Tuesday, January 05, 2010

La Divina Comedia


Me estoy embolando de manera descomunal tratando de terminar la Divina Comedia. O al menos de avanzar algo. Es la primera vez que me pasa con un clásico. No sé si lo había comentado acá antes, pero para terminar el único libro de Cohelo que he leído (para poder bardearlo con conocimiento de causa) estuve más de dos semanas, en la época en la que podía leer Rayuela en tres noches. Así que es obvio que la mala literatura me insume un esfuerzo conciente que me cuesta hacer (como todos los esfuerzos concientes, ahora que me doy cuenta... eso significa que soy un vago de porquería y por eso nunca aprendía a tocar la guitarra ni terminé ninguna novela ni doy finales en la universidad... pero bueno, es demasiado autodescubrimiento para las tres de la mañana....).

Como decía, nunca me pasó con los clásicos eso de que me costara tanto leerlos. Por algo son clásicos. Por lo general son excelentes libros. Leo mitología desde los ocho años. Leí las Metamorfosis de Virgilio y las Eddas germánicas en la biblioteca de mi colegio durante casi todos los recreos de la mitad de primer año (eso demuestra también lo antisocial que puedo llegar a ser: mientras mis compañeros estaban en el patio formando lazos personales yo resumía mitología encerrado en la biblioteca.... miércole, con el blog me puedo ahorrar el psicólogo...). El poema de Mío Cid es casi una historieta de Robin Wood: tiene suspenso, violencia, buenos personajes, habla de honor, de venganza; todos los ingredientes de un buen cantar de gesta. Don Quijote es un librazo: profundo, gracioso, con pasajes enteros de pura teoría literaria. La Celestina es para partirse de la risa, además de tener buenas reflexiones acerca de casi todos los temas importantes: el amor, el casamiento, la muerte, la riqueza, la educación de los hijos. Martín Fierro (aunque sea un clásico sólo nacional) también es un libro valiosísimo tanto en lo formal como en el contenido y tiene la extraña cualidad de hacer denuncia social sin herir la trama, es uno de los pocos libros donde las desventuras del personaje, causadas por su misma pertenencia a un estrato social, participan en la historia en lugar de ser sólo resortes argumentales forzados en los cuales articular un discurso contestatario. Así que no sé, esto de que la Divina Comedia me parezca una porquería la verdad que me tiene perplejo.
No es por el lenguaje ni la estructura. Si podés leer español del siglo trece o cuadernavía y disfrutarlo, podés disfrutar cualquier cosa. No es por la mezcla de nociones que nosotros hoy ubicamos en campos totalmente distintos. Incluso eso es precisamente lo más interesante: que Dante ponga en el mismo plano de realidad personajes que para nosotros pertenecen a la religión, la historia, la mitología y la simple ficción literaria genera una sensación especial, genera la identificación con el momento en que el texto fue escrito; uno dice “Sí, eso era el medioevo, mezclar todo bajo la tutela de un dios que se encontraba en el centro de todos los aspectos de la vida del ser humano”. Ver a Mahoma, Odiseo y un enemigo político de Dante arder en la misma fosa es casi divertido por la cosmovisión que delata, y para mí, acostumbrado a las mezclas abigarradas de los comics más fumados, es más placentero todavía. Diría “delicioso”, pero suena medio... (ya saltó el enano homofóbico).
Creo que lo que me produce rechazo es todo el enfrentamiento político que se evidencia en el texto. Porque Dante puede poner personajes bíblicos, filósofos grecolatinos y personajes mitológicos en su infierno para demostrar algo, para usarlos como arquetipos de lo que a su juicio se debe evitar en la vida para ser amados por dios y recompensados después de morir; pero cuando pone en ese mismo plano a enemigos políticos suyos, o a personajes de su época con los que tiene desacuerdos también políticos, es como que todo se embarra. Prefiero mil veces el capítulo final de Adán Buenosayres donde Marechal también hace que su personaje descienda a los infiernos con un guía, pero con la diferencia de que denuncia males sociológicos o económico-sociales antes que políticos. Aparte no carga las tintas porque a los mismos personajes que vemos en los capítulos anteriores como amigos y compañeros de correrías del protagonista, como colegas intelectuales o posibles amores, los vemos al final en todas sus miserias, demostrando que no sólo nuestros enemigos tienen cosas que cambiar sino también las personas cercanas a nosotros, hasta las más queridas, y nosotros mismos también, porque hasta la malsana imaginación del mismísimo Adán Buenosayres es denunciada en ese infierno porteño. Marechal tira abajo la dicotomía: no son ellos contra nosotros... somos todos.
Dante recarga las tintas de un modo con el cual es imposible identificarse. Destila odio. Leer algunos pasajes de la Divina Comedia es como ver un reportaje en el Canal 26 a la gorda Carrió, y eso no puede ser estéticamente bueno.
Ya lo dijo (de nuevo) Marechal, y cito mal y de memoria: Lo metafísico es más importante que el arte y el arte es más importante que lo político. El arte puede ponerse al servicio de lo metafísico porque así se eleva, entrando en contacto con algo superior, pero no debe ponerse al servicio de lo político porque de esa forma solamente desciende de categoría. Obvio que hay que hacer unas mínimas rectificaciones (lo político puede figurar en una obra mientras no la acapare, mientras no la convierta en panfleto), pero por ahí van los tiros, creo yo.

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