Sunday, April 20, 2014

Que la piedra no haga ruido


Hace unos días leí las declaraciones del sofista Alejandro Rozitchner, insultando a Luis Alberto Spinetta y a los artistas en general, llamándonos ilusos, resentidos, demagogos, estúpidos (de muchas formas elípticas y laterales, como corresponde a un cagón) y presentándose a él mismo y a sus secuaces (en el sentido jurídico) de Cambiemos como los capos que entienden qué es y cómo funciona la política.
De todas las aristas de este suceso tragicómico elijo tres:

Primero: los artistas son la consciencia de una sociedad, le muestran lo que está mal, lo incómodo, lo incomprensible, lo que excede las posibilidades o las ganas de la sociedad de conocerse, de mirarse en un espejo. Lo mismo sucede con los filósofos.
Pero hay que darse cuenta de que, por un lado, hay artistas y, por otro, hay personas que son buenos artesanos en su rubro (gente que escribe, gente que pinta, gente que aparea notas con cierto ritmo, que hace “pop para divertirse”, como diría Capusotto) que no son escritores ni pintores ni músicos porque les falta la dimensión personal, álmica, espiritual de la creación. Son artesanos pagos que se venden al mejor postor. Recuerdo hace unos años el asco que me dio leer una entrevista a Marcelo Birmajer donde el tipo declaraba que él prefería que el editor le dijera acerca de qué temática tenía que escribir sus libros porque eso le sacaba una preocupación de encima. ¿Pero qué mierda? ¿Un escritor de verdad, con todo lo que significa la palabra, puede estar de acuerdo con que otro le diga acerca de qué escribir? ¡Ni a palos! Pero un simple escriba a sueldo sí, y he ahí la diferencia. Por supuesto, Birmajer apoya al Pro.
De la misma manera, en filosofía nos enseñan que, por un lado, están los filósofos (los “amantes de la sabiduría” según la etimología de la palabra) y, por otro lado, los sofistas, que vendían su capacidad para generar entimemas (silogismos impuros) y, a sueldo de sus clientes en juicios públicos, doblaban la verdad para hacerla decir lo que les pagaban para hacerla decir. Así que, por favor, no vuelvan a arrastrar por el barro la palabra “filósofo” aplicándola a Rozitchner: ROZITCHNER ES UN SOFISTA, un tipo que dobla la verdad para beneficiar a sus clientes. Por favor, quedemos de acuerdo en eso.

Segundo: los artistas son los primeros en ponerse en la línea de choque contra las dictaduras y las políticas que van en contra del pueblo. En nuestra época moderna, la oposición a los gobiernos de derecha ha estado siempre encabezada por actores, actrices y cantantes. Los escritores son censurados y obligados a exiliarse todo el tiempo por decirle al poder lo que no quiere oír pero, sobre todo, por desnudar para el entendimiento del pueblo lo que el poder pretender mantener cubierto, escondido.
Aún más: en Argentina la relación de los artistas con el poder político está siempre bajo la sombra de la dictadura. Cuando alguien me pregunta por qué estoy visceralmente en contra de los militares (como si alguien con sangre en las venas en este país pudiera no estarlo) mi respuesta es clara: “Soy escritor. Si los milicos toman el poder esta noche, mañana a la mañana yo y casi todos mis amigos estamos desnudos, atados a una cama de metal, siendo picaneados”.
Macri es la dictadura porque la dictadura fue cívico-militar y Macri es el emergente político de esa pata cívica que probó suerte en las urnas antes de salir con los tanques a la calle y, desgraciadamente, gracias a la mitad de nuestros compatriotas, metió un pleno en la ruleta de la democracia.
Así que la relación de los artistas con la política, con el poder, con los medios que se utilizan para cumplir fines económicos, no es fantasiosa o simbólica como dice el sofista Rozitchner: es un mecanismo de defensa. Estar contra el Pro es estar contra el verdugo.

