1.-Las palmaditas en el hombro le son tan útiles a un
artista como un par de anteojos a un ciego. Las verdaderas críticas son las
despiadadas. Si sabés encajar el golpe, es lo único que sirve. Las críticas
constructivas despiadadas, claro. No simplemente “eso que hiciste es un
porquería”, ni siquiera con razones, “eso que hiciste es una porquería por X
motivo”, sino con opciones y proyección, “eso que hiciste es un porquería, pero
por ahí, en una de esas, si encarás por tal o cual lado, si probás tal o tal
variante, puede andar”. Por suerte, he encontrado un grupo de gente que hace
precisamente ese tipo de crítica útil y -si querés mejorar- necesaria.
Lo que he sacado en claro de las opiniones de los demás
respecto a lo que escribo es que:
a) sobreexplico las cosas,
b) sermoneo o intento mostrar mi punto de vista personal en
detrimento de los actos y las ideas de los personajes (me meto como autor, en
una palabra), y
c) escribo de una forma hiperracional.
Las dos primeras son sin duda errores. La tercera, según mi
opinión, es una inevitablidad: yo vivo de una forma hiperracional, vivo en mi
cabeza, me interesa entender las cosas antes que experimentarlas, así que sería
muy raro que pudiese escribir de otra manera. Pero, como ya dije, las dos primeras
son gruesos errores.
El tema de la sobreexplicar se soluciona de manera por demás
sencilla: lapicera roja, tecla de delete, elegir de todas las explicaciones
repetidas la que sea más completa, reducir diez páginas a nueve u ocho, y a
otra cosa. El segundo error es el que me molesta, me jode y me sorprende. Sobre
todo porque lo veo mucho y lo critico mucho en otros y no tenía idea de que yo
también lo cometía. Ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio,
diría alguna persona religiosa.
Me lo marcaron con una frase de esas que, para transmitir la
dureza justa, tienen que obviar los buenos modales. Fue, creo que textualmente:
“Ese es el autor metiéndose, a nadie le importa un carajo lo que opina el
autor, lo que importa es lo que piensan y lo que hacen los personajes”. Y
mientras lo escuchaba me corría un frío por la médula espinal. Porque es
totalmente cierto, sin pizca de duda o de atenuantes. Si, como autor, querés
dar opiniones, escribí un ensayo o una carta de lectores al diario. Si estás escribiendo
un relato, centrate en los personajes y borrate como autor, convertite en
narrador, que no es más que la herramienta textual que el relato se ve obligada
a utilizar para contarse a sí mismo. Porque cuando escribís un relato a nadie
le importa un carajo cómo vos, autor, ves el mundo, lo que importa es cómo lo
ven los personajes, cómo eso repercute ellos y cómo reaccionan frente a ese
mundo al que sólo pueden conocer a través de la manera en que los afecta. Como
en la vida.
2.-El segundo sacudón ocurrió hace unos meses pero lo estoy
capitalizando ahora: estoy escribiendo sonetos. Así es: so-ne-tos. Dos
cuartetos y dos tercetos endecasílabos con rima consonante. Poesía medida y
rimada. Algo que no hacía desde que el número que representa mi edad comenzaba
con un uno en el lugar de la decena. Años y años. Lo consideraba algo pasado,
algo adolescente. ¿Por qué volví a ese tipo de poesía? Porque era necesario. Y
porque me dieron otro uppercut en el mentón y me dejaron de espalda en el
suelo.
Tengo la teoría de que, para mi generación, la poesía con
métrica y rima se siente como un emprendimiento adolescente porque hacemos una
equiparación errónea entre lírica y poesía reglada. Es decir, asociamos la
métrica y la rima con los poemas de amor, y a los poemas de amor con la
adolescencia, entonces pasar al verso libre se siente como ponerse los
pantalones largos y la poesía reglada queda relegada al pasado, como algo
jocoso, como una burla que nos hacemos a nosotros mismos: “¿te acordás cuándo
escribía esos poemas donde todos los versos terminaban en -ar o en -endo?”
El golpazo, el cimbronazo, fue en las clases de literatura
española, donde se dejó muy claro que en la Edad Media y el renacimiento, a
ningún artistas se le ocurría ponerse a escribir antes de dominar todas las
herramientas de su arte. No se vale decir “escribir con métrica y rima es una
boludez, entonces no lo hago”, lo que valdría sería decir “ya me harté de la
métrica y la rima, ya lo manejo tanto que te puedo inventar un soneto mientras
lo pronuncio, ya me aburrió por lo fácil que me resulta, entonces paso a otra
cosa”. Y, por supuesto, eso no pasa para nada en mi caso. Escribir poesía según
ciertas reglas se me hace trabajoso y me cuesta mucho, y por eso precisamente
lo tengo que hacer.
Me hace acordar a la película Anónimo, cuando Ben Johnson y
los demás escritores de Londres no pueden entender que alguien haya podido
escribir toda una tragedia completa en pentámetro yámbico, y lo racionalizan
diciendo “Yo podría hacerlo... pero nunca lo intenté”. Cuando llegás a ese
punto, lo único que te queda es intentarlo o callarte la puta boca.
3.-Todo se relaciona en realidad con la música. Hace como un
año, o más tal vez, que tengo que escribir letras para la banda de mi hermano
(sea la que sea hoy en día). Y he encontrado que tal cosa me resulta casi
imposible, porque no manejo las rimas y tengo apenas una noción mínima del
ritmo y los procedimientos poéticos como la anáfora, la repetición, el
paralelismo, que son básicas para estructurar el ritmo interno de la letra de
una canción. Esa imposibilidad, esa carencia, sumada a la llamada de atención
que fue compararme a mí mismo con artistas de tiempos pasados que a mi edad ya
habían leído todo lo que había que leer y dominaban su arte con los ojos
cerrados, fue lo que me llevó a revalorizar la poesía reglada. Sin esas cosas,
ambas, seguiría riéndome de los sonetos. Pero el que daría risa sería yo.
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