Sunday, May 23, 2010

Fort

No perdería mi tiempo en escribir esto si no creyera que voy a decir algo que valga la pena, así que bánquenme.

El pibe éste Fort ya me tiene repodrido. Como a todos, creo. Al principio era pintoresco y además llamaba la atención porque despertaba algo muy humano y muy bajo: las ganas que hemos tenido todos alguna vez de estar podridos en guita y hacer lo que sea que se nos cante sin pensar en si podemos o no; estar tan podridos en guita que ni la moral ni las leyes ni la lógica se aplicaran a nuestros caprichos ni a nuestras conductas, que no fueran limitaciones. La gente que lo sigue mirando y admirando todavía es atraída por esa vibración emocional tan rastrera, por la identificación que les dice “Si yo tuviera la guita que él tiene también me podría dar el lujo de ser igual de vacío e igual de pelotudo”. Aparte, esa frase, “darse el lujo”, expresa cabalmente cómo las “excentricidades” son lujos que se pagan, que están al alcance sólo de quien puede pagarlas.
Pero en realidad Fort no es un excéntrico. Ni siquiera es un pelotudo. Simplemente es un cobarde, en el sentido filosófico del término.
Desde Sartre sabemos (capaz que otros lo saben mucho antes pero yo lo sé desde que leí a Sartre) que las miradas de los demás nos conforman mediante su aceptación o su rechazo, mediante la imagen que se hacen de nosotros y que, ya sea en actos o en palabras, nos devuelven como reflejo; que la personalidad es como esas Casas de la Risa que aparecen en las ferias de películas yankis donde la gente va caminando y muchos espejos deformados les muestran reflejos ridículos de ellos mismos.
Este pibe Fort un día, seguramente sin quererlo y aún más seguramente sin buscarlo, vio de reojo el sinsentido de la vida, la nada de la cual venimos y que al mismo tiempo nos espera. Y se cagó en las patas. Como lo único que sabe es comprar y el sentido no se compra, quedó vencido y desarmado ante el sinsentido, abriendo la billetera o sacándole el capuchón a la birome para firmar cheques como su único reflejo natural de defensa. Y en su mente y en su espíritu vacíos apareció la noción de “importancia”. “Nada tiene sentido”, se dijo, “pero aún así hay cosas que a la gente le importan o no, hay cosas a las que le DAN importancia y esas cosas quedan impregnadas de esa cualidad de importante de una vez y para siempre. Y yo tengo que ser una de esas cosas. La gente tiene que DARME la importancia que yo, por mí mismo, no tengo”. Entonces se obsesionó por ser famoso, porque a la gente (a la gente de la peor calaña, de la más baja denominación espiritual e intelectual) le importaran las idioteces que él haría y que, a través de ese acto, le DIERAN importancia no sólo a sus “extravagancias” sino a él mismo como ser, como ente.
Fort no es otra cosa que eso: un cobarde filosófico, un cagón metafísico, alguien que en el momento de cruzar sin querer sus ojos con el abismo de la nada no tuvo los huevos para sostenerle la mirada.
Él se cree un superhombre. Nietszche le escupiría en la cara.

-

No comments: