Thursday, April 29, 2010

Ana en el río negro - de Héctor Kalamicoy

Ana en el río negro.

Paramos por las señas y estacionamos en la banquina. En Chichinales, la Policía caminera da indicaciones acerca de cómo superar la etapa del Valle del Río Negro sin contratiempos. Ya pasó el calor, son cerca de las siete de la tarde.
Descansamos bien, no, no tomamos nada, rico el asado en Choele Choel, sí, vimos la capilla de Ceferino.
Tomaron vino y no les interesa la meseta. La muchacha se alegra por la facilidad que demuestran estos dos para fabular coordinadamente.
Sabe que engañan pero no se engañan, quiere terminar el pensamiento y se concentra en la charla de ellos. Se nota cansada. De golpe focaliza lo que dice el oficial moreno en su uniforme azul.
Costó quinientos mil pesos al gobierno de la provincia. Tiene la cabeza tallada en mármol italiano bendecido por el Papa. El resto es de hormigón armado. No alcanzó la plata. Tome un folleto.
Lo atrapa con esfuerzo antes que Tomás o Pablo estiren la mano.
Cinco metros de altura con traje y un peinado formal, veinte toneladas con un rosario y una Biblia. Atrás del muñeco, la estepa, adelante, miles de feligreses. Una función de títeres.
Grandote eh –se admira Ana del folletín midiendo lo que ve- Pero con eso que costó pudieron arreglar la ruta amigo ¿No le parece?
No quiero que se sienta mal -piensa Ana-, pero mucha fe me molesta en este país venido a menos, y con este calor. Comenta después.
Tenes razón, asienten ambos, este país se va adonde siempre fue. En cualquier momento explota y no queda nadie, sólo un hoyo en la tierra y gente llorando.
Ceferino Namuncurá es el santo de la región, si ustedes se encomiendan a él no les va a pasar nada. Aunque la ruta esté llena de peligros no van a salir lastimados. Hace milagros, asegura el oficial. Como si no hubiera escuchado a Ana Laura.
Ponen en marcha el auto, un Volskwagen Weekend.
Se parece al títere ese de mármol del folleto, ¿no Pablo?
Para mí, es el hijo Ana.
El policía se va haciendo chiquito, más pequeño aún en la cabeza que en los pies. Un punto negro en la luneta trasera. Ana piensa que no lo volverá a ver nunca más y le invade una sensación extraña. Pablo vuelve a prender un lucky. La nube de humo se va rápidamente.
Menem lo hizo. Ahí está su Argentina.
No, ¡Qué decís!. Trae desgracias el innombrable.
Ella sube la ventanilla lentamente. La pensadora del coche y la intelectual. La quiero mucho, por eso viajamos. Para no separarnos.
Antes del puesto de caminera y el santo patagónico, pasando Chelforó, el río Negro se ha dejado ver un par de veces a través de mesetas y jarillas. Pablo me señaló al costado de la ruta y tardé en frenar, pero hice marcha atrás y pudimos acercarnos unos cincuenta metros a un ternero tirado al costado de la ruta. Ana no se animó al sol en su estado, pero yo y Pablo caminamos hasta el animal de cuerpo sumido hasta la transparencia bajo el sol. Unos melancólicos buitres se espantan con nuestra llegada. Levantan vuelo y planean en círculos allá arriba.
El mismísimo umbral de la muerte y mi amiga no llega a ver.
Respira dificultosamente y levanta un fino polvo que se le pega en el hocico húmedo. Tiene gusanos en el ombligo, una bola que surge por debajo de la curva de la barriga de pelaje blanco. La tristeza se apodera de mí, pienso en otras cosas que van a pasar y miro si en el auto está mi amiga. El cielo empieza siempre en el suelo y en estas tierras todo parece ir en esa dirección. Cáncer, medicamentos falsificados durante un año, mal.
Puto país, vamos.
¿Lo matamos ya?
No, por ahí se recupera, está Ana adentro, acordate.
Ella sigue ahí, sentada en la sombra del coche, con el cabello lacio de un costado. Su figura delgada de perfil y sin voltear a sus lados, tiesa con el libro en la mano, es una caricatura.
Yo leo como una piraña, me comentó una vez, un pequeño mordisco de dos o tres páginas, vuelvo con el montón, charlo, miro TV y de nuevo vuelvo al libro por otro bocado. Ahora se queda con la vista fija en nuestra dirección.
No nos ve, somos sombras borrosas para ella y ella va convirtiéndose en una sombra para nosotros. Tomas no lo acepta.
Pobre animal ¿en serio no queres matarlo? Dale, Tomás, un tiro y lo sacamos de su estado.
No me contesta y me mira con ese gesto tan suyo. A veces lo entiendo. A veces no, y me dan ganas de fumar cuando no puedo alcanzar lo que piensa o lo que siente.
Desde esta distancia escucha el tiro, ni hablar, vamos, me dice seriamente. No le cuentes por favor. Mientras camina, juro que lo entiendo.
Tenemos en el baúl dos pistolas de tiro deportivo, para concursar en San Martín de los Andes. Pablo se queda con ganas, la cabeza rubia gacha, suspendida, de doctor yudoca.
Por el camino hemos baleado carteles en medio del campo y acosado a tiros a un ágil piche solitario a la salida de Río Colorado. Ana se puso mal por el maltrato al bichito, como siempre le pasaba, y rompió en llanto.
¡Crueles!
Respetaba la vida y yo y Pablo no teníamos argumentos para ese tipo de debate.
Igual el bicho se las ingenió para huir ileso.
Manejá vos Pablo, yo voy a descansar un poco.
Tiene la costumbre de molestar a los que quieren dormir. Le pasa lo mismo que a mí, me da por hablar cuando otro se calla. Yo apoyo la cabeza en el cuerpo delicado y suave de mi gran amiga y le sigo la conversación y la respiración. Entro en el gran paréntesis sin querer.
Dormir es como estar muerto, no podes perderte la vida así. Me da golpecitos en la cara con una revista evangélica que nos dieron en un puente.
Tomás me hace reir cuando finge fastidio al despertarse. Un payaso.
El tráfico es lento en verano porque es otro país Río Negro. Por la estrecha ruta circulan grandes caravanas de vehículos de todas las épocas cargados a no dar más de fruta de la cosecha. Es un tránsito que pone los pelos de punta. Camiones viejísimos sin luces, atiborrados de peras, manzanas y duraznos, colectivos de larga distancia que fastidiados por la lentitud se adelantan jugados, un riesgo latente. Pablo tiene nervios de acero. Va atentamente con el cigarro en la boca y el brazo velludo al viento. Con su barbilla prominente es un héroe extraño al volante.
Ana Laura, papá siempre decía que hay que mandarse y no dudar. Pablo le habla pero se da cuenta que ella está dormida y de que Tomás descansa cuidadosamente en el hombro de ella. Se calla y piensa en el torneo, en las enfermedades que se meten en las uniones más fuertes y en el tiempo que falta para llegar a algún lado. Fuma con el cigarro entre los labios respirando el sopor del asfalto.
El viento repentinamente fresco me despierta, y el viaje lo hicimos porque ella lo pidió y también porque yo quería verla bien una vez más, como hace dos veranos atrás, de La Plata a Neuquén y a San Martín; ahora me mira con esos lentes, que aunque desproporcionados a la cara, le sientan de forma extraña. Hablamos durante la mayor parte del trayecto, fue casi un ajustar viejas faltas, y yo me cuelgo siempre a sus ojos porque es algo que me gustó siempre de ella. Son grandes ojos de iris profundos, repletos de oscuridad, que brindan una sensación de paz reconfortante. Paz y oscuridad, algo que ya tendrá en demasía ¿Qué somos al fin?
El viaje por la ruta veintidós es la carrera de los autos locos. Pasando Ing. Huergo se nos pone delante un pequeño rastrojero con verdura que nos marca el paso a treinta kilómetros por hora. El conductor pedalea a todo pulmón y el camión no avanza. Repentinamente un pollo asoma su cabeza de un cajón y vuelve a esconderse como si no hubiese existido. Una visión.
Pablo pide a gritos que saquen esa carreta de verduras del camino.
Depuren el país, ya. Eso no puede circular por el asfalto.
Ya vamos a llegar, le calma Ana.
Yo ya me pasé adelante y pongo a Los Redonditos en el coche para darle más alegría a un viaje lento, sufrido y caluroso. Entre Mainqué y Huergo el tráfico se libera un poco y tenemos oportunidad de poner a más de cien el auto. Pero pasando Mainqué, a tres de Cervantes, otro puesto de caminera aparece de improviso frente a nosotros, luego del terraplén del puente sobre un canal de riego. La subida nos deja sin perspectiva visual y cuando bajamos la loma, varios policías mueven balizas luminosas en la tarde que cae. Parecen operadores de aeropuerto con balizas improvisadas de luces de emergencia. Alguien había despegado ya del suelo.
Definitivamente, no somos los únicos en perder la visión luego del terraplén y en extraviar la paciencia por el tráfico. Al costado de la ruta y muy debajo de la elevación del asfalto, dos autos descansan allá abajo. Se encontraron de frente. Están machacados los dos justo en sus respectivas delanteras. Uno tiene la gente adentro con vida, por el movimiento a su alrededor, y el otro, no sabemos. Este último, un Ford fiesta, parece comprimido y le falta justo un metro. No parece tener espacio para pasajeros vivos.
Unos metros más allá un camión ha volcado y sus ejes duales todavía giran como ruedas de la fortuna, gigantescas y rústicas. Algunos cajones de madera quebrados sobre el asfalto permanecen llenos de fruta, parecen manzanas. El camión no chocó, quizá venía detrás de algunos de los vehículos. Mi amiga se asoma y se preocupa por lo que ve.
Hay un camionero apoyado en un poste del tendido eléctrico, un hombre gordo ya mayor, que se saca y pone la gorra sin atinar a otra cosa.
Nos detenemos por solidaridad, ya que Pablo es médico. Podemos circular a paso de hombre, pero él tira a la banquina el Volskwagen rojo y dice que ya viene. Va hasta el baúl y saca su maletín. Supongo que el juramento hipocrático. El calor a esa hora de la tarde merma y ella puede bajarse mientras Tomás la asiste. Pablo habla con alguien y ayudado por los Bomberos colocan una mujer herida, que está sobre el pasto, en una camilla consistente en una tabla con una frazada.
Uno de los rescatistas maniobra una pinza hidráulica e intenta sacar de entre los hierros lo que resta de una familia en vacaciones. Curiosos que pasan mirando y una nena asoma un celular por la ventana. Van en un último modelo. Espero que no tengan el mismo destino. Modelos nuevos a más de ciento cincuenta, treinta metros para frenar y caminos de carretas.
Está muerta, confirma Pablo a un bombero viejo. No se preocupen por ella, corten ese asiento para sacar al resto.
Una niña está aplastada en su sillita de viaje, dos años como máximo. El Peugeot 206 se encuentra irreconocible. Al lado de ella yace un muchacho que inconciente tiene la cabeza recostada como escuchando el llanto cortado de la niña.
Ana quiere llegar al coche siniestrado para acariciarle la mano y reconfortarla de algún modo. Le grito a Pablo y el le habla a un policía. Este hace señas, no hay problema, avancen. Ella la calma con su gesto de cariño. Ana y la niña y yo sosteniéndola a ellas. Alguien sostiene al mundo en este preciso momento y lo agita por placer.
Que no se duerma, le advierte Pablo cuando pasa a nuestro lado con unas vendas que saca de algún lado.
Luego de un par de minutos los rescatistas pueden cortar la parte delantera del coche y liberar al padre de familia. Son tres hombres trabajando arduamente con la pinza. Habían pedido ayuda a Gral Roca, pero ahí están, haciendo patria entre frutales y carrocería retorcida. Menos mal que la Policía desvía el tráfico, ya no pasa gente curiosa.
Luego Tomás se entera que hay cuatro voluntarios en la localidad y dos de ellos están con quemaduras por el incendio en un aserradero. El tercero en el sitio del choque es un simple cadete que fue ascendido ocasionalmente con un:
¡Vamos que hay un accidente en la veintidós!
Ahora el paisaje al costado de la ruta parece la radiografía de tórax y cabeza del país. Cosas desperdigadas al costado del camino en un dibujo que evidencia la violencia del impacto. Las maletas abiertas derramándose en el suelo, sombrillas, reposeras y bicicletas son el dibujo extraño de un lugar común en la sociedad que se viene devaluando al punto que la gente sale para morir. Y a veces lo logra.
Esa gente ahí tirada y los curiosos que pasaron, el olor del aceite de los motores y el calor de la tarde. La mano tibia de la niña que respira más tranquila. Ana mira a Pablo trabajar y lo siente lejos. Está descompuesta, pero se siente separada de su cuerpo.
En este caso, la familia que los bomberos quieren despegar del coche iba a Villa el Chocón, según los oficiales y el muchacho que ahora recupera la conciencia.
El padre todavía respira en lo poco que queda del asiento delantero y Pablo ayuda a empacarlo cuidadosamente en una camilla. La ambulancia no se decide a venir.
Cubierto en transpiración, mi amigo presiente el tiempo de la ambulancia. Concentrado profesionalmente en eso que ya había hecho muchas veces aguarda con optimismo la llegada del vehículo y le da confianza ver a sus amigos ayudando a la niña.
Ana necesita una ambulancia también. La ve desmejorada junto a Tomás y la recuerda como había sido un tiempo antes. Es la misma, pero con una parte que ya no está. O que aguarda rebelde para morderle el resto del cuerpo y precipitarla al olvido. Tiene que llegar esta ambulancia. Habla con el bombero viejo y mira la ruta vacía, antes tan agitada. Antes de venir le habían dicho eso y quería estar con nosotros, sus amigos. Acá estamos.
La gente nace y muere.
El hombre en la camilla se mueve en un espasmo y se queda quieto. Pablo le toma el pulso con su mano gruesa y curtida y luego trata de reanimarlo. Después de unos minutos prudenciales, desiste y lo tapa con la lona.
No hay caso. Nadie va a llegar a ninguna parte.
Tomás mira a Pablo y se da cuenta de que tiene necesidad de otro Tomás para sostener al médico que se queda sin pacientes. Esto, de golpe era el colmo. Totalmente rodeado de muerte.
La ambulancia llega al fin y carga a la niña, que tiene las dos piernas rotas, y al chico que es su hermano, con una crisis nerviosa y una cara bastante estropeada. Los bomberos llevan a los otros y los policías se quedan a cuidar el escenario, tomar fotos y manotear lo que se pueda llevar para sus casas. Hay que seguir viviendo.
Pablo queda en acompañarlos en la ambulancia y nosotros en seguirlo por la veintidós hasta Gral. Roca. Acomodo a Ana en el asiento del acompañante lo mejor que puedo y noto que ya no pesa nada. Me da una bronca suprema. ¿De qué sirve viajar? Nos hubiéramos quedado en La Plata tomando mate en una plaza tranquila. Sentados esperando el atardecer debajo de un árbol. En lo que terminamos ahora.
Ana no pronuncia palabra. Cerca de la ciudad a la que vamos simplemente recuesta la cabeza contra el cristal de la puerta. Piensa algo de Ceferino, el santo de cinco metros, y se llama a silencio. Se acuerda del animal que Pablo y Tomás dejaron en la ruta. Ve la catedral de La Plata y se concentra en el sonido del asfalto, el sonido del movimiento. Un largo río negro desplegandose debajo del auto. Pura eternidad.
No, pero los quiero mucho.
Cuando llegamos al hospital Pablo se acerca y confirma lo que sucede.
No llega nadie con vida hoy.
Tiene el cigarrillo en la boca y la ceniza tiembla en la noche oscura que rodea todo. Le da una pitada y lo tira al suelo. Baja la cabeza y me da la espalda, pero no se va. Más alla del hospital, increíblemente se extiende una chacra que despide perfume a manzanas y veneno. El olor del Río Negro.