Tercero: no le demos más bola a Rozitchner. Sí, es un pelotudo. Sí, es un cínico hijo de puta que se nos ríe en la cara porque cree que su título universitario le da superioridad intelectual. Y es cierto que los pelotudos te pueden dar rabia, vergüenza ajena, una incomprensión que descoloca, pero, y acá está el quid: este pelotudo en particular no puede hacer nada que nos perjudique realmente. Los que toman las decisiones que nos arruinan la vida y que hipotecan el futuro de nuestros hijos, son otros.
Las palabras del sofista nos indignan porque ataca a personas y a ideas que sabe son sensibles, se dedica a darle letra a otros para que la cagada de risa general en nuestras caras siga y siga, pero el tipo no tiene ningún puesto con posibilidad real de decisión desde el cual pueda perjudicarnos de verdad. Puede influenciar a otros pelotudos que le crean pero, ¿acaso eso cambia mucho las cosas? ¿Realmente son recuperables a nivel intelectual las personas que se hacen eco de las palabras de gente como Rozitchner? ¿Si no existiera este pelotudo, acaso no hay otros pelotudos a los que estarían más que dispuestos a escuchar y cuyas ideas estarína dispuestos a repetir como loros amaestrados?
En casi todas las comedias de acción hay una escena en la que algún personaje quiere entrar sin ser visto en un lugar vigilado y, para despistar, arroja una piedra lejos, para que los guardias vayan hacia el ruido y le dejen el paso libre. Rozitchner es esa piedra. No seamos boludos nosotros y prestemos atención al lugar donde está el peligro real. Si una piedra cae en medio del asfalto pero nadie la escucha, ¿realmente hace ruido?

Alan Moore - Docotr Who: Star Death - 4D war - El amanecer de un sol negro (Castellano)













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Son solamente tres y no son ninguna maravilla. Me gustaría ver qué podría hacer un Alan Moore maduro que domina todas las tretas de la ciencia ficción con el Dr. Who, pero supongo que eso nunca pasará.
Pertenecen a una época pasada, donde se podían contar algo en cuatro páginas. Hoy en día un Bendis, un Johns o cualquiera de esos, haría una saga de seis números con cada una de estas historias mínimas.

