Thursday, December 13, 2012

Robo anticipado

Estoy corrigiendo una novela que empecé a escribir en el 2009. Voy por el tercer capítulo y aparece la idea de que uno de los mayores problemas de mi generación es el de ser varones criados por mujeres, por nuestras madres, quienes nos inculcaron como verdad la versión femenina del mundo y sobre todo del amor.

La semana pasada terminé de leer El Club de la Pelea y Chuck Palhaniuk escribió exactamente lo mismo.

Eso confirma mi hipótesis de que un escritor es una persona a quien le roban las ideas incluso antes de que se les ocurran.

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Tuesday, December 11, 2012

Zanjón de la aguada - de Pedro Lemebel


Zanjón de la Aguada (Crónica en tres actos)


Dedicado a Olga Marín, con mi cariñoso agradecimiento

Primer acto:
LA ARQUEOLOGÍA DE LA POBREZA
Y si uno cuenta que vio la primera luz del mundo en el Zanjón de la Aguada, ¿a quién le interesa? ¿A quién le importa? Menos a los que confunden ese nombre con el de una novela costumbrista. Más aún a los que no saben, ni sabrán nunca, qué fue ese piojal de la pobreza chilena. Seguramente incomparable con cualquier toma de terrenos, campamento o población picante de los alrededores del actual Gran Santiago. Pero el Zanjón, más que ser un mito de la sociología poblacional, fue un callejón aledaño al fatídico canal que lleva el mismo nombre. Una ribera de ciénaga donde a fines de los años cuarenta se fueron instalando unas tablas, unas fonolas, unos cartones, y de un día para otro las viviendas estaban listas. Como por arte de magia aparecía un ranchal en cualquier parte, como si fueran hongos que por milagro brotan después de la lluvia, florecían entre las basuras las precarias casuchas que recibieron el nombre de callampas por la instantánea forma de tomarse un sitio clandestino en el opaco lodazal de la patria.
Y como siempre el asunto de la vivienda ha sido una excursión aventurera para los desposeídos, aun más en ese tiempo, cuando emigraban familias enteras desde el norte y sur del país hasta la capital en busca de mejores horizontes, tratando de encontrar un pedazo de suelo donde plantar sus banderas de allegados. Pero ese no fue el caso de mi familia, que desde siempre habitó en Santiago, traficando su pellejo pasar en piezas de conventillo y barrios grises que rondan al antiguo centro. Pero un día cualquiera llegaba el desalojo; los pacos tiraban a la calle las cuatro mugres, el somier con patas, la mesa coja, la cocina a parafina y unas cuantas cajas que contenían mi herencia familiar. Y tal vez alguien nos dijo que existía el Zanjón y para no quedarnos a la intemperie, llegamos a esas playas inmundas donde los niños corrían junto a los perros persiguiendo guarenes. Y la cosa fue tan simple, tan rápida, que por unos pesos nos vendieron una muralla, ni siquiera un metro de terreno, solo era un muro de adobes que mi abuela compró en ese lugar. Y a partir de ese sólido barro, fue armando el nido garufa que en pleno invierno cobijó mi niñez y le dio alero a mi núcleo parental. A partir de esa muralla que como una bambalina cinematográfica se convirtió en el frontis de mi primer domicilio, mi abuela le puso un techo de fonolas y un encatrado de palos que confeccionaron la arquitectura piñufla de mi palacio infantil. Pero a diferencia de mis vecinos, la fachada entumida de mi casa tenía cara de casa, por lo menos desde el callejón parecía casa, con su ventana y su puerta, que al abrirla, mostraba un escampado, no tenía piezas, solamente el fondo abierto del eriazo donde el viento frío del amanecer entraba y salía como Pedro por su casa.
Pareciera que en la evocación de aquel ayer, la tiritona mañana infantil hubiera tatuado con hielo seco la piel de mis recuerdos. Aun así, bajo ese paraguas del alma proleta, me envolvió el arrullo tibio de la templanza materna. En ese revoltijo de olores podridos y humos de aserrín, «aprendí todo lo bueno y supe de todo lo malo», conocí la nobleza de la mano humilde y pinté mi Primera crónica con los colores del barro que arremolinaba la leche turbia de aquel Zanjón.

