Wednesday, January 14, 2015

Teeneage Mutant Ninja Turtles (2014) de Jonathan Liebesman.

La película es malísima.

La fui a ver porque mi hija quería saber “cómo se ven las Tortugas en el mundo real”, tomando como “realidad” lo opuesto a “animación”. Mi hija tiene 9 años, todavía no leyó a Platón ni a Phillip K. Dick y ni vio Matrix, así que está bien que use la categoría de realidad con esa soltura y esa ingenuidad. El mundo de los chicos es algo irrecuperable y yo pensaba “¿Cómo quiere ver a las Tortugas en el mundo real, no vio las películas que hicieron en los noventas?”. Y no, por supuesto que no, porque en los noventas ella no era ni ese proverbial destello en el ojo de los padres del que hablan. Yo tenía mi carpeta de primer año llena de stickers (que en esa época se llamaban calcomanías) de las Tortugas, de la primera serie de dibujos animados, cosa que no me imagino que pase con los adolescentes de hoy en día. Y no sólo se trata de que la relevancia social de los personajes pueda haberse agotado con el paso del tiempo sino que en esa época eran una novedad pero a esta altura son un clásico y a los clásicos se les pide ciertas cosas, como calidad y relevancia.

Lo único que rescato son los cambios visuales, que no sean las cuatro iguales, que las dimensiones físicas, las caparazones y los adornos que usan a la forma de vestido sean diferentes. Es un rasgo de caracterización que bien podrían haber extendido a los diálogos y a las personalidades, pero se ve que los animadores trabajaron más que los guionistas.

Los cambios argumentales son ridículos y me hacen recordar algo que surgió en la época del Batman de Tim Burton, donde se mostraba que el Joker, de joven, había sido el asesino de los padres de Bruce Wayne. Recuerdo haber leído en algún lado reacciones contra esa manía de hacer que el villano tuviera un papel importante en la génesis del héroe como si el sentido de la historia surgiera de cerrar un círculo cuando, en realidad, el sentido surge de tratar un tema que resuene en el público, tenga o no que ver con el origen del héroe. Decían en esa época que, si se hiciera otra película de Superman, iban a encontrar la forma de hacer que Lex Luthor fuera el responsable de la destrucción de Kripton, por ridícula que fuera esa forma... y tal vez por eso en Man of Steel no aparece Luthor y el villano es Zod que, si bien no hizo explotar Kripton, sí asesina a Jor-El, valga una cosa por la otra.

Pero, volviendo al sentido, y haciendo referencia a un texto que me causa reacciones negativas por motivos personales, Ricardo Piglia dice que en un cuento debe llevar dos historias, aunque una sea como una corriente subterránea que emerge a la superficie recién la final. No sé si estoy tan de acuerdo con eso, pero sí creo que en una obra de arte narrativa (cuento, novela, serie, película, historieta) debe haber dos componentes: la trama y el sentido profundo, lo que se cuenta y lo que se quiere transmitir, las peripecias y (en cierta forma, aunque no es tan así) la moraleja. Y esta versión de las Tortugas Ninja no tiene nada debajo, nada importante que decir. Lo peor de la película es eso: que no tiene un eje, un centro, una idea rectora. No va a ningún lado, pero tampoco lo pretende, así que uno no sabe si es impericia o fidelidad ciega a lo que en un principio se pretendió hacer. El Doctor Who dice que no todo el que vaga está perdido... bueno, esta película sí.


Si es por recomendar algo, recomiendo la película de animación por computadora que dirigió en el 2007 Kevin Munroe: los personajes humanos están diseñados de una forma superangulosa que borda lo grotesco, pero al menos tiene un tema central (la familia) que le da unidad y sentido. Porque ese es el quid, eso es lo que se le pide a una obra de arte y aunque una película de las Tortugas Ninja apunte al mero entretenimiento sigue siendo cine, y el cine es, a pesar de todo, un arte, así que no está mal pedirle lo mismo que le pedirías a cualquier otra forma de arte.

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