Wednesday, July 20, 2011

¿Quién es Montt?


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Ayer compré el libro ¿Quién es Montt?, del humorista chileno homónimo. Es un poco caro, 49 mangos, pero ya he dicho varias veces que gasto mucho más en comics que en libros. De hecho venía de comprar Mundo Anillo de Larry Niven en un canje a 15 pesos, pero creo que la diferencia es que la historieta es un medio visual y por eso se valora más la calidad del papel, de la impresión, que el libro sea nuevo y esté en perfecto estado, mientras que como en un libro lo único que importa es el texo, mientras se pueda leer, puese estar impreso en papel higiénico amarillento que lo disfrutás y lo aprovechás igual.
Como sea, Montt es buenísimo.
El libro es un poco corto, por ahí es demasiado 50 mangos por algo que se lee en una hora, así que supongo que de ahora en adelante lo seguiré en su glo (que dejó ahora como link). Pásense, más de una risa les va a sacar seguro.

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Tuesday, July 05, 2011

Ser escritor

Vagando por los blogs de conocidos de conocidos llegué a una entrada donde un colega aspirante sostenía que la denominación de escritor se debería aplicar a toda persona que escriba de forma constante (“con cierta frecuencia”), sin importar la calidad de lo que produzca (“lo puede hacer bien, mal o regular”), sin ningún tipo de sanción externa, es decir, conservando el título de escritor sin importar qué pase.
No estoy de acuerdo. Nunca estuve de acuerdo. Mi opción de búsqueda es la contraria: no la pretensión de bajar más al ras del suelo el mote de escritor sino encontrar una palabra para llamarnos a quienes estamos todavía en el camino. En un camino eterno, sin meta final alcanzable, que son los únicos caminos que vale la pena recorrer.
Hay muchas personas para quienes tener algo que decir y poder ponerlo por escrito lo transforman en un escritor. No es así. Que puedas escribir señala que pasaste con cierto éxito por la primaria, nada más. Que tengas cosas para decir significa simplemente que tu cerebro funciona de forma aceptable y genera ideas, que cumple con el cometido fisiológico de un cerebro sano y desarrollado. Eso no alcanza para hacer a un escritor.
Para otros, sentir la necesidad imperiosa de dejar salir algo de su interior a través de la escritura los convierte en escritores. Tampoco es así. Cuando me junto a comer asado con mis compañeros de trabajo y paso varias horas bajando una cerveza tras otra, a las cinco de la mañana ya siento la necesidad imperiosa de dejar salir algo de mi interior, pero eso no significa que nadie merezca que le saque una foto a mi charquito de vómito y se la muestre con orgullo de padre primerizo como nadie merece que le ofrezca disfrazada de texto literario mi catarsis y mis neurosis.
Hay personas que creen que escribir bien es escribir “literariamente”, escribir estrictamente, coma por coma, como se considera acá y ahora que debe escribir un escritor. No es así para nada. Ni a palos. Escribir así termina siendo predecible, vació, sin vida y cansador. Un texto confeccionado desde este punto de vista suele organizarse de la siguiente manera: cliché-conector-cliché, frase hecha-conector-frase hecha. Porque en el mismo momento en que un texto cercano en el tiempo comienza a considerarse literario ya deja de serlo. La literatura es un sistema que funciona corriendo los límites concéntricos de varios círculos que conforman subsiguientes divisiones en círculo-periferia: cuando algo está cerca del centro pierde su efecto como literatura el día de hoy. Con el tiempo puede volver como un clásico pero, con los pies firmes en el hoy, literatura es lo que no ha sido literatura aún o (desde una concepción de la historia basada en el eterno retorno) lo que fue literatura hace tanto tiempo que ha perdido su relevancia y tiene la posibilidad de regresar para ganarla otra vez frente a nuevas generaciones, a nuevos lectores, desafiando las nuevas reglas de la literatura, siendo la periferia de una nuevo centro.
Partamos del punto de que ser escritor es ante todo y en principio un hecho y un acto estético. Ni moral ni ideológico ni basado en la personalidad o en la pose. Es un acto estético que requiere un reconocimiento externo (y hasta una sanción, tal vez) porque existe algo llamado público que es el otro extremo del circuito de la comunicación, el extremo que completa la sucesión emisor-mensaje-receptor. No sé por qué en otras artes no cuela eso de “pinto para mí”, “actúo para mí”, “dirijo para mí”, “compongo para mí”, pero cuando alguien dice “escribo para mí” no suena tan pelotudo y suena incluso hasta cool. Aunque sea una pelotudez grande como mi cabeza. El público, el receptor, no sólo está ahí fácticamente sino que debe estar ahí para darle sentido (en varias acepciones de la frase) a lo que el emisor produce. Y debe ser un receptor con la capacidad de evaluar estéticamente lo que lee. No un amigo, no tu mamá o tu novia. Alguien a quién el texto lo afecte estéticamente y lo juzgue desde ese punto de vista y no contaminado con otras consideraciones. Ser buena onda no te hace buen escritor. Ser comprometido no te hace buen escritor. Mostrarte como una persona preocupada por las injusticias del mundo no te hace buen escritor. Ser “polémico” (palabra vaciada de sentido si las hay) no te hace buen escritor. Defender los intereses de la izquierda no te hace buen escritor. Defender los intereses de la derecha tampoco. La única condición que debe cumplir un ser humano para ser considerado un escritor es que sus textos sean estéticamente valiosos y sus ideas no caigan en el cliché. Belleza e innovación, de eso se trata la literatura a nivel estético. La temática puede ser violenta o revulsiva o triste o decididamente macabra, pero el texto en sí, la sucesión de palabras y sonidos y ritmos e imágenes, debe apoyarse en la belleza y la innovación. Si lo que producís no es bello o no es nuevo, pensalo dos veces antes de seguir escribiendo. Si no es ni bello ni nuevo, ayudá a salvar los bosques y las selvas tropicales dejando de desperdiciar papel.