Segundo acto:
MI PRIMER EMBARAZO TUBARIO
Existe un eslogan que dice: «Pobre, pero limpio», y es verdad, en algunos casos donde existen los materiales básicos de la higiene. Pero en el Zanjón, el agua para beber, cocinar o lavarse había que traerla de lejos, donde un pilón siempre abierto abastecía el consumo de la población callampa. Así también la evacuación de las aguas servidas y el alcantarillado se resumían en una acequia hedionda que corría paralela al rancherío, donde las mujeres tiraban los caldos fétidos del mojoneo. En contraste a este sórdido barrial, el albo flamear de las sábanas y pañales, deslumbrantemente blancos a puro hervido de cloro, confirmaba el refregado pasional de las manos maternas, siempre pálidas, azulosas, sumergidas en lavaza espumante de remojo. Y quizás esa utopía blanqueadora era la única forma como las madres del Zanjón podían simbólicamente despegarse del lodo, y con racimos de chiquillos a cuestas, se encumbraban a las nubes agarradas del fulgor níveo de sus trapos, vaporosamente deshilachados, como banderas de tregua en esa guerra entintada por la supervivencia.
Mi niñez del Zanjón mariposeaba al mosquerío del sol que mi madre espantaba cuidadosa, pero al primer descuido, cuando ella atareada, en un minuto me perdía de vista, la aventura del gatear fuera de la callampa me conducía al borde de aquella acequia, donde metía mis pequeñas manos, donde mojaba mi cara y sorbía el lodo en la curiosidad infante de conocer mi medio a través del sabor. Y así fue como un día mi barriga se fue hinchando como si me hubiera embarazado un príncipe moscardón. Al correr los días, el tamboreo de la colitis permanente y el dolor abdominal eran un llanto sin tregua. Mi madre no sabía qué hacer, sobándome la guatita inflamada como un globo y dándome aguas de hierbas, azúcar quemada y cocciones de canela. Y allí entonces, no era tan simple como tomar el teléfono y llamar al médico de la familia. Sobre todo si había que levantarse a las cinco de la mañana y salir con la guagua colgando para alcanzar un número en el policlínico repleto. Así no más llegué a las manos de una doctora con lentes de acuario, quien me vio la panza pobre, pensando en la very tipical desnutrición de los niños africanos. Pero al tantear esa piel tensa de timbal y apoyar en ella su frío estetoscopio, un apagado latido la sobresaltó, retirándose espantada. «No es posible», dijo, mirando a mi madre y escribió nerviosa la receta de un purgante virulento. Esa misma noche se produjo el alumbramiento, después de tomar esa abortiva medicina, me desrajé en los calambres de una florida diarrea como agua de pantano. Y allí, en el negro espejo de la bacinica rebalsante, flotaba el minúsculo cuerpo de un pirigüín detenido en su metamorfosis. Era apenas una cabeza y una colita, pero sobresalían dos patitas verdes que el niño renacuajo había logrado formar en mi vientre desde que me tragué su larva en el micromundo de la vida que, a pesar de todo, se peleaba a codazos el breve espacio de su gestación.

Tercer acto:
LAS MEMORIAS DEL CARNE AMARGA
El Zanjón de la Aguada no sólo fue conocido por su extrema pobreza, donde se enjugaba sudor de pueblo y retraso social. También en los años cincuenta, ese pulguerío entintaba los diarios por las noticias delictuales y la conjunción de patos malos que se guarecían bajo sus latas. Por entonces, esa mafia punga recibía el apodo de «pelados», de seguro por el rapado de cabeza hecho a tijeretazos en Investigaciones, tal vez para hacerlos visibles ante la buena sociedad y que este look produjera rechazo de escarmiento. Pero esa estética de cabeza afeitada, en el Zanjón no provocaba discriminación: era costumbre ver a cabros piojentos rapados al cero para matar la plaga de bichos. Igual, en el caso de los «pelados», era natural verlos salir de la cana con esa apariencia de judíos flacuchentos, barbones y calvos, liberados del exterminio. Cierta familiaridad con el delito, producía esta sana convivencia. Porque como en toda microsociedad, por punga que sea, existen sus leyes de hermanaje y los «pelados» las tenían. Era una especie de catecismo moral no cogotear jamás a un vecino del sector. Y es más, era una obligación para ellos colaborar solidariamente en los desastres naturales que volaban las fonolas en las noches de ventolera. Así como sacar el agua negra que anegaba las casuchas en las inundaciones. O apagar ese gran incendio que consumió medio Zanjón de la Aguada, y allí los «pelados», a falta de bomberos, eran los ángeles salvadores, acarreando baldes con agua del grifo lejano, o rescatando guaguas chamuscadas por el fuego.
En este reducto social, donde las rucas encrespaban el cerco mísero de Santiago, confluía un zoológico delictivo que se nombraba según la especialidad del robo. Estaban los carteristas a chorro que despabilaban una billetera con dedos de terciopelo y rajaban como cohetes. También, las mujeres tenderas del centro, como la Ñata María, una vampiresa ratera que se vestía de gran dama y arrasaba las tiendas de lujo con su cartera de doble fondo. También el clan de los monreros, especialistas en desvalijar casas en el barrio alto. Y a veces llegaban de visita unos guantes internacionales que volvían de Europa donde exportaban el arte chileno del choreo con estilo. Como el Chute Mojón, por ejemplo, un esbelto dandy que regresaba a la vecindad fumando habanos, vistiendo terno blanco y sombrero al tono. Allí todo el Zanjón lo recibía con gran fiesta y zandunga mafiosa que duraba tres días. Los más felices eran los cabros chicos, agarrando los puñados de monedas que el Chute Mojón les tiraba como padrino cacho. Pero también había algunos más siniestros, como el Carne Amarga, oscuro y perverso como pupila de chacal. Era un mago para saquear los camiones que pasaban por Santa Rosa. El Carne Amarga era padre soltero, tipo Kramer versus Kramer, y había ideado un truco para detener los camiones, que conociendo los peligros del lugar, pasaban rajados por la calle. Entonces, cuando se divisaba un vehículo cargado con mercaderías, el Carne Amarga tiraba a su hijo de siete años al medio de Santa Rosa y el camión se detenía con un chirrido de frenos, ocasión que aprovechaba el delincuente para treparse por atrás y desvalijarlo.
Y pudo ser que en alguna oportunidad el vehículo no alcanzó a frenar y las ruedas reventaron al mocoso. Pero esto era pan de cada día en el Zanjón de la Aguada, morían tantos niños como perros vagos atropellados en el sector. Como también en los allanamientos, en mitad de la noche, en la madrugada, por las balas zumbantes que atravesaban limpiamente las mediaguas. Y al otro día, todos los vecinos comentaban el resultado del arreo hecho por la Brigada de Homicidios. Que anoche cayó el Chiflín, que le dieron al Caca Negra, que por un pelo se escapó la Ñata María, que al Tirifa, al Chicoco y al Cara de Luto se los llevaron esposados, que al Fonola le pegaron un tunazo en la pata, pero igual arrancó por los techos, que los ratis ladrones se llevaron un montón de cosas y las achacaron como recuperación de especies. Y después de estas redadas, venían semanas de vigilancia en que el Zanjón entero dormía a sobresaltos por el temor de que volvieran los tiras con su prepotente balacera. Los «pelados» se hacían humo por un tiempo y algunos emigraban a La Legua o a La Victoria, donde seguían perfeccionando delicadamente las artes malandras de su oficio.