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A esto se le llama usufructuar la genialidad de otro para darle chapa al blog propio.
Kala dice que hace rato que no escribe. Esperemos que eso cambie pronto.

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Monday, April 26, 2010

Al revés


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El librito número 12 del Corto Maltés que compré, Las helvéticas, me vino al revés. O sea, está todo bien armado, sin errores en las páginas, pero encuadernado al revés. Cuando leo la portada que cabeza abajo. Lo podría haber cambiado, pero por un lado no sé si será solamente el mío o habrán salido todos así de la imprenta y, por otro lado, estar leyendo con la muerte patas arriba me tira una onda media de tarot.

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Wednesday, April 21, 2010

¿Dónde hay un shamán cuando se lo necesita?

No sé qué carajo estudiar. Desde mi pérdida de fe en el sistema educativo estoy a la deriva en lo que a vocación se refiere, y ya me estoy haciendo muy viejo para empezar cosas nuevas, así que si no me apuro se va a pasar mi cuarto de hora.
Sí, quiero ser escritor, pero no hay universidades ni terciarios para eso, y no puedo pasar el resto de mi vida viviendo de noche, durmiendo de mañana y zombie el resto del día. Vivo en un estado de somnolencia permanente y eso me vuelve irritable. Aparte, ahora que tengo amigos (mi hermano se sorprendió gratamente por la cantidad de gente que había en mi último cumpleaños, lo que debe ser una buena señal), me gustaría juntarme a cenar con ellos una par de días a la semana. La vida social es principalmente nocturna, como cualquiera sabe.
Pero no me veo haciendo nada. No me veo como contador o abogado o ingeniero. Aparte son carreras demasiado largas y demandantes para alguien de treinta y dos años con dos hijos y un laburo de ocho horas.
Estudiaría algo por correo, o por internet, o en un terciario semipresencial de esos donde te encajan un cuatrimestre en tres fines de semana y salís con planetas dando vuelta alrededor de la cabeza con en los dibujos de Bugs Bunny. Pero no sé qué me gustaría estudiar. No me veo haciendo otra cosa que mi laburo (el segundo mejor laburo del mundo, según creo) o escribiendo. A lo mejor periodismo. O traductorado de inglés. Pero ¿alguien consigue trabajo de eso? ¿Ya no está como saturado el mercado laboral?
En estos momentos me gustaría clavarme un saque de DMT y que las maquinistas biológicas autotransformables de McKenna me dijeran qué hacer, como hacían los jóvenes de las tribus antiguas bajo la guía del médico-brujo.
Claro que en esa época no debían existir muchas opciones. Lo que las máquinitas dirían sería algo así como “Guerrero. Tu tótem será el primer animal que veas. El que sigue”... “Guerrero. Tu tótem será el primer animal que veas. El que sigue”... “Guerrero. Tu tótem será el primer animal que veas. El que sigue”... y poco más.
Al final decidir siempre es difícil. Y cuando es fácil ya casi no es siquiera una decisión.


