Monday, January 26, 2009

El diablo viste a la moda

Ayer vi por enésima vez partes de The devil wears Prada en FOX. Nunca la he podido ver entera (ni ganas que tengo), pero cuando salta en el zaping la miro un rato, sobre todo porque el actor que hace de chef me cae simpático y porque Anne Hathaway me parece la mujer más hermosa sobre la tierra.
Cuando era más joven tenía la idea de que algunas mujeres eran universales, o sea que no podía haber ser humano de género masculino y orientación heterosexual con las hormonas funcionando correctamente a quien no le gustaran. En esa época mi mujer universal era Nicole Kidman. Pero después me dejó de parecer bonita a mí, así que yo mismo me destrocé la teoría. Pero si siguiera pensando de esa forma, hoy en día, acá y ahora, la mujer universal sería para mí Anne Hathaway.
Pero me fui de tema.
La razón por la que no puedo resistir mucho mirando la película es que dentro de los discursos de la mayoría de los personajes está la idea de que la moda es de hecho algo IMPORTANTE. Esa sola noción me repugna.
Hay cosas con mayor y menor grado de importancia en la vida. Hay cosas que importan mucho, cosas que importan poco y cosas que no importan para nada. Y la moda NO IMPORTA ABSOLUTAMENTE PARA NADA. Bajo ningún punto de vista.
Tampoco es arte, que es otra de las ideas propugnadas por personajes de la película. Que me disculpen los diseñadores pero, cuando mucho, son artesanos. Lo que no está mal ni es vergonzoso. Simplemente están un escalón más abajo del verdadero arte. Crean cosas útiles, no significativas.
El arte encarna (en el sentido de que da carnadura, da realidad material) una cosmovisión, una forma de ver y extraerle significados al mundo. Por eso la ropa no es arte como el tunning no es arte: si tomamos la definición de que hacer arte es moldear materias primas para crear algo que no hubiese existido sin la acción creadora, entonces sí, los diseños de moda y la customización de autos pueden ser arte, pero esa es la definición más básica (por no decir más baja) de la labor de un artista. No hay nada de espiritual en eso. Por ese motivo la rechazo. Para mí, esa es la definición de un artesano, no de un artista.
El arte es, para mí de nuevo, moldear materias primas conforme a la visión del mundo del artista, para crear algo que no hubiese existido sin esa acción creadora; pero además está la condición de que esa obra apunte a generar en el receptor un cambio, una reestructuración, un cuestionamiento de sus supuestos respecto a la propia vida y/o a lo que lo rodea.
La artesanía (los utensilios y las herramientas) son útiles.
El arte genera significados o los cuestiona, y por eso es importante.
Importancia no es igual a utilidad e incluso, por lo general (y más todavía en la esfera del consumismo y el utilitarismo en el que vivimos inmersos, en el sentido más oceánico del término), son antagónicas, llevan adelante desde hace siglos una de las tantas guerras silenciosas por definir qué es y qué debe ser un ser humano, qué debe y qué no debe ocupar el cerebro y el alma de un ser humano cabal.
Pero, volviendo al tópico: la moda no es importante. Si mañana desapareciera la noción de moda el mundo no sería un peor lugar. Probablemente lo contrario. Al menos no tendría miedo de que mi hija, cuando crezca y vea que las modelos ganan un montón de plata sólo por caminar y verse lindas, me plantee la posibilidad de “trabajar” como percha humana.
Detesto la moda, detesto la inutilidad inflada del mundo de la moda, la vacuidad de las personas que acatan la moda.
Si te cagás en la moda, casi seguro te importa lo que de verdad importa.
Si te cagás en la moda casi seguro que, de conocernos, seríamos colegas, amigos, hermanos de armas.

Sunday, January 25, 2009

Duda razonable

Con todo el respeto que me merece La Serenìsima... ¿Alguien cree que de verdad exista algo llamado actirregularis, o L cassei defensis?
¿Ehh?

