Tuesday, November 22, 2011

Hermandad en el arte


Un par de días atrás fui a la presentación del libro de Pablo Yoiris en Arpillera. Hacía meses, más de un año tal vez, que no compartía tiempo con gente que haga lo mismo que yo. Escribir, me refiero, no decir “clínica, buenas noches” durante ocho horas. Y eso me hice rescatar un post que tenía a medio escribir. Ahí va:

“Ayer, cuando llegué a casa a la madrugada después del laburo, miré un rato The Glee Porject en Fox. Sobre todo por culpa de mi hermana, a quien le gusta Glee. The Glee Project es un reality más, es como Soñando por bailar, pero con dignidad y talento... o sea que no es para nada como Soñando por bailar.
Casi al final le tocó el turno de cantar a un flaquito irlandés o escocés, no me acuerdo, y pasó algo que me emocionó: le agradeció la oportunidad a la producción del programa y dijo algo así como “es la primera vez que estoy en un lugar donde alguien saca un ukulele, otro saca una guitarra, todos se ponen a armonizar y cantan juntos, es maravilloso, no me quiero ir nunca”.
Conozco esa sensación.
Cualquiera que haya estado reunido con personas que comparten su pasión por cualquier forma de arte conoce esa sensación, la felicidad de estar con gente que lo comprende, a lo mejor no totalmente pero sí mejor que las personas “normales”, la felicidad de sentirse menos solo, la felicidad de entender que uno no está mal de la cabeza, no tiene las prioridades al revés, no es un imbécil, sino que simplemente tomó el sendero menos transitado. Aunque la mayoría de las veces, contrario a lo que escribió Keats, eso no marque diferencia alguna en lo que al mundo se refiere; aunque familiares y amigos te sigan mirando como a un tarado porque no estudiaste para contador o abogado, no invertiste las pocas o muchas neuronas que tengas en esquilmar a otros para llenarte de guita y en lugar de eso te dedicás a cosas que suelen nombrar en diminutivo: a escribir “libritos”, a hacer “temitas”, a pintar “cuadritos”, cosas poco importantes, sin valor (sin precio, sería mejor aclarar).”

Ahí me había quedado y no lo seguí, pero el sentimiento que experimenté en la presentación fue exactamente el mismo.
Un poco relacionado con eso: meses atrás charlaba con mi hermano Damián y mi hermana Ariadna (dos charlas separadas, una con cada uno en la misma semana) y, para variar, hablábamos de arte y lo que es para nosotros y lo que significa en general, ya que solemos estar bastante de acuerdo en esos temas y por eso, creo, es nuestro tema de conversación más común. Y en lo que estábamos de acuerdo era en las ganas de colaborar, en la idea de que la creación es una obra colectiva, que lo que vamos generando se suma a lo que generan otros y si todo es de calidad y todo viene del corazón todos salimos ganando.
En cuanto a la creación en mi familia no hay ni egoísmo ni envidia (contrario a lo que me han dicho alguna vez) y, por ejemplo, mi hermano me contaba que cuando él, que es técnico en sonido, toca con otras bandas, se preocupa de hacerlas sonar lo mejor posible, incluso aunque no sea su laburo, aunque no sea él quien pone el sonido, y aunque la otra no sea una “banda amiga”, y que esa preocupación por el sonido de los demás le ha valido a lo largo de los años algunos reproches o burlas de sus compañeros en distintas bandas, a lo que él señalaba: “¿Pero a mí en qué me jode que los otros suenen bien? ¿Por qué no podemos sonar bien todos?”
Y eso se aplica a cualquier arte en el que te involucres: ¿por qué no podemos pintar bien todos? ¿Por qué no podemos escribir bien todos? ¿Qué gano poniéndole palos en la rueda al que hace lo mismo que yo si la única calidad y la única llegada que me compete es la de mi propio texto, la de mi propia obras, si un receptor inteligente no valora el arte por comparación sino por lo que una obra en particular le produzca a la hora de observarla, escucharla, leerla?
Lo que por ahí jode de mi forma de intentar que escribamos bien todos es que suelo dar mi opinión de forma bastante directa y lapidaria, y ya con 33 años me cansé de empezar cada oración con un encabezado del tipo “en mi humilde opinión...” o “desde mi desautorizado e insignificante punto de vista...”, con el propósito de no herir la susceptibilidad de las personas que aún no han comprendido que la obra no es el artista y que cuando alguien te dice “ese cuento es una cagada” no quiere decir “sos una cagada de persona”. Parece mentira, pero todavía queda gente así y ese, creo, no es el espíritu correcto que debe animar a la persona se dedique a cualquier disciplina artística, sino que debe ser un ideal orgánico, de cuerpo vivo que no puede progresar sin la cooperación mutua casi absoluta. La ausencia de egoísmo es casi un requisito funcional, aunque suena del todo utópico dado que la motivación de un artista suele ser el ego, pero por culpa de las luchas de egos estamos hundidos en el barro y funcionando como una máquina mal registrada, con sus componentes girando y moviéndose cada uno por su lado.
¿Y saben por qué, además, es necesaria la solidaridad, la buena onda, la camaradería?
Porque no importamos, porque en el gran esquema de las cosas no somos nada, no somos ni siquiera un riesgo, un peligro, un enemigo. Para las personas que tienen la sartén por el mango, me refiero, para quienes con dinero y política y armas dominan el mundo. Para nosotros ellos son claramente el enemigo. Pero como no podemos hacerles daño, para ellos no somos nada. No somos sus enemigos de la misma forma en que un bicho bolita no puede ser el enemigo de un ser humano. Eso somos: un bichito de la humedad. Ni siquiera una hormiga porque las hormigas al menos pican. Y nosotros ni siquiera picamos. Los que no hemos ofrendado nuestra vida al capital, los que no subimos por una escalera echa de cabezas humanas, los que estamos todo el día pensando en conseguir la nota perfecta, la frase perfecta, el matiz perfecto, somos inofensivos en el gran esquema de las cosas, nuestros enemigos naturales se nos cagan de risa en la cara cuando no ejercen su otro poder que es comprarnos, ponernos precio, hacernos best-seller o meternos en el museo. ¿Y de yapa vamos a pelearnos entre nosotros?
No. No tiene el menor sentido. Sería una estupidez.
Una vez, cuando terminó la mejor etapa de mi juventud y me preguntaron por qué me iba de cierto lugar, respondí: “Porque para mí de lo que se trataba era de hacer lo que me gusta con gente que me cae bien”. Y sigo pensando que de eso se trata.


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