¿Tenemos que bajar de su pedestal el oficio de escritor? No. Y ahí está el otro punto importante: se trata de un oficio, no de una profesión ni de un trabajo, es una mezcla de esas dos cosas con vocación y capacidad. Comparar a un escritor con un médico o un albañil o un zapatero me parece erróneo porque el médico no sigue diagnosticando después de muerto, un albañil no sigue construyendo después de muerto ni un zapatero sigue arreglando zaparos después de muerto, mientras un escritor sí continúa produciendo sentido tras morir gracias a esa extensión de su pensamiento que es el libro. A eso se debe en parte la sacralización de la literatura, a que, si hay en libro algo que valga la pena conservar, recordar, incluir en el tesoro cultural de la humanidad, la voz del escritor preservada en papel burla las barreras del tiempo, de la propia mortalidad.
Entonces, de nuevo, ¿tenemos que bajar de su pedestal la palabra escritor? Y la respuesta es, de nuevo, no. O, al menos, mi respuesta es no. Creo que debemos seguir manteniendo la palabra escritor en la lontananza, en el infinito, en ese lugar al cual nunca se llega porque mientras te vas acercando a él se va corriendo hacia atrás, haciéndose inalcanzable. Y por una razón muy lógica y muy sencilla de comprender: porque los seres humanos solemos no dar el cien por ciento, porque cuando estudiamos para zafar con lo justo solemos terminar reprobando, porque cuando jugamos para empatar solemos terminar perdiendo de forma bochornosa. No creo que debamos permitirnos desbarrancar a la acción y al hecho al arte y a la pretensión de escribir literatura de la esfera sagrada en la que se encuentra porque sólo manteniéndola ahí vamos a poder esforzarnos el máximo imaginable, sólo haciendo imposible alcanzar en plenitud la categoría de escritor lo que resulte del esfuerzo de escribir algo con sentido va a valer la pena.
¿Es importante la sanción de público? Desde cierto punto de vista, sí. Empezando por el hecho de que si hay un público que opina sobre tu obra eso significa que la socializaste, que la sacaste al ruedo. Alguien que se dice escritor y nunca recibió una crítica es como alguien que se dice un donjuán y nunca se levantó una mina; es ridículo, no tiene asidero. Bukowski dice en una de sus novelas algo así como: los escritores que publican y venden un número razonable de libros creen que son buenísimos; los escritores que publican y venden pocos libros creen que son buenísimos; los escritores a quienes nadie los publica y no tienen plata para autopublicarse no creen que son buenísimos, creen que son maravillosos, unos genios incomprendidos tapados por los competidores literarios que tienen miedo de que su inconmensurable talento los opaque y por eso no les dan la oportunidad de mostrar sus textos.
El público, las críticas del público, te sacuden esa boludez. Las críticas fundadas, que salen del “me gusta” o “no me gusta” o “a mí me pasó algo parecido” o “estoy completamente de acuerdo con todo lo que decís” o “te vas a ir al infierno por lo que escribiste”, las que se apoyan en conceptos estéticos y te marcan fortalezas y errores en el manejo de las palabras, los resortes argumentales, la caracterización de personajes, el armado de la trama (en narrativa) o la utilización de las metáforas y el ritmo (en poesía), son las mejores herramientas con las que cuenta un escritor que se toma en serio su oficio y pretende mejorar.
La otra herramienta insoslayable es el tiempo. Dejar descansar los textos, no mostrarlos en seguida, no es una opción o una estrategia: es una necesidad. En este blog no se postean textos con pretensiones literarias escritos el día anterior por respeto al posible público. Los textos están ahí, esperando el momento en que esté seguro de que tienen la suficiente validez estética como para que el tiempo que otra persona tarde en leerlos no se sienta como tiempo perdido sino como tiempo invertido.
Para finalizar y para dejarlo claro: que pueda tener todas estas teorías acerca de lo que es y no es, lo que debe y no debe ser un escritor, no significa que yo crea serlo. Mi autopercepción es que soy un tipo que escribe. Que escribe lo mejor que puede, intentando potenciar sus capacidades, intentando no faltarle el respeto al público ni redundar descaradamente ni en forma ni en contenido. Y que tal vez no logre ninguna de esas cosas.
¿Cuándo voy a ser un escritor? El día que me paguen por escribir, el día que las editoriales se peleen por mi contrato, el día que mi apellido remita automáticamente a la imagen de un libro, el día que sea traducido a otros idiomas, el día que alguien me pare en la calle y me diga “Su último libro me cambió la vida”. El día que lo que escribo sea más importante para otros que lo que hago.
Lo más probable es que eso nunca pase y que, por otro lado, yo siga leyendo a personas que alcanzaron todas esas metas y que con sus textos colaboran para que mi vida sea mejor y más llena de significado.