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Sunday, April 18, 2010

Las virtudes saltan una generación...


espero que también puedan saltar hacia adelante y hacia el costado, como los caballos en el ajedrez.
¿A qué va eso?
A que las dos personas que más admiro sean probablemente mis hermanos menores. Debería ser al revés, ya sé, pero entiendo que no me admiren ellos a mí porque siempre fui un gil, lo sigo siendo y no se ve, al menos en el futuro cercano, el momento en que deje de serlo.
Lo que más admiro de los dos es la capacidad que han tenido siempre para ser ellos mismos, sin que las presiones de los demás, del qué-dirán o de los grupos en los que han estado los afecten mucho. Claro que a todos nos afectan en cierto modo pero, como en todo, creo, el tema no es el hecho en sí sino las proporciones, y lo que ellos dos han privilegiado siempre es la propia opinión, la fidelidad a lo que son y a lo que quieren y a lo que les gusta.
Por mi parte, yo aprendí tarde y mal que la única verdad absoluta acerca de la personalidad es que no viniste al mundo para que otro te sancione, que te tiene que importar tres carajos lo que opinen los demás (lo que opinen, no lo que sientan, se trata de no ser esclavo de juicios y prejuicios ajenos, no de herir sentimientos porque sí), que el único que está con vos 24 horas al día sos vos mismo y que para los demás es bastante simple: si les cabe como sos se quedan cerca y sino se van a otro lado a hacer su vida piolas sin rencores y acá no ha pasado nada. Y que no se trata de contrariar o escandalizar a los demás de forma premeditada, perversa, patológica, pero tampoco de evitar el escándalo de los mojigatos políticamente correctos si es lo correcto y lo natural en determinada situación.
Damián y Ariadna lo supieron casi desde el momento de nacer. Hicieron de esa forma de actuar su bandera hacia el mundo. Y eso me parece altamente admirable.
Espero que Lucía y Santiago sean como ellos, que se parezcan a ellos más que a mí, que encontré la liberación de muchas boludeces ya pasados los veinte y después de grandes sufrimientos. Espero que para ellos ser libres por dentro sea algo tan natural como respirar, que ni siquiera mis propias expectativas los aten. Y por suerte los veo bastante parecidos a sus respectivos tíos. Incluso gente que no los conoce demasiado comenta que Santi les hace acordar a Damián y que Lucía es igual a Ari de chiquita.
A continuación les dejo dos poemas que escribí acerca de mis hermanos y que van a aparecer en Culpen a los aplausos, el libro de poesía más autopromocionado de la literatura patagónica de los últimos años.
Ahí van:

*

MARIPOSA

Magias en el cabello
magias en la cara
y una mirada de diamante

ya a los nueve años
eras más sabia que yo
llegando a la edad de la mariposa
sé que tu vida es una recta
y apunta al infinito

el mundo late en tu cerebro
con cada ráfaga de sangre

Magias en los labios
magias en las pecas

el tiempo destiñe
cuando brilla en tus ojos una idea

miles de generaciones
han vivido   aprendido
desde Chile hasta Japón
para crearte

atravesás la vida
con ojos asombrados
enormes
de animé
haciendo nota mental de lo que te rodea
creando lo que no era
hasta imaginarlo

como un árbol
cuyas raíces se extienden
hacia más allá de esta vida
nadie creería que el pasado
hace brillar tu frente

Magias en las uñas
magias en el cuello

tu sonrisa es una nova
explotando de luz sin fuego

***

Yo quería ser sacerdote
mi hermano militar

había algo muy mal en casa
obviamente
en la educación de nuestros primeros años
algo que buscaba ahogar a los demás
por dentro y por fuera
en cuerpo y alma
terminar con nuestra libertad y la de quien nos rodeara

miedo a ser libres tal vez
a la experimentación propia y sin las reglas
de algo supremo
o sólo superior
que dicte normas y castigos

dios ordenando mil sentadillas por cada pecado
un cabo midiendo la obediencia en términos morales
todo se mezcla

hemos crecido
involucionando hacia el hombre del carnaval y la feria de esperpentos
dignificando nuestros cuerpos con fermentos divinos y humos sabios
buscando hacia atrás el big-bang   la explosión primigenia
que revele a la cabeza su propia improcedencia
antes de hacerla desaparecer en luz

