Tuesday, May 23, 2017

Que la piedra no haga ruido



Hace unos días leí las declaraciones del sofista Alejandro Rozitchner, insultando a Luis Alberto Spinetta y a los artistas en general, llamándonos ilusos, resentidos, demagogos, estúpidos (de muchas formas elípticas y laterales, como corresponde a un cagón) y presentándose a él mismo y a sus secuaces (en el sentido jurídico) de Cambiemos como los capos que entienden qué es y cómo funciona la política.
De todas las aristas de este suceso tragicómico elijo tres:

Primero: los artistas son la consciencia de una sociedad, le muestran lo que está mal, lo incómodo, lo incomprensible, lo que excede las posibilidades o las ganas de la sociedad de conocerse, de mirarse en un espejo. Lo mismo sucede con los filósofos.
Pero hay que darse cuenta de que, por un lado, hay artistas y, por otro, hay personas que son buenos artesanos en su rubro (gente que escribe, gente que pinta, gente que aparea notas con cierto ritmo, que hace “pop para divertirse”, como diría Capusotto) que no son escritores ni pintores ni músicos porque les falta la dimensión personal, álmica, espiritual de la creación. Son artesanos pagos que se venden al mejor postor. Recuerdo hace unos años el asco que me dio leer una entrevista a Marcelo Birmajer donde el tipo declaraba que él prefería que el editor le dijera acerca de qué temática tenía que escribir sus libros porque eso le sacaba una preocupación de encima. ¿Pero qué mierda? ¿Un escritor de verdad, con todo lo que significa la palabra, puede estar de acuerdo con que otro le diga acerca de qué escribir? ¡Ni a palos! Pero un simple escriba a sueldo sí, y he ahí la diferencia. Por supuesto, Birmajer apoya al Pro.
De la misma manera, en filosofía nos enseñan que, por un lado, están los filósofos (los “amantes de la sabiduría” según la etimología de la palabra) y, por otro lado, los sofistas, que vendían su capacidad para generar entimemas (silogismos impuros) y, a sueldo de sus clientes en juicios públicos, doblaban la verdad para hacerla decir lo que les pagaban para hacerla decir. Así que, por favor, no vuelvan a arrastrar por el barro la palabra “filósofo” aplicándola a Rozitchner: ROZITCHNER ES UN SOFISTA, un tipo que dobla la verdad para beneficiar a sus clientes. Por favor, quedemos de acuerdo en eso.

Segundo: los artistas son los primeros en ponerse en la línea de choque contra las dictaduras y las políticas que van en contra del pueblo. En nuestra época moderna, la oposición a los gobiernos de derecha ha estado siempre encabezada por actores, actrices y cantantes. Los escritores son censurados y obligados a exiliarse todo el tiempo por decirle al poder lo que no quiere oír pero, sobre todo, por desnudar para el entendimiento del pueblo lo que el poder pretender mantener cubierto, escondido.
Aún más: en Argentina la relación de los artistas con el poder político está siempre bajo la sombra de la dictadura. Cuando alguien me pregunta por qué estoy visceralmente en contra de los militares (como si alguien con sangre en las venas en este país pudiera no estarlo) mi respuesta es clara: “Soy escritor. Si los milicos toman el poder esta noche, mañana a la mañana yo y casi todos mis amigos estamos desnudos, atados a una cama de metal, siendo picaneados”.
Macri es la dictadura porque la dictadura fue cívico-militar y Macri es el emergente político de esa pata cívica que probó suerte en las urnas antes de salir con los tanques a la calle y, desgraciadamente, gracias a la mitad de nuestros compatriotas, metió un pleno en la ruleta de la democracia.
Así que la relación de los artistas con la política, con el poder, con los medios que se utilizan para cumplir fines económicos, no es fantasiosa o simbólica como dice el sofista Rozitchner: es un mecanismo de defensa. Estar contra el Pro es estar contra el verdugo.

Tercero: no le demos más bola a Rozitchner. Sí, es un pelotudo. Sí, es un cínico hijo de puta que se nos ríe en la cara porque cree que su título universitario le da superioridad intelectual. Y es cierto que los pelotudos te pueden dar rabia, vergüenza ajena, una incomprensión que descoloca, pero, y acá está el quid: este pelotudo en particular no puede hacer nada que nos perjudique realmente. Los que toman las decisiones que nos arruinan la vida y que hipotecan el futuro de nuestros hijos, son otros.
Las palabras del sofista nos indignan porque ataca a personas y a ideas que sabe son sensibles, se dedica a darle letra a otros para que la cagada de risa general en nuestras caras siga y siga, pero el tipo no tiene ningún puesto con posibilidad real de decisión desde el cual pueda perjudicarnos de verdad. Puede influenciar a otros pelotudos que le crean pero, ¿acaso eso cambia mucho las cosas? ¿Realmente son recuperables a nivel intelectual las personas que se hacen eco de las palabras de gente como Rozitchner? ¿Si no existiera este pelotudo, acaso no hay otros pelotudos a los que estarían más que dispuestos a escuchar y cuyas ideas estarían dispuestos a repetir como loros amaestrados?
En casi todas las comedias de acción hay una escena en la que algún personaje quiere entrar sin ser visto en un lugar vigilado y, para despistar, arroja una piedra lejos, para que los guardias vayan hacia el ruido y le dejen el paso libre. Rozitchner es esa piedra. No seamos boludos nosotros y prestemos atención al lugar donde está el peligro real. Si una piedra cae en medio del asfalto pero nadie la escucha, ¿realmente hace ruido?

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