Epílogo:
LA NOSTALGIA DE UNA DIGNIDAD TERRITORIAL
Actualmente, cuando los alcaldes hacen alarde en sus campañas con nuevos métodos policiales para prevenir asaltos y choreos. En estos tiempos donde la delincuencia perdió su aventura romántica de quitarle al rico para darle al más pobre, al estilo Robin Hood o Jesse James, quizás porque los protagonistas del robo social son apenas unos mocosos que les arrancan la jubilación a los abuelos cuando salen del banco. Más bien parecen lauchas ladronas, quitándoles bicicletas a los cabros chicos y mochilas a los escolares, ni parecidos a los chicos malos de antaño, los choros rapiña del Zanjón, que novelaban su vida transgrediendo la brutal desigualdad económica que retrataba sin color la radiografía humana de aquel desnutrido paisaje.
Ahora, cuando la pobreza disfrazada por la ropa americana ya no quiere llamarse pueblo y prefiere ocultarse bajo la globalidad del término «gente», más plural, más despolitizada en las encuestas que suman electrodomésticos para evaluar la repartija del gasto social en las capas de menos ingresos. Y todo es así, para un mejor vivir están las líneas de crédito que permiten soñar en colores, mirando el catálogo endeudado de un bienestar a plazo. Para mejor pasar estos tiempos, mejor rematar neuronas como espectador de la pantalla donde el jet-set piojo se abanica con remuneraciones millonarias, pasándolo regio, mascando una aceituna en el desfile de modas con su ocio fashion, sacándole la lengua a la teleaudiencia sonámbula y roticuaja que pone una olla sobre el aparato de tevé para recibir la gotera que cae del techo roto, que suena como monedas, que en su tintineo reiterado se confunde con el campanilleo de las alhajas que los personajes top hacen sonar en la pantalla. Pero al apagar el aparato, la gotera de la pobreza sigue sonando como gotera en el eco de la cacerola vacía. Para mejor vivir la escarcha indiferente de estos tiempos, vale dormirse soñando que el Tercer Mundo pasó por un zapatito roto, que naufragó en la corriente del Zanjón de la Aguada, donde un niño guarisapo nunca llegó a ser princesa narrando la crónica de su interrumpido croar.

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Siempre he sido un enemigo del panfleto. Pero también siempre he sostenido que la política y la crítica social tienen su lugar en el arte mientras sean componentes, importantes pero no fundamentales, de la obra: lo fundamental,en una obra de arte es, indiscutiblemente, el componente estético.
De todas los autores que leí este cuatrimestre en Literatura Hispanoamericana, el que más me gustó fue Lemebel. Se trata de un escritor que hace algo muy pero muy complicado: lograr que la validez estética de su prosa equipare la intencionalidad político-social de lo que escribe y que ambos elementos, en lugar de entorpecerse uno al otro, se conjuguen y brillen con igual resplandor.

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Tuesday, September 18, 2012

Altazor (Canto II) - de Vicente Huidobro


CANTO II

Mujer el mundo está amueblado por tus ojos
Se hace más alto el cielo en tu presencia
La tierra se prolonga de rosa en rosa
Y el aire se prolonga de paloma en paloma

Al irte dejas una estrella en tu sitio
Dejas caer tus luces como el barco que pasa
Mientras te sigue mi canto embrujado
Como una serpiente fiel y melancólica
Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro

¿Qué combate se libra en el espacio?
Esas lanzas de luz entre planetas
Reflejo de armaduras despiadadas
¿Qué estrella sanguinaria no quiere ceder el paso?
En dónde estás triste noctámbula
Dadora de infinito
Que pasea en el bosque de los sueños

Heme aquí perdido entre mares desiertos
Solo como la pluma que se cae de un pájaro en la noche
Heme aquí en una torre de frío
Abrigado del recuerdo de tus labios marítimos
Del recuerdo de tus complacencias y de tu cabellera
Luminosa y desatada como los ríos de montaña
¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos?
Te pregunto otra vez

El arco de tus cejas tendido para las armas de los ojos
En la ofensiva alada vencedora segura con orgullos de flor
Te hablan por mí las piedras aporreadas
Te hablan por mí las olas de pájaros sin cielo
Te habla por mí el color de los paisajes sin viento
Te habla por mí el rebaño de ovejas taciturnas
Dormido en tu memoria
Te habla por mí el arroyo descubierto
La yerba sobreviviente atada a la aventura
Aventura de luz y sangre de horizonte
Sin más abrigo que una flor que se apaga
Si hay un poco de viento

Las llanuras se pierden bajo tu gracia frágil
Se pierde el mundo bajo tu andar visible
Pues todo es artificio cuando tú te presentas
Con tu luz peligrosa
Inocente armonía sin fatiga ni olvido
Elemento de lágrima que rueda hacia adentro
Construido de miedo altivo y de silencio

Haces dudar al tiempo
Y al cielo con instintos de infinito
Lejos de ti todo es mortal
Lanzas la agonía por la tierra humillada de noches
Sólo lo que piensa en ti tiene sabor a eternidad

He aquí tu estrella que pasa
Con tu respiración de fatigas lejanas
Con tus gestos y tu modo de andar
Con el espacio magnetizado que te saluda
Que nos separa con leguas de noche

