Saturday, January 10, 2009

Más de lo mismo

Hace un par de días se desató en Neuquén la fiebre del Dakar. A mí no me causó ninguna emoción, solamente retraso y molestia. Tenía a Lucía enferma y no podía salir de casa en el auto porque justo por mi calle volvían todos los giles de sacar fotos con el celular a nada más remarcable que un auto. Además, el constante ruido toda la noche no dejó dormir a Santiago. Cartón lleno. Sin embargo, me sorprendí con la noticia de que el ganador de la primera etapa había sido el príncipe de algún paisito petrolero.
La sorpresa duró dos segundos nomás, porque en seguida me di cuenta de que me estaba quedando con la imagen superficial, literaria, de un príncipe y no con la esencia de lo que ser uno significa: un príncipe no es el tipo que viste una armadura y monta sobre un caballo blanco, rescatando princesas con las que casarse para acrecentar las tierras que le dejen sus padres; un príncipe siempre ha sido un tipo rico, que no sólo ha vivido desde el momento de nacer entre lujos sino que ha visto cumplido y otorgado cada uno de sus caprichos y ha podido hacer las cosas más peligrosas, costosas, emocionantes e inútiles que podían imaginarse en su tiempo, en cualquier tierra extraña del ancho mundo. Matar dragones, ir a las cruzadas, correr el Dakar. Bien mirado, en esencia, es lo mismo.
Tal vez a primera vista que tenga nada que ver, pero mi cabeza no suele ser lineal, así que esa noticia acerca del príncipe me hizo pensar en los floggers. No sé por qué, honestamente. Y llegué a la conclusión de que los floggers tampoco son nada nuevo y ni siquiera son una tribu urbana: creo que ya dije antes que ese término es una mierda, porque la palabra tribu no tiene nada que ver con estas colectividades, que más que compartir una cultura y una cosmovisión comparten la franja etaria y la exteriorización de su “originalidad”, la moda, en dos palabras.
¿Qué son los floggers?
Adolescentes. Ni más ni menos.
Lo típico de la adolescencia es carecer de imagen propia, de autoconciencia. Están en la edad en la que sus padres dejan de conformar el mundo para ellos, pero sin que ellos mismos sean todavía capaces de generar una consmovisión centrada, balanceada y sustentada en teorías acerca del mundo y de las personas que hayan testeado en la vida real. Salen de la ley de otros con ciertos prejuicios que deberán poner a prueba hasta que formen una personalidad. Y mientras hacen eso, ya que no están maduros para decirse a ellos mismos quiénes son, delegan tan vital trabajo en la mirada del otro. Craso error. El error más grande que todos hemos cometido alguna vez.
La diferencia entre un adolescente flogger y un adolescente de hace veinte años es que hace veinte años no habían fotologs. Casi no había internet. O la había, pero el acceso a ella era muy restringido. Era la red científico/militar que nació para ser. Transmitía órdenes y conocimientos en lugar de banalidades (estoy de acuerdo con la parte del conocimiento, obviamente). Ahora es una herramienta más para que los adolescentes que no saben quiénes son les pregunten a desconocidos “¿Qué te parezco? ¿Soy como vos? ¿Sos como yo? ¿Te doy miedo? ¿Te excito? ¿Tengo las tetas grandes? ¿Te gusta mi peinado?” (me hace acordar al tema “Caries” de El otro yo, con esa vocesita impostada ridícula que pregunta “¿Te gustan mis dientes? ¿Te gustan mis dientes?”).
Hace unos meses veía uno de esos informes patéticos y desinformados de los noticieros sobre el “mundo de los jóvenes”, que suelen ser un compendio de fobias y miedos de adultos que se olvidaron hace rato de cómo ser jóvenes, con algo de amarillismo y opiniones trasnochadas de psicólogos o sociólogos que esperan ser el próximo doctor Spock o el próximo Bucay, donde, pese a todo, decían algo interesante: según la opinión de estudiosos extranjeros (ya que, al parecer, el movimiento flogger es casi exclusivamente porteño), los floggers van a dejar de ser floggers cuando crezcan y tengan problemas y responsabilidades reales. O sea, cuando dejen de ser adolescentes (era más corto decirlo así, me parece).
Mi hermana menor tiene un fotolog. Cuando le pregunté si era una flogger se ofendió, y me dijo que no, que era solamente una joven que tenía un fotolog. “¿Qué más hace falta para ser una flogger?”, le pregunté. Y su respuesta fue “Tener la cabeza llena de aire”.
Adhiero a eso.
Todos los adolescentes tienen la cabeza llena de aire. Lo que más me acuerdo de esa edad es la forma de preocuparme infinitamente por cosas sin el menor sentido y sin la menor importancia real. Por detalles estúpidos. Por si una chica que me gustaba no me había saludado. Por las peleas de mis amigos con sus eventuales noviecitas. Por si mi pantalón no tenía una etiqueta que dijera Motor Oil (sí, tan viejo soy).
Por suerte mi adolescencia duró poco. A los 12 ya estaba trabajando. A los 17 vivía solo (con dos compañeros de departamento) a kilómetros de mis padres, me mantenía e intentaba estudiar. Aún si mi vida se hubiese repetido exactamente igual unos años más tarde y hoy tuviera 15-17 años, no tendría tiempo para perder sacándome fotos, colgándolas en internet y entrando a los comentarios a cada rato para ver qué dijeron, cómo me puntuaron, cómo (o peor, “qué” o “quién”) dicen que soy. Ya tenía responsabilidades y problemas reales.
Ellos también ya los tendrán.
O no.

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