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Monday, July 04, 2011

Por la camiseta… o por la remera


No me gusta el fútbol. No me gustan los deportes en general. Debe ser porque no sirvo para ninguno. Eso significa que el fútbol no es importante para mí. Ni para alegrarme ni para deprimirme porque River descendió a la B, aunque mi papá trató de hacerme de River desde bebé y tengo fotos que lo prueban. Eso es una suerte, supongo. Que el fútbol no sea importante para mí, quiero decir. No me gustaría estar triste o cargar a otro que ya se siente mal sin mi chiste por algo tan intrascendente como un partido de fútbol. Mi emotividad se reserva para lo que sí me parece trascendente, que es el arte. Solo hay dos cosas relevantes en la vida, creo: el arte y, más importante aún, vivir; generar sentido desde tu creatividad y, más importante aún, generar sentido desde tus actos y tus decisiones.
No me caben las camisetas. No me caben las banderas ni las remeras. No me parece que nadie deba identificarse con logros con los que en realidad no tienen nada que ver. Nadie debería sufrir o alegrarse por hazañas que ocurren a miles de kilómetros de distancia y son realizadas por personas a quienes nada los une.  Los hinchas no dirigen los partidos ni los juegan, cuanto mucho alientan y desean, lo cual, a no ser que creamos en la magia simpática como la describe Frazer y como la concebían los pueblos pre-racionales, es igual a decir que no hacen nada. Y no entiendo cómo se puede poner tanta emotividad en algo en lo que no tenés ninguna intervención.
No comparto tampoco del todo que los chicos anden por la calle con remeras de bandas. No me parece mal, pero es llevar tu identidad afuera de vos mismo, armarte con pedazos de otros, con pedazos extraídos desde el exterior, cuando lo que hace falta es armarte desde dentro, con lo que vos mismo creás o generás. ¿Querés ponerte le remera de una banda? ¡Joya! Aprendé a tocar un instrumento, formá tu banda y ponete tu propia remera. ¿Amás el fútbol y querés usar la camiseta de un equipo? ¡Joya! Armá un equipo y usá tu propia camiseta y transpirala y dejá todo en la cancha.
Sé que no es exclusivo de Argentina pero en este país se desperdicia demasiado tiempo y energía en ocuparse de la vida de los demás, de los logros de los demás, de las desgracias de los demás; tiempo que podría servir para potenciar la vida propia y los propios proyectos. Sería hora de cambiar eso un poco, de que la vida pase por uno mismo y no por lo que hacen otros.

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