Saturday, January 10, 2009

Más de lo mismo

Hace un par de días se desató en Neuquén la fiebre del Dakar. A mí no me causó ninguna emoción, solamente retraso y molestia. Tenía a Lucía enferma y no podía salir de casa en el auto porque justo por mi calle volvían todos los giles de sacar fotos con el celular a nada más remarcable que un auto. Además, el constante ruido toda la noche no dejó dormir a Santiago. Cartón lleno. Sin embargo, me sorprendí con la noticia de que el ganador de la primera etapa había sido el príncipe de algún paisito petrolero.
La sorpresa duró dos segundos nomás, porque en seguida me di cuenta de que me estaba quedando con la imagen superficial, literaria, de un príncipe y no con la esencia de lo que ser uno significa: un príncipe no es el tipo que viste una armadura y monta sobre un caballo blanco, rescatando princesas con las que casarse para acrecentar las tierras que le dejen sus padres; un príncipe siempre ha sido un tipo rico, que no sólo ha vivido desde el momento de nacer entre lujos sino que ha visto cumplido y otorgado cada uno de sus caprichos y ha podido hacer las cosas más peligrosas, costosas, emocionantes e inútiles que podían imaginarse en su tiempo, en cualquier tierra extraña del ancho mundo. Matar dragones, ir a las cruzadas, correr el Dakar. Bien mirado, en esencia, es lo mismo.
Tal vez a primera vista que tenga nada que ver, pero mi cabeza no suele ser lineal, así que esa noticia acerca del príncipe me hizo pensar en los floggers. No sé por qué, honestamente. Y llegué a la conclusión de que los floggers tampoco son nada nuevo y ni siquiera son una tribu urbana: creo que ya dije antes que ese término es una mierda, porque la palabra tribu no tiene nada que ver con estas colectividades, que más que compartir una cultura y una cosmovisión comparten la franja etaria y la exteriorización de su “originalidad”, la moda, en dos palabras.
¿Qué son los floggers?
Adolescentes. Ni más ni menos.
Lo típico de la adolescencia es carecer de imagen propia, de autoconciencia. Están en la edad en la que sus padres dejan de conformar el mundo para ellos, pero sin que ellos mismos sean todavía capaces de generar una consmovisión centrada, balanceada y sustentada en teorías acerca del mundo y de las personas que hayan testeado en la vida real. Salen de la ley de otros con ciertos prejuicios que deberán poner a prueba hasta que formen una personalidad. Y mientras hacen eso, ya que no están maduros para decirse a ellos mismos quiénes son, delegan tan vital trabajo en la mirada del otro. Craso error. El error más grande que todos hemos cometido alguna vez.
La diferencia entre un adolescente flogger y un adolescente de hace veinte años es que hace veinte años no habían fotologs. Casi no había internet. O la había, pero el acceso a ella era muy restringido. Era la red científico/militar que nació para ser. Transmitía órdenes y conocimientos en lugar de banalidades (estoy de acuerdo con la parte del conocimiento, obviamente). Ahora es una herramienta más para que los adolescentes que no saben quiénes son les pregunten a desconocidos “¿Qué te parezco? ¿Soy como vos? ¿Sos como yo? ¿Te doy miedo? ¿Te excito? ¿Tengo las tetas grandes? ¿Te gusta mi peinado?” (me hace acordar al tema “Caries” de El otro yo, con esa vocesita impostada ridícula que pregunta “¿Te gustan mis dientes? ¿Te gustan mis dientes?”).
Hace unos meses veía uno de esos informes patéticos y desinformados de los noticieros sobre el “mundo de los jóvenes”, que suelen ser un compendio de fobias y miedos de adultos que se olvidaron hace rato de cómo ser jóvenes, con algo de amarillismo y opiniones trasnochadas de psicólogos o sociólogos que esperan ser el próximo doctor Spock o el próximo Bucay, donde, pese a todo, decían algo interesante: según la opinión de estudiosos extranjeros (ya que, al parecer, el movimiento flogger es casi exclusivamente porteño), los floggers van a dejar de ser floggers cuando crezcan y tengan problemas y responsabilidades reales. O sea, cuando dejen de ser adolescentes (era más corto decirlo así, me parece).
Mi hermana menor tiene un fotolog. Cuando le pregunté si era una flogger se ofendió, y me dijo que no, que era solamente una joven que tenía un fotolog. “¿Qué más hace falta para ser una flogger?”, le pregunté. Y su respuesta fue “Tener la cabeza llena de aire”.
Adhiero a eso.
Todos los adolescentes tienen la cabeza llena de aire. Lo que más me acuerdo de esa edad es la forma de preocuparme infinitamente por cosas sin el menor sentido y sin la menor importancia real. Por detalles estúpidos. Por si una chica que me gustaba no me había saludado. Por las peleas de mis amigos con sus eventuales noviecitas. Por si mi pantalón no tenía una etiqueta que dijera Motor Oil (sí, tan viejo soy).
Por suerte mi adolescencia duró poco. A los 12 ya estaba trabajando. A los 17 vivía solo (con dos compañeros de departamento) a kilómetros de mis padres, me mantenía e intentaba estudiar. Aún si mi vida se hubiese repetido exactamente igual unos años más tarde y hoy tuviera 15-17 años, no tendría tiempo para perder sacándome fotos, colgándolas en internet y entrando a los comentarios a cada rato para ver qué dijeron, cómo me puntuaron, cómo (o peor, “qué” o “quién”) dicen que soy. Ya tenía responsabilidades y problemas reales.
Ellos también ya los tendrán.
O no.

Santiago Emanuel Carrasco

CFC con Lucía y Santiago.


Sandra y Santiago, después del baño.


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El 15 de diciembre del 2008, a las 20:44 horas, nació Santiago, mi segundo hijo (frase que no implica que vaya haber un tercero... o sí, quién sabe). Pesó 3,400 kilogramos, midió 50 centímetros, y otros datos estadísticos más.
Tiene dos nombres con resonancias religiosas, como yo, que según mi primer nombre debería ser un soldado de Cristo, lo que demuestra que los nombres no determinan nada.
Los que tengan un habano al alcance, enciéndanlo en su honor!!!!!

Wednesday, January 07, 2009

Periodistas y opinólogos

¿Por qué alguien puede decir que los inútiles que trabajan en programas de chismes son periodistas?
Creo que en la única definición que pueden entrar sería en "persona que se dedica a contar cosas que pueden o no haber ocurrido, cuya importancia real es nula y que no deberían interesarle a nadie". No me suena que eso defina a un verdadero periodista.
Por eso, por la similitud intrínseca entre ellos, estos "periodistas" (junto con otros impresentables como Viale o Gelblung) hicieron surgir hace unos años a los opinólogos, tipos que por 200 mangos iban a cualquier programa a decir la primera boludez que se les ocurría sobre el tema que le tiraran.
¿Los que mantenemos un blog somos algo así como opinólogos?
¡Mierda, espero que no!