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Wednesday, April 16, 2014

Los buscamuertes, de Pablo Yoiris

La flamante editorial La Letra Eme nos trae la tercera edición Los buscamuertes, novela de Pablo Yoiris que fue publicada previamente por el FEN tras resultar ganadora de la convocatoria 2008 (en una edición compartida, junto a Asuntos corrientes, Sánchez de Mariano Villegas) y tuvo luego una segunda edición a cargo de Tela de Rayón.
Los buscamuertes es la primera novela de ciencia-ficción patagónica que he leído, lo cual no equivale a decir que sea la primera que se ha escrito, pero sin lugar a dudas tal género no es el que cruza de forma automática por la mente de quien piensa en la narrativa producida en la Patagonia.
Para bien o para mal la literatura regional se asocia al pintoresquismo, a lo rural, a lo histórico, como si nuestro tiempo se hubiese detenido en la conquista del desierto, todos viviéramos en fortines, nos desplazáramos de acá para allá a lomo de caballo y nos juntáramos los fines de semana con los amigos en la pulpería para jugar a la taba. No condeno los relatos de base histórica, son una opción de lo más válida a la hora de escribir, pero si todo el espectro narrativo de la región se ve reducido a esa única posibilidad, se transforma en un problema. Por tal motivo toda nueva obra que ensanche el horizonte de la literatura regional debe ser celebrada, máxime cuando se trata de una obra de calidad.
Hay en Los buscamuertes destellos del mejor Phillip K. Dick, en la forma en que Yoiris normaliza los elementos fantacientíficos: no se los destaca, no se carga las tintas en ellos sino que forman parte de la vida diaria de los personajes involucrados en la trama, lo cual es el curso de acción más razonable a la hora de escribir este tipo de relatos, lo que más ayuda a la “momentánea suspensión de la incredulidad” de la que hablaba Coleridge.
Como todo buen relato de ciencia-ficción, hay un equilibrio entre lo conocido y lo nuevo, entre lo cotidiano para nosotros acá y ahora y ese mundo alterno o futuro que bien podría ser el nuestro si la historia, como diría Bugs Bunny, hubiese “girado a la izquierda en Albuquerque”. Yoiris construye un mundo al que una mala decisión, una mala jugada del destino, separa de éste en el que vivimos día a día. Los elementos conocidos son los necesarios para generar identificación y los que desentonan tienen la fuerza suficiente como para sorprender y la hondura filosófica como para levantar un par de dudas y generar un par de preguntas. No se le puede pedir más al género, pero todo eso no es poco para nada. La ciencia-ficción es polisignificante por definición, en ella pueden compartir espacio la alegoría, la crítica social y la moraleja sin molestarse ni opacarse sino, por el contrario, multiplicando los niveles de complejidad de la historia.
Yoiris, con esta novela, se coloca de lleno dentro del grupo de autores que más valoro, los que generan intranquilidad, los que pasan de largo la salida fácil de dar respuestas que dejen a todos o a una determinada parte del público contentos, los que saben que las respuestas son materia de fe, el opio de las religiones, y no el contenido con el que un escritor cabal rellena las hojas de sus libros.
La novela tiene momentos de intenso trip narrativo, con una fluidez inmejorable. Puedo citar el inicio del Capítulo 3, cuando el protagonista va en bicicleta bordeando la ruta 22 y la narración lleva el mismo impulso que el personaje en su recorrido, va a toda velocidad con el viento en la cara.
Y esa es otra razón por la que Los buscamuertes destaca, por su ambientación. La novela está ambientada en Neuquén, pero no como parte de un pintoresquismo forzado y direccionado a establecerla como un producto made in Patagonia, sino siguiendo la máxima inmortal del “escribe acerca de lo que conoces”. Y además porque ya es hora de empezar a seguir en serio ese camino.
Citando a Sasturain cuando alaba a Oesterheld y su decisión de ubicar la gesta del Eternauta en Buenos Aires y en el presente del autor, ya es de nuevo hora de “cambiar el domicilio de la aventura”. Del mismo modo en que Oesterheld no dudó en ir contra la convención de que todo lo que pasaba pasaba en norteamérica, hoy depende de nosotros impedir que todo lo que pasa pase en Buenos Aires. Los grandes temas, las grandes decisiones, los grandes personajes, pueden existir en cualquier ciudad o pueblo del país, y debemos centrarnos, vivamos en el punto de la Argentina en el cual vivamos, en hacer que eso ocurra.
Una de las pocas cosas que admiro de Estados Unidos en lo que se refiere al cine (también pasa en literatura, pero en las películas se lo ve de manera más patente) es el rol que tienen las ciudades: no es lo mismo ambientar un film en Nueva York que en Seattle que en Boston que en Washington, cada ciudad tiene su microcosmos, su clima social, intelectual y artístico determinado e identificable a primera vista. Y acá debería suceder lo mismo: deberíamos conocer Tucumán, Rosario, Comodoro Rivadavia, Bariloche, por películas que las tomen como un protagonista más de las historias que en ellas transcurren y no sólo como un decorado exótico, tal y como recuerdo que aparecían en esa racha de películas rodadas a fines de los 90s, donde los directores porteños venían cámara en mano a la Patagonia con la pretensión de explicarnos quiénes éramos y dónde vivíamos, lo cual es desde todo punto de vista inaceptable. ¿Quién sino nosotros debería escribir sobre nuestro lugar (sea cual sea ese lugar) y definirnos como la cruza entre vivencias y paisaje que todo ser humano de hecho es?
Pero más allá de cualquier consideración programática que lejos debe haber estado de la cabeza de Pablo Yoiris a la hora de escribir su novela, lo único que puedo señalar como negativo es que la trama me resulta inconclusa. No es culpa del texto: el final está ahí y es un buen final. Tal vez sea culpa mía, o culpa del cine de fantasía y ciencia-ficción que tan acostumbrado me tiene a las trilogías, pero creo que a esta historia le faltan dos libros más. El mundo creado bien los sostendría y bien los merece. Y tal vez en un futuro Pablo Yoiris los escriba.

Cristian Fernando Carrasco
Neuquén

Abril de 2014