido, que con eso se había presentado y despedido de Auster. Con Eco voy a hacer lo mismo: después de muchas oportunidades que le he dado voy a quedarme con el buen recuerdo de El nombre de la rosa y basta de Eco.
Creo que lo peor, lo más molesto, es la forma en que desperdicia un montón de páginas hilvanando elucubraciones que no requerirían más que una frase. Por ejemplo, cuando hablan de los aforismos y los divide en tres clases y después hace transitar al lector por diez o doce páginas en las que no hace más que repetir lo mismo y dar ejemplo ociosos. Yo lo dejaría ahí: los aforismos pueden ser de tres clases, tal, tal y tal, con tal, tal y tal característica distintiva, y punto. Buscar ejemplos para corroborar o refutar esa división es asunto de los demás, si es que dudan de lo que el autor ha dicho. El autor no duda porque, se supone, el hecho de haberlo publicado es señal de que lo investigó hasta su propia satisfacción y tiene todos los ejemplos necesarios en su cabeza o en sus apuntes.
En lo que estoy de acuerdo con Eco es en la idea de que una de las diferencias entre el texto histórico y el texto ficcional es que la historia está atada a la opinión y a la interpretación mientras que en el texto ficcional hay verdades de las que no se puede dudar, que no se pueden discutir, como que Clark Kent es Superman o que Madame Bovary murió al final de la novela.
Supongo que a primera vista muchas personas podrían querer refutar esa afirmación, pero a mí me convence. Tomo el ejemplo de Rayuela: al final de la primera parte, después de la muerte de Rocamadour, Oliveira lee en el diario que una mujer se ha suicidado tirándose al río, piensa que puede tratarse de la Maga pero después lo desestima. El lector puede tener su opinión y generar sus interpretaciones, pero la verdad textual es que el personaje Oliveira lee una noticia acerca de un suicidio, piensa que puede tratarse de la Maga y después lo desestima. Pasa lo mismo con el final de la novela: en las últimas líneas, Oliveira está encaramado en una ventana pensando en lo simple que sería acabar con todo. El lector (incluso el mismo Cortázar) puede tener sus opiniones y sus interpretaciones (se tiró, no se tiró, murió, no murió), pero la única verdad textual es que Oliveira está encaramado a una ventana pensando, y ninguna opinión ni interpretación puede cambiar eso.

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