***


Buen momento


Es un buen momento para coleccionar historietas. El escenario no es el ideal, pero al menos tenemos varias obras en los kioscos a precios accesibles y se trata de material que yo recomendaría sin ninguna duda.
Por un lado La mañana de Neuquén está editando los tomos de Batman en tapa dura que ya publicó Clarín. Yo no los estoy comprando, porque son básicamente lo mismo que mandó desde España Planeta de Agostini hace un par de años, cubren desde Año Uno, Dos y Tres, pasando por Knightfall y hasta Cataclismo. Así que, por un lado, no voy a comprar dos colecciones mellizas por cuestiones económicas, y por otro la edición española me gusta más porque el papel es mejor y los nombres originales se mantienen (nada de Bruno Díaz o boludeces por el estilo). Pero si no tenés esas historias te recomiendo que compres lo que saca La mañana de Neuquén. El papel y la edición son muy buenas y, salvo la traducción de los nombres, no hay nada que criticar. Hay gente a la que no le gusta la tapa dura ni el diseño de portada pero, precisamente, ya es cuestión de gustos.

Por otro lado Clarín está publicando tomos de Spiderman y del Corto Maltés. Las dos también son muy pero muy recomendables.
La primera etapa de Spiderman es más o menos la que sigue a los números que sacó Panini, guionizados por Jean Michael Stracszynski, y el guión es muy bueno. Además están dibujados por Ron Garney (al que pronto lo usaré para resucitar los GAH), Mike Wieringo, Mike Deodato, Joe Quesada, Phil Jimenez, toda gente muy talentosa; y lo mejor (al menos para mí) es que incluyen Civil War, de Mark Millar y Steve McNiven, que ya había leído en digital y pensé que nunca iba a tener en mis manos en papel.
En el tomo 10 cambia todo (los que leen comics ya saben de qué hablo) y también cambia la importancia de las historias: me explico: hasta ahí lo que le pasa al personaje suma, es significativo a nivel de su historia personal y produce verdadera emoción cuando lo leés. De ahí en adelante las historias son simplemente divertidas, nada más. Pero no es poco. O sea, los comics son en primer lugar un medio de entretenimiento, así que el hecho de que te hagan pasar un buen rato leyéndolo, con buenos dibujos y diálogos graciosos, tampoco está mal.
Si les gustan los superhéroes o tienen algo de curiosidad o quieren comprárselo a algún hermano o sobrino, se los recomiendo. En unos meses, cuando Clarín termine la publicación, seguramente La mañana de Neuquén empezará desde el primer número.







La edición del Corto Maltés es un tema. Los libros son chiquitos y no entiendo la cronología que usan para publicarlos. Debería buscar en internet la línea temporal del Corto, pero no me dan ganas.
He leído muchas quejas sobre la edición: aparte del tamaño, dicen que han alterado el orden de las viñetas, que el formato era otro (apaisado, creo) y la verdad, no sé si será cierto (de nuevo, debería bajar de internet una versión original para comprar) pero a veces pareciera como si el ritmo de la narración cambiara o como si cosas que deberían suceder después las leyéramos antes, así que puede ser cierto que hicieron alguna alteración. Igual, antes que quejarme agradezco la publicación porque nunca había visto una revista del Corto Maltés (salvo en la Biblioteca Clarín de la Historieta) y creo que nunca la habría visto a no ser que viajara a Buenos Aires a comprar comics.
Si compran el primer tomo y no les gusta, denle tiempo. Justamente La juventud, el primer libro que publicaron, es (desde mi punto de vista) el más aburrido e intrascendente. El resto mejora mucho y si no te mareás porque aparecen personajes que conocen al Corto desde hace mucho y dos tomos después se encuentran por primera vez, es una buena lectura.
Pratt es un capo dibujando. Es del estilo “más es menos”. Si me apuran, incluso digo que es el tipo que mejor dibuja dibujando mal. A veces sus viñetas son como bocetos con manchas de tinta encima, pero tienen una fascinación especial que las eleva por sobre su aparente pobreza artística. Cualquiera que dibuje puede aprender mucho de Pratt.