Sin embargo te advierto que estamos cosidos
A la misma estrella
Estamos cosidos por la misma música tendida
De uno a otro
Por la misma sombra gigante agitada como árbol
Seamos ese pedazo de cielo
Ese trozo en que pasa la aventura misteriosa
La aventura del planeta que estalla en pétalos de sueño

En vano tratarías de evadirte de mi voz
Y de saltar los muros de mis alabanzas
Estamos cosidos por la misma estrella
Estás atada al ruiseñor de las lunas
Que tiene un ritual sagrado en la garganta

Qué me importan los signos de la noche
Y la raíz y el eco funerario que tengan en mi pecho
Qué me importa el enigma luminoso
Los emblemas que alumbran el azar
Y esas islas que viajan por el caos sin destino a mis ojos
Qué me importa ese miedo de flor en el vacío
Qué me importa el nombre de la nada
El nombre del desierto infinito
O de la voluntad o del azar que representan
Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de oasis
O banderas de presagio y de muerte

Tengo una atmósfera propia en tu aliento
La fabulosa seguridad de tu mirada con sus constelaciones íntimas
Con su propio lenguaje de semilla
Tu frente luminosa como un anillo de Dios
Más firme que todo en la flora del cielo
Sin torbellinos de universo que se encabrita
Como un caballo a causa de su sombra en el aire

Te pregunto otra vez
¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?

Tengo esa voz tuya para toda defensa
Esa voz que sale de ti en latidos de corazón
Esa voz en que cae la eternidad
Y se rompe en pedazos de esferas fosforescentes
¿Qué sería la vida si no hubieras nacido?
Un cometa sin manto muriéndose de frío

Te hallé como una lágrima en un libro olvidado
Con tu nombre sensible desde antes en mi pecho
Tu nombre hecho del ruido de palomas que se vuelan
Traes en ti el recuerdo de otras vidas más altas
De un Dios encontrado en alguna parte
Y al fondo de ti misma recuerdas que eras tú
El pájaro de antaño en la clave del poeta

Sueño en un sueño sumergido
La cabellera que se ata hace el día
La cabellera al desatarse hace la noche
La vida se contempla en el olvido
Sólo viven tus ojos en el mundo
El único sistema planetario sin fatiga
Serena piel anclada en las alturas
Ajena a toda red y estratagema
En su fuerza de luz ensimismada
Detrás de ti la vida siente miedo
Porque eres la profundidad de toda cosa
El mundo deviene majestuoso cuando pasas
Se oyen caer lágrimas del cielo
Y borras en el alma adormecida
La amargura de ser vivo
Se hace liviano el orbe en las espaldas

Mí alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos
(Reconozco ese ruido desde lejos)
Cuando las barcas zozobran y el río arrastra troncos de árbol
Eres una lámpara de carne en la tormenta
Con los cabellos a todo viento
Tus cabellos donde el sol va a buscar sus mejores sueños
Mi alegría es mirarte solitaria en el diván del mundo
Como la mano de una princesa soñolienta
Con tus ojos que evocan un piano de olores
Una bebida de paroxismos
Una flor que está dejando de perfumar
Tus ojos hipnotizan la soledad
Como la rueda que sigue girando después de la catástrofe

Mi alegría es mirarte cuando escuchas
Ese rayo de luz que camina hacia el fondo del agua
Y te quedas suspensa largo rato
Tantas estrellas pasadas por el harnero del mar
Nada tiene entonces semejante emoción
Ni un mástil pidiendo viento
Ni un aeroplano ciego palpando el infinito
Ni la paloma demacrada dormida sobre un lamento
Ni el arcoiris con las alas selladas
Más bello que la parábola de un verso
La parábola tendida en puente nocturno de alma a alma

Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña
Que la sirena de un barco que deja escapar toda su alma
Que un faro en la neblina buscando a quien salvar
Eres más hermosa que la golondrina atravesada por el viento
Eres el ruido del mar en verano
Eres el ruido de una calle populosa llena de admiración

Mi gloria está en tus ojos
Vestida del lujo de tus ojos y de su brillo interno
Estoy sentado en el rincón más sensible de tu mirada
Bajo el silencio estático de inmóviles pestañas
Viene saliendo un augurio del fondo de tus ojos
Y un viento de océano ondula tus pupilas

Nada se compara a esa leyenda de semillas que deja tu presencia
A esa voz que busca un astro muerto que volver a la vida
Tu voz hace un imperio en el espacio
Y esa mano que se levanta en ti como si fuera a colgar soles en el aire
Y ese mirar que escribe mundos en el infinito
Y esa cabeza que se dobla para escuchar un murmullo en la eternidad
Y ese pie que es la fiesta de los caminos encadenados
Y esos párpados donde vienen a vararse las centellas del éter
Y ese beso que hincha la proa de tus labios
Y esa sonrisa como un estandarte al frente de tu vida
Y ese secreto que dirige las mareas de tu pecho
Dormido a la sombra de tus senos

Si tú murieras
Las estrellas a pesar de su lámpara encendida
Perderían el camino
¿Qué sería del universo?

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Ya había posteado este poema antes, pero lo borré cuando suprimí temporalmente el blog.
Me repito: es el mejor poema de amor escrito hasta el día de hoy en cualquier idioma. Si todos los demás poemas de amor se perdieran pero quedara el Canto II de Altazor, no pasaría nada.
Es en cierta forma inmovilizante, porque sabés que no vas a escribir nada mejor, así que lo lógico sería no intentarlo. Pero lo lógico, también, sería no escribir y dedicarse a otra cosa, más conveniente, social y económicamente hablando. Así que así estamos con las elecciones lógicas.


