Monday, June 05, 2023

Gaia - cuento - CFC


GAIA

Entonces hicieron despertar a Gaia. Y Gaia despertó malhumorada.

La Guerra Definitiva, con su destrucción masiva, botones rojos desplegando cabezas nucleares de un continente a otro, venía preparándose desde hacía tanto tiempo que Gaia interpretaba las bravatas de los líderes mundiales como una diversión malsana, un chiste grosero repetido de boca en boca para escandalizar. Nada de qué preocuparse. Pero cuando los misiles realmente despegaron y alcanzaron la órbita baja preparando su inminente detonación al otro lado del mundo, sobre la misma piel de Gaia, el chiste perdió toda gracia.

Entonces Gaia despertó como un niño con náuseas, sobresaltada y febril.

El respingo al verse expulsada de su sueño, un movimiento brusco destinado a hurtarle el enorme cuerpo planetario a los cohetes cargados con minerales radioactivos, provocó que un tercio de la humanidad muriera aplastada bajo el peso de la atmósfera, multiplicado a la enésima por la aceleración que ganó el planeta en su reflejo de autoconservación. Gaia se revolvió como un animal amenazado y los parásitos sobre su corteza no soportaron el furor ciego del espasmo defensivo. Los más afortunados fueron reducidos instantáneamente a un manchón rojizo, óleo carnal de sangre y huesos que coloreó Asia, India y Oceanía. Bajo las ladera de los montes, violentas avalanchas sepultaron ciudades enteras. Grandes masas de agua dejaron desnudas las simas abisales y se desplazaron sobre los continentes, en un movimiento que podía verse desde el espacio como si Gaia fuese una naranja cuya superficie se cubriera en segundos por una aureola de moho. En los lechos marinos ahora desecados, libres de la acción refrigerante del agua, volcanes recobraron su libertad y, cuando el espasmo llegó a su fin y el magma continuó su recorrido por inercia, dejaron brotar toneladas de lava con incandescencia de oro ardiente.

Edificios, casas, monumentos, tallos de árboles resistentes que no se partieron debido al golpe gravitacional, se introdujeron en la tierra; portentosos botones apretados por un dedo gigantesco, furioso e invisible, reliquias subterráneas enterradas para un futuro posible.

En el hemisferio opuesto la gravedad fue anulada. Personas y objetos, arrancados del suelo, despegaron como balas hacia el infinito. Miles de hombres, mujeres y niños se internaron en el espacio y murieron al instante a causa del frío y la asfixia. Otros miles alcanzaron la órbita superior, donde aún giran: satélites a la deriva. La mayoría, millones, se elevaron a grandes alturas para volver a ganar peso y precipitarse sobre Gaia cuando ella se detuvo. También ascendieron el agua de los océanos, el polvo de la superficie, la nieve de las altas cumbres, disgregados en moléculas, volatilizados. Quedaron ahí, suspendidos, durante mucho tiempo, irisando el horizonte: incontables cristales refractantes que crearon un polo norte artificial y extendido, en un estado de permanente aurora boreal.

Los misiles explotaron en el vacío. Su resplandor iluminó por completo el continente americano.

Gaia espera no observar nunca más tan bello espectáculo.