Y por último, volvió Superman. De nuevo en forma de sobras enviadas desde España. No es lo mejor, pero zafa. En el primer número hay una historia bastante emotiva que recuenta el origen de Superman y empieza una saga (que ya publicó Sticker Design hace unos años) dibujada por el enorme Iván Reis (otro que va a los GAH de cabeza). El guión no es gran cosa, pero los dibujos de Reis son para enmarcarlos. Jode un poco el formato tomo porque las páginas dobles no se pueden abrir de par en par para ver el dibujo en todo su esplendor, pero creo que es la única tara del formato. En realidad, así como están publicando ahora tanto Planeta de Agostini como Clarín, nos permiten leer mucho material en poco tiempo.

 


Eso es todo por ahora. Si veo más cosas fáciles de conseguir que recomendar, lo van a saber en seguida.

Monday, April 05, 2010

El sábado a la tarde estuve en un ritual pagano

El sábado a la tarde estuve en un ritual pagano. O sea que si conserváramos la mentalidad de hace seiscientos años y alguien de la iglesia católica leyera esto, nos vendrían a buscar a mí y a todos los que participamos para quemarnos vivos, lo que significa que hemos avanzado un poco. Pero, si conserváramos la mentalidad de hace seiscientos años nunca hubiera existido internet, así que no tiene mucho sentido pensar en un mundo así. No existirían la radio, ni la televisión, ni la luz eléctrica, ni los teléfonos, ni las cámaras, ni los aviones, ni la teoría de la relatividad ni ninguna de las demás teorías que dieron sustento a los avances científicos con los que estamos acostumbrados a vivir. O sí existirían, pero serían sólo eso, teorías, dentro de libros arrancados de las manos de sus autores antes de quemarlos, libros escondidos en los subsótanos del Vaticano.

A veces pienso que si hay pruebas de vida en otros planetas o de civilizaciones inteligentes anteriores a la humana que se hayan encontrado en los primeros siglos de la historia, deben estar todas ahí, escondidas. Un día alguien podría hacer volar la Plaza San Pedro y brotaría un geiser de tesoros, de cosas que ni imaginamos.
Pero me fui al carajo.
El tema es que mi sobrina Ámbar cumplió dos añitos y fue algo así como bautizada por su tía (mi hermana Ari) que es algo así como una brujita wicca e hizo un ritual de purificación y la “presentó al universo”, como dijo ella, lo que no es muy distinto a cuando llevamos a Lucía y Santiago (mis dos hijos) a la iglesia cristiana protestante a la que asiste Sandra (su madre) para “presentarla a dios”, o a cuando mis papás me llevaron a una iglesia católica para bautizarme como a todos mis hermanos. Eso también es evolución, supongo. Creo que mientras la religión o la creencia espiritual se va haciendo más verdadera, más ajustada a la “realidad” (tomando esa palabra con pinzas), la divinidad se va haciendo más nebulosa, se va adquiriendo cada vez más la idea de que pensar a “dios”, concebir a “dios” es una empresa condenada al fracaso; y mientras más concreta y humanizada es la divinidad, mientras más se parece a un hombre viejo con barba blanca que nos dice cómo portarnos para no ser castigados por ir contra sus leyes como lo haría un rey medieval, más incorrecta es la religión que se sostiene en ese concepto.
Pero por suerte vamos evolucionando.
Al menos ahora veo al catolicismo como un estadío, como un paso anterior pero necesario. Un par de años atrás las iglesias organizadas me producían solamente rabia intelectual, creía que cualquier persona religiosa, perteneciente a una religión con ritual y libros sagrados (que toman un libro y olvidan que ahí solo puede haber sabiduría y nunca verdad) eran todos una masa amorfa donde radicaba la estupidez en estado puro, concentrado, como una botella abierta de extracto de estupidez. Ya no soy tan extremista. Por suerte yo como persona también voy evolucionando y alejándome de los extremos.
Mi mamá era católica devota hasta que la muerte de mi viejo la cambió, incluso llegó a dar catequesis y, por supuesto, estudió en un colegio de monjas. Mis hermanos y yo leímos de chicos la biblia de atrás para adelante más de una vez. Y pese a todo, gracias a que tuvimos la libertad de elegir lo que más verdadero nos parecía sin que nos obligaran a nada, una es wiccana, el otro cree en Krishna, yo creo en el Todo según lo explica la filosofía hermética y mi otra hermana... la verdad que no sé... pero estoy seguro de que tiene su espiritualidad clara y que no tiene mucho que ver con el catolicismo ni con el protestantismo. Pero lo que nos une respecto a eso es que todos tendemos a “predicar” a través de lo que hacemos: de la literatura, de la música, del teatro, de los títeres, de la pintura, de los comics. De este blog, ya que estamos. Los cuatro creemos que el arte es lo más espiritual que tiene el ser humano y que si algo sabemos de dios es que se trata de un ente que crea y que la forma más segura de estar en sintonía con él es crear. Y a pesar de que no se puede predicar nada de dios salvo su existencia, lo que sí se puede predicar es la cosmovisión que se desprende de la seguridad de que esa divinidad exista, por más que uno no sepa cómo ni por qué ni desde cuándo ni hasta cuándo.
Y no es poco. Una cosmovisión no es para nada poco.
Pero igual me deja pensando el hecho de que la vida da vueltas y de que un pequeño cambio puede trastornar todo, y me pregunto si de haber sido mi vieja de otra forma, de habernos llevado más férreamente por el camino que ella creía correcto, no tendría dos hijos curas y dos hijas monjas misionando por ahí. A ella seguro que la idea la gustaría, pero a nosotros cuatro... no sé.
El ritual en sí fue bastante emotivo, al menos para mí. Y, aunque parezca raro, la otra cosa más emotiva que viví, en cuanto a rito religioso, fue el casamiento de un amigo por la iglesia católica, pero porque en un momento el sacerdote nos pidió a todos que levantáramos las manos y dirigiéramos las palmas abiertas hacia la pareja y pensáramos en las cosas buenas, positivas, que deseábamos para ellos. Y yo justo estaba leyendo a Frazer y pensaba “¡Chabón!, ¡Eso es magia! ¡Eso es imposición de manos, es acumulación y concentración de energía positiva en un punto determinado!”. Y sí. Todo lo que sigue siendo verdadero en las religiones establecidas y anquilosadas no es otra cosa que magia pura, dura y sin atenuantes.
Pero, bueno, es solamente mi opinión.