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Saturday, September 01, 2012

Un par de golpazos



1.-Las palmaditas en el hombro le son tan útiles a un artista como un par de anteojos a un ciego. Las verdaderas críticas son las despiadadas. Si sabés encajar el golpe, es lo único que sirve. Las críticas constructivas despiadadas, claro. No simplemente “eso que hiciste es un porquería”, ni siquiera con razones, “eso que hiciste es una porquería por X motivo”, sino con opciones y proyección, “eso que hiciste es un porquería, pero por ahí, en una de esas, si encarás por tal o cual lado, si probás tal o tal variante, puede andar”. Por suerte, he encontrado un grupo de gente que hace precisamente ese tipo de crítica útil y -si querés mejorar- necesaria.
Lo que he sacado en claro de las opiniones de los demás respecto a lo que escribo es que:
a) sobreexplico las cosas,
b) sermoneo o intento mostrar mi punto de vista personal en detrimento de los actos y las ideas de los personajes (me meto como autor, en una palabra), y
c) escribo de una forma hiperracional.
Las dos primeras son sin duda errores. La tercera, según mi opinión, es una inevitablidad: yo vivo de una forma hiperracional, vivo en mi cabeza, me interesa entender las cosas antes que experimentarlas, así que sería muy raro que pudiese escribir de otra manera. Pero, como ya dije, las dos primeras son gruesos errores.
El tema de la sobreexplicar se soluciona de manera por demás sencilla: lapicera roja, tecla de delete, elegir de todas las explicaciones repetidas la que sea más completa, reducir diez páginas a nueve u ocho, y a otra cosa. El segundo error es el que me molesta, me jode y me sorprende. Sobre todo porque lo veo mucho y lo critico mucho en otros y no tenía idea de que yo también lo cometía. Ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, diría alguna persona religiosa.
Me lo marcaron con una frase de esas que, para transmitir la dureza justa, tienen que obviar los buenos modales. Fue, creo que textualmente: “Ese es el autor metiéndose, a nadie le importa un carajo lo que opina el autor, lo que importa es lo que piensan y lo que hacen los personajes”. Y mientras lo escuchaba me corría un frío por la médula espinal. Porque es totalmente cierto, sin pizca de duda o de atenuantes. Si, como autor, querés dar opiniones, escribí un ensayo o una carta de lectores al diario. Si estás escribiendo un relato, centrate en los personajes y borrate como autor, convertite en narrador, que no es más que la herramienta textual que el relato se ve obligada a utilizar para contarse a sí mismo. Porque cuando escribís un relato a nadie le importa un carajo cómo vos, autor, ves el mundo, lo que importa es cómo lo ven los personajes, cómo eso repercute ellos y cómo reaccionan frente a ese mundo al que sólo pueden conocer a través de la manera en que los afecta. Como en la vida.

2.-El segundo sacudón ocurrió hace unos meses pero lo estoy capitalizando ahora: estoy escribiendo sonetos. Así es: so-ne-tos. Dos cuartetos y dos tercetos endecasílabos con rima consonante. Poesía medida y rimada. Algo que no hacía desde que el número que representa mi edad comenzaba con un uno en el lugar de la decena. Años y años. Lo consideraba algo pasado, algo adolescente. ¿Por qué volví a ese tipo de poesía? Porque era necesario. Y porque me dieron otro uppercut en el mentón y me dejaron de espalda en el suelo.
Tengo la teoría de que, para mi generación, la poesía con métrica y rima se siente como un emprendimiento adolescente porque hacemos una equiparación errónea entre lírica y poesía reglada. Es decir, asociamos la métrica y la rima con los poemas de amor, y a los poemas de amor con la adolescencia, entonces pasar al verso libre se siente como ponerse los pantalones largos y la poesía reglada queda relegada al pasado, como algo jocoso, como una burla que nos hacemos a nosotros mismos: “¿te acordás cuándo escribía esos poemas donde todos los versos terminaban en -ar o en -endo?”
El golpazo, el cimbronazo, fue en las clases de literatura española, donde se dejó muy claro que en la Edad Media y el renacimiento, a ningún artistas se le ocurría ponerse a escribir antes de dominar todas las herramientas de su arte. No se vale decir “escribir con métrica y rima es una boludez, entonces no lo hago”, lo que valdría sería decir “ya me harté de la métrica y la rima, ya lo manejo tanto que te puedo inventar un soneto mientras lo pronuncio, ya me aburrió por lo fácil que me resulta, entonces paso a otra cosa”. Y, por supuesto, eso no pasa para nada en mi caso. Escribir poesía según ciertas reglas se me hace trabajoso y me cuesta mucho, y por eso precisamente lo tengo que hacer.
Me hace acordar a la película Anónimo, cuando Ben Johnson y los demás escritores de Londres no pueden entender que alguien haya podido escribir toda una tragedia completa en pentámetro yámbico, y lo racionalizan diciendo “Yo podría hacerlo... pero nunca lo intenté”. Cuando llegás a ese punto, lo único que te queda es intentarlo o callarte la puta boca.

3.-Todo se relaciona en realidad con la música. Hace como un año, o más tal vez, que tengo que escribir letras para la banda de mi hermano (sea la que sea hoy en día). Y he encontrado que tal cosa me resulta casi imposible, porque no manejo las rimas y tengo apenas una noción mínima del ritmo y los procedimientos poéticos como la anáfora, la repetición, el paralelismo, que son básicas para estructurar el ritmo interno de la letra de una canción. Esa imposibilidad, esa carencia, sumada a la llamada de atención que fue compararme a mí mismo con artistas de tiempos pasados que a mi edad ya habían leído todo lo que había que leer y dominaban su arte con los ojos cerrados, fue lo que me llevó a revalorizar la poesía reglada. Sin esas cosas, ambas, seguiría riéndome de los sonetos. Pero el que daría risa sería yo.


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Monday, August 13, 2012

Copiar del original

Cuando fcf tenía 16 años y quería ser dibujante y estaba muy al pedo, se metía en el baño de su casa, se miraba en el espejo del botiquín y hacía cosas como estas:




Varias cosas (aparentemente) inconexas

1.-Hace unas semanas fui a un cumpleaños de quince de la nena de una familia conocida. Estuvo lindo, que sé yo. Se notó mucho que la música nos excluía a los mayores de, ponele, 20 años. Yo ya tengo 34 y los imperativos generacionales no se pueden soslayar. Uno trata de ponerle pilas (porque al fin y al cabo te invitan para ser parte de la fiesta, para llevar la fiesta adelante), participar, aplaudir, bailar. Y al principio pude. A mí, como a todos los de mi edad, me ponen cuarteto, me ponen a Rodrigo, y bailo. Y sin siquiera estar borracho. O me ponen los temas que bailaba a los 15 años en los asaltos con mis amigos y bailo. Pero con la cumbia de ahora, no hay caso. Detesto a los Wachiturros y a todos los que se les parecen. E incluso no son los peores. Y no sólo porque la música es mala sino porque las letras son nocivas. Se quejan cuando les llaman transmisores de apología (en el sentido legal, no hablo de Platón), pero es la verdad. Y lo peor es que tampoco se diferencia mucho del rock que se puede encontrar hoy en día. No sé cuál es realmente la diferencia entre la letra de un tema de cumbia villera y un tema de, ponele, Viejas Locas, Pier o La 25 (si es que siguen en activo, no sé, la verdad). ¿Dónde quedaron las buenas bandas de rock? ¿Cuál es el relevo de los Redondos, de Soda Stereo, de los Cadillacs, de A77aque cuando estaba Pertussi, de Los Violadores, de Sumo (y no digan en Las pelotas y Divididos porque me quedo seco de un ataque de risa acá mismo), de tipos que te podían contar una historia o poner en una letra sus lecturas, sus posturas filosóficas ante la vida, sus reinterpretaciones de otros géneros y cantar eso sobre un buen riff? ¿Dónde está le relevo de lo que eran y hacían Charly García, Andrés Calamaro y Fito Páez antes de empezar a dar pena? No existe. Y es una porquería no tener esa opción más que en el recuerdo. Siempre lo he dicho: me gusta el rock porque tiene ética y estética. Cando Cristian Aldana gritó en Contagiándonos... “La cumbia es una mierda” decía la verdad. Después el Inadi o algo por el estilo lo hizo retractarse pero ¿por qué tenés que retractarte de la verdad? ¿Estamos en la época de la inquisición? ¿O acaso la lógica de los diez mil millones de moscas es ley divina? La cumbia es una mierda y me violenta ver a chicos de 15 años bailándola y tocándola (porque, de yapa, al final del cumpleaños, hubo cumbia en vivo, porque decir música en vivo tratándose de cumbia sería ser inexacto como mínimo).

2.-Un par de días después hablé con un familiar de una paciente en el laburo. No suelo hacer eso porque suelo arrepentirme. Con en este mismísimo caso. El hombre, muy orgulloso, me contaba cómo, cuando otros nenes iban a buscar a sus hijos para jugar, los echaba y cómo enviaba a sus hijos los sábados a la mañana a una escuela de gendarmería, algo parecido a los boy-scouts pero militar. Yo debo estar mejorando mi cara de poker porque el señor seguía y seguía hablando sin reparar en mi desagrado respecto a lo que me contaba, a su idea de que ser padre es dejar a sus hijos en manos de milicos que les enseñen a “tener las uñas y el pelo corto, ser puntuales, obedecer, no andar tatuados o con aritos”, etc. Yo quiero que mis hijos sean felices, no que me hagan caso en todo, y menos que se cuadren en frente mío como si estuvieran en la colimba y mi papel como padre fuera hacerlos bailar. Y menos todavía me cabe que le entregues tus hijos a otro, quien sea, que les enseñe moral o normas de conducta: ¿cuál es tu puto papel como padre si le dejás eso a otro? Ser padre es llevar un balance (muy jodido de alcanzar con precisión) entre dar amor y enseñar conductas, entre dar confianza en la individualidad y enseñar a vivir en sociedad, ambas cosas, no podés dejar la mitad en manos de otro.

3.-Peeeeeeeeeeeeeeero... por más que quiera que mis hijos tomen sus propias decisiones, si el día de mañana uno de ellos se metiera en un grupo de cumbia en lugar de armarse una banda de rock o de punk, me sentiría muy mal. Conmigo. No me enojaría con ellos: me enojaría conmigo por haber fallado en algo y haber fallado muy feo. Porque uno quiere que sus hijos sean libres y felices peeeeeeeeeero eligiendo algo que nos gusta y que valoramos y que nos parece importante y constructivo (y ninguna de esas características se aplica a la cumbia desde mi punto de vista). Tampoco espero que todo el mundo lo entienda, tampoco espero que a todo el mundo un género musical le dispare ideas acerca de cómo criar a un hijo, pero yo, por lo general, parto del punto a y es muy difícil que termine en el punto b, por lo general me voy al carajo, mucho más lejos.