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Friday, April 02, 2010

Convenciones sociales

Enseñarle a tus hijos a vivir en sociedad es complicado porque para vivir en sociedad la mayoría de las veces tenés que seguir convenciones estúpidas y vacías a las que yo no les suelo dar bolilla y por lo tanto no las puedo enseñar de forma sincera, mis hijos no las pueden aprender por ósmosis, que es la verdadera forma en que los hijos deberían aprender de los padres, por lo que hacen y no por lo que dicen. Pero, como en todo lenguaje, en la etiqueta social hay conductas que deben ser dominadas para enviar el mensaje correcto.
Las últimas semanas tenía problemas con Lucía respecto a saludar, a que había personas que nos conocen a mí y a su madre y que la saludaban con mucho cariño pero, como ella no las conoce y como además es tímida según en qué entorno y según para qué cosas, se quedaba callada y es como que les faltaba el respeto a quien intentaba ser simpático con ella. Yo sé que objetivamente no hay relación alguna entre el respeto y el saludo, pero también sé que no hay razón para hacerle un desaire a personas que tienen un gesto de buena onda con vos y que tampoco hay razón para permitir que mi hija haga eso.
Pero ¿cómo explicárselo? ¿Cómo encarar el tema sin caer en el “qué dirán”? Si hay algo que no quiero, bajo ningún pero ningún punto de vista, es caerle a Lucía con una frase del tipo “¿Qué va a decir tal persona si no la saludás”? Lo que quiero transmitirle y enseñarle es precisamente lo contrario, que le tiene que importar tres carajos lo que piensen los demás mientras ella, en su moral interna formada a conciencia por sí misma, sepa que lo que está haciendo es lo correcto. No podés ser una persona si no tenés tu moral propia y construida por vos mismo, y precisamente lo que te hace ser una persona cabal es haber construido vos mismo y a conciencia tu propia moral. No es una tautología sino que son dos caminos paralelos. Tus valores tienen que depender de vos mismo, no de lo que te diga un libro o de lo que repita un cura o un pastor o de lo que todos hagan automáticamente como si un ser humano se programara igual que una videocasetera. Pero de nuevo, ¿cómo le enseñás eso a una nena de cinco años?
Y la respuesta me la dio ella misma.
Hace unos días salíamos del edificio y una señora la abrió al puerta a Lucía y ella le dijo “gracias” con una sonrisa, entonces la mujer se puso a sonreír y parecía muy contenta. Entonces Lucía me dijo “Viste papá, la señora está feliz porque le dije gracias”. Y ahí le pude explicar que cuando saludás a alguien o le agradecés lo que hace por vos, esa persona se pone contenta, y que está bien provocar que la gente se ponga contenta, sobre todo si no te cuesta nada, si es tan simple como decirles una palabra. Y creo que lo entendió. No se trata de colgar en su cabecita un manual de etiqueta sino de enseñarle que darle un poquito de alegría a los otros es lo correcto, es lo que hace soportable estar acá.

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