4.-Por ejemplo, tengo que decir que estoy de acuerdo con el padre del punto 2 en que estoy en contra de los tatuajes y los piercings pero no porque se vean mal o porque la gente decente no hace esas cosas, sino porque son conductas que están vaciadas de sentido. Hay culturas en las cuales los tatuajes y demás marcas corporales tienen, dicen o significan algo, acá, ahora, no sucede eso, los tatuajes y piercings son, como mucho, un intento de inscribirse dentro de un subgrupo social determinado, como tener tal peinado o tal ropa o escuchar tal música, o, si intentan darle un sentido, suele ser desde el desconocimiento casi absoluto (como cuando Sheldon de TBBT le pregunta a Penny por qué se tatuó el kanji de “sopa” en la cola y ella le responde que no, que esa letra -ese ideograma, en realidad- significa “valor”).

5.-Me pasa algo parecido con los nombres. Mis hijos se llaman Lucía Camila y Santiago Emanuel, sin haches, sin i-griegas, sin ese-haches o cualquier otra boludez. No son nombres yankis ni nombres inventados para hacerme el original. Tampoco nombres mapuches o de alguna otra vertiente autóctona. Odio todo eso. Odio que las personas de clase baja le pongan orgullosos nombres yankis a sus hijos como si eso los acercara la país que tiene tanta responsabilidad en el hecho de que ellos se caguen de hambre. Odio que tipos que si se cruzan a un mapuche por la calle se pasan a la otra vereda le pongan a sus hijos Nehuén o Ailín. Cuando creía que mi abuelo materno descendía de araucanos me planteé ponerle un nombre indígena a alguno de mis nenes, pero cuando me enteré que nada que ver lo descarté porque es otra forma de impostación, de moda o de ponerse del lado de los “buenos”, de los “nobles” (¿se nota que odio esas actitudes, no?), muy parecida a las frases del tipo “uno de mis mejores amigos es judío/negro/homosexual” o lo que sea: “está todo bien con los indígenas, de hecho, le puse un nombre mapuche a uno de mis hijos”; me imagino a alguien diciendo eso mientras recibe un mail confirmando su compra de un terrenito en la cordillera que antes era una reserva y ahora se lotea “para los amigos”.

6.-¿Estoy orgulloso de ser descendiente de españoles? No. Tampoco me avergüenzo. Es algo que no tiene nada que ver conmigo. Es algo que simplemente pasó, o pasa. ¿Estoy orgulloso de ser argentino? No, la verdad. Menos todavía en estas últimas semanas, cuando gracias a los Juegos Olímpicos tengo que aguantar ver por televisión a un ser despreciable como Maradona haciendo su negocio, llevando al rebaño de la nariz, vendiéndole cosas con la excusa de defender la nacionalidad y demostrando que nunca ha existido el patriotismo sino sólo el patrioterismo. ¿Qué siento acerca de Argentina? Una gran felicidad de vivir acá, pero por cuestiones fácticas, no saco ninguna conclusión moral o relacionada con mi propio valor como ser humano del lugar en que nací. Soy feliz por vivir en un lugar cuyos mayores peligros (al menos del '83 para acá) son la devaluación y la inseguridad, que, comparado con las hambrunas de ciertos países de África o las guerras permanentes de ciertos países de Medio Oriente, es un paraíso en la tierra. Nada más.

7.-Otra charla, con un médico, una persona mayor a la que le tengo mucho respeto intelectual, pero que está vez creo que se equivocó. Cuando le presenté mi teoría acerca de la argentinidad repitió esa famosa frase de que lo único malo de Argentina son los argentinos, cosa con la que tampoco estoy de acuerdo porque si tu lugar de nacimiento no te hace mejor que nadie, por simple lógica, tampoco puede hacerte peor que nadie. Además, y esa fue mi respuesta y con eso lo dejé sin réplica, tanto el hambre como las guerras son acciones humanas, decisiones humanas, no es que se juntan las nubes y llueve hambre o llueve guerra, hay seres humanos detrás de esas catástrofes y, si lo pensamos un poco, personas que se dedican a hambrear a sus congéneres y a desatar guerras por ego o codicia no deben ser mejores que nosotros y nuestros coterráneos.

8.-Y juntando todo (la música, la argentinidad, el arte en general, las ilusiones de pertenencia, etc.), hay muchas cosas que nos vemos casi obligados a valorar, artísticamente hablando, porque son, por ejemplo, una forma de expresión de las clases bajas, por intencionalidad moral o su finalidad social (como la murga, ponele), y está muy mal visto por la ¿mayoría? bienpensante que digas en voz alta que, en el arte lo malo es malo, que en el arte la intención no cuenta. Solamente un idiota podría decir que, artísticamente hablando, la murga es mejor o más bella que el ballet. Sus funciones sociales son totalmente distintas y hasta antagónicas, de hecho el ballet puede no tener función social alguna y puede ser usada como impostación, como ilusión de pertenencia a clases socioeconómicas superiores, pero como arte en sí, como actividad productora y comunicadora de belleza estética, no tienen comparación. Me hace recordar a un documental que vi en I-Sat (ojo con los documentales de I-Sat, que hay cosas buenísimas) que hablaba del ascenso y caída del brit-pop y decía que en Inglaterra la gente prefiere a Oasis sobre Blur porque los integrantes de Blur eran “nenes bien” y los de Oasis de clase trabajadora, cuando estéticamente tampoco hay comparación: Blur hace música (en el sentido en que los Beatles hacían música, sin ceñirse a un género específico), casi no tienen dos canciones parecidas, mientras Oasis tiene un solo tema largo cortado en cuatro discos. Es como si acá algún imbécil dijera que la Mancha de Rolando y la Bersuit son mejores que Soda Stereo y los Redondos por el solo hecho de alinearse en el palo de la argentinidad recalcitrante. Y de hecho debe haber algún imbécil que lo diga. O varios.


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Tuesday, July 31, 2012

Virales


Pasé todo el día con cosas que pusieron en mi cabeza y que no deberían estar ahí, al punto en que no pude dormir y tengo una sensación de inquietud cercana a la desesperación. Precisamente por eso voy a cortar la cadena acá y no seguir esparciendo esas imágenes. Tal vez las vean, pero no será mi responsabilidad.
Hay una enseñanza detrás de esto, sacada a medias con mi hermana Ariadna (o copiada de ella, en realidad): si de verdad hay un demonio, una fuerza del mal absoluta, un grupo de vampiros alienígenas que se alimentan de nuestras emociones negativas, como sea que lo nombres y cómo sea que lo imagines, lo mejor que podemos hacer es no tener emociones negativas (tristeza, rabia, envidia, codicia), eliminarlas en la medida de nuestras posibilidades. Eso es hacer guerra de guerrillas: herirlos con nuestra bondad y nuestra felicidad pequeñita, hacer todo lo posible para que nuestro círculo inmediato, nuestros seres queridos, sean felices y, aunque así esas “cosas” no sean menos poderosas, provocar al menos que la cuota de poder que podrían sacar de nosotros les falte, negársela.
Nuestras única arma, o tal vez nuestro único escudo, es la cantidad de bondad que podamos generar y de felicidad que podamos tener dentro. Así de pelotudo como puede sonar.
No sé si eso es la verdad, pero es la verdad que yo elijo.


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Va de películas


Como en estos últimos meses he leído muy poco, casi nada que no sea lo que me piden en la universidad, no hay mucho para comentar y criticar, pero he estado viendo muchas películas. Hago un recuento rápido:

50/50
Buenísima, una de las dos o tres mejores películas que vi en lo que va del año. Joseph-Gordon Levitt y Seth Rogen son una garantía (algún día voy a hablar de las pocas comedias que me gustan, un par de ellas con Seth Rogen). El guión es muy bueno y me hace acordar a lo que estoy estudiando en Literatura Española porque no es una tragedia ni una comedia, es una tragicomedia en toda regla, mezcla de ambas cosas (como diría Fernando de Rojas), o un retrato de lo que sucede en la vida misma (como diría Lope de Vega).
Párrafo aparte (por eso cambio de párrafo) para Anna Kendrick, que hace un personaje adorable en el sentido absoluto de la palabra. Ya a mitad de película lo único que te preguntás es si tendrá una hermana, porque querés que se quede con Joseph-Gordon Levitt pero al mismo tiempo querés una igualita para vos.
Es la historia de un chico de 27 años a quien le diagnostican cáncer, un cáncer jodido. Y te reís a carcajadas la mitad de la película. Lo dicho: una tragicomedia en toda regla.

Atando cabos (The shipping news)
Película rara. La vi en tres partes, cuando llegaba a la mañana del laburo. La tengo hace años pero nunca la había visto hasta ahora. Lo más parecido a una definición que puedo dar, a una de esas mezclas hollywoodenses que definen una trama uniendo dos conceptos (tal cosa meets tal otra) sería: Cien años de soledad en Alaska.
Acá también hay actores que son garantía de calidad: Kevin Spacey, Julianne Moore, Pete Posthelewite. Está Judi Dench, pero con Judi Dench me pasa algo raro: cuando la veo se me aparece en la mente la reina de Inglaterra de Shakespeare Apasionado y no puedo sacarmela de la cabeza, no le creo otro papel. No debe pasarle a todo el mundo, porque la señora ha hecho mil películas después de esa, pero a mí me la arruinó como actriz.

John Carter, entre dos mundos
Buenos efectos especiales. Buenas actuaciones; no descollantes, pero tampoco es para vomitar. Un par de conceptos copados. Pero muy dispersa, muy “en el aire”, o sea, sin una compenetración real con los personajes, a nivel humano, lo que provoca que, con tanto discurso explciativo, tanta referencia a ciudades marcianas con nombres raros y gobernantes con nombres raros peleándose entre sí, te lleve al borde de la falta total de interés.
Dos momentos copados: el final, que me hizo acordar mucho a Haz que el tiempo se detenga, película romántica de los 80s con Christopher Reeve, más conocido como el mejor Superman del cine (aunque en ese caso la amada estaba en el pasado y no en otro planeta); y cuando John Carter recuerda la muerte de su esposa e hija mientras usa esa rabia para destrozar un ejército marciano (aunque uno se pregunta para qué tanto recuerdo si al final se va a quedar con Dejah Toris).

Sherlock Holmes, Juego de sombras
Sigue la regla básica de las secuelas: más. Más personajes, más acción, más tiros, un plan maligno más ambicioso. Y, por desgracia, más humor. Es como Arma mortal 4, donde los chistes opacaban por completo a la acción. Y eso no me gusta mucho. Parece como si el argumento, los enigmas, todo, fueran meras excusas para mechar chistes. Y no demasiado buenos. El único “más” que le faltó a Guy Ritchie fue más efectividad a la hora de hacer reír, si es que lo que pretendió fue hacer una comedia. Y sino, debería haber bajado un cambio con el humor.
Para rescatar: muy buen uso del pensamiento anticipado de Holmes, que se mostraba un par de veces en la primera película. Acá se hace lo que se debe hacer en estos casos, cuando la fórmula ya está probada: torcerla, modificarla, mostrar otras aristas. Dos de los mejores momentos de la película se dan cuando sucede precisamente eso.
Jude Law la descose, y Robert Downey Jr. demuestra que ya no le queda dignidad por perder en lo que se refiere a compenetrarse con un personaje. Eso sí: el villano anterior, interpretado por Mark Strong, tenía diez veces más personalidad que este Moriarty